lunes, 23 de diciembre de 2013

LA MUJER Y EL ROMANTICISMO (II).

Queridas amistades:
Les envió muchos saludos y buenaventuranzas.

Ser romántico en el presente es algo que mucha gente valora positivamente, aun cuando el romanticismo sea una ideología del siglo XIX. Precisamente hace dos siglos la ideología romántica se impuso en todos los ámbitos de la sociedad occidental, desde lo macrosocial (como la política y la economía), hasta lo microsocial (a lo domestico y lo interpersonal). Dicho romanticismo impuso, por encima de la realidad, una idealización que se encargó de embellecer y edulcorar las diversas manifestaciones de la opresión y dominación patriarcal y burguesa. Es decir, que bajo el influjo romántico la opresión y dominación se convirtieron en ideales universales, en aspiraciones sociales, en modelos de socialización que supuestamente toda la población debía desear y querer. Para la segunda mitad del siglo XIX, la ideología romántica fue expectorada de la mayoría de los ámbitos sociales (la política, la economía, la ciencia, etc.), pero aún en el presente conserva mucha de su influencia en el ámbito privado, específicamente en los ámbitos de lo domestico e interpersonal, en las esferas de lo familiar y lo genérico.
Ahora bien, dado que el romanticismo enmascara la opresión y la dominación patriarcal y burguesa, no es casual que la ideología romántica aun mantenga notable vigencia, en aquellos ámbitos que actualmente son el último reducto, en el que se han centralizado las disputas y luchas entre conservadurismo y progresía (los ámbitos de lo familiar y lo genérico). Las implicancias de lo que significó la implantación del romanticismo en los ámbitos familiar y genérico (allende el siglo XIX), aun en la actualidad se dejan sentir en la vida de la gente en general y de las mujeres en particular. En relación a las mujeres, el romanticismo supuso para ellas una condena, antes que una liberación (para peor, muchas mujeres, aun en el presente, ordenan sus existencias bajo el sino de una ideología, que precisamente se ceba sobremanera en su dominación y opresión). Es en los ámbitos de lo familiar y lo genérico, en donde precisamente la dominación y la opresión de la mujer fue mejor enmascarada por el romanticismo.
En el ámbito familiar, los cambios y transformaciones que se dieron con la implantación del orden capitalista burgués (fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX), conllevaron a la implantación de un nuevo y predominante modelo familiar, el nuclear. Bajo el orden social anterior, el feudal aristocrático, el modelo familiar hegemónico fue el extenso. La familia extensa era un grupo numeroso y multigeneracional (varias y varios parientes, de dos o tres generaciones, vinculados a través de diversas relaciones de parentesco y ordenados alrededor de un jefe familiar, un patriarca). Bajo dicho modelo extenso, cuyo principal vínculo parental era el de filiación (y no el de alianza o matrimonio, como ocurre en la burguesa familia nuclear), la familia se prolongaba, por generaciones, entre todas y todos los miembros de la parentela (tanto “ascendientes” como “descendientes”), por lo que no había una búsqueda de “familia propia” (como ocurre con la familia nuclear), sino plena identificación con el viejo tronco familiar (razón por la que aquí primaba el origen, la procedencia, la progenie, la estirpe, el linaje, la genealogía, etc.). Cabe anotar que, para la familia extensa, el matrimonio no fundaba familia, apenas implicaba “mudar” de filiación.

             1. “La familia Cayetano Fuentes” (1837). 
              Cuadro del pintor romántico José Elbo.

Con el orden capitalista burgués la familia quedó reducida a su mínima expresión, a un núcleo, conformado por un varón, su cónyuge y su descendencia inmediata. Con el modelo nuclear el matrimonio recién se erigió en relación fundacional de la familia (la persona al casarse dejaba su familia anterior y formaba una nueva). Bajo la sociedad burguesa, el romanticismo convertiría a la familia en un reducto idílico, en el que, supuestamente, sus miembros alcanzarían la felicidad. Este mito idílico quedaría consagrado en la novela romántica y, sobre todo, en los cuentos de hadas (el final de la mayoría de aquellos cuentos es bastante revelador: “se casaron y vivieron felices por siempre”). Aquí la mujer, sometida al influjo romántico, anheló un “caballero andante”, su “príncipe azul” (su “white knight”, su “charming prince”), con el cual casarse y convertirse en “la madre de sus hijos”. Esta visión familiar seria, en adelante, no su máxima aspiración, sino la única.
Pero lamentablemente, lejos de aquella visión idílica, la familia burguesa no mejoraría, en sí, la situación de la mujer. En comparación, la familia extensa brindaba a la mujer mayores mecanismos de protección frente a los abusos dados entre la parentela. Esto no quiere decir, que con la familia extensa las mujeres no sufrieran abusos (muchas mujeres fueron tratadas como siervos de la gleba), pero con la familia extensa las mujeres tuvieron más posibilidades de conjurarlos (indudablemente eran posibilidades que, a veces, solo quedaban en eso).
Ahora bien, la familia extensa, a diferencia de la nuclear, no solo era una unidad de convivencia, sino que, también, podía ser una unidad de producción. Siendo así, muchas alianzas interfamiliares tenían un carácter socioeconómico y varias de ellas se daban a través de matrimonios. Y en la medida en que dichas alianzas fueran necesarias o ventajosas, las mujeres casaderas o casadas podían gozar de cierta valía y estimación. Ciertamente la situación podía darse a la inversa, más en la familia extensa, la mujer no necesariamente se hallaba sola ante el marido (como si ocurriría en la familia nuclear), podía recurrir al padre, a los tíos, a las mujeres mayores o al patriarca familiar (como grupo extenso, toda la parentela podía intervenir, de un modo u otro, en las variadas relaciones intrafamiliares).
Aquí es necesario aclarar, que la voluntad de la mujer no se hallaba completamente abolida. Al respecto, ya el cristianismo primitivo le había reconocido a la mujer, la potestad de aceptar o rechazar un marido, aunque, con el tiempo, dicha potestad se halló claramente limitada por la costumbre y los deberes familiares y clasistas. También se encuentra que, bajo la sociedad feudal aristocrática, la mujer no aspiraba a grandes amores, al “amor de su vida”, sino a cuestiones mucho más mundanas, en donde los afectos, si bien podían considerarse, no eran lo más importante, ni mucho menos lo único (es recién con el romanticismo que se empieza a pensar que el amor lo es todo). Antes del siglo XIX, las mujeres bien podían aspirar a mejorar, en varios sentidos, su situación social (cuestiones por las que una mujer, bajo el orden burgués y romántico, seria tachada y estigmatizada como interesada, fría y calculadora).
Con el pensamiento capitalista burgués llego el romanticismo y con este último el matrimonio dejó de obedecer a intereses socioeconómico familiares (la gente se empezó a casar solo “por amor”). Aquí la mujer, alienada de romanticismo, dejó de preocuparse por su situación socioeconómica, aun cuando dicha situación quedaba precariamente en manos de una sola persona, el marido. El nuevo orden capitalista burgués sometió a la mujer, por completo, al dominio socioeconómico del varón. Así, bajo el orden aristocrático de la ilustración, a la mujer se le reconoció cierta capacidad de auto administrarse, mientras que, bajo el orden burgués decimonónico, a la mujer se la supeditó a pleno tutelaje masculino (por ejemplo, para la aristocracia ilustrada la mujer podía manejar el dinero que le era asignado y, entre otras cosas, podía comprar su propio vestuario, en tanto que, para la burguesía victoriana, era el varón quien debía administrar el dinero e incluso este podía decidir cómo debían vestir su esposa e hija).
Cabe anotar que sí, bajo el orden capitalista burgués, hubieran primado las premisas igualitarias de la ideología liberal, la mujer quizás habría adquirido, más prontamente, la potestad de casarse con quien se le pegara la regalada gana (lo que implicaba la posibilidad de casarse con quien ellas consideraran conveniente), pero el romanticismo oblitero por completo esa posibilidad y le impuso a la mujer una sola “opción”, casarse por amor. En el extremo, algunas mujeres solteras y románticas, si su familia se oponía rotundamente a un “amorío”, podían optar por fugarse con el pretendiente, pero ello las entregaba por completo al susodicho (para la mentalidad burguesa la mujer soltera que huía con un varón, aun cuando se casara, quedaba deshonrada, por lo que su familia podía repudiarla, mientras que la familia del “amado” podía tenerla como despreciable).
El advenimiento de la sociedad capitalista burguesa, entonces, implicó peoría para la situación de la mujer. Las mujeres quedaron sometidas a una serie de mandatos sociales, que hicieron más severa su situación de opresión. Aunque el romanticismo se encargó de enmascarar la realidad y terminó convirtiendo la situación opresiva de la mujer, no solo en aceptable sino, también, en deseable.
En el ámbito genérico, el orden burgués marginó por completo a las mujeres, las subordino al poder masculino y las relegó al ámbito privado, a la esfera de lo domestico (mientras que, en el antiguo régimen aristocrático, las mujeres no solo tuvieron cierta participación en el ámbito público, sino que, también, llegaron a ejercer ciertas cuotas de poder en sus comunidades).
Hacia mediados del siglo XIX, la pseudo ciencia burguesa naturalizó las distinciones entre mujeres y varones, es decir, que asumió las distinciones de género como inherentes en la biología humana, a la “naturaleza humana”. Indudablemente estas distinciones de género tenían un origen más bien social e histórico, el régimen patriarcal sancionado por el orden burgués. Esto solamente fue posible, gracias a que la ideología romántica, surgida a finales del siglo XVIII, allanó el camino para la naturalización del género. La ideología romántica, en primer término, hizo de la dominación masculina una moralidad y, luego, convirtió dicha moralidad en aspecto indesligable de la existencia social humana (de ahí a transformarla en inherente y natural no hubo más que un paso).

              2. “La Condesa de Vilches” (1853). 
    Cuadro del pintor romántico Federico Madrazo. 

Es aquí que el romanticismo, enmascaró diversas prácticas de dominación masculina bajo la forma de un ideal, el de la caballerosidad, ideal que suponía ciertas cuotas de altruismo y desinterés, que hallaban su más acabada expresión, en el trato que los varones, supuestamente, debían dispensar a las mujeres. Para el romanticismo la protección de la mujer se convirtió en la principal de sus motivaciones (protección que estaría a cargo de una figura superior, dominante: el “caballero andante”, el “príncipe azul”). La mujer, en tanto debía ser protegida, era objeto de puntillosos cuidados y atenciones (tenderle la mano ante un desnivel, abrirle la puerta, acomodarle la silla, mantenerla, etc.). Pero si la mujer requirió de protección masculina, fue porque el régimen capitalista burgués la dejó en clara situación de vulnerabilidad, sometiéndola legal y jurídicamente al varón (poniéndola bajo su patria potestad), y convirtiéndola en una interdicta a nivel social y económico (al negarle toda posibilidad de valerse por sí misma).
El romanticismo, entonces, fue el discurso social que convirtió la dominación patriarcal y machista, del orden capitalista burgués, en un régimen social positivo, aceptable, válido y legítimo (trastocando las percepciones hasta el grado de hacer pasar la fantasía, de novela o cuento de hadas, por realidad). Gracias al romanticismo, las mujeres asumieron la subordinación femenina como su reivindicación existencial por excelencia, mientras que el trato “romántico” (verdadero protocolo social que confería a la mujer, el trato dado a un ser incapacitado o minusválido), en lugar de ser asumido como degradante, fue considerado como buena educación, cortesía, galantería, caballerosidad.
Aun en el presente, muchas mujeres no consideran que la caballerosidad sea muestra de machismo disfrazado o que el romanticismo encubra relaciones de género inequitativas. Lamentablemente algunas mujeres consideran aun, que su realización personal depende de una relación soñada con un romántico galán caballeresco. Indudablemente, si un varón le grita a una enamorada, existen serias probabilidades de que en un futuro la golpeé. Y de la misma manera, si un varón enamora a una mujer tratándola como a un ser dependiente, necesitado de que le abran puertas, acomoden asientos o paguen cuentas, el más que probable paso siguiente sería, que en un futuro intente someterla y controlarla, ¡dominarla! He aquí la verdadera esencia del romanticismo, quien tenga oídos, escuche.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes:
1. Imagen tomada de: foroxerbar.com

2. Imagen tomada de: es.wikipedia.org

lunes, 9 de diciembre de 2013

LA MUJER Y EL ROMANTICISMO (I).

Queridas amistades:
Les envió muchos saludos y buenaventuranzas.

Meses atrás, en una reunión amical, en medio de amenas conversaciones, salió a flote el tema del romanticismo. La mayoría de nosotros asumió que aquel discurso social, aquella ideología burguesa, era completamente negativa, pero un amigo se permitió plantear cierta defensa sobre la cuestión. A grandes rasgos el susodicho arguyó que el romanticismo, había supuesto: “la liberación de la mujer” (fueron sus términos exactos). Frente a semejante postura, las críticas no se hicieron esperar y luego de un profuso intercambio de argumentaciones, el amigo tuvo que puntualizar su idea, limitándola al supuesto de que el romanticismo había: “liberado a la mujer del contrato familiar” (en los casos de matrimonio impuesto).
En aquella conversación, el amigo incurría en dos graves errores, el primero consistía en disociar el discurso de la realidad (el muchacho parecía dar completo crédito a los postulados idílicos del romanticismo, sin detenerse a cuestionar los intereses o motivaciones de tales enunciados). De esta manera, el amigo postulaba, como ejemplo de la supuesta liberación femenina,  el reconocimiento romántico de la voluntad de la mujer, facultad individual por la que, supuestamente, la mujer podía escapar a una imposición matrimonial (pudiendo rechazar o aceptar a un pretendiente designado por la familia). En el extremo, el amigo planteaba que dicha voluntad quedaba plasmada en la fuga (romántica), es decir, en la escapada voluntaria de la mujer con su amado (situación que, supuestamente, se daba cuando la familia se oponía a la relación). Para mayor desconcierto, el segundo error consistía en suponer que la voluntad femenina, bajo el influjo romántico, era prístina, inmaculada y por completo libre.
No tengo palabras para describir mi estupor e incredulidad, por lo que utilizare las líneas siguientes, en explicar por qué el amigo estaba en el error (lo cual es en el fondo un pretexto para hablar sobre este tema). El romanticismo no es, bajo ninguna circunstancia, un discurso progresista, no supuso superación social de ninguna especie y, más bien, coadyuvo, en notable medida, a la implantación de una orden burgués dominador y opresivo. La ideología romántica, si bien surgió como una “reacción” a los postulados de ciertos discursos sociales desarrollados bajo el antiguo régimen feudal aristocrático (básicamente al neoclasicismo y al racionalismo de la ilustración), contribuyó, en gran medida, al aferramiento e inmovilización del nuevo orden capitalista burgués.
Durante la ilustración (bajo el régimen feudal aristocrático), las clases burguesas, que disputaban el poder político a las clases aristocráticas, además de cuestionarles su viejo orden entumecido y anquilosado, postularon a la ciencia (al conocimiento científico) como el discurso propicio e idóneo, sobre el cual debía levantarse un orden social nuevo, orden que, supuestamente, regiría a toda humanidad. Sin embargo, una vez alcanzado el poder (tras las revoluciones burguesas de entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX), las clases burguesas hicieron a un lado el talante crítico y cuestionador que preconizaban antaño y se dedicaron a naturalizar y sacralizar su nuevo orden social. Para ello, tomaron su capitalista y burgués orden social, lo esquematizaron y, luego, lo presentaron como forma ideal y definitiva de organización social. El discurso social que se instrumentalizó como herramienta de este alienante proceso de idealización (naturalización y sacralización), no fue otro que el romántico (no es casual que la impronta romántica se dejara sentir en todos los ámbitos sociales, desde la ciencia hasta los afectos, pasando por la política y la economía). Al respecto, mientras la burguesía ilustrada del siglo XVIII postulaba que el estado liberal, era solamente una forma perfectible de organización política, la burguesía empoderada del siglo XIX (que además se hallaba saturada de romanticismo), clamaba que el estado liberal era la forma más acabada de organización política; y mientras la burguesía ilustrada postulaba que el mercado era una forma racional de organizar la economía, para la burguesía romántica el modelo cabal de organización económica no era otro más que el mercado.

1. Pintura romántica: "La Libertad guiando al pueblo", Delacroix (1830).

En el terreno de las relaciones interpersonales la situación no fue distinta. Las interrelaciones familiares y genéricas también fueron naturalizadas y sacralizadas. El romanticismo no hizo sino convertir las relaciones burguesas de familia y género en ideales sociales (ideales que no se tomaron como simples guías referenciales, sino que se erigieron en parámetros ineludibles, en los que todo ser humano, forzosamente, debía “encajar”). Pero las relaciones familiares y genéricas que se implantaron bajo el orden capitalista burgués, se hallaban fuertemente condicionadas y hasta determinadas por el patriarcado machista (régimen inveterado de poder que perduraba desde tiempos arcaicos, trascendiendo formaciones sociales y modos de producción). Fueron estas relaciones familiares y genéricas, impregnadas de patriarcalismo, las que el orden burgués capitalista impuso como naturales y legítimas.
En consecuencia, no necesariamente el orden burgués y su régimen romanticista supuso una superación progresiva de retrogradas y arcaizantes relaciones interpersonales. Para peor, en las postrimerías del orden feudal aristocrático (siglos XVII y XVIII) las relaciones familiares y genéricas, sin dejar de ser patriarcales, habían alcanzado ciertos niveles de equidad social (por lo menos entre las clases aristocráticas). Así, por ejemplo, las mujeres de la aristocracia, durante la ilustración, adquirieron notables e importantes cuotas de autonomía y poder, aunque siguieron subordinadas a los varones de su misma clase social (el orden burgués suprimió este empoderamiento femenino y las mujeres no volvieron a alcanzar similares cuotas de autonomía y poder, sino hasta el siglo XX). En tal sentido, la implantación del orden capitalista burgués si supuso un notable retroceso en el ámbito de las relaciones familiares y genéricas.
El orden capitalista burgués significó, en muchos sentidos, un progreso para los varones en general (pero principalmente para los varones de las nuevas élites), ya que el sistema burgués les reconoció derechos y libertades, que antes solo eran privilegios de las viejas élites aristocráticas. Pero en relación a las mujeres, el orden burgués no solo las relegó y confinó al ámbito privado, sino que las sujeto por completo al poder de los varones (en el caso de las mujeres pertenecientes a las clases aristocráticas, su situación fue mucho más clamorosa, ya que perdieron todo la autonomía, poder e influencia que habían alcanzado bajo el viejo orden feudal). Las clases burguesas, entonces, en su lucha por el poder, y como parte de su enfrentamiento con las viejas clases aristocráticas (durante los siglos XVIII y XIX, durante las revoluciones burguesas), repudiaron por completo los estilos de vida aristocráticos (tras considerarlos libertinos, decadentes y caducos).  Ello supuso que los niveles de equidad social, que se llegaron a plasmar en los estilos de vida de la aristocracia (específicamente en las esferas de lo familiar y lo genérico), también fueron repudiados por completo.
En su repudio por lo aristocrático, el nuevo orden burgués no mostro ningún talante crítico y en los ámbitos familiar y genérico simplemente “retrocedió” a formas patriarcales, machistas y retardatarias de organización social. Aquí el romanticismo coadyuvo no solo a que este desigual e inequitativo nuevo orden de cosas se implantara, sino que, también, se mantuviera por mucho tiempo. Siendo así, mientras el orden burgués estuvo bajo el influjo romántico, excluyó a las mujeres de las libertades y derechos que si le reconocía a los varones y solo cuando el romanticismo fue expectorado del ámbito político (a mediados del siglo XIX), las mujeres empezaron a ser reconocidas como sujetos de derecho (no es casual que sea en la segunda mitad del siglo XIX, que surge con fuerza lo que se conoce como el primer movimiento feminista, el de las sufragistas).
Cabe mencionar, que aquel “retroceso” referido anteriormente no fue gratuito. Tras las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, el nuevo orden social se consolidó en medio de un proceso de institucionalización marcado por la severidad, el rigor y el autoritarismo. Al respecto se encuentra que en el ámbito político, se sucedieron varios regímenes autoritarios, militaristas y hasta reaccionarios (el régimen militarista en Prusia, el régimen imperial en Francia, los ministerios de Wellington en Inglaterra, los absolutismos restaurados tras la caída de Napoleón, el sistema de la Europa de los congresos, etc.), mientras que en el ámbito cultural descolló, de manera rotunda, la llamada “época victoriana” (signada por un puritanismo de corte abiertamente conservador).

2. Pintura romántica: "Episodio de la revolución belga de 1830", Gustave Wappers (1834).

Debido a todo ello, el paso del orden feudal aristocrático al orden capitalista burgués implicó muchos cambios y transformaciones sociales, teñidos con aquel talante severo, autoritario y conservador. Dicho talante no hacía más que hacer eco en viejas y retrogradas formas patriarcales y machistas de poder (o en términos más precisos, el autoritarismo y el conservadurismo burgués apenas eran, en sí, una actualización de viejas formas patriarcales y machistas de poder).
En consecuencia, el patriarcal y machista orden capitalista burgués vulneró gravemente las existencias mujeriles, situación que fue enmascarada plenamente por la ideología romántica. Gracias a aquella ideología burguesa, la subordinación y opresión mujeril fue embellecida e idealizada a niveles francamente inauditos, sin parangón en la historia (al respecto, mientras el cristianismo medieval convirtió la opresión femenina en prueba de valor y fe, ante la que solo cabía resignación, el romanticismo convirtió la opresión femenina en el apreciable y deseable ensueño existencial de toda mujer). El romanticismo, entonces, fue tan solo la primera escalada ideológica del orden capitalista burgués, para validar y legitimar la dominación varonil masculina (dominación que, más tarde, seria refrendada y naturalizada por el saber científico burgués [ojo no el conocimiento científico]). Aquí yace la verdadera cara del romanticismo, quien tenga oídos, escuche.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes:
1. Imagen tomada de: es.wikipedia.org
2. Imagen tomada de: en.wikipedia.org

lunes, 25 de noviembre de 2013

SOBRE DERECHOS Y ANIMALES.

Amistades mías:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.

1. Afiche por los
"derechos de los animales".
En innumerables ocasiones he sostenido sendas discusiones en torno a la noción de “derechos de los animales”. Al respecto, varias amistades, unas vegetarianas, otras críticas a las corridas de toros y peleas de gallos, algunas ecologistas y unas cuantas poseras, consideran que los animales merecen protección humana (algo en lo que estoy completamente de acuerdo). Sin embargo, nuestras discrepancias empiezan cuando ellas y ellos hablan de “derechos de los animales”. Allí yo sostengo, de manera tajante y concluyente, que los animales no tienen derechos. Alguna vez un cura, pareja de un amigo, me replicó, que los animales tienen los derechos que la sociedad quiera reconocerle. Yo simplemente conteste que ni siquiera la legislación internacional les da ese trato a las mascotas. Para la justicia y la legalidad de cualquier país una mascota es solamente propiedad privada (y en el caso de los animales salvajes, la legislación internacional únicamente reconoce como seres sujetos a protección a los animales en vías de extinción).
En general, los derechos, tal como se les entiende en occidente, son, en conjunto, “facultades” que por sus características, solo resultan aplicables a los seres humanos (la noción que actualmente occidente tiene sobre los derechos, es planteada inicialmente por la ideología liberal, hacia finales del siglo XVII, aunque luego se universaliza). Por intermedio de la noción de “derechos” se reconoce a cualquier ser humano como persona, es decir, un individuo solo es persona en tanto se le reconoce como sujeto de derecho (y por ello el desconocimiento de derechos es una forma de despersonalización y de deshumanización). Se supone que el tener derechos es universal y absoluto, todos los seres humanos tienen derechos y no hay persona sin derechos o con derechos exclusivos o excluyentes.
Siendo así, hablar de derechos de los animales resulta un contrasentido, pues en los animales la tenencia de derechos no podría ser, de ninguna manera, universal, ni absoluta. Cuando se habla de derechos de los animales, se tendría que empezar a reconocer, que esta facultad apenas resultaría aplicable a ciertos animales, mas no a otros. Así, por ejemplo, se habla de que los animales tienen derecho a no ser maltratados, pero todos los animales destinados a la alimentación sufren muertes espantosas. Aves y mamíferos domesticados son degollados y dejados en agonía, para que se desangren, ya que si la sangre se coagula en los cuerpos, da “mal sabor” a la carne (bajo este método los animales se retuercen hasta morir desangrados). De otro lado los animales marinos no sufren mejor muerte. Los peces mueren de asfixia y aplastamiento, luego de que son sacados del agua y amontonados. En el peor de los casos, la mayoría de los moluscos y crustáceos, para evitar intoxicaciones, son cocinados vivos, ¡VIVOS! Si cualquier persona fuera sometida a un destino similar, lo más probable es que la palabra maltrato sería considerada un eufemismo inmoral.
Y si habláramos de parásitos, roedores (ratas y ratones), arácnidos e insectos, estos son muertos comúnmente por aplastamiento o envenenamiento, métodos no precisamente “humanitarios”. Peor aún, la humanidad, hasta la fecha, se ha venido comportando como parasitaria de los hábitats de otras especies, al grado de encontrarnos en un proceso de extinción masiva no visto desde el paso al holoceno. Si habláramos de derechos de los animales, tendríamos que empezar a reconocer, que la vida cultural humana es responsable, directa e indirectamente, del “genocidio” de innumerables especies. Al respecto, se especula que la expansión humana por el mundo originó la extinción de la mega fauna del pleistoceno, la sedentarización acarreó otra ola de depredación al medio ambiente (agricultura, deforestación, consumismo, etc.), las grandes civilizaciones (como la china o la romana) implicaron más extinciones en masa (tan solo los romanos exterminaron decenas de especies del norte de África, o sea centenares de miles de animales norafricanos). Y a ello habría que agregarse la vida de la sociedad moderna, capitalista e industrializada, responsable de depredaciones y contaminaciones ambientales sin parangón en la historia (el solo consumo de agua, electricidad y combustibles contribuye, directa e indirectamente, al mencionado “genocidio” animal).

2. Lazo por los
"derechos de los animales".
Mas al margen del derecho a la vida, podríamos decir otras tantas cosas del derecho a la libertad. Los animales destinados al trabajo son prácticamente esclavos. Equinos, camélidos, bovinos y hasta paquidermos han sido y aun son sometidos a trabajos durísimos y forzados, habiendo muy pocas organizaciones que protesten por que algunos animales sean entrenados para la monta, lleven carga o halen arados (y aquí no basta con decir campantemente, que se sustituyan animales por maquinas, ya que hay terrenos, trabajos y situaciones económicas que hacen prácticamente imposible tal sustitución). En el extremo, existe una forma completamente validada y aceptada de esclavitud animal, la cual no es otra que la tenencia de mascotas. Aquí muchísima gente protesta diciendo que las mascotas no son esclavas, sino todo lo contrario, integrantes de la familia. Sin embargo, tener mascotas ha sido y siempre será una demostración de estatus. En nuestra sociedad no hay mejor forma de demostrar integración social, “normalidad”, que teniendo mascotas. Mucha gente puede no tener espacio ni dinero para mantener adecuadamente un animal, pero aun así tienen perro, gato, canario o lo que fuere. Para dichas personas es indispensable tener aunque sea un perro en el techo o un loro en una jaula, pero no hay forma de no tener mascota (y ni que decir de la gente que tiene mascotas aunque no tenga dinero para darles de comer).
Aquí mucha gente me habla del afecto profesado hacia los “animales caseros”. Pero sería necesario recordar que a través de la historia, la tenencia de mascotas surgió como símbolo de estatus. Antes de las divisiones sociales debidas a la estratificación de la sociedad, los animales caseros fueron domesticados para cumplir un trabajo (así los perros eran guardianes, cuidadores, ayudantes del pastoreo y la caza, mientras que los gatos erradicaban bichos y roedores de graneros y casas). Con la profundización de la división social del trabajo, las élites convirtieron a sus perros y gatos en mascotas, en animales que ya no trabajaban, sino que servían única y exclusivamente para su deleite. Y cuando la costumbre de las mascotas se popularizó, surgieron los perros y gatos de raza, además de la cría de animales exóticos (mascotas que el “populacho” no podía tener). Aquí nadie niega los afectos que las personas pueden mantener hacia sus mascotas, pero ello no desaparece el hecho de que sigan siendo esclavas.
En la antigüedad, los amos esclavistas podían tratar bien a sus esclavas y esclavos humanos. Inclusive un amo podía amar a una esclava, darle trato de señora, poner a sus demás esclavos a su servicio, pero seguía siendo su esclava. En el extremo, mucha gente dice que la relación con las mascotas es preferible a la relación con otras personas, sin embargo, las mascotas no son responsables de los problemas psicológicos de socialización que tenga cada quien. Téngase claro entonces, que, en general, las mascotas no son animales libres, sino simple y llanamente esclavos (amados y bien cuidados pero esclavos al fin y al cabo).
Sin lugar a dudas la noción de “derechos de los animales” es cuestionable y peligrosa por donde se le mire. En primera instancia, porque ella implica, directa e indefectiblemente, la relativización de la noción de derechos. Esto en el sentido de que hay unos animales con más derechos que otros y hay animales con derechos y animales sin derechos. Aquí el mayor peligro proviene del hecho, de que si se relativizan los supuestos derechos de los animales, ello podría prestarse a que, tarde o temprano, alguien relativice igualmente los derechos de las personas. Y esto no es una paranoica exageración, dado que a través de la historia, muchos genocidios se han perpetrado a partir de la relativización de la condición humana del otro (sin ir muy lejos, el genocidio cometido por los nazis se realizó partiendo del desconocimiento de los derechos de diversos grupos humanos, del desconocimiento de la humanidad de judíos, gitanos, homosexuales, etc.).
En segunda instancia la noción de “derechos de los animales” implica, indirectamente, la banalización de la noción de derechos. Aquí el mayor peligro proviene del hecho, de que se “manosee” tanto la noción de derechos, que se le termine vaciando de todo sentido y significado. Y esto no implica la trivialidad de que se empiece hablar de derechos de las plantas, de las piedras o de los objetos de propiedad privada, sino de que se empiece a considerar tan vacua la noción de derechos, que empiece a dar igual el tenerlos o no tenerlos. Y esto no es otra paranoica exageración, puesto que en la práctica las llamadas minorías sociales vulnerabilizadas son nominalmente sujetos de derechos, pero de facto son cualquier cosa menos ciudadanos. En tales circunstancias, las personas pertenecientes a dichas minorías ven tan ajena la noción de derechos, que terminan no solo viviendo sin reclamar sus derechos, sino, también, aceptando su situación de discriminación y marginación como válida y legítima (al respecto la banalización de la noción de derechos terminaría convirtiéndose en el más efectivo mecanismo de sometimiento y dominación social).

3. Justo y necesario.
Como puede verse hasta aquí, hablar de derechos de los animales resulta completamente inapropiado. Lo más adecuado es, sin lugar a dudas, la noción de protección de los animales, es decir, que los animales no tienen derechos, sino que están sujetos a la protección humana. Indudablemente algunas personas observaran que se trata de una visión muy paternalista, pero, para bien o para mal, no hay de otra, dado el hecho de que la humanidad es la especie predominante sobre el planeta. El que los animales estén sujetos a la protección humana no es un derecho, es un obligación moral que la humanidad debería asumir con extrema responsabilidad. El futuro de la vida, tal como la conocemos en nuestro planeta, depende de que las personas se concienticen sobre esa obligación moral. Y así como muchas personas hablamos en voz alta de nuestros derechos, tendríamos que hablar con igual convicción de nuestros deberes, no solo en relación a otras personas, sino en relación a las demás especies que habitan en nuestro planeta, especies hacia las que estamos obligados a proteger y de las que, nos guste o no, somos directamente responsables.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: wiccabolivia.org
2. Imagen tomada de: noviviendoenmundovivo.blogspot.com
3. Imagen tomada de: observancia.blogspot.com

lunes, 11 de noviembre de 2013

EL GUETO MACHISTA MASCULINO.

Queridas amistades:
Les saludo y les envió mis mayores parabienes.

1. Afiche del film: "Dioses".
Dioses es una interesante y recomendable película del director Josué Méndez, en la que se pretende retratar las míseras interioridades de la clase alta limeña. En dicha película, la élite de la capital peruana es presentada, como un grupo social que vive al margen del resto de la sociedad. Lo preocupante es que la clase alta peruana en general y limeña en particular vive realmente en un gueto y aunque este espacio aislado es marginal, ello no se debe, en manera alguna, a la penuria económica. No hay pobreza sino todo lo contrario, reina el desahogo y el lujo. Para la película, la burguesía de Lima se desenvuelve entre el desenfreno y la hipocresía en un medio frívolo y hermético. En la práctica, la élite limeña en general se conduce como heredera del ordenamiento colonial de castas, ordenamiento en el que predominan y se imponen a otros grupos sociales.
A primera vista se trataría de una situación muy particular, propia del Perú. Sin embargo, en varios países de Latinoamérica las élites burguesas también se aíslan con mayor o menor hermetismo, aunque igual exhiben su elitismo y ostentan su perniciosa miseria moral (especialmente en aquellos países donde la población “indígena” es numéricamente importante y hasta mayoritaria). Se trata, entonces, de un régimen marcadamente clasista, regido por la burguesía.
En estos guetos elitistas (clasistas), que fungen, entre otras cosas, de espacios de convivencia y socialización, la élite burguesa se asume como superior y se permite plasmar relaciones de poder verticales, inequitativas y discriminatorias, relaciones que, en primera instancia, son impuestas a sus propios trabajadores (su “servicio doméstico”). Empleadas y empleados son considerados sujetos no solo subordinados, sino diferentes, inferiores y en muchos casos, merecedores de desprecios, malos tratos y abusos (cuéntese el uso de uniformes de “servicio”, el destinamiento de espacios diferenciados, la permanencia de 24 horas al día en el centro de labores [la casa], las jornadas abusivas de trabajo, etc.).
Tanto el aislamiento en este gueto,como la situación económica privilegiada, le permiten a las clases burguesas la permanente reproducción y perpetuación de su arcaico régimen social clasista (reproducción y perpetuación de efectos no limitados única y exclusivamente al gueto elitista, sino de amplia y duradera repercusión social). Hacia afuera del gueto, las élites burguesas,amoldadas a su situación alienada, no dudan en comportarse de manera arrogante y prepotente. Pero hacia afuera del gueto también se encuentran con el régimen social de ciudadanía, régimen con el que sus hábitos y costumbres elitistas se estrellan, no sin mucho estrépito de por medio. El régimen ciudadano de igualdad y no discriminación se halla en las antípodas de su gueto.
Este absurdo régimen elitista solo tienen parangón con lo que se denominara el gueto machista masculino (asemejable al gueto clasista burgués). El gueto masculino es menos focalizado que el gueto burgués, pero es igual de vertical, inequitativo y discriminatorio(son espacios diversos de socialización en donde los varones se congregan de manera preferente o exclusiva). En estos guetos masculinos los varones se permiten expresar, consciente o inconscientemente, lo que ellos consideran su “hombría”, aunque realmente lo que hacen es expresar, en muchos aspectos, su machismo. El gueto masculino no es otra cosa, que un espacio en el que los varones se permiten comportarse como “hombres”, se permiten ser machos (de la misma manera en que los burgueses, en sus guetos, se permiten ser “señores”, dueños, amos).

2. Abuso machista.
En el pasado el varón dominaba la sociedad. Dominaba el espacio público y el privado y era, a no dudarlo, el único e indiscutible regidor del orden social. Los varones constituían una verdadera élite, frente a las mujeres que se hallaban subordinadas y domeñadas a su voluntad. Con el tiempo, el accionar de los diferentes movimientos sociales (principalmente el feminista), de una u otra manera, conllevó a la liquidación (si bien no definitiva) de ese mundo de “hombres” y permitió el advenimiento de una sociedad menos injusta e inequitativa. Las mujeres ganaron espacios sociales, tanto en el ámbito privado como en el público y, sobre todo, se empoderaron. Sin embargo la sociedad no se hizo igualitaria, si bien el régimen machista se redujo notablemente, los varones aún conservan considerables ventajas (privilegios) e importantes cuotas de poder.
Una de las razones por las que no se concreta un anhelado horizonte de igualación social entre varones y mujeres, es, sin lugar a dudas, la existencia y pervivencia de este innegable gueto masculino.La existencia de semejante espacio (el gueto masculino) permite, de manera clamorosa, la reproducción y perpetuación no solo de muchos usos, hábitos y costumbres machistas, sino de verticales y abusivas relaciones de poder y de dominación.
Los varones machos no reconocen (ni quieren reconocer), que lo que ocurre dentro de su gueto no se limita allí, ni permanece allí, sino que se proyecta y repercute afuera (hacia el resto de la sociedad). Las desigualdades de género perviven, gracias a que los varones no renuncian a los privilegios y cuotas de poder, que se expresan, celebran, vivifican y refuerzan,material y simbólicamente, en su gueto. En tal gueto se validan y legitiman las desigualdades de género, pues con el se confirma un supuesto derecho a contar con: a) sendos privilegios (además del espacio propio exclusivo y excluyente, se cuentan actitudes y comportamientos, como la agresividad, la vulgaridad, la asquerosidad, etcétera, que son practicados en el gueto y que, en escala menor, se proyectan, consciente o inconscientemente, hacia otros espacios sociales), y b) significativas cuotas de poder (poder que les confiere el sentirse, asumirse y mostrarse, tanto en privado como en público, superiores, machistas, sexistas, misóginos, homofóbicos, etc.).
El auge del movimiento feminista primero y lésbico gay después (con la consiguiente visibilización de la homosexualidad) coadyuvaron a la proliferación de espacios formales e informales solo para varones (con parámetros rígidos y severos). Frente a los movimientos feminista y lésbico gay, los varones machistas reaccionaron fugando a espacios cada vez más herméticos y cerrados. En estos espacios diversos (que abarcan desde el decimonónico salón de negocios para caballeros a la contemporánea canchita de fútbol barrial), los machos se permitían y permiten actitudes y comportamientos, que ya no se podían ni pueden practicar en otros espacios sociales (en el espacio público principalmente, pero también, en relativa medida, en el espacio privado [por ejemplo no en el negocio, pero si en la casa]). En el gueto masculino abundan las demostraciones abusivas de poder(tanto directas como indirectas, verbales y/o físicas, materiales y simbólicas etc.), demostraciones de superioridad, sexismo, misoginia y homofobia (así, en muchas canchas de futbolito, los varones se agreden, denuestan y humillan, se ridiculizan y minimizan, a sí mismos y a los demás, a través de mofas, burlas y guaseos [tratándose de tontos, lerdos, gansos, etc.] y a través de feminizaciones y mariconizaciones [denigrando, de paso, la feminidad y la gaydad]; allí los machos se enfrascan en constante competencia de dominio y sumisión).
La defensa cerrada que los varones machos hacen de estos espacios (y de las conductas y comportamientos allí asumidos), siempre se basan en justificaciones que carecen de cualquier asomo de autocrítica (justificaciones tales como “así se comportan los hombres”, “así son [somos] los hombres”, “necesito expresarme como hombre” [“necesitamos expresarnos como hombres”], etc.). Con la deliberada exclusión de mujeres y gays (o trans), ya sea parcial o completa, solo se refuerza la naturaleza del gueto (exclusión que puede expresarse de maneras diversas, desde la cortesía a la franca hostilidad). Al fin y al cabo el macho bruto, salvaje y troglodita está prácticamente proscrito de otros espacios sociales.

3. Equidad entre mujeres y varones.
Mientras exista el gueto masculino, las posibilidades de acabar con las desigualdades de género seguirán siendo precarias. Un real y formal horizonte de igualdad entre mujeres y varones depende, en notable medida, de que el gueto masculino desaparezca. Mientras que haya varones que defiendan la validez y legitimidad del gueto masculino, habrá machismo (y sus conspicuos representantes serán precisamente aquellos varones que defiendan el gueto).

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes:
1. Imagen tomada de: lamula.pe
2. Imagen tomada de: blog.pucp.edu.pe
3. Imagen tomada de: escsecfridakhalo0646.blogspot.com

lunes, 28 de octubre de 2013

DE PROCESIONES Y MARCHAS (EL “SEÑOR DE LOS MILAGROS” VERSUS EL “ORGULLO LGBTI” [LÉSBICO, GUEI, BI, TRANS E INTERSEXUAL]).


Queridas amistades:
Les envió mis saludos y mis mejores deseos.

1. Procesión del "Señor de los Milagros".
Llegó octubre y en Lima, la capital del Perú, las calles se ven invadidas por la procesión capitalina más grande del continente: la del “Señor de los Milagros”, que es, a no dudarlo, una gran manifestación religiosa, que, a decir de muchas y muchos católicos, es la más importante del país. Ello puede ser discutible, pero eso no es materia de esta presente entrega. Lo cuestionable aquí es la invasión del espacio público con una manifestación religiosa (algo inadmisible en un país moderno donde la separación de iglesia y estado sea real). Y frente a los cuestionamientos que hacemos algunas y algunos activistas lésbicos, gueis y trans sobre semejante invasión, mucha gente, al parecer defensora de la manifestaciones religiosas en público, replica que lesbianas, gueis y trans también invadimos la calle con la marcha del “Orgullo LGBTI”.
Ante esta comparación entre procesión y marcha, mi respuesta inmediata fue: “El que un acto religioso como la procesión invada el espacio público es herencia colonial, su realización obedece a una mentalidad pre moderna. La marcha LGBT es una acción política y el espacio legítimo para la política es el ámbito público. Contrariamente, en un país civilizado, donde hay verdadera separación de iglesia y estado, la religión es parte del ámbito privado y no tiene cabida en el ámbito público. Obviamente, para quienes no cuestionan la retrograda herencia colonial, el que la religión usurpe el espacio público no tiene nada de malo”.
La respuesta inmediata a este planteamiento, fue que ambas, marcha y procesión, toman la calle y generan molestia, ergo, si son comparables. Pero esta respuesta revela precisamente que no hay una mirada crítica sobre la cuestión. No hay punto de comparación entre una manifestación política y una manifestación religiosa, entre la práctica política y la práctica religiosa, entre el uso político y el uso religioso. Precisamente no ver la diferencia revela desconocimiento sobre la vida cívica de un moderno estado democrático. Asumir que política y religión son equiparables, o que son la misma cosa, pone en evidencia una percepción que no tiene clara la delimitación entre lo eclesial y lo estatal, entre la religión y la política, entre lo privado y lo público (precisamente el tipo de percepción que regía el mundo premoderno, medieval o colonial, de cuándo estado e iglesia estaban ligados indisolublemente, de cuando había teocracia y no democracia).
No se puede comparar lo político y lo religioso, no solo porque sus esferas de desenvolvimiento son disimiles, sino porque su carácter en si es incomparable. Ahora bien, en referencia al carácter de lo político y lo religioso, mientras en política todo aquello que se plantea puede estar sujeto a crítica y cuestionamiento, en religión mucho de lo que se plantea, es, en definitiva, considerado como indiscutible e incuestionable. Tanto la política como la religión están conformadas por un conjunto variado de ideas, pero la base indispensable para la investigación y formulación de un sistema político de ideas es el análisis crítico, en cambio muchas de las ideas religiosas son cuestiones de fe, de dogma, lo cual quiere decir, que no hay ninguna cabida para el análisis crítico.
De otro lado, las esferas de desenvolvimiento político y religioso son harto disimiles. Cuando el orden capitalista burgués impuso la separación de lo público y lo privado (entre finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX), expulsó a la religión del ámbito público, para conjurar su perniciosa intervención sobre la vida público política de la sociedad. Pero también se recluyó a la religión en el ámbito privado, como una forma de protección. La religión, en el ámbito privado, quedó salvaguardada como una cuestión de conciencia, es decir, una dimensión en la que la crítica y el cuestionamiento no tienen cabida posible.
Lamentablemente, muchas y muchos creyentes defienden una supuesta prerrogativa (o ¿derecho?) de la religión a manifestarse públicamente. Pero esta supuesta prerrogativa implica una nula tolerancia al cuestionamiento. Bajo el derecho a la libertad de conciencia, las y los creyentes claman que no hay cuestionamiento posible a su profesión de fe. Sin embargo, dichas y dichos creyentes pretenden que ese derecho a que no se cuestionen sus creencias, se extienda, del ámbito privado, al ámbito público. En otras palabras, muchas y muchos creyentes pretenden que su religión transite en el ámbito público, con las mismas prerrogativas que se le reconocen en el ámbito privado.

2. Marcha del "Orgullo LGBTI",
del 2013 en Lima.
Aquí la comparación de las procesiones religiosas con la marcha del “Orgullo LGBTI” adquiere su verdadera dimensión. Así, mientras la marcha del “Orgullo LGBTI” está abierta a crítica y cuestionamiento (incluso en lo referente a su derecho a ocupar el espacio público), las procesiones religiosas son defendidas bajo la premisa, de que su “derecho” a ocupar el espacio público no puede ser cuestionado. En tal sentido, la marcha del “Orgullo LGBTI” se pliega a los principios que rigen el ámbito de lo público, que son los de la política.
Al respecto, el activismo lésbico, guei y trans plantea que su ocupación del espacio público, obedece a dos planteamientos políticos puntuales: a) la visibilización (en respuesta a la invisibilización heterosexista de las diversidades genéricas y sexuales), y b) la protesta (ante las desigualdades e inequidades en materia de derechos). Aquí el activismo lésbico, guei y trans reconoce sin problemas, que en un horizonte de referentes equitativos y derechos igualitarios la marcha desaparecería, pues no tendría razón de ser. De otro lado, las y los defensores de las procesiones plantean, que su ocupación del espacio público es un “derecho” (¿su derecho a la libertad de expresión?). Aquí las y los procesionistas de ninguna manera asumen, que ocupar las calles pueda no ser “su derecho” o que tal ocupación pueda ser arbitraria, injusta o antidemocrática.
Al respecto, las procesiones son un vestigio anacrónico y retardatario de la época feudal y colonial. Precisamente en la época colonial (y feudal) no había separación entre iglesia y estado. La religión, entonces, al estar imbricada en las estructuras del estado, ocupaba el espacio público. Aquí las iglesias consideraban que ello, más que su prerrogativa, era “su derecho” (su “derecho divino”). En consecuencia, el espacio público era considerado “su espacio” (y ello era asumido como una cuestión de fe, como un dogma, razón por la que las iglesias hacían y deshacían a sus anchas y a su placer en el espacio público).
Actualmente, la permisividad hacia la intrusión eclesial en el espacio público es una abierta invitación a la intervención eclesial en otras áreas del ámbito público (ya que si se considera legítimo que la religión intervenga el espacio público, ¿porque no sería igualmente legítimo que la religión intervenga en otras áreas del ámbito público?). Hoy por hoy, en Latinoamérica, pasar del espacio público a las políticas públicas no parece ser un problema para las iglesias cristianas. Aquí lo lamentable es que el sentido crítico de mucha gente se diluye ante la religión. Siendo así, algunas personas cuestionan el que las iglesias se beneficien con el uso de recursos públicos (mediante la subvención del clero o la excepción de impuestos), pero no cuestiona que las iglesias se beneficien con el uso del espacio público (aquí los criterios usados son altamente selectivos y contradictorios, pues ante el común usufructo de la cosa pública, se cuestiona de un lado, pero se valida del otro).
En este punto algunas y algunos dirán, que la marcha del “Orgullo LGBTI” también se beneficia del uso del espacio público, pero no toman en cuenta que el fin de dicha manifestación es legítimamente político. La marcha del “Orgullo LGBTI” tiene como objetivo político, generar conciencia a través de la visibilización y la protesta (ante una sociedad que invisibiliza y discrimina), pero cualquier procesión, en el mejor de los casos, tendría por fin el proselitismo religioso. Sin lugar a dudas, algunas y algunos defensores de las procesiones dirán que ambos son objetivos proselitistas, pero mientras el activismo LGBTI hace proselitismo a favor de las existencias genéricas y sexuales diversas (a favor de su sobrevivencia), las iglesias ocupan el espacio público como forma de mantener su influencia social, pero, también, y sobre todo, su poder político.
Aquí yace la verdadera cuestión. Las procesiones no son, como piensan muchas y muchos creyentes, una simple manifestación de su fe. La religión no requiere de semejante demostración para sobrevivir, es más, hay una vasta legislación burguesa que protege y favorece a la religión y sus iglesias (mediante el derecho a la libertad de conciencia, la excepción de impuestos, la enseñanza religiosa, etc.). Por consiguiente, la expresión religiosa en el ámbito público no es más que un instrumento de poder, instrumento que, en mayor o menor medida, permite a las iglesias posicionarse como instancias de apelación y de autoridad sobre la sociedad. Es por ello que, en Latinoamérica, la iglesia católica, para mantener alguna sombra de su antiguo poder político (colonial), se entromete, directa o indirectamente, en el ámbito público (lo que abarca desde el espacio público hasta las políticas públicas). Y, lamentablemente, ello es imitado por otras iglesias cristianas. En tal sentido, no es casual que, en Latinoamérica, las iglesias en general tengan mayor poder y se muestran más autoritarias, en aquellas regiones donde sus manifestaciones públicas son más notables y fuertes.

3.  No a la ocupación religiosa
del espacio público.
En suma, las procesiones no son inofensivas manifestaciones públicas de fe (quizás las y los creyentes mejor intencionados lo sientan así). En realidad, las procesiones son vulgares instrumentos de poder, en manos de una iglesia hambrienta de mantener una posición de dominio sobre la sociedad. La marcha del “Orgullo LGBTI” en cambio no aspira ni remotamente a semejante posición. Pretender, entonces, que procesión y marcha son manifestaciones equiparables, en tanto ambas ocupan el espacio público, resulta francamente absurdo.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1.- Imagen tomada de: peru21.pe
2.- Imagen tomada de: laprimeraperu.pe
3.- Imagen tomada de: intereconomia.com

martes, 15 de octubre de 2013

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS.

Amistades mías:
Les envió muchos saludos y mis mejores deseos.

1. El sueño de Jacob,
José de Ribera, 1639.
Hace poco vi un programa televisivo en el que una oronda señora, que además de afirmar que leía cartas y adivinaba el futuro, decía que interpretaba los sueños. No acostumbro detenerme a ver esta clase de “entretenimientos”, pero se me hizo imposible dejar de presenciar cómo se daba la situación, no solo porque mucha gente crédula se prestaba a la “develación” de su onirismo, sino por la clase absurda de interpretaciones que se manejaba. Para muestra un botón: un sujeto contaba que en su sueño, él quería subir una montaña y luego de intentar vanamente escalarla, levantaba vuelo, la circundaba, hasta llegar a su cima, lugar donde quedaba posado, mirando la panorámica completa a todo su alrededor (obviamente no fueron sus palabras, pero esa era la idea). Según la “sabía” señora, el sueño significaba más o menos lo siguiente: el sujeto era un hombre “emprendedor” que intentaba “progresar” en la vida. Él tendría que “competir” para “ascender” socialmente y lograr el ansiado “éxito”. Y gracias a sus dotes de“emprendedor”alcanzaría rápidamente la meta de tener un“gran negocio”(todas las palabras entre comillas fueron mencionadas por la adusta pitonisa).
Ignoro de dónde provino semejante anagogía (y jamás pensé que el neoliberalismo seria vivificado también en nuestro subconsciente), pero me quedaba claro una vez más, que la interpretación de los sueños tenía más en común con las medievales “artes” alquímicas y astrológicas que con la ciencia.
A todas luces aquella experiencia era una farsa, sin embargo mucha gente considera que los sueños si revelan algo. Esta creencia no es nueva, se remonta a la antigüedad, data de miles de años atrás (hay registros escritos de interpretación de sueños de hasta 3,800 años de antigüedad). Actualmente mucha gente se dedica a ello, desde oniromanticas hasta psicoanalistas, la única diferencia radica en la pretensión científica de su significación. Mientras magas, brujos, adivinas y chamanes leen sueños apelando a un sentido místico y religioso ulterior, algunas y algunos científicos, desde la neurología ala psicología, leen sueños atribuyéndoles funcionalidades biológicas y/o psicológicas.
El problema radica en el hecho de que si los sueños realmente significan algo, su develación es altamente difícil, si es que no imposible de dilucidar. Los estudios psicológicos reconocen que los sueños pueden ser cualquier cosa. Desde Freud a Lacan, pasando por Maeder y Jung, ningún estudioso se atreve a caracterizar los sueños (por si mismos)de manera tajante y concluyente. Así, Carl Jung decía que:“sin duda, algunos los sueños exponen deseos o miedos cumplidos, pero hay muchos tipos más de sueños. Los sueños pueden ser verdades implacables, sentencias filosóficas, ilusiones, fantasías desenfrenadas, recuerdos, planes, anticipaciones, visiones telepáticas, experiencias irracionales y dios sabe cuántas cosas más”. Esto quiere decir, que sin reconocerse previamente que tipo de sueño se tuvo, develarlo o interpretarlo es completamente fútil.

2. El sueño (la cama),
Frida Kahlo, 1940.
Aproximarse a lo que puede significar un sueño determinado, es algo que no se encontraría a la mano de cualquiera. Al respecto, Freud reconvenía severamente contra los delirios interpretativos (más aun, Freud rechazaba la interpretación misma)y fue muy tajante en su postura de que un sueño debía ser abordado en el contexto de un estudio psicológico de la personalidad (una terapia psicológica). Y este último planteamiento no sería cuestionado ni siquiera por sus peores detractores. Es decir, que la psicología seria y científica reconoce, de manera tajante y concluyente, que un sueño es parte de un universo mental, que no puede ser abordado de manera aislada y descontextualizada (por esta razón, los sueños no deberían ser objeto de particulares interpretaciones, puesto que su significación mas plausible solo tendría pleno sentido en el contexto dela personalidad en su totalidad y no necesariamente en el de específicos sentires y emociones episódicos y/o circunstanciales).
Lamentablemente nuestro cerebro aún no ha sido debidamente estudiado y nuestra mente aún no ha sido bien comprendida, por lo que cualquier estudio o examen psicológico apenas pueden aproximarse, de manera parcial, a la psique humana. En esta situación, los sueños, en tanto productos de nuestro cerebro y nuestra mente, no tendrían por qué ser considerados, bajo ninguna circunstancia, objetos de superficial y fácil interpretación.
Concretamente, tratar de dilucidar un sueño seria como tratar de adivinar en que piensa un persona que de pronto se abstrae y se queda meditando. La persona podría estar pensando en lo último que se dijo, en lo que le ocurrió en la mañana, en algo que leyó e impresionó, en lo que paso por su delante hace unos momentos, en algo que soñó, en algo que le preocupa, en alguien que le gusta o detesta, etc. Las posibilidades de adivinar que piensa una persona son infinitas. Y de la misma manera, dilucidar lo que significa un sueño sería algo impracticable.
La pretensión de que los sueños (sus imágenes, símbolos o alegorías) develan algo interpretable por expertos no tiene ningún asidero científico. En el peor de los casos, las interpretaciones aisladas realizadas sobre el propio sueño o sobre los ajenos, solo se prestan, en gran medida, al engaño de incautos. El ejemplo más palmario es el de los llamados “sueños premonitorios”. Mucha gente cree y asume que existe la posibilidad de soñar con el futuro y se arman con un conjunto de ejemplos que por su número, podrían llegar a confundir y engañar a propios y extraños. Sin embargo, nada más simple que una jugarreta de nuestra mente.

3. Sueño causado por el vuelo de una abeja
alrededor de una granada
un segundo antes del despertar,
Salvador Dalí, 1944.
En estado consciente, despierta, la gente puede calcular diversos escenarios para un hecho o suceso determinado. Y entre más conocimientos se tengan sobre el hecho o suceso en cuestión, los escenarios tienen mayores posibilidades de ser certeros (incluso el escenario pensado puede coincidir con el hecho o suceso que se desarrolló tiempo después). Lo mismo ocurre con los llamados “sueños premonitorios”. Nuestra mente, en estado de sopor, puede anticiparse a algo que podría ocurrir, bajo una serie de escenarios. Digamos que la próxima semana se tiene una reunión y se sueña con ella, aquí nuestra mente, durante el sueño, podría plantear  diversas posibilidades. Cuando despiertos, muy poca gente, casi nadie, recuerda todo lo que soñó durante la dormida. Pero nuestra mente puede recordar el escenario anticipado que se soñó, solamente porque coincidió con lo acontecido(más aun, la mente tiene la capacidad de completar, de manera inmediata, un vago recuerdo, con detalles recién percibidos). En tales circunstancias la gente más crédula no tarda en clamar: ¡premonición!
Como se podrá ver, la interpretación de los sueños no es más que una patraña, aunque mucha gente jure y perjure que es un arte o una ciencia.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes:
1. Imagen tomada de: es.wikipedia.org
2. Imagen tomada de: wikipaintings.org
3. Imagen tomada de: museothyssen.org