lunes, 30 de noviembre de 2009

DÍA MUNDIAL DE LUCHA CONTRA EL SIDA.


Queridas amistades:
A la fecha, mucho se ha dicho sobre el VIH - sida y he aquí algunos datos a considerar:
Unos 25 millones de personas han muerto víctimas del sida desde su aparición a fines de los ’80. Y 66 millones fueron infectadas por el VIH.
Se estima que en el mundo hay unos 33,4 millones de personas que viven con el virus, muchas de ellas sin saberlo.



El sida, hoy por hoy, es inegablemente un pandemia y además, es una de las enfermedades mas mortíferas de la historia de la humanidad.
Luchar contra el sida es, pues, una importante labor que no debería estar limitada a unas cuantas instituciones, organizaciones y personas (las y los activistas en la lucha contra el sida), sino que es tarea de todas y todos.
Por tal motivo, cabe la pregunta ¿Qué es luchar contra el sida?, o mejor, ¿como luchan las personas comunes y silvestres contra el sida?
Conozco, hace años, a una amistad que se involucró en aquello del activismo sobre el VIH - sida. En algún momento, llegó a estar tan inserto en la movida activista, que lo llegaron a escoger para hablar sobre el estado de la cuestión ante el congreso de la república.
Más no se trataba (trata, aun sigue vivo) de un superhéroe, sino de alguien tan común y silvestre como cualquiera, pero que por su interés y su voluntad, sus ganas de comprometerse con algo en lo que el creía, lo llevaron a experimentar tal vivencia.
Consideremos ese el punto de partida para la cuestión, el interesarnos y tener voluntad de comprometernos en la lucha contra el sida.
Informarnos adecuadamente y tomar conciencia de lo que es el VIH - sida, sería un necesario segundo paso.
A partir de allí, se hace evidente un cambio de actitudes y conductas, no solo en lo referente a nuestra propia vida sexual, sino, también, en relación a nuestras interrelaciones sociales.
Lo primero creo que es claro, además de evitar prácticas de riesgo, es necesario interiorizar y concientizarnos acerca de la prevención y el cuidado que debemos tener en relación al VIH – sida (ya sea que estemos en condición de sero negativos, sero positivos o sero no lo sabemos). Si hablo de interiorización y concientización, es porque no basta con memorizar la información y actuar mecánicamente, es muy necesario que la información no quede a nivel superficial, pues ello solo conlleva a actitudes y conductas regidas por la hipocresía, la vergüenza, el miedo o la gazmoñería.



La lucha empieza por casa. Si no tenemos actitudes y conductas reales y concordantes con un discurso de lucha contra el VIH - sida, no solo no tendremos autoridad moral para aproximarnos a la cuestión, sino que, además, corremos el riesgo de ser puestos en evidencia por nuestras incoherencias.
A seguidas, el cambio de actitudes y conductas en relación a nuestras interrelaciones sociales se refiere, a que tenemos una serie de responsabilidades que, como miembros de la sociedad, debemos asumir asertivamente.
- es nuestra responsabilidad contribuir con la difusión de la adecuada información acerca del VIH - sida y ello implica, no solo hablar e insistir sobre el tema, sino, también, discutir y refutar aquellas opiniones y pronunciamientos que sean prejuiciosos o desinformados.
- debemos cuestionar las actitudes y conductas negativas de las y los demás en relación al VIH – sida (ya sea en la familia, entre nuestras amistades, entre nuestros conocidos y los desconocidos, etc.).
- debemos desalentar y reprobar las prácticas de riesgo ajenas, de las que tomemos conocimiento (ya sea en la familia, entre nuestras amistades, entre nuestros conocidos y los desconocidos, etc.).
- debemos desalentar, reprobar y hasta denunciar las prácticas discriminatorias, hacia personas que viven con VIH – sida, de las que seamos testigos (ídem).
- debemos alentar no solo las actitudes positivas hacia las personas que viven con VIH - sida, sino, también, su plena aceptación como miembros de la sociedad (ídem).
- debemos organizarnos y fomentar que las demás personas se organicen, para enfrentar, mancomunadamente, el impacto que origina el VIH - sida en nuestra sociedad.
Estas y otras actitudes y conductas son, precisamente, lo que nos hace participes de la lucha contra el sida. Como pueden ver, son acciones que, sin ningún problema, podemos poner en práctica todas y todos.
Entonces, no esperemos más, manos a la obra.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: gaymente.com
2. Imagen tomada de: minproteccionsocial.gov.co

lunes, 23 de noviembre de 2009

ETNOCENTRISMO Y GEOGRAFÍA.

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Queridas amistades:
Los saludo cordialmente y les deseo lo mejor.
Si se toman la molestia de revisar un atlas común o una enciclopedia de geografía, caerán, prontamente, en cuenta, de que los mapamundis, allí presentados, se caracterizan por mostrar la siguiente disposición: el continente americano al oeste u occidente, los continentes europeo y africano al centro y los continentes asiático y australiano al este u oriente.



Esta imagen, por más que la geografía sea una ciencia, obedece a una forma de mirar el mundo, a todas luces, etnocéntrica.
¿Que entiendo por etnocentrismo?, cada sociedad y cultura tiene una forma particular de ver el mundo, sin embargo, todas estas miradas culturales tienen en común, la perspectiva de que la propia cultura, los propios modos de vida, son superiores a otros. Tal es así, que en todas las sociedades y culturas, se considera que las formas de vivir, las costumbres, las creencias, etc., son mejores que las formas de vivir, las costumbres, las creencias, etc., de otros.
En suma, el etnocentrismo es la visión por la cual, el propio grupo es el centro de todo, mientras que los otros grupos son valorados en relación a él.
Este tipo de mentalidad es tan antigua como la cultura misma, aunque quien la registra por primera vez, fue Herodoto de Halicarnaso (el llamado “Padre de la Historia”) recién en el siglo V a.C.
La creencia en la propia superioridad se encuentra en diversas civilizaciones del mundo, como la china, la romana, la inca, la europea del siglo XIX, la estadounidense y la soviética en la segunda mitad del siglo XX, etc.
Esta mirada etnocéntrica fue aplicada, también, al ámbito de la geografía. Así, las diversas sociedades y culturas han cartografiado sus mapas, ubicando sus naciones al centro de ellos.
Por tal motivo, los mapas más comunes, en la sociedad burguesa occidental, ubican a Europa en sus respectivos centros, pero se encuentra, también, que los estadounidenses, desde siglos atrás vienen realizando trabajos de cartografía, en los que el continente americano se hallaba en el centro de sus mapas.



Por su parte, en China y Japón se han realizado y se realizan mapas, en los que sus respectivos países ocupan la ubicación central.



Y por si esto no fuera poco, las nociones de norte o septentrión y sur o meridión (mediodía) obedecen, igualmente, a una visión etnocentrica. Al respecto, ya desde el siglo XV, cuando Europa se lanza a colonizar el mundo, los cartógrafos europeos realizaron sus mapas, colocando su continente no solo en el centro, sino que, además, lo ubicaron en la parte superior, denotando, de esta manera, su supuesta preeminencia.
Es por esta razón, que, en el presente, se relaciona el norte con la parte de arriba y el sur con la parte de abajo, aunque no hay ningún motivo válido, para que Rusia, Europa y la América anglosajona se puedan ubicar en la parte sur, como el hemisferio meridional de los mapas.



Inclusive, si tomamos en cuenta que en la inmensidad del universo, las coordenadas humanas no tienen ningún sentido, pues en el espacio no hay ni arriba ni abajo, ni izquierdas o derechas, entonces no habría razón alguna para que los polos, en vez de ser considerados como septentrión y meridión, sean considerados como occidente y oriente.



En última instancia, la próxima vez que veamos un mapa de nuestro país, no hay motivo alguno para no colocarlo de cabeza o echado y considerar que esa es su real posición geográfica.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Mapamundi. Imagen tomada de: allposters.es
2. Mapamundia con America al centro. Imagen tomada de: alabamamaps.ua.edu
3. Mapamundi con China al centro. Imagen tomada de: paranoiasyos.blogspot.com
4. Mapamundi al reves. Imagen tomada de: blogs.elcorreodigital.com
5. Mapamundi de proyección UTM. Imagen tomada de: es.wikipedia.org

lunes, 16 de noviembre de 2009

EL AMOR EN OCCIDENTE.


Queridas amistades:
Reciban mis más cálidos saludos y parabienes.

Desde hace ya un buen tiempo, cada vez que el tema del amor sale a la palestra, mi respuesta casi invariable es: “el amor, tal como se le conoce en la sociedad occidental, es un invento del romanticismo decimonónico, creado para justificar el orden sexista y heterosexista”.
Conocedor de la estupefacción que origina mi respuesta en mucha gente, me veo precisado a explicar el porqué de ella.
Cuando uso la frase: “tal como se le conoce en la sociedad occidental”, lo hago porque cada sociedad y cultura concibe el amor de diversas formas. Ello implica, necesariamente, que las razones por las que una persona se enamora, también varían de una sociedad a otra, de una cultura a otra. Así en la sociedad occidental se concibe como enteramente posible, el que una persona se enamore de otra sin conocerla (el llamado amor a primera vista); mientras que en muchas sociedades premodernas se concibe que el enamoramiento, solo surge del conocimiento resultante de una vida mancomunada. Y si en la sociedad occidental se considera que la rutina y la costumbre debilitan, merman y acaban con el amor, para muchas sociedades premodernas el amor surgía de la rutina y la costumbre de una vida conjunta.
Lamentablemente, toda la diversidad de formas de concebir el amor, ha sido ignorada y negada por la mentalidad occidental. Al respecto, en occidente, al amor, y a los afectos en general, al igual que a la sexualidad, se les ha negado su carácter de productos sociales y culturales y se les considera, únicamente, como manifestaciones instintivas y naturales del ser humano.
Con esto no estoy negando que la gente sienta amor, lo que digo es que ese sentir amoroso está condicionado y hasta determinado por la cultura y la sociedad, lo cual hace posible que cada sociedad y cultura conciba tanto el amor como las razones para enamorarse (o desenamorarse) de diversas maneras, de múltiples formas.
La manera en la que la sociedad occidental concibe el amor, es la romántica. Al respecto, el romanticismo fue una corriente literaria, surgida en el siglo XIX, que conllevó a una profunda transformación cultural. Su repercusión en la mentalidad occidental fue tal, que cambio la manera en que se veía la vida en general. Por tal motivo, el romanticismo no solo influyó en las artes, sino, también, en la moral, en la filosofía, en la política (desde conservadores a progresistas y de liberales a socialistas) y hasta en la ciencia (la creencia en que la ciencia puede solucionar todos los problemas de la humanidad, es, precisamente, de origen romántico).
Con el tiempo, el romanticismo fue desterrado de las diversas instancias sociales (así, en la política, el romanticismo dio paso a postulados más realistas y pragmáticos), pero, lamentablemente, quedó restringido, limitado, al ámbito de los afectos (especialmente al del amor).


Digo lamentablemente pues el romanticismo en los afectos, al igual que el heterosexismo en la sexualidad, impidió el desarrollo y desenvolvimiento de manifestaciones y expresiones diversas.
El romanticismo, en tanto corriente ideológica, se opuso a la rigidez y a la racionalidad preconizadas por el neoclasicismo y la ilustración (corrientes hegemónicas durante el siglo XVIII). Como antítesis de aquellas, el romanticismo postuló la espontaneidad y la liberalidad en perjuicio de la ponderación y el sentido crítico. Con dicha corriente romántica, se abrieron las puertas a la fantasía (al libre fantaseo) y a la emotividad. En tal sentido, los románticos rindieron (y rinden) culto a los sentimientos y expresan su adoración por la sensibilidad; sensibilidad que es entendida como la capacidad de expresar, libremente, los sentimientos y las emociones. Estos sentimientos y emociones, para ser considerados como reales, como verdaderos (siempre según los románticos), deben ser, entre otras cosas, directos, pasionales y desprovistos de todo tipo de pensamiento reflexivo. En otras palabras, el romanticismo postula, en gran medida, la validación de cierto irracionalismo.
Queda claro, entonces, que entre las diversas improntas que legó el romanticismo, a la forma en la que occidente concibe el amor, se pueden destacar dos: la pasión y la irracionalidad.


Con respecto a la pasión, no es que el romanticismo la haya “inventado”, pues la pasión amorosa si se encuentra en diversas sociedades y culturas. La particularidad que tiene la pasión romántica, es la generalización de su sentir. Para el romanticismo, todas las personas somos capaces de enamorarnos apasionadamente, de amar apasionadamente y sin embargo, ello no se corresponde con la realidad.
Siendo el amor una capacidad, tal como lo reconoce un sector importante de la psicología, este está muy ligado a la autoestima (al amor propio) y a la madurez, es decir, que las personas con problemas de autoestima y/o inmadurez difícilmente han desarrollado su capacidad de amar. Más aún, la pasión responde a sentires particulares y así como hay gente se apasiona por cuestiones personales (ya sean las ocupaciones, los jobis, los afectos, etc.), no todas las personas nos apasionamos por las mismas cuestiones (no todos nos apasionamos por nuestras ocupaciones y/o jobis y no todos nos apasionamos por nuestros afectos y sentires). Esto implica, necesariamente, que no todas las personas se apasionan por el amor, es decir, no todas las personas se enamoran o aman apasionadamente.
Inclusive, no todas las sociedades o culturas exaltan la pasión en el amor, así, si tomamos a la literatura como una vitrina de la sensibilidad humana, el amor apasionado desaparece de los escritos europeos entre los siglos IV y X d.C.
Cabe mencionar que solo para el romanticismo, la pasión es sinónimo de cantidad, es decir, que en occidente se tiende a asumir, que la persona que ama apasionadamente es la que más ama. Sin embargo, la pasión solo implica intensidad, es decir, que una persona desapasionada puede amar más (y mejor) que una persona apasionada.
Con respecto a la irracionalidad, la creencia en que los sentimientos y las emociones son, necesariamente, irreflexivos e irracionales, choca, frontalmente, con la noción de inteligencia emocional.
Para el romanticismo, el amor, en tanto espontaneo y apasionado, se opone, radicalmente, a lo reflexivo y lo racional. Algo que, sin lugar a dudas, no tiene ningún asidero científico.
Para muchas sociedades premodernas, el amor si responde a cierta racionalidad, la cual se manifiesta a través de ciertos parámetros, tras los cuales enamorarse y amar es inconcebible. Así, en las sociedades de castas y estamentos, las gentes solo se enamoraban de y amaban a sus iguales (las gentes de su propia casta o estamento), es decir, que, en muchas sociedades premodernas, las diferencias de clase son razones de peso, que conllevaban a que el enamoramiento y/o el amor no se manifiesten. Esto queda evidenciado en la literatura europea del bajo medioevo y de la edad moderna, en donde el enamoramiento y el amor jamás traspasan la adscripción clasista.
Solamente con el romanticismo decimonónico, el amor se “volvió” tan irreflexivo e irracional, que la mentalidad occidental asumió como posible, el enamorarse o amar sin atender a las distinciones de raza, clase o cultura.
En occidente se asume que las distinciones de clase o cultura, no son, ni constituyen, impedimentos reales para enamorarse o amar. Sin embargo, muy poca gente, en occidente, considera como candidata o candidato para el enamoramiento o partner para el amor, a una persona que no comparta las mismas afinidades, gustos, creencias, etc., cuestiones que, incuestionablemente, son evidentes distinciones de clase y cultura.
Frases como “una no controla el amor” o “uno no decide de quien se enamora” (y otras más de igual significado semántico), responden a una visión romántica del amor, que nos impide desarrollar nuestra inteligencia emocional.
Lamentablemente, en occidente, aún se considera como valido, y hasta positivo, el que la gente se muestre irreflexiva e irracional en sus sentimientos y emociones, mientras considera como negativo, y hasta deplorable, el que la gente se muestre racional y calculadora en sus sentires y afectos.
En suma, el romanticismo no solo es la forma en la que la sociedad occidental concibe el amor (ello implica que el romanticismo no es natural sino cultural), sino que además, cumple, en gran medida, con el rol negativo de justificar el orden sexista y heterosexista, pues al negarse la posibilidad de que los sentires y las emociones sean examinadas y racionalizadas, se permite, con mayor facilidad, la estigmatización de aquello que no se corresponda con lo establecido por el patriarcado y la heteronormatividad.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. "Andromeda" (1852). Cuadro de pintor romántico frances Eugène Delacroix. Imagen tomada de: ibiblio.org
2. "Gustavo Adolfo Bécquer" (1862). Poeta romántico español. Cuadro de Valeriano Bécquer. Imagen tomada de: es.wikipedia.org

lunes, 9 de noviembre de 2009

IGLESIA Y ESTADO.


Queridas amistades:
Nuevamente los saludo y les deseo lo mejor.

Realmente hay veces en que siento que no viviéramos en pleno siglo XXI, pues no solo los estados en Latinoamérica, sino, también, un sector importante de la población y de la opinión pública, validan la intervención de las iglesias (las muy humanas instituciones administradoras de lo religioso), en cuestiones en las que no les compete intervenir.

Así, su intromisión va desde ser mediadoras en los conflictos sociales, hasta de ser apoyo en la lucha contra la pobreza, desde prestar asistencia en situaciones catastróficas, hasta intervenir en el debate político de la sociedad. Hechos con los que se revela la incapacidad de los estados latinoamericanos, para hacerse cargo del manejo de la sociedad y de la resolución de los problemas que la aquejan.
Claramente no estamos en los estados religiosos de la antigüedad (teocracias), ni en los estados clericales de la Europa de las edades media y moderna, pero, por lo mismo, no hay justificación para que en una sociedad moderna, las iglesias cristianas, u otras instancias administradoras de la religión, intervengan en el manejo y la administración de la cosa pública.
Se supone que desde finales del siglo XVIII, el estado moderno conlleva a una separación de la iglesia y el estado, separación que, en la actualidad, es real en muchos estados del llamado primer mundo, pero que entre los latinoamericanos es meramente formal.
Durante el siglo XIX, se encuentran los estados confesionales, en los que hay una religión oficial, pero, también, cierta separación entre la iglesia y el estado. En estos casos, el estado se adhiere a una religión específica, motivo por el cual, la intervención del clero en los asuntos en asuntos de estado es notable, al grado de que los servicios religiosos son servicios públicos, sus oficiantes son funcionarios y existe una dotación presupuestaria para la iglesia oficial. Bajo estos estados, la libertad de cultos (la práctica religiosa), la libertad de creencias y la libertad de conciencia se permiten, aunque están limitadas en mayor o menor medida, dependiendo de cada estado confesional.

Ya en el siglo XX, surge el estado aconfesional, estado en el que la separación entre la iglesia y el estado es mayor. Bajo estos estados, el gobierno, oficialmente, no se adhiere a ninguna religión específica (no hay religión oficial), pero no rechaza la colaboración con los distintos credos, es decir, se firman convenios de cooperación con distintas comunidades de creyentes (como los concordatos con la iglesia católica). Se supone que en estos estados, la libertad de cultos, la libertad de creencias y la libertad de conciencia son reales y están consagradas en las respectivas legislaciones (especialmente en las constituciones).
Con el estado laico se supone que la separación entre iglesia y estado es total, supone no solo la nula injerencia de cualquier organización o confesión religiosa en el manejo y la administración del estado, sino, también, la expulsión de todo lo religioso del ámbito de lo público. Esta visión se basa en el postulado ideológico, de que la religión es una exclusiva cuestión de conciencia, motivo por lo cual, debe quedar restringida al ámbito de lo privado. En un estado laico hay una plena libertad religiosa, pero la política de estado es secularista, es decir, que el estado promueve no solo la independencia del poder político del tutelaje de las organizaciones e instituciones religiosos, sino, también, la independencia de la sociedad (de lo político y de lo público) de toda influencia eclesiástica o religiosa.
Se encuentra, igualmente, el estado ateo. Bajo este último tipo de estado, se invierte la situación habida en el estado clerical y/o confesional, pues el estado se torna hostil hacia la religión. Las políticas de estado van encaminadas a promover el ateísmo, el anticlericalismo y la irreligiosidad. En consecuencia, las organizaciones e instituciones religiosas son objeto de persecución por parte del estado. Así, se dan situaciones en las que el gobierno interviene en cuestiones religiosas e incluso, proscribe la religión.
Esta aclaración de los tipos de estado frente a la religión se hace muy necesaria, pues mucha gente confunde el estado aconfesional con el laico o peor aún, confunden el laicismo con el ateísmo.
En ese sentido, se encuentra gente que se dice laica, cuando apenas propugna postulados propios de un estado aconfesional y cuando se encuentran con un verdadero laicista, lo tachan de radical.
Así, muchas y muchos que se dicen laicos, toleran que las diversas iglesias cristianas expresen públicamente sus opiniones confesionales, cuando ello es contrario, por completo, a lo que supone un estado laico.

Bajo estas circunstancias, el modelo de estado más compatible con una democracia es el laico, pues este tipo de estado asegura la plena igualdad de los ciudadanos al margen de sus creencias religiosas, además de conjurar la posibilidad de que cualquier organización o institución religiosa, sea por los motivos que fuera, llegue a imponer sus criterios confesionales al estado y a la sociedad (así, si la iglesia católica participa de las políticas educativas o en las que tratan sobre la problemática de la pobreza, ¿por qué no pueden participar, igualmente, de las políticas referidas a la sexualidad, al género o a la familia?; si las iglesias cristianas pueden ocupar el espacio público a discreción, como lo hacen en procesiones o en ceremonias en calles y plazas ¿por qué no pueden participar en las políticas referidas al ámbito público?).
Lamentablemente, en Latinoamérica, mucha gente no es consciente de lo que significa un estado laico y gracias a ello, las iglesias cristianas, principalmente la católica, se pueden oponer a la implantación de un estado semejante, pues ellas si son conscientes de lo que significaría un gobierno laicista (después de todo, tienen la experiencia histórica de movimientos anticlericales en Francia, España, México, etc.).
Mientras no se implante un estado laico real (de ninguna manera un estado aconfesional), el peso de las creencias, opiniones e ideas confesionales y eclesiásticas seguirán obstaculizando la plena igualdad ciudadana y, peor aún, seguirán jugando un rol decisivo en las políticas de estado y en el desenvolvimiento de las sociedades.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: polittica.blogspot.com
2. Imagen tomada de: webislam.com
3. Imagen tomada de: actualizate.blogspot.com

lunes, 2 de noviembre de 2009

EL REFERENTE PORNOGRÁFICO.


Queridas amistades:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.
 
Desde hace ya mucho tiempo, note que diversas persona con las que hablo de sexo, específicamente sobre sus gustos sexuales, tienen ciertas imágenes referenciales sobre esta cuestión, que me resultan bastante curiosas. Dichas personas están, aparentemente, convencidas, que estas imágenes referenciales son expresiones naturales de sus gustos sexuales. Sin embargo, semejantes imágenes me remiten, casi sin lugar a dudas, a la pornografía, como, por ejemplo, la de un pene grande como fuente de placer o la de cierto gusto de las mujeres por que les eyaculen en el rostro.
Para dejar en claro esta cuestión, hare, primeramente, una comparación entre los referentes de belleza y los referentes sexuales. Al respecto, es un perogrullo decir que la belleza ha variado de una época a otra, basta ver las medievales pinturas de mujeres flácidas y macilentas (verbigracia, las vírgenes) como patrón de belleza. De ahí a la barriguda maja desnuda de Goya y a la moda de las jovencitas de look anoréxico en los noventa del siglo XX, los cambios en los prototipos de belleza han sido más que notables.


Entre las diversas culturas, las proporciones del cuerpo también han variado, así, en la China imperial se preferían mujeres de cuerpos menudos, mientras que en el África sudsahariana las mujeres gruesas y de caderas amplias eran las más deseables y en occidente, hasta los noventa, se preferían las mujeres delgadas y de caderas estrechas, aunque con senos prominentes.
Hasta cierto punto, lo mismo sucede con los genitales. Así, la cultura hindú, madre del Kamasutra, no se regodea con la grandeza del pene (admite la diversidad de tamaños), mientras que la cultura occidental, el tamaño adquirió relevancia dispar. En la edad media los varones usaban una tapa/bragueta para denotar genitales grandes, pero, fuera de ello, no se ahondaba en la cuestión, mientras que antes de la masificación del porno a través del cine y del video, la discusión abarco cuestiones raciales, en las que se admitían gentes de razas con penes más grandes que los propios.
Aquí es necesario aclarar, que si bien, en occidente, la virilidad del varón podía ser medida a partir del tamaño de sus genitales, no se llegó a establecer una relación directa entre el tamaño y las capacidades sexuales (la reproductiva, la satisfaciente, etc.).
Esto fue confirmado por la sexología de la segunda mitad del siglo XX, que afirma que la satisfacción sexual no depende del tamaño del pene, sino de la habilidad que demuestren los practicantes del sexo. Más aún, esa misma sexología estableció el criterio del tamaño promedio de los genitales (ya sea vulva, vagina, pene o testículos). Este último criterio resulta falaz, pues las medidas humanas son, mayormente, proporcionales y no promediables.
Para la segunda mitad del siglo XX, la masificación de la pornografía, a través del cine y del video, conllevo a que sus imágenes se convirtieran en referentes negativos de la sexualidad. Al respecto, si, en el medioevo, los referentes de belleza estaban dados por un arte controlado por las élites en el poder, los referentes de lo sexual estaban dados por la familia y por la iglesia. Por su parte, en el presente, los referentes de belleza están en manos de la sociedad de consumo, mientras que los referentes de la sexualidad no prestan atención a lo que dice la sexología, sino a lo que presente el porno.
Siendo así, las imágenes pornográficas han marcado la pauta de los gustos mundanos y hemos pasado del pene promedio al pene grande como fuente de placer. Hemos pasado, también, de los 90 cm. del busto de las misses, a los 120 cm. del busto de las conejitas de Playboy. Incluso la vulva de labios pequeños, de los inicios de la pornografía, ha dado paso a la vulva de labios prominentes de la porno contemporánea.
No importa que el más elemental sentido común, apunte a que la pornografía, como cualquier producto fílmico (de cine o tv) se base en trucaje y ficción, sus imágenes están siendo asumidas como referentes válidos y positivos de la sexualidad.
Nuevamente el pene es el ejemplo mas patente de ello. Los actores porno no son personas comunes, se les escoge por las dimensiones de sus miembros antes que por su capacidad histriónica. Además, los encuadres fílmicos son aberrantes, pues buscan la ilusión óptica de un miembro de mayor tamaño. E incluso, en algunas películas, se filma a una persona grande junto a otra pequeña, para que las proporciones den la ilusión de un pene enorme (truco preferido en la pornografía heterosexual).


Otro truco pornográfico es el de la duración, pues la edición permite alargar el tiempo de la faena (así, las y los actores pueden descansar entre toma y toma). En este caso, si de referencias fílmicas se trata, me quedo con la escena de la película “50 First Date”, en la que el protagonista Henry Roth (Adam Sandler) exclama, que lo más importante, no es lo que se dure, sino el tipo de conexión que se establezca.
Con relación a la eyaculación, hasta antes de la masificación de los métodos anticonceptivos, las gentes que tenían sexo consideraban, que eyacular dentro era lo más placentero (ya que, para evitar el embarazo, la práctica sexual más difundida era el coitus interruptus), pero con la masificación de la pornografía se impuso la idea de que eyacular en el cuerpo, el pecho o la cara de la o el compañero sexual es lo mas placentero.
El absurdo mas clamoroso de esta fijación por la pornografía, llega de la mano de tratar de imitar las poses de las películas (como si ellas fueran verdaderamente placenteras), cuando estas, a todas luces, obedecen a la necesidad de que la cópula, salga con claridad en las tomas.
Al final resulta preocupante, que las gentes no busquen en la exploración de sus cuerpos y de sus fantasías, la forma por la cual conseguir su mayor satisfacción sexual y se dejen llevar, consciente o inconscientemente, por las imágenes ficticias de la pornografía. Digo que resulta preocupante, pues la ficción jamás reemplazara a la realidad.
Por tal motivo, el desarrollo de una saludable y satisfactoria vida sexual, no pasa, de ninguna manera, por encumbrar a la pornografía como referente incuestionado de nuestra sexualidad.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes:
1. Cicciolina y Jenna Jameson, actrices porno. Fotos de: hoycinema.com; fergdawg.blogspot.com
2. Rocco Siffredi y Jeff Stryker, actores porno. Fotos de: 123people.es; vichoescribe.blogspot.com