jueves, 14 de febrero de 2013

EL GUSTO COMO MECANISMO DE DISCRIMINACIÓN.

Amistades mías:
Les envió muchos saludos y parabienes.

1. La Barbie, fenotipo de belleza occidental por antonomasia.
Días atrás, en un programa de televisión, una conocida modelo sostenía que un político de rasgos “indígenas”, le resultaba atractivo, lo cual generó incredulidad y desconcierto entre varios de los miembros del susodicho programa. De otro lado, hace poco, un pata coloco en su muro del feisbuk, una frase altisonante (por lo menos para mí), algo así como que el no discriminaba, pero que no gustaría de un chico con rasgos étnicos “indígenas” (obviamente no eran los términos exactos, pero esa era la idea). Más atrás en el tiempo, en una discoteca, otro pata me dijo algo similar, pero esta vez refiriéndose a un pata afrodescendiente (negro en sus términos). En los dos últimos casos, mi respuesta fue la misma, que los gustos son culturalmente aprendidos y que bien podrían aprender a gustar de personas de rasgos indoamericanos o afroamericanos (indudablemente mi aseveración les causaba harto desconcierto).
Las frases de los dos últimos casos me recordaban mucho, a aquellas expresiones homofóbicas de gentes que aseguraban, no tener nada en contra de las y los homosexuales, aunque, a reglón seguido, añadían que las y los homosexuales debían vivir aparte. Sé que algunas y algunos me dirán que no hay punto de comparación, pues una cosa es compartir los gustos y otra los espacios, más, aunque para muchas y muchos es difícil aceptarlo, si se trata de lo mismo.
El problema parte del hecho de considerar los “gustos fenotípicos” como naturales, como innatos. Problema que se inscribe en una “directiva” del discurso ordenador del régimen burgués capitalista (el discurso del saber científico o pseudociencia), que tiende a validar y legitimar todos los dispositivos de control burgueses, enmascarándolos bajo el manto de la naturalización (se naturalizaron, así, los dispositivos del género, la sexualidad, los afectos, los gustos, etcétera, puesto que si son naturales, no están sujetos a cuestionamiento o modificación).
A no dudarlo, nuestros gustos fenotípicos se empiezan a formar al nacer, teniendo como base el fenotipo humano de nuestro entorno. Y en la medida en que crecemos y maduramos, aprendemos a ampliar o constreñir ese gusto estético. Si dicho “gusto fenotípico” no fuera aprendido, nadie gustaría de gente de otra “raza”, pero eso no sucede y más bien se da todo lo contrario. Por ejemplo, si el gusto no fuera aprendido, una niña de “raza” congoide (negra africana), adoptada por padres de “raza” caucásica (blanca europea), jamás gustaría de la gente “blanca”. A mayor abundancia, sabemos de viajantes de Escandinavia (gente rubicunda y ojiazulada) que llegan a Latinoamérica o a África y tienen “affaires” con chicas o chicos de “raza” originaria (gente de rasgos indígenas y tez cobriza o negra).
A no dudarlo, la formación cultural que tengamos incide de forma contundente, en la mayor o menor ampliación de dichos “gustos fenotípicos”. No es casual que en comunidades donde la formación cultural tiende a ser menos discriminatoria y más asertiva y tolerante con las diversidades socioculturales, los “gustos fenotípicos” se muestren más amplios, mientras que en comunidades donde la formación cultural implica mayores niveles de discriminación y de intolerancia hacia las diversidades socioculturales, los “gustos fenotípicos” se muestren más restrictivos.

2. Una Miss.
En Latinoamérica, donde diversas formas de discriminación aún son parte importante de los hábitos y costumbres socioculturales, esta situación se torna más patente y clamorosa. En Latinoamérica, donde la tés blanca aún es sinónimo de prestigio y belleza, y donde los referentes estéticos que predominan son hegemónicamente blancos, queda claro que mucha gente siga considerando a las personas “blancas” como más bellas y atractivas, mientras que las personas con rasgos y tesitura “no blanca” sean considerados menos bellos y menos atractivos.
Lamentablemente esta situación se reproduce y perpetúa a través de diversos mecanismos y dispositivos de dominación. La naturalización es uno de ellos, pero desde el imaginario cotidiano simbólico también se contribuye con ello. Así, al exclamarse sorpresa o reprobación por los “gustos fenotípicos” diversos (al estilo de ¿te gusta ese fulano?, ¿cómo te va a gustar ese político?, como le dijeron a la modelo), se están aplicando formas de coacción y opresión, que conllevan a reprimir y excluir los “gustos fenotípicos” diversos.
El consumismo igualmente juega un papel en este proceso de reproducción y perpetuación de la discriminación a través del gusto. En la medida en que el consumismo impone, el que los gustos estéticos se hagan más focalizados, es decir, que la belleza se aprecie solo de manera superficial y no de manera integral, la discriminación “fenotípica” se hace mayor. Para peor, se ha impuesto un fenotipo físico ideal (que responde hegemónicamente al tipo “blanco”) y se mide la belleza en relación a cuanto se encaja en dicho ideal. En consecuencia, el patrón de belleza se torna antinatural y artificial (ello ha llevado, por ejemplo, a que, en los concursos de belleza, las y los participantes se operen, para alcanzar una mayor correspondencia con el ideal dominante de belleza).
Obviamente el proceso de aprendizaje que nos lleva a ampliar nuestros “gustos fenotípicos” es bastante arduo y lleva tiempo, ya que despojarse de las formas de discriminación que subyacen a nuestros gustos no es tarea fácil (después de todo, vivimos con ellas desde que nacimos). Más si es una terea que se debe realizar, sobre todo si asumimos la postura de no ser un sujeto discriminador y marginador. La consecuencia con esta postura implica indefectiblemente, introyectar, interiorizar, a conciencia, nuestro discurso antidiscriminación, lo cual nos llevaría, necesariamente, a aprender a gustar de “todas la razas”. Más aún, la consecuencia plena con el principio de no discriminar ni marginar por ninguna razón o causal, nos llevaría a aprender a ver la belleza en todo ser humano, a aprender a gustar de toda persona, incluso si es manca, coja, ciega, paralitica, tullida, jorobada o con cualquier otra variante corporal (lo que en el lenguaje discriminador es llamado deformación o malformación) o, incluso, down.

3. Inigualable Bárbra Streisand. 
Al final, si la belleza y el gusto son relativos (en tanto culturales y aprendidos), hay belleza en todo ser humano y todo ser humano puede sernos atractivo. Y con ello no digo que debemos estar con quien sea, solo sostengo que nuestros gustos no deben ser tan superficiales, ni focalizados, ósea que valoremos la belleza y el atractivo de las personas de manera más integral, no solo por su cascarón (su lindura, guapura, delgadez, gordura, musculatura, curvatura, juventud o ancianidad, etc.). En otras palabras, conozcámonos como personas y no solo nos quedemos con las fachadas (se me ocurre un ejemplo quizás vano: muchos jóvenes de hoy dicen que Bárbra Streisand es vieja, gorda y fea, pero, para muchas generaciones [incluidos varias y varios jóvenes de hoy], su personalidad, su carácter, su madurez, sus ojos, su sonrisa, su cuerpo, su histrionismo, su voz y su trayectoria, la hacían y la hacen simplemente deseable y hermosa).

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: bellasteens.blogspot.com
2. Imagen tomada de: envivo-x.blogspot.com
3. Imagen tomada de: mundopmg.blogspot.com

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