lunes, 25 de febrero de 2013

LA FALACIA DE LA REHABILITACIÓN PENITENCIARIA.


Queridas amistades:
Reciban mis parabienes y saludos.

Semanas atrás, una amistad mía escribió, en su página del feisbuk, un comentario acerca de un delincuente menor de edad, a quien mucha gente había crucificado, tanto en las redes sociales, como en los medios (incluidos periodistas de televisión y de medios escritos). En dicho comentario, mi amistad alegó algo así como que en vez de atacarlo, la gente debía preocuparse por la rehabilitación del muchacho. Indudablemente el comentario era, a la vez, ingenuo y bien intencionado, razón por la que me permití plantarle mi postura.
Yo alegue que el pensar en los centros de detención juvenil y en las prisiones de adultos, como lugares en donde la gente recluida se iba a rehabilitar, era poco más que una alucinación. Mi postura, al respecto, es contundente, ni los reformatorios, ni las cárceles, son centros adecuados para rehabilitar gente. Simple y llanamente los centros juveniles y las cárceles no están pensados, no están diseñados, ni sirven para reformar gente.
Aquí debe tenerse en cuenta, que el actual sistema carcelario no fue un invento de la sociedad burguesa capitalista, sino que fue heredado del sistema feudal de prisiones. En consecuencia, lo que hizo la sociedad burguesa, fue adaptar el antiquísimo sistema de prisiones, a sus criterios y necesidades.

1. Encarcelamiento.

Desde la edad media, el calabozo, la mazmorra y la prisión servían, no para reformar a la gente, sino, más bien, para apartar y excluir de la sociedad, a la gente que transgredía, en menor o mayor medida, la normativa social (era, en regla, una forma de ascesis social). En tal sentido, recluir a alguien en una prisión, era, indudablemente, un método de disuasión (las penas eran elevadas y la reputación de las prisiones era de espanto). Pero en una democracia, la disuasión, a través de las penas, es un despropósito.
Se supone que en una tiranía, el gobierno se vale del terror para dominar a la población, por ello los castigos son terribles, atroces y brutales, pues buscan disuadir a la o el posible delincuente o criminal. Más en una democracia, que se supone se basa en la aceptación del orden social de forma voluntaria y consensuada (por lo menos eso es lo que sostienen los padres ideológicos del estado liberal democrático, que rige en occidente), la idea de una búsqueda de comportamientos no delictivos, ni criminales, a través del sembrado del miedo a los castigos punitivos, resulta, cuando menos, ilógica.
En esta línea, más que disuadir, lo que se buscaría es convencer. Lo que supuestamente correspondería a una democracia, es la búsqueda de una toma de conciencia de la población y en ello se basan las nociones de rehabilitación (la rehabilitación seria, aquí, una forma de concientización de la o el delincuente o criminal). Sin embargo, no hay que ser muy brillante para caer en cuenta, que, dentro del sistema penitenciario burgués, disuasión y rehabilitación ni siquiera están organizados de manera coherente, sino que se superponen arbitrariamente.
La prueba más palmaria de esta inconsistencia queda evidenciada, en el hecho de que, dentro del sistema penitenciario burgués, dos personas que cometen un mismo delito, pueden recibir el mismo régimen penal, aun cuando las causas y circunstancias de su accionar difieran notablemente. Así, no se puede pretender que una persona que ha robado por necesidad, reciba el mismo tratamiento rehabilitátorio, que alguien que ha robado por puro gusto (ello sería como dar el mismo tratamiento psicológico a un fóbico y a un histérico).
Ahora bien, si tomamos en cuenta a la persona en sí, tendríamos que reconocer que no toda la gente que delinque, responde a la misma mentalidad. En esta línea, habría que tener presente que, la ideología liberal ha logrado imponer, como parte del sentido común de la población, la idea de que la gente es, de alguna u otra manera, inherentemente buena. Siendo así, no es necesario diseñar complejos modelos de rehabilitación para cada persona, basta con un mismo tipo de rehabilitación para toda la población carcelaria.
Bajo este criterio, la maldad, como opción personal, no es considerada posible (antes de ello, considerar enfermedad, locura o trastorno es mil veces preferible). En tal sentido, y volviendo a mi ejemplo anterior, una persona que roba por necesidad, puede ser rehabilitada apelando a su conciencia (apelando a su sentido de que lo que hizo estuvo mal, apelando a su remordimiento, culpa, etc.). Más una persona que roba por gusto (por el puro gusto de hacer daño), tiene una visión diferente de la realidad, tiene sus propias valoraciones éticas y moralesy la rehabilitación pasaría, necesariamente, por convencer a esta o este delincuente, que las valoraciones éticas y morales de la sociedad son mejores que las suyas.
Esto deja muy en claro, que la conciencia juega un importante papel en el proceso rehabilitatorio, razón por la que tendríamos que empezar a considerar otras variables. La más importante, es que la persona tenga la intención y la voluntad firme para rehabilitarse. Si se me permite la comparación, por más trabajo de convencimiento que se haga, un obrero no rompe con su condición de explotado, si no toma conciencia de que tiene una mentalidad oprimida, a la cual debe vencer. De igual manera, una mujer no rompe con la dominación masculina, sino toma conciencia de la mentalidad machista que tiene y que debe superar (otro ejemplo sería el de lesbianas y gueis, que no rompen con su propia visión homofóbica).
Sin esa toma de conciencia y esa voluntad para superar la opresión que se vive, difícilmente un obrero o una mujer romperán con la dominación que los afecta. Aún con todo ello, la realidad demuestra que, por más trabajo de concientización que se haga, mucha gente no rompe con su mentalidad oprimida, mucha gente sigue manteniendo aspectos de dicha mentalidad y otra tanta gente recae y se deja avasallar por la mentalidad opresora que los domina.

2. Entre rejas. 

En este contexto, queda claro que muchas y muchos delincuentes no solo no tienen la fuerza y la voluntad necesarias para rehabilitarse, sino que, además, consideran que no tienen razones valederas para hacerlo. El ejemplo más claro de esto que se me viene a la mente, es el del jefe de pandilla de zona marginal. Dicho sujeto tiene una posición dominante y de prestigio en su grupo. Rehabilitarse implicaría abandonar dicha posición dominante y de prestigio, para insertarse en una sociedad que solo le otorgaría una posición subordinada y explotada. Ergo, las posibilidades de que alguien en esta situación se rehabilite, se tornan harto reducidas y hasta prácticamente nulas.
Indefectiblemente, no toda la gente es buena, por lo que muchas personas simple y sencillamente no se van a rehabilitar. Indefectiblemente habrá personas que “mueran en su ley”. La realidad es clara y contundente en este sentido, hay delincuentes y criminales que, de ninguna forma, se van a rehabilitar (lo que se dice, son gente “irrecuperable” para la sociedad). No reconocer algo tan evidente como esto, implica, no solo ceguera, sino verdadera inconciencia. Con esta gente, no hay método de rehabilitación posible.
En consonancia con todo lo expuesto, la buena fe y las buenas intenciones (la candidez y la cojudez) no pueden ser elementos que primen, en la tarea de enfrentarse a la delincuencia y a la criminalidad. Y tampoco pueden ser elementos que guíen y determinen, los posibles castigos y penas que se les impongan a las y los delincuentes y criminales (sobre todo tratándose de gente “irrecuperable”).

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: http://www.elespectador.com
2. Imagen tomada de: www.prensamercosur.com.ar 

jueves, 14 de febrero de 2013

EL GUSTO COMO MECANISMO DE DISCRIMINACIÓN.

Amistades mías:
Les envió muchos saludos y parabienes.

1. La Barbie, fenotipo de belleza occidental por antonomasia.
Días atrás, en un programa de televisión, una conocida modelo sostenía que un político de rasgos “indígenas”, le resultaba atractivo, lo cual generó incredulidad y desconcierto entre varios de los miembros del susodicho programa. De otro lado, hace poco, un pata coloco en su muro del feisbuk, una frase altisonante (por lo menos para mí), algo así como que el no discriminaba, pero que no gustaría de un chico con rasgos étnicos “indígenas” (obviamente no eran los términos exactos, pero esa era la idea). Más atrás en el tiempo, en una discoteca, otro pata me dijo algo similar, pero esta vez refiriéndose a un pata afrodescendiente (negro en sus términos). En los dos últimos casos, mi respuesta fue la misma, que los gustos son culturalmente aprendidos y que bien podrían aprender a gustar de personas de rasgos indoamericanos o afroamericanos (indudablemente mi aseveración les causaba harto desconcierto).
Las frases de los dos últimos casos me recordaban mucho, a aquellas expresiones homofóbicas de gentes que aseguraban, no tener nada en contra de las y los homosexuales, aunque, a reglón seguido, añadían que las y los homosexuales debían vivir aparte. Sé que algunas y algunos me dirán que no hay punto de comparación, pues una cosa es compartir los gustos y otra los espacios, más, aunque para muchas y muchos es difícil aceptarlo, si se trata de lo mismo.
El problema parte del hecho de considerar los “gustos fenotípicos” como naturales, como innatos. Problema que se inscribe en una “directiva” del discurso ordenador del régimen burgués capitalista (el discurso del saber científico o pseudociencia), que tiende a validar y legitimar todos los dispositivos de control burgueses, enmascarándolos bajo el manto de la naturalización (se naturalizaron, así, los dispositivos del género, la sexualidad, los afectos, los gustos, etcétera, puesto que si son naturales, no están sujetos a cuestionamiento o modificación).
A no dudarlo, nuestros gustos fenotípicos se empiezan a formar al nacer, teniendo como base el fenotipo humano de nuestro entorno. Y en la medida en que crecemos y maduramos, aprendemos a ampliar o constreñir ese gusto estético. Si dicho “gusto fenotípico” no fuera aprendido, nadie gustaría de gente de otra “raza”, pero eso no sucede y más bien se da todo lo contrario. Por ejemplo, si el gusto no fuera aprendido, una niña de “raza” congoide (negra africana), adoptada por padres de “raza” caucásica (blanca europea), jamás gustaría de la gente “blanca”. A mayor abundancia, sabemos de viajantes de Escandinavia (gente rubicunda y ojiazulada) que llegan a Latinoamérica o a África y tienen “affaires” con chicas o chicos de “raza” originaria (gente de rasgos indígenas y tez cobriza o negra).
A no dudarlo, la formación cultural que tengamos incide de forma contundente, en la mayor o menor ampliación de dichos “gustos fenotípicos”. No es casual que en comunidades donde la formación cultural tiende a ser menos discriminatoria y más asertiva y tolerante con las diversidades socioculturales, los “gustos fenotípicos” se muestren más amplios, mientras que en comunidades donde la formación cultural implica mayores niveles de discriminación y de intolerancia hacia las diversidades socioculturales, los “gustos fenotípicos” se muestren más restrictivos.

2. Una Miss.
En Latinoamérica, donde diversas formas de discriminación aún son parte importante de los hábitos y costumbres socioculturales, esta situación se torna más patente y clamorosa. En Latinoamérica, donde la tés blanca aún es sinónimo de prestigio y belleza, y donde los referentes estéticos que predominan son hegemónicamente blancos, queda claro que mucha gente siga considerando a las personas “blancas” como más bellas y atractivas, mientras que las personas con rasgos y tesitura “no blanca” sean considerados menos bellos y menos atractivos.
Lamentablemente esta situación se reproduce y perpetúa a través de diversos mecanismos y dispositivos de dominación. La naturalización es uno de ellos, pero desde el imaginario cotidiano simbólico también se contribuye con ello. Así, al exclamarse sorpresa o reprobación por los “gustos fenotípicos” diversos (al estilo de ¿te gusta ese fulano?, ¿cómo te va a gustar ese político?, como le dijeron a la modelo), se están aplicando formas de coacción y opresión, que conllevan a reprimir y excluir los “gustos fenotípicos” diversos.
El consumismo igualmente juega un papel en este proceso de reproducción y perpetuación de la discriminación a través del gusto. En la medida en que el consumismo impone, el que los gustos estéticos se hagan más focalizados, es decir, que la belleza se aprecie solo de manera superficial y no de manera integral, la discriminación “fenotípica” se hace mayor. Para peor, se ha impuesto un fenotipo físico ideal (que responde hegemónicamente al tipo “blanco”) y se mide la belleza en relación a cuanto se encaja en dicho ideal. En consecuencia, el patrón de belleza se torna antinatural y artificial (ello ha llevado, por ejemplo, a que, en los concursos de belleza, las y los participantes se operen, para alcanzar una mayor correspondencia con el ideal dominante de belleza).
Obviamente el proceso de aprendizaje que nos lleva a ampliar nuestros “gustos fenotípicos” es bastante arduo y lleva tiempo, ya que despojarse de las formas de discriminación que subyacen a nuestros gustos no es tarea fácil (después de todo, vivimos con ellas desde que nacimos). Más si es una terea que se debe realizar, sobre todo si asumimos la postura de no ser un sujeto discriminador y marginador. La consecuencia con esta postura implica indefectiblemente, introyectar, interiorizar, a conciencia, nuestro discurso antidiscriminación, lo cual nos llevaría, necesariamente, a aprender a gustar de “todas la razas”. Más aún, la consecuencia plena con el principio de no discriminar ni marginar por ninguna razón o causal, nos llevaría a aprender a ver la belleza en todo ser humano, a aprender a gustar de toda persona, incluso si es manca, coja, ciega, paralitica, tullida, jorobada o con cualquier otra variante corporal (lo que en el lenguaje discriminador es llamado deformación o malformación) o, incluso, down.

3. Inigualable Bárbra Streisand. 
Al final, si la belleza y el gusto son relativos (en tanto culturales y aprendidos), hay belleza en todo ser humano y todo ser humano puede sernos atractivo. Y con ello no digo que debemos estar con quien sea, solo sostengo que nuestros gustos no deben ser tan superficiales, ni focalizados, ósea que valoremos la belleza y el atractivo de las personas de manera más integral, no solo por su cascarón (su lindura, guapura, delgadez, gordura, musculatura, curvatura, juventud o ancianidad, etc.). En otras palabras, conozcámonos como personas y no solo nos quedemos con las fachadas (se me ocurre un ejemplo quizás vano: muchos jóvenes de hoy dicen que Bárbra Streisand es vieja, gorda y fea, pero, para muchas generaciones [incluidos varias y varios jóvenes de hoy], su personalidad, su carácter, su madurez, sus ojos, su sonrisa, su cuerpo, su histrionismo, su voz y su trayectoria, la hacían y la hacen simplemente deseable y hermosa).

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: bellasteens.blogspot.com
2. Imagen tomada de: envivo-x.blogspot.com
3. Imagen tomada de: mundopmg.blogspot.com