martes, 9 de julio de 2013

LA CULTURA NO ES ASUNTO PRIVADO (II).

Queridas amistades:
Reciban mis más cordiales saludos y parabienes.
 
Toda la gente comparara siempre su cultura con otras bajo la óptica del llamado etnocentrismo. De manera etnocentrista se compara una cultura con otras, sobrevalorándose siempre los aportes de la propia cultura (por etnocentrismo se ve la cultura propia como mejor que las demás). Esta misma perspectiva etnocéntrica debería tenerse en cuenta, cuando se habla de someter la cultura a las “leyes” del mercado (debería considerarse el trasfondo implícito de egocentrismo cultural). Para peor, no se toma en cuenta que, mayormente, en el mercado, el grupo social más grande contara con más gente y con medios más cuantiosos para “consumir” cultura, obviamente la propia antes que cualquier otra.
 
1. "Lo mio mejor que lo tuyo"
 
Esto plantea una cuestión muy importante, no todas las culturas pueden competir en las mismas condiciones en el mercado. La realidad es simple, en el mercado, en gran medida, no hay igualdad de condiciones para que una cultura entre a competir con otras (y más cuando ya hay culturas bien posicionadas de antemano).
Tómese como ejemplo el náhuatl y el quechua, dichas manifestaciones culturales idiomáticas de Latinoamérica no se hayan en condiciones de igualdad frente al español, si de competir en los mercados se trata. Comparativamente, el español es un idioma estatal, mientras que el náhuatl y el quechua son idiomas comunales. El español es un idioma oficial con todas las de la ley, mientras que el náhuatl y el quechua son lenguas en gran medida marginales (propias de culturas marginadas). El español, además, es un idioma con mayores niveles de uniformización que el náhuatl y el quechua (idiomas con varias ramas dialectales). Si, por ejemplo, se pretendiera abrir empresas de telecomunicaciones en español, en náhuatl y en quechua, las y  los empresarios de México y Perú encontrarían que el español, es un idioma empoderado como hegemónico y dominante, mientras que el náhuatl y el quechua son prácticamente idiomas de gueto.
Siendo así, el “abrir”, por ejemplo, empresas de telecomunicaciones en náhuatl y en quechua no resultaría un negocio competitivo. Primero, porque la poca uniformización de los mencionados idiomas “indígenas” sería un serio limitante, para crear, por ejemplo, grandes empresas nacionales de telecomunicaciones, como Televisa o América TV (el capital privado se vería obligado a solo “abrir” empresas pequeñas, locales y/o regionales). Segundo, porque las empresas que generan ingresos por publicidad hacen todo su avisaje en español (son raras las empresas que hacen su avisaje en idiomas “indígenas”). De hecho, en la práctica, los grandes capitales no invierten en empresas en náhuatl y quechua, puesto que los negocios en tales idiomas no resultan atractivos, lucrativos.
Esto es solo un “pequeño” ejemplo de que la cultura, simple y llanamente no tiene capacidades intrínsecas para competir en el mercado. Y sin un estado que genere condiciones de equidad, poner dos culturas a competir (en el mercado), equivale a condenar a una de ellas a su desaparición.
Aquí el neoliberalismo alega que el mercado, a través del consumo, genera “nichos” especializados, en los que determinados productos pueden sobrevivir. Más los llamados “nichos” son solo operativos, en tanto se trate de productos pasibles de convertirse en objetos de compra y venta (peor aún, los “nichos” especializados solo existen en tanto haya capacidad de consumo). A todas luces esta postura no contempla, el hecho de que la cultura está plenamente integrada a nuestras vidas, la cultura se practica, se ejerce, se vive, no solo se compra y vende, no solo se consume. Si se toma el folklore como ejemplo, este, en tanto manifestación cultural de un pueblo, se cultiva como experiencia vivencial y se desenvuelve en los espacios públicos de la comunidad, no en locales privados (históricamente aquellas manifestaciones culturales que se encierran en ámbitos privados, terminan siendo ajenas a las grandes masas y pueden devenir en elitistas, como la música “clásica”, la ópera, el ballet, etc.).
Limitada al mercado, toda manifestación cultural no convertible en producto mercantil simplemente perecería, mientras que aquellas manifestaciones culturales que se “conviertan” en mercancías, lidiarían con dos hechos ineludibles. El primero es el de la estandarización. No hay en el mercado producto alguno que no presente diversos grados de estandarización. Siendo así, la cultura, para sobrevivir en el mercado y buscarse su “nicho”, se vería obligada a desnaturalizarse (el ejemplo más claro es el de la llamada “world music”, música que ha sido estandarizada para comercializarse, eliminando las tonalidades polifónicas que no resulten gratas o inteligibles al oído comercial occidental). El segundo es el tipo de rivalidad comercial. Sin un “nicho” propio, la cultura tendría que entrar a competir con lo masivo. En el mercado, cualquier manifestación cultura sin “nicho” entraría a competir inevitablemente con lo genérico y lo comercial (esto sería como tratar de venderle música barroca y literatura existencial, a un público que consume habitualmente música plástica y best sellers).
La postura neoliberal no contempla, que el mercado, por sí solo, difícilmente (por no decir de ninguna manera) generaría condiciones justas para que toda cultura pueda sobrevivir en competencia con otras. Ergo, la cultura no puede quedar limitada exclusivamente al mercado y a la inversión privada.
Fuera de la órbita del estado (que tiene que ver con lo público, lo oficial y lo formal), cualquier cultura caería en la informalidad y la marginalidad. Ese ha sido, precisamente, el destino de muchas culturas “indígenas” en los estados occidentales y occidentalizados (cuéntese la cultura maorí Nueva Zelanda, las culturas bantúes en Sudáfrica, en México lo náhuatl, en Perú lo quechua, etc.). Inevitablemente, en la marginalidad, las culturas pierden brío y fuerza, sus niveles de calidad decaen y prontamente pasan a mejor vida (es el camino que han enfrentado todas las culturas sometidas, relegadas y marginadas).
Y con respecto a las manifestaciones culturales específicas, estas no escapan a lo anteriormente planteado. Todas las manifestaciones artísticas, como la música, la literatura o el cine, son manifestaciones culturales y requieren del apoyo estatal. No hay una sola manifestación artística (por mas individual que sea) que no esté inscrita en una determinada cultura. El mito de la creación completamente individual es una farsa. Un poeta, por ejemplo, utiliza un idioma, una lógica, unos referentes sociales que son propios de su cultura y que hacen inteligible su obra. En consecuencia, plantear que las manifestaciones artísticas, como la música o el cine, no solo no requieren de apoyo estatal, sino que, además, deben someterse, exclusivamente, a las “leyes” del mercado, termina siendo una posición fundamentalista neoliberal que colisiona con la realidad.
Tomando como ejemplo al cine, la cinematografía estadounidense es presentada como muestra de un cine, digamos, “acultural” y plenamente sujeto a las “leyes” del mercado. Sin embargo, aquí se olvidan dos cosas primordiales. Primero, que el cine estadounidense no siempre fue así. El actual cine “yanqui” es el resultado de la compra de los grandes estudios cinematográficos por parte de las grandes corporaciones comerciales (entre las décadas de los 70’s y 80’s). Por ello hay un notorio quiebre estilístico entre el clásico cine de estudio hollywoodense y el actual cine comercial estadounidense. Segundo, que la sociedad estadounidense hizo de la cultura comercial su cultura nacional (en otras palabras, la actual cultura estadounidense es eminentemente comercial).
 
2. Cultura comercial.

Del otro lado del atlántico, en Francia, gracias al apoyo estatal, se desarrolló, desde décadas atrás, una importante cinematografía, con marcadas características (no solo estilísticas) que permiten hablar, sin temor a equivoco, de una cinematografía nacional francesa.
Las cinematografías de Estados Unidos y Francia son los ejemplos más contundentes de como la producción de cultura pasa por la esfera público estatal. Mientras en Estados Unidos ciertas medidas políticas y legales (que delimitaban y limitaban el papel del estado) permitieron que lo comercial se hiciera parte importante de la cultura estadounidense (medidas políticas y legales tomadas por el estado); en Francia el apoyo estatal a la cultura permitió que el arte “capturara” ciertas valoraciones identitarias propias de la cultura francesa. Uno de los resultados más patentes de este tratamiento diversificado, es que mientras el cine francés aun da muestras de creatividad y singularidad, el cine estadounidense es cada vez más repetitivo y menos original (la tendencia predominante consiste en copias, versiones y adaptaciones de toda laya).
En suma, cuando el neoliberalismo sostiene que la cultura debe quedar sujeta a la inversión privada, no deja de ser una postura muy arbitraria. La postura neoliberal se torna preocupante, en tanto es expresión inconsciente de un intento nada inocente de dominación cultural. Las y los neoliberales son, ante todo, sujetos culturales y, en gran medida, están imbuidos por una corriente cultural, que se encuentra a caballo entre las culturas occidental y comercial. Las y los neoliberales, entonces, son agentes de la cultura occidental y comercial. La postura de sujetar la cultura al libre mercado se torna perversa, cuando deliberadamente tales agentes, en tanto representantes de la cultura occidental y de las empresas comerciales, son, principalmente, quienes se oponen y hacen lobby contra cualquier medida, que le permita al estado asumir la cultura como una más de sus competencias (y, sobre todo, cuando se trata de financiar manifestaciones culturales no occidentales, ni comerciales).
Toda oposición a que el estado financie manifestaciones culturales distintas a las culturas: occidental (que se encuentra inserta en el aparato estatal de las llamadas democracias liberales) y comercial (que cuenta con el apoyo financiero de las grandes empresas comerciales) conllevaría, forzosamente, a la dominación cultural (a la imposición de la cultura occidental y comercial).
La legislación internacional y los estados reconocen el derecho de toda persona (o grupo de personas) a la participación cultural en su sociedad, lo que implica que el estado debe asegurar las condiciones necesarias, para que las diversas manifestaciones culturales tengan las mismas oportunidades de expresión. La financiación estatal a la cultura es, en sí, el único medio por el que la diversidad cultural pueda convivir y quedar plasmada en la sociedad.
Todo esto significa, que la cultura si debe ser una esfera que reciba apoyo y financiamiento del estado y no solo quedar restringida y/o limitada a la exclusiva inversión de capitales empresariales. La cultura se desenvuelve en todo el espacio social, en todas las instancias sociales (tanto en el ámbito público como en el privado). Y dado que la cultura se manifiesta en ámbitos que son responsabilidad del estado, ella queda, indefectiblemente, dentro de sus competencias. Reducir la cultura a uno solo de los ámbitos sociales (ya sea el público o el privado) equivale a constreñirla, disminuirla y mutilarla, conduciría, a la larga, a su extinción.

Se despide su amigo uranista.
 
Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: xenesememes.blogspot.com
2. Imagen tomada de: jene-saisqua.blogspot.com