lunes, 28 de octubre de 2013

DE PROCESIONES Y MARCHAS (EL “SEÑOR DE LOS MILAGROS” VERSUS EL “ORGULLO LGBTI” [LÉSBICO, GUEI, BI, TRANS E INTERSEXUAL]).


Queridas amistades:
Les envió mis saludos y mis mejores deseos.

1. Procesión del "Señor de los Milagros".
Llegó octubre y en Lima, la capital del Perú, las calles se ven invadidas por la procesión capitalina más grande del continente: la del “Señor de los Milagros”, que es, a no dudarlo, una gran manifestación religiosa, que, a decir de muchas y muchos católicos, es la más importante del país. Ello puede ser discutible, pero eso no es materia de esta presente entrega. Lo cuestionable aquí es la invasión del espacio público con una manifestación religiosa (algo inadmisible en un país moderno donde la separación de iglesia y estado sea real). Y frente a los cuestionamientos que hacemos algunas y algunos activistas lésbicos, gueis y trans sobre semejante invasión, mucha gente, al parecer defensora de la manifestaciones religiosas en público, replica que lesbianas, gueis y trans también invadimos la calle con la marcha del “Orgullo LGBTI”.
Ante esta comparación entre procesión y marcha, mi respuesta inmediata fue: “El que un acto religioso como la procesión invada el espacio público es herencia colonial, su realización obedece a una mentalidad pre moderna. La marcha LGBT es una acción política y el espacio legítimo para la política es el ámbito público. Contrariamente, en un país civilizado, donde hay verdadera separación de iglesia y estado, la religión es parte del ámbito privado y no tiene cabida en el ámbito público. Obviamente, para quienes no cuestionan la retrograda herencia colonial, el que la religión usurpe el espacio público no tiene nada de malo”.
La respuesta inmediata a este planteamiento, fue que ambas, marcha y procesión, toman la calle y generan molestia, ergo, si son comparables. Pero esta respuesta revela precisamente que no hay una mirada crítica sobre la cuestión. No hay punto de comparación entre una manifestación política y una manifestación religiosa, entre la práctica política y la práctica religiosa, entre el uso político y el uso religioso. Precisamente no ver la diferencia revela desconocimiento sobre la vida cívica de un moderno estado democrático. Asumir que política y religión son equiparables, o que son la misma cosa, pone en evidencia una percepción que no tiene clara la delimitación entre lo eclesial y lo estatal, entre la religión y la política, entre lo privado y lo público (precisamente el tipo de percepción que regía el mundo premoderno, medieval o colonial, de cuándo estado e iglesia estaban ligados indisolublemente, de cuando había teocracia y no democracia).
No se puede comparar lo político y lo religioso, no solo porque sus esferas de desenvolvimiento son disimiles, sino porque su carácter en si es incomparable. Ahora bien, en referencia al carácter de lo político y lo religioso, mientras en política todo aquello que se plantea puede estar sujeto a crítica y cuestionamiento, en religión mucho de lo que se plantea, es, en definitiva, considerado como indiscutible e incuestionable. Tanto la política como la religión están conformadas por un conjunto variado de ideas, pero la base indispensable para la investigación y formulación de un sistema político de ideas es el análisis crítico, en cambio muchas de las ideas religiosas son cuestiones de fe, de dogma, lo cual quiere decir, que no hay ninguna cabida para el análisis crítico.
De otro lado, las esferas de desenvolvimiento político y religioso son harto disimiles. Cuando el orden capitalista burgués impuso la separación de lo público y lo privado (entre finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX), expulsó a la religión del ámbito público, para conjurar su perniciosa intervención sobre la vida público política de la sociedad. Pero también se recluyó a la religión en el ámbito privado, como una forma de protección. La religión, en el ámbito privado, quedó salvaguardada como una cuestión de conciencia, es decir, una dimensión en la que la crítica y el cuestionamiento no tienen cabida posible.
Lamentablemente, muchas y muchos creyentes defienden una supuesta prerrogativa (o ¿derecho?) de la religión a manifestarse públicamente. Pero esta supuesta prerrogativa implica una nula tolerancia al cuestionamiento. Bajo el derecho a la libertad de conciencia, las y los creyentes claman que no hay cuestionamiento posible a su profesión de fe. Sin embargo, dichas y dichos creyentes pretenden que ese derecho a que no se cuestionen sus creencias, se extienda, del ámbito privado, al ámbito público. En otras palabras, muchas y muchos creyentes pretenden que su religión transite en el ámbito público, con las mismas prerrogativas que se le reconocen en el ámbito privado.

2. Marcha del "Orgullo LGBTI",
del 2013 en Lima.
Aquí la comparación de las procesiones religiosas con la marcha del “Orgullo LGBTI” adquiere su verdadera dimensión. Así, mientras la marcha del “Orgullo LGBTI” está abierta a crítica y cuestionamiento (incluso en lo referente a su derecho a ocupar el espacio público), las procesiones religiosas son defendidas bajo la premisa, de que su “derecho” a ocupar el espacio público no puede ser cuestionado. En tal sentido, la marcha del “Orgullo LGBTI” se pliega a los principios que rigen el ámbito de lo público, que son los de la política.
Al respecto, el activismo lésbico, guei y trans plantea que su ocupación del espacio público, obedece a dos planteamientos políticos puntuales: a) la visibilización (en respuesta a la invisibilización heterosexista de las diversidades genéricas y sexuales), y b) la protesta (ante las desigualdades e inequidades en materia de derechos). Aquí el activismo lésbico, guei y trans reconoce sin problemas, que en un horizonte de referentes equitativos y derechos igualitarios la marcha desaparecería, pues no tendría razón de ser. De otro lado, las y los defensores de las procesiones plantean, que su ocupación del espacio público es un “derecho” (¿su derecho a la libertad de expresión?). Aquí las y los procesionistas de ninguna manera asumen, que ocupar las calles pueda no ser “su derecho” o que tal ocupación pueda ser arbitraria, injusta o antidemocrática.
Al respecto, las procesiones son un vestigio anacrónico y retardatario de la época feudal y colonial. Precisamente en la época colonial (y feudal) no había separación entre iglesia y estado. La religión, entonces, al estar imbricada en las estructuras del estado, ocupaba el espacio público. Aquí las iglesias consideraban que ello, más que su prerrogativa, era “su derecho” (su “derecho divino”). En consecuencia, el espacio público era considerado “su espacio” (y ello era asumido como una cuestión de fe, como un dogma, razón por la que las iglesias hacían y deshacían a sus anchas y a su placer en el espacio público).
Actualmente, la permisividad hacia la intrusión eclesial en el espacio público es una abierta invitación a la intervención eclesial en otras áreas del ámbito público (ya que si se considera legítimo que la religión intervenga el espacio público, ¿porque no sería igualmente legítimo que la religión intervenga en otras áreas del ámbito público?). Hoy por hoy, en Latinoamérica, pasar del espacio público a las políticas públicas no parece ser un problema para las iglesias cristianas. Aquí lo lamentable es que el sentido crítico de mucha gente se diluye ante la religión. Siendo así, algunas personas cuestionan el que las iglesias se beneficien con el uso de recursos públicos (mediante la subvención del clero o la excepción de impuestos), pero no cuestiona que las iglesias se beneficien con el uso del espacio público (aquí los criterios usados son altamente selectivos y contradictorios, pues ante el común usufructo de la cosa pública, se cuestiona de un lado, pero se valida del otro).
En este punto algunas y algunos dirán, que la marcha del “Orgullo LGBTI” también se beneficia del uso del espacio público, pero no toman en cuenta que el fin de dicha manifestación es legítimamente político. La marcha del “Orgullo LGBTI” tiene como objetivo político, generar conciencia a través de la visibilización y la protesta (ante una sociedad que invisibiliza y discrimina), pero cualquier procesión, en el mejor de los casos, tendría por fin el proselitismo religioso. Sin lugar a dudas, algunas y algunos defensores de las procesiones dirán que ambos son objetivos proselitistas, pero mientras el activismo LGBTI hace proselitismo a favor de las existencias genéricas y sexuales diversas (a favor de su sobrevivencia), las iglesias ocupan el espacio público como forma de mantener su influencia social, pero, también, y sobre todo, su poder político.
Aquí yace la verdadera cuestión. Las procesiones no son, como piensan muchas y muchos creyentes, una simple manifestación de su fe. La religión no requiere de semejante demostración para sobrevivir, es más, hay una vasta legislación burguesa que protege y favorece a la religión y sus iglesias (mediante el derecho a la libertad de conciencia, la excepción de impuestos, la enseñanza religiosa, etc.). Por consiguiente, la expresión religiosa en el ámbito público no es más que un instrumento de poder, instrumento que, en mayor o menor medida, permite a las iglesias posicionarse como instancias de apelación y de autoridad sobre la sociedad. Es por ello que, en Latinoamérica, la iglesia católica, para mantener alguna sombra de su antiguo poder político (colonial), se entromete, directa o indirectamente, en el ámbito público (lo que abarca desde el espacio público hasta las políticas públicas). Y, lamentablemente, ello es imitado por otras iglesias cristianas. En tal sentido, no es casual que, en Latinoamérica, las iglesias en general tengan mayor poder y se muestran más autoritarias, en aquellas regiones donde sus manifestaciones públicas son más notables y fuertes.

3.  No a la ocupación religiosa
del espacio público.
En suma, las procesiones no son inofensivas manifestaciones públicas de fe (quizás las y los creyentes mejor intencionados lo sientan así). En realidad, las procesiones son vulgares instrumentos de poder, en manos de una iglesia hambrienta de mantener una posición de dominio sobre la sociedad. La marcha del “Orgullo LGBTI” en cambio no aspira ni remotamente a semejante posición. Pretender, entonces, que procesión y marcha son manifestaciones equiparables, en tanto ambas ocupan el espacio público, resulta francamente absurdo.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1.- Imagen tomada de: peru21.pe
2.- Imagen tomada de: laprimeraperu.pe
3.- Imagen tomada de: intereconomia.com

martes, 15 de octubre de 2013

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS.

Amistades mías:
Les envió muchos saludos y mis mejores deseos.

1. El sueño de Jacob,
José de Ribera, 1639.
Hace poco vi un programa televisivo en el que una oronda señora, que además de afirmar que leía cartas y adivinaba el futuro, decía que interpretaba los sueños. No acostumbro detenerme a ver esta clase de “entretenimientos”, pero se me hizo imposible dejar de presenciar cómo se daba la situación, no solo porque mucha gente crédula se prestaba a la “develación” de su onirismo, sino por la clase absurda de interpretaciones que se manejaba. Para muestra un botón: un sujeto contaba que en su sueño, él quería subir una montaña y luego de intentar vanamente escalarla, levantaba vuelo, la circundaba, hasta llegar a su cima, lugar donde quedaba posado, mirando la panorámica completa a todo su alrededor (obviamente no fueron sus palabras, pero esa era la idea). Según la “sabía” señora, el sueño significaba más o menos lo siguiente: el sujeto era un hombre “emprendedor” que intentaba “progresar” en la vida. Él tendría que “competir” para “ascender” socialmente y lograr el ansiado “éxito”. Y gracias a sus dotes de“emprendedor”alcanzaría rápidamente la meta de tener un“gran negocio”(todas las palabras entre comillas fueron mencionadas por la adusta pitonisa).
Ignoro de dónde provino semejante anagogía (y jamás pensé que el neoliberalismo seria vivificado también en nuestro subconsciente), pero me quedaba claro una vez más, que la interpretación de los sueños tenía más en común con las medievales “artes” alquímicas y astrológicas que con la ciencia.
A todas luces aquella experiencia era una farsa, sin embargo mucha gente considera que los sueños si revelan algo. Esta creencia no es nueva, se remonta a la antigüedad, data de miles de años atrás (hay registros escritos de interpretación de sueños de hasta 3,800 años de antigüedad). Actualmente mucha gente se dedica a ello, desde oniromanticas hasta psicoanalistas, la única diferencia radica en la pretensión científica de su significación. Mientras magas, brujos, adivinas y chamanes leen sueños apelando a un sentido místico y religioso ulterior, algunas y algunos científicos, desde la neurología ala psicología, leen sueños atribuyéndoles funcionalidades biológicas y/o psicológicas.
El problema radica en el hecho de que si los sueños realmente significan algo, su develación es altamente difícil, si es que no imposible de dilucidar. Los estudios psicológicos reconocen que los sueños pueden ser cualquier cosa. Desde Freud a Lacan, pasando por Maeder y Jung, ningún estudioso se atreve a caracterizar los sueños (por si mismos)de manera tajante y concluyente. Así, Carl Jung decía que:“sin duda, algunos los sueños exponen deseos o miedos cumplidos, pero hay muchos tipos más de sueños. Los sueños pueden ser verdades implacables, sentencias filosóficas, ilusiones, fantasías desenfrenadas, recuerdos, planes, anticipaciones, visiones telepáticas, experiencias irracionales y dios sabe cuántas cosas más”. Esto quiere decir, que sin reconocerse previamente que tipo de sueño se tuvo, develarlo o interpretarlo es completamente fútil.

2. El sueño (la cama),
Frida Kahlo, 1940.
Aproximarse a lo que puede significar un sueño determinado, es algo que no se encontraría a la mano de cualquiera. Al respecto, Freud reconvenía severamente contra los delirios interpretativos (más aun, Freud rechazaba la interpretación misma)y fue muy tajante en su postura de que un sueño debía ser abordado en el contexto de un estudio psicológico de la personalidad (una terapia psicológica). Y este último planteamiento no sería cuestionado ni siquiera por sus peores detractores. Es decir, que la psicología seria y científica reconoce, de manera tajante y concluyente, que un sueño es parte de un universo mental, que no puede ser abordado de manera aislada y descontextualizada (por esta razón, los sueños no deberían ser objeto de particulares interpretaciones, puesto que su significación mas plausible solo tendría pleno sentido en el contexto dela personalidad en su totalidad y no necesariamente en el de específicos sentires y emociones episódicos y/o circunstanciales).
Lamentablemente nuestro cerebro aún no ha sido debidamente estudiado y nuestra mente aún no ha sido bien comprendida, por lo que cualquier estudio o examen psicológico apenas pueden aproximarse, de manera parcial, a la psique humana. En esta situación, los sueños, en tanto productos de nuestro cerebro y nuestra mente, no tendrían por qué ser considerados, bajo ninguna circunstancia, objetos de superficial y fácil interpretación.
Concretamente, tratar de dilucidar un sueño seria como tratar de adivinar en que piensa un persona que de pronto se abstrae y se queda meditando. La persona podría estar pensando en lo último que se dijo, en lo que le ocurrió en la mañana, en algo que leyó e impresionó, en lo que paso por su delante hace unos momentos, en algo que soñó, en algo que le preocupa, en alguien que le gusta o detesta, etc. Las posibilidades de adivinar que piensa una persona son infinitas. Y de la misma manera, dilucidar lo que significa un sueño sería algo impracticable.
La pretensión de que los sueños (sus imágenes, símbolos o alegorías) develan algo interpretable por expertos no tiene ningún asidero científico. En el peor de los casos, las interpretaciones aisladas realizadas sobre el propio sueño o sobre los ajenos, solo se prestan, en gran medida, al engaño de incautos. El ejemplo más palmario es el de los llamados “sueños premonitorios”. Mucha gente cree y asume que existe la posibilidad de soñar con el futuro y se arman con un conjunto de ejemplos que por su número, podrían llegar a confundir y engañar a propios y extraños. Sin embargo, nada más simple que una jugarreta de nuestra mente.

3. Sueño causado por el vuelo de una abeja
alrededor de una granada
un segundo antes del despertar,
Salvador Dalí, 1944.
En estado consciente, despierta, la gente puede calcular diversos escenarios para un hecho o suceso determinado. Y entre más conocimientos se tengan sobre el hecho o suceso en cuestión, los escenarios tienen mayores posibilidades de ser certeros (incluso el escenario pensado puede coincidir con el hecho o suceso que se desarrolló tiempo después). Lo mismo ocurre con los llamados “sueños premonitorios”. Nuestra mente, en estado de sopor, puede anticiparse a algo que podría ocurrir, bajo una serie de escenarios. Digamos que la próxima semana se tiene una reunión y se sueña con ella, aquí nuestra mente, durante el sueño, podría plantear  diversas posibilidades. Cuando despiertos, muy poca gente, casi nadie, recuerda todo lo que soñó durante la dormida. Pero nuestra mente puede recordar el escenario anticipado que se soñó, solamente porque coincidió con lo acontecido(más aun, la mente tiene la capacidad de completar, de manera inmediata, un vago recuerdo, con detalles recién percibidos). En tales circunstancias la gente más crédula no tarda en clamar: ¡premonición!
Como se podrá ver, la interpretación de los sueños no es más que una patraña, aunque mucha gente jure y perjure que es un arte o una ciencia.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes:
1. Imagen tomada de: es.wikipedia.org
2. Imagen tomada de: wikipaintings.org
3. Imagen tomada de: museothyssen.org

martes, 1 de octubre de 2013

CELOS.

Queridas amistades:
Reciban mis cordiales saludos y parabienes.

“Celos de los ojos de mi amigo, del saludo de un vecino, y del forro de tu abrigo”.Tema “Celos” de Camilo Sexto.
“Cuando te encuentras con alguien, cuando caminas con alguien, cuando te siento feliz, yo tengo celos, tengo celos”. Tema Celos de Daniela Romo.

Las citas consignadas pertenecen a temas musicales que fueron exitosos en su momento. Ambos extractos recogen las partes más irracionales de unas letras que de por sí, ya resultaban bastante “surrealistas” (en sentido negativo). Ambos temas ensalzan los celos y, además de naturalizarlos, los legitiman. Y es que, para la sociedad occidental, los celos son completamente normales.

1. Celotipia.

Para la sociedad occidental, los celos son considerados manifestaciones propias de la naturaleza humana. Sin embargo no lo son. La naturalización de los celos tiene un claro origen histórico social, que se remonta a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Se origina con la corriente romanticista.
El romanticismo es una corriente ideológica(burguesa), que si bien surgió dentro del rubro literario, no tardo en extenderse a diversos ámbitos sociales. No solo a las otras artes, sino, también, a ámbitos tan disimiles como la política y la ciencia (así, para el siglo XIX, se puede hablar de toda una ciencia romántica). Este romanticismo alcanzó tal influencia social, que generó un cambio notable e innegable en la forma en que se concebía la vida en general. Dicho romanticismo cambio radicalmente las maneras de pensar y de sentir que, hasta aquel entonces, tenía la sociedad occidental. Surgió, de esta manera, un nuevo pensamiento y nueva sensibilidad, la romántica.
Respecto a la nueva sensibilidad, ella se sustentó, entre otras cosas, en una visión particular de los sentires y de los afectos, visión que, entre otras cosas,implicó, a grandes rasgos, su naturalización. De acuerdo a la sensibilidad romántica, las emociones y los sentires son aspectos inherentes al hombre, propios de su naturaleza. Ello suponía, hasta cierto punto, que sus manifestaciones no estaban sujetas a los dictados de la moral y la razón, en consecuencia, toda manifestación emotiva y sensible tenía que ser directa, violenta, irreflexiva e irracional (prácticamente animal). Es precisamente gracias a esta corriente romántica, que la sociedad occidental empezó a concebir las emociones y los sentires (y los afectos) como manifestaciones del “lado animal” del hombre. Y es aquí que se empezó a ver el deseo, el amor y los celos como “pasiones animales”.
Para otras corrientes ideológico filosóficas, como la de la ilustración o el pensamiento estoico romano, las emociones y los sentires estaban sujetos a la razón, por lo que su sensibilidad y sus vidas se hallaban moldeados bajo ese tipo de mentalidad. Más aun, para otras sociedades culturas, como las de India y China,las emociones y los sentires guardaban plena correspondencia con los deberes estamentales (de clase) y las costumbres, razón por la que la sensibilidad de las gentes respondía indefectiblemente a específicos parámetros sociales.
Ahora bien, dado que la percepción sobre los celos pasa por una mirada naturalizadora, es más que claro que no haya habido, en occidente, verdaderos intentos sociales, que procuraran acabar o siquiera cambiar este sentir. Los pocos abordajes sobre la cuestión, pasan por terapias psicológicas que lo único que intentan, es modificar sus manifestaciones, controlar sus expresiones, dominar los impulsos, etcétera. De ninguna manera la psicología o la ciencia en general ha intentado (ex)terminarlos celos, puesto que son considerados naturales.
Consecuentemente, habría que cuestionar esta visión romántica, ya que los celos no son, ni por asomo, manifestaciones naturales del hombre. Los celos son un producto cultural, que de ninguna manera tienen correlato con la naturaleza humana. No son como los deseos o las pulsiones, son constructos sociales tan nocivos como el machismo o la homofobia. Al respecto, si la homofobia es el resultado del régimen sexual burgués heterosexista, los celos (la celotipia) son el resultado del régimen afectivo patriarcal romántico. Es decir, la celotipia es al ámbito de lo afectivo, lo que la homofobia es al ámbito de lo sexual. Y si el “régimen” romántico naturalizó los celos, el régimen patriarcal los creo.
Como bien apunta la psicología en sus aproximaciones a los celos, la visión del otro, de la pareja, del cónyuge, como posesión, como pertenencia,como propiedad (privada) es la verdadera madre del cordero (visión que implica, a su vez, diversos niveles de cosificación de la pareja, del otro). Sin embargo, algunas y algunos psicólogos llegan a validar los celos (la acción de celar)en sus manifestaciones “menores” y solo cuestionan los casos considerados patológicos, aun cuando en ambas situaciones el origen de los celos es el mismo (origen  emplazado en el prejuicio que se tiene sobre la condición o estatus de la pareja, del otro, estatus de sujeto cosificado sobre el que se “tiene”/ejerce poder, estatus de cosa u objeto sobre el que se tiene dominio privativo y exclusivo). Aquí, dichas y dichos psicólogos pretenden reforzar su visión, definiendo únicamente a la patología celadora como “celotipia”, cuando, en realidad, todas las manifestaciones celadoras, dado su origen, son deleznables y repudiables. Y así como no hay manifestaciones homofóbicas aceptables o tolerables, todas (absolutamente todas) las manifestaciones celadoras son, indefectiblemente, celotípicas. La única diferenciación está marcada por la intensidad de la celotipia, intensidad que en la medida en que la prejuiciada percepción del otro como posesión, como pertenencia, como propiedad, es mayor, las manifestaciones celotípicas se hacen,indefectiblemente, más intensas y desembozadas.
A través de la historia, el patriarcado no solo trato a la mujer como inferior al varón, también la supedito a este. Siendo así, la mujer vivió siempre bajo la dominación masculina, aunque dicha dominación variaba significativamente de una sociedad a otra, de una cultura a otra. En los extremos del régimen patriarcal, las mujeres o bien podían alcanzar importantes cuotas de poder, de derechos y libertades (sin dejar de estar supeditadas a los varones), o bien podían ser consideradas objetos de propiedad masculina. El que en diversas sociedades y culturas del orbe los varones, en tanto padres o esposos, hayan tenido la potestad jurídica o consuetudinaria, de disponer de la vida de las mujeres, en tanto hijas o esposas, es una de las muestras más claras del estatus posesorio de la mujer.
Al respecto, en la historia de occidente, si bien el estatus jurídico oficial de la mujer nunca fue el de propiedad, en la práctica el uso, la costumbre y/o la ley no demostraban algo diferente. Así, en la antigua Roma, en su etapa republicana, las mujeres, además de ser consideradas inferiores, se hallaban sometidas a la patria potestad de padres y maridos, lo cual suponía que los varones podían disciplinar, vender como esclavas e, incluso, matar a “sus mujeres”.Por su parte, en la Europa feudal (medioevo), la mujer también estuvo sometida a la patria potestad del varón y si bien este ya no podía venderla como esclava, el padre o el marido tenían la facultad de tratarla como a un siervo de la gleba, golpearla y hasta asesinarla, en caso de quedar deshonrada o ser descubierta en adulterio (para más detalles, el rito matrimonial bajomedieval era un ceremonial de jura feudovasallática de servidumbre de la mujer al varón).
Con el advenimiento del orden burgués capitalista (en el siglo XIX), el estatus de sometimiento a patria potestad persistió(situación que duro, en muchos países, hasta bien entrado el siglo XX). Ciertamente la mujer, a nivel jurídico, no era considerada, ni tratada, como objeto, pero siempre tuvo un estatus inferior al del varón. En el caso de los esposos, ellos, en muchos países, hasta bien entrado el siglo XX, aun podían permitirse matar a sus cónyuges descubiertas en adulterio y salir libres, tras ser exculpados por la justicia.Sin embargo, bajo el orden burgués capitalista se introdujo un cambio puntual en la percepción propietaria conyugal. Aquí el romanticismo (siguiendo una noción de igualdad formulada bajo criterios romántico liberales) equipara, hasta cierto punto, los géneros. Pero no rompe con la visión de considerar a la pareja“propiedad”del cónyuge (así, para la ideología liberal, el matrimonio deja de ser, en muchos aspectos, un consuetudinario vínculo familiar institucionalizado, para convertirse, a nivel jurídico legal, en una simple relación contractual societaria, en donde cada cónyuge, de cierta manera, hace las veces de bien material de la o el otro consorte). Mujeres y varones, entonces, empiezan considerarse mutuamente pertenencia (posesión) del otro.

2. Jealousy and Flirtation (1874), Haynes King.

Esta visión romántica posesiva se mantiene vigente aun en pleno siglo XXI y queda reflejada en obras literarias, música popular, cine comercial, producciones televisivas, etc. En todos lados mujeres y varones declaran, sin ambages,“pertenecerse” mutuamente (y esta visión es validada y legitimada socialmente, por el solo hecho de considerarla “romántica”).
Indudablemente esta visión de pertenencia, de posesión, de propiedad, es la que genera los celos(a través de percibir a la pareja, a la o el otro, como sujeto cosificado sobre el que se “tiene”/ejerce poder, como objeto sometido a dominio particular y personal, como pertenencia/posesión/propiedad exclusiva y privativa).Aquí no se trata de muchos o pocos celos, de celos malos o buenos, aceptables o inaceptables, permitibles o condenables, etcétera, todas las manifestaciones de celos son censurables y condenables (además de tipificables como celotípicas). Se trata, entonces, y a todas luces, de una percepción mezquina y egoísta (“eres mía”, “eres mío”, “y de nadie más”). Sin lugar a dudas esta visión enajenada de pertenencia, de posesión, de propiedad, es la que impide el desarrollo de relaciones afectivas verdaderamente sanas y satisfactorias. Sin dicha visión no habría celos, la celotipia simple y llanamente no existiría.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes:
1. Imagen tomada de:postdivorcechronicles.com
2. Imagen tomada de: en.wikipedia.org