lunes, 22 de octubre de 2012

DE POR QUÉ SACAR LAS PROCESIONES Y MISAS DEL ESPACIO PÚBLICO.

Queridas amistades:

Les envió mis saludos y mis mejores deseos.

Desde hace mucho tiempo, cada vez que piteo y pido la desaparición de las procesiones católicas (o las “misas” callejeras de los evangélicos), me cae una andanada de admoniciones, que me tachan de intolerante, fanático, fachoso, antidemocrático, etc. Y peor me va si me limito a explicaciones sobre la separación de estado e iglesia. El común de los mortales no acepta (ni entiende), el que se le asegure, que una democracia es más efectiva, más funcional, si la religión queda restringida al ámbito privado. Ensayare, entonces, una explicación menos teórica y más práctica.

1. Procesión limeña del Señor de los Milagros.

Las procesiones, como la del señor de los milagros (y las misas evangélicas en las calles con parlantes y amplificadores), no son, de ninguna manera, expresión de pluralidad democrática y de riqueza cultural. Las manifestaciones eclesiásticas en los espacios públicos son, simple y llanamente, demostraciones de poder (del poder de las iglesias cristianas). Durante la edad media, en la colonia y hasta el siglo XVIII, las iglesias cristianas tenían tanto poder, que no había ámbito social en el que no intervinieran (o, incluso, impusieran su voluntad). Las iglesias cristianas intervenían en lo político, en los asuntos de estado, no solo, en el control de la vida particular de la población en general y de las personas en particular, sino que hasta impulsaban guerras y genocidios (las cruzadas o la conquista de América son claros ejemplos). Las iglesias intervenían en lo social, a través de validar y bendecir (sacralizar) las desigualdades sociales (los estamentos en Europa y las castas en América). Las iglesias intervenían en lo económico, no solo disponiendo, a sus anchas, del erario del estado (en su propio beneficio), sino que su intromisión llegaba hasta las transacciones interpersonales (por ejemplo, en el medioevo, se prohibía el préstamo con intereses, tildándolo de usura, so pena de prisión). Precisamente porque las iglesias cristianas tenían poder para hacer su voluntad, ocupaban las calles con sus misas, sus procesiones, sus símbolos, sus ejecuciones, etc.
Desde el renacimiento, siglo XV, la sociedad occidental se fue librando, progresivamente, del intervencionismo de las iglesias cristianas en el estado (este proceso de secularización tenía como principal característica, el laicismo). Las iglesias cristianas perdieron, poco a poco, su poder y para el siglo XIX ya no podían entrometerse en política, economía, ni en la organización social (por lo menos ya no en el occidente europeo y en EEUU).
Como consecuencia, en aquellas naciones donde el laicismo se imponía, se abría paso a mayores libertades y derechos para la población. Estos procesos alcanzaron mayor dimensión, en aquellos países en donde el laicismo se tradujo en movimientos anticlericales.
No es casual, entonces, que en países donde el laicismo y los movimientos anticlericales alcanzaban mayor éxito (en aquellos países en donde las revoluciones burguesas alcanzaban mayor éxito) se dieran mayores libertades y derechos para las poblaciones. Ósea que si hay una relación inversamente proporcional entre iglesia y laicismo (a mayor laicismo, menor poder eclesial y a mayor poder eclesial, menores libertades). Así, en Latinoamérica, región en la que la iglesia (católica) aún conserva mucho poder, ella puede interferir incluso en las políticas públicas de los estados. Me centrare en tres cuestiones para ejemplificar esta situación, 1) la educación y libertad informativa sobre sexualidad, 2) el acceso de las mujeres a métodos de planificación familiar, 3) el reconocimiento de derechos a personas lesbianas y gueis.
En Europa occidental, donde el movimiento laicista y anticlerical fue mayor, es un hecho que hay mayores libertades y derechos en relaciona los tres aspectos mencionados Para mayor abundancia, en Francia, Inglaterra u Holanda (países con tradición laica y anticlerical), el aborto y las uniones homosexuales son licitas, mientras que las manifestaciones eclesiásticas en público son minúsculas o inexistentes (en Francia, incluso, los símbolos religiosos están prohibidos en espacios públicos).
Por su parte, en Latinoamérica, en países con tradición anticlerical, como México y Argentina, las manifestaciones eclesiásticas en público son menores, en la medida en que la población se haya mas occidentalizada y secularizada. En dichos países, con gobiernos más seculares y laicos, hay educación sexual escolar y acceso a información en dicha materia, hay políticas públicas de planificación familiar (como el reparto de anticonceptivos) y existen legislaciones antidiscriminación de personas homosexuales. Más aun, dichos países han firmado varias convenciones y pactos internacionales que reconocen derechos a personas lesbianas y gueis.
Por su parte, en el Perú, tierra de las procesiones más grandes de Latinoamérica (la del señor de los milagros es la mayor procesión capitalina del continente), la iglesia tiene tanto poder, que ha bloqueado la educación sexual y la información sobre sexo en la escuela y hasta en la universidad, las mujeres no tienen libre acceso a políticas de planificación familiar y uso de anticonceptivos y lesbianas y gueis no tenemos ningún reconocimiento legal (las iglesias cristianas y sus agentes políticos han bloqueado cuanta posible ley a favor de lesbianas y gueis se ha presentado en el parlamento). Y para peor, por injerencia de las iglesias y sus agentes políticos no se han firmado numerosos tratados que obligaban, al estado peruano, a reconocer derechos a las personas homosexuales.
En suma, en el Perú (y en cualquier país de Latinoamérica), las procesiones católicas (y las “misas” evangélicas callejeras) no son muestra de la gran libertad que hay en el país, ni mucho menos son expresión de su gran riqueza cultural. Las manifestaciones eclesiásticas en público son solo un termómetro, de cuanto poder tienen las agrupaciones religiosas. En el Perú, la iglesia católica tiene tanto poder, que hace lo que se le pega en gana, incluso tomar las calles como si fueran de su propiedad (las procesiones son muestra de ello).
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2. Opresión religiosa.

Oponerse a una procesión o a cualquier otra manifestación eclesial en público no es demostración de intolerancia. Aspirar a un estado laico, que expulse a las iglesias del ámbito público (y las limite al ámbito privado), tampoco es expresión de fanatismo. La participación de las iglesias en el ámbito público les da poder (político y simbólico/referencial) para inmiscuirse en lo que se le pegue en gana (incluso en la vida privada de la gente). La salida de lo eclesial del ámbito público (ámbito en el que se ejerce el poder político y estatal) es solo una forma de limitar el poder de las iglesias, ya que al no tener poder (político o simbólico/referencial), no puede imponer su voluntad a la sociedad. Desde el ámbito privado, la iglesia no puede imponerse, ni siquiera en la vida privada de la gente, pues sin poder (público, político y simbólico/referencial) la religión queda convertida a una simple opción personal.
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Queda con vosotros su amigo uranista.

Ho Amat y León.
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Imágenes.
1. Imagen tomada de: http://eoby.tripod.com/f_srmilagros.htm
2. Imagen tomada de: http://cntaittoledo.blogspot.com/2010/03/especial-anticlericalismo-en-erre-ke.html