lunes, 30 de agosto de 2010

APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LAS PERSONAS TRANS (TRANSVESTIS, TRANSGÉNEROS Y TRANSEXUALES).

Queridas amistades:
Ante todo las y los saludo y les envió mis parabienes.

A través de la historia, en diversas sociedades y culturas las manifestaciones de género no limitadas a la feminidad mujeril y la masculinidad varonil se han presentado, en todas las épocas, a lo largo y ancho de los cinco continentes.
Una de las pocas sociedades y culturas que ha polarizado el género, reduciéndolo a dos posibilidades, a lo femenino para las mujeres y lo masculino para los varones, ha sido la sociedad occidental, de tal manera que las personas que no se sintieran identificadas emocionalmente, con el género que se les asignaba al nacer, su única opción era cambiar, transfigurarse, al otro género (es por ello que se habla de transgeneridad).
Pero en muchas otras sociedades y culturas no había esa dicotomía de género presente en occidente, sino, más bien, una diversidad de géneros. En dichas sociedades y culturas las personas, en la medida que se desarrollaban, crecían, eran “asignadas” al género hacia el que demostraran mayor “afinidad”.
Es por ello que en muchas sociedades y culturas, mayormente existía (y aún existe) más de un género para cada persona (por ejemplo, dos géneros para la mujer: uno femenino y otro masculino y dos géneros para el varón: uno masculino y otro femenino).
Ya entre los antiguos babilonios, en el código de Hamurabi, que data del siglo XVIII a.C., queda registrado un género masculino para las mujeres. En este caso, se da noticia de mujeres con rasgos masculinos, a las cuales se denominaba “Salzikrum”. Por otro lado, se tienen referencias de que los sacerdotes de la diosa asiria Artagatis, eran emasculados y femeninos.


Siglos después, entre los griegos, los seguidores varones de algunas diosas como Hécate o Artemisa asumían roles femeninos con el fin de servir como “sacerdotisas” en los templos. En el caso de Hécate, algunas de dichas “sacerdotisas” llegaban a castrarse. Por su parte, entre los romanos se encontraban los gallis, sacerdotes de la diosa Cibeles, quienes adoptaban la indumentaria y los modeles de las mujeres, pero o bien podían conservar sus genitales varoniles, o bien podían emascularse para alcanzar mayor jerarquía.
Pero si entre los griegos y romanos la diversidad genérica estaba vinculada al mundo espiritual, en el mundo arábigo preislámico se encuentran diversidad de género en el mundo secular. Los Mukhannathun eran varones que usaban ropa, maquillaje, peinados, gestos y habla femenina, tenían una alta reputación como cantantes y animadores y, en los años anteriores a la introducción del Islam, fueron vistos como el pináculo de talento artístico.
Con la llegada del cristianismo, la diversidad de géneros fue no solo vista con hostilidad, sino que hasta fue sancionada, razón por la cual los géneros se restringieron a dos (a lo masculino para el varón y lo femenino para la mujer). Sin embargo, como dato curioso, muchas santas cristianas como: Pelagia, Margarita, Marinus (Marina), Athanasia (Alexandria), Eugenia, Appollinaria, Euphrosyne, Matrona, Theodora, Anastasia, etc., fueron admiradas y canonizadas aún cuando vivían como varones.
En relación al mundo secular, durante la alta y plena la edad media, aún con los anatemas cristianos, la transgeneridad se mantuvo con cierta tolerancia entre la población y con relativa indiferencia de parte de las autoridades, especialmente en el contexto de las fiestas, como en la de carnavales.
En el siglo XV, cuando los españoles llegaron a América, encontraron, a lo largo de todo el continente, diversidad de géneros. En el Perú, el cronista Cieza relata que en la zona norte, varios de estos varones femeninos eran venerados como “sagrados”. Por su parte, los colonizadores ingleses encontraron diversas y diversos genéricos en muchas tribus indígenas de norte América, a quienes llamaron “bardaches” (aunque entre los pueblos indígenas se llamaban “Dos almas”), las cuales eran tanto varones femeninos, como a mujeres masculinas. Actualmente entre EE.UU. y Canadá se encuentran a estos hombres femeninos entre los pueblos indios Zuñi, Lakota y Mohave y a mujeres masculinas en el pueblo Mohave.
En diversas sociedades de Asia, se dieron igualmente innumerables ejemplos de diversas y diversos genéricos, los que, en algunos casos, incluso perduran hasta hoy. Así, en India se llaman Hijra, en Tailandia y Laos se llaman Kathoey y en Indonesia, en la isla de Célebes, los varones femeninos se llaman Calabai, mientras que las mujeres masculinas se llamaban Calalai. Por su parte, en los antiguos imperios chino y japonés, la transgeneridad estuvo ligada, mayormente, a las artes escénicas, a la opera en China (donde los varones femeninos se llamaban Fanchuan) y al kabuki en Japón.
De vuelta en Europa, la relativa tolerancia que la sociedad alto y pleno medieval tuvo hacia las personas trans, dio paso, a partir del siglo XIII, a un creciente rechazo, que se tradujo en una serie de disposiciones y normas que prohibían los cambios de género (los castigos fueron desde las mutilaciones de miembros a la pena de muerte).
Desde el siglo XIII al XVII, las referencias a las personas trans se conocen, mayormente, a través de procesos judiciales, en los que se asume su “identidades”, apenas como expresiones de mal vivir (así, las mujeres masculinas eran tildadas de hombrunas y los varones femeninos eran llamados afeminados o mujeriles). Esto implica que las personas trans no desaparecieron, sino que vivían en la clandestinidad y la marginalidad.
Para mediados del siglo XVII y durante el siglo XVIII, las clases altas (especialmente las aristocracias), se tornaron más liberales y tolerantes. Por ello, en países como Francia, Holanda o Inglaterra, muchas personas de la aristocracia, con cierta holgura, se permitieron, asumir cierta transgeneridad como si fuera un nuevo género (así, en Inglaterra las mujeres masculinas eran conocidas como Sapphists y los varones femeninos como Mollys).
Para el siglo XIX, las cosas cambiaron nuevamente. Las revoluciones de 1789, 1829, 1830 y 1848, las guerras napoleónicas y otras crisis sociales conllevaron a una época de conservadurismo (la llamada época Victoriana), en la que se volvió a perseguir a las diversidades genéricas.
En esta época se vincula la transgeneridad con la homosexualidad, lo que es englobado bajo la noción de “inversión sexual”. Es, entonces, recién a partir del siglo XIX, que se vincula a homosexuales y trans, como si se tratase de una misma identidad (o sea, que es recién en esta época, que se homosexualiza la transgeneridad).
Durante el siglo XIX, los primeros activistas homosexuales dan referencias contradictorias de lo trans. Así, Karl Heinrich Ulrichs (considerado no solo como el primer activista, sino, también, como el primer teórico de la homosexualidad) admitía a las personas trans, llamándolas Zwitter. Por su parte, otro teórico y activista homosexual, Magnus Hirschfeld, las consideraba una perversión clínica (aunque jamás recomendó tratamientos curativos, sino tolerancia humanitaria). Fue Hirschfeld, quien en su obra “Conductas Sexuales Humanas”, acuña la palabra travestismo en 1910.
En 1932, Lili Elbe (mujer), nacida como Einar Mogens Wegener (varon), se convierte en la primera persona que cambia de sexo, vía operaciones quirúrgicas (dicho proceso de cambio fue supervisado por Hirschfeld).
Ese mismo año, Hirschfeld acuña el término transexual, aunque se popularizaría gracias al sexólogo Harry Benjamin, a partir de 1954. Benjamin fue el primer doctor en no considerar lo trans como problema psiquiátrico.
En 1960, Virginia Prince, una de las pioneras del activismo trans, publica la revista Transvestia, una de las primeras revistas sobre la transgeneridad. Precisamente, a ella se le atribuye el acuñar el término transgénero en 1978.


En 1966, en la “Compton’s Cafeteria” del distrito de Tenderloin (San Francisco), un intento de detención arbitraria de una persona trans, deriva en la primera revuelta de las diversidades genéricas y sexuales contra el abuso policiaco, siendo un claro e importante precedente de lo que vendría años después en Stonewall.
A raíz de los disturbios en Compton, diversas organizaciones trans levantan cabeza. En EE.UU., en 1968, se crea la “National Transsexual Counseling Unit”, la primera organización trans de apoyo y de defensa en el mundo y en 1970, se funda la “STAR” (Street Transvestite Action Revolutionaries).


Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. La "Faraon" Hatshepsut (siglo XV a.C.), primera persona trans (de mujer a varón) que registra la historia. Foto tomada de: arthistory.about.com
2. Placa conmemoratoria por el cuadragesimo aniversario de la revuelta de la Compton’s Cafeteria. Foto tomada de: en.wikipedia.org

lunes, 23 de agosto de 2010

EL PRIMER MOVIMIENTO HOMOSEXUAL.


Queridas amistades:
Reciban mis saludos y parabienes.

Contrariamente a lo que muchos creen, el activismo guei no surge a fines de los 60’s (del siglo XX), sino que se remonta a aproximadamente un siglo atrás. Es en Europa, hacia alrededor de la segunda mitad del siglo XIX, donde verdaderamente surge el activismo guei.
Fue el alemán Karl Heinrich Ulrichs (1825 - 1895) al que se considera como el primer activista de la causa, que registra la historia. Este letrado, que a través de sus escritos abogaba por la reforma sexual, fue el primer teórico del “amor entre varones” y, también, el primero en hablar de ello en términos positivos (por eso es considerado, actualmente en Europa, como el pionero de los movimientos gueis). Ulrichs postuló la noción de un tercer sexo, al que denominaba “uranismo”. Al respecto, en su libro Araxes denominó así al “amor entre varones” y a quien lo practicaba le dio el nombre de “uranista” (el mismo se autodefinía con dicho término).


Años después, en Inglaterra, el filosofo Edward Carpenter (1844 - 1929), que había escrito libros de antropología y teoría marxista, planteo que los amores entre hombres eran un factor de integración social y de profundización de la democracia. Su cambio de clérigo anglicano a activista político socialista incidió en sus teorizaciones sobre el “amor homogénico”, del cual era practicante.
En Alemania, el médico y sexólogo de origen judío Magnus Hirschfeld (1869 - 1935), fue uno de los que popularizó (junto con Carpenter) la noción del tercer sexo. Su destacada labor en pro de los derechos de las personas homosexuales (término acuñado por Karl María Kertbeny en 1869), ha llevado a que este personaje sea considerado, como uno de los mayores activistas de lo que se conoce, actualmente, como el “Primer Movimiento Homosexual”.
En su momento, Hirschfeld, homosexual confeso, creyó fervientemente en que una mejor comprensión científica del “tercer sexo”, eliminaría la hostilidad hacia las personas homosexuales. Su extensa obra llegó a influir, no solo en otros activistas, como el inglés Carpenter, sino, también, en otros sexólogos, como el inglés (no homosexual) Havelock Ellis (este último representa para la sexología, lo que es Max Weber para la sociología).
Estos y otros activistas nacidos en el siglo XIX, planteaban ya desde aquel entonces, la legitimidad de los homosexuales, que en tanto seres humanos eran sujetos de derecho y el estado no podía perseguirlos por su naturaleza.
Para 1897, en la capital alemana, Berlín, Magnus Hirschfeld funda la primera asociación de defensa de las personas homosexuales, llamada “Wissenschaftlich Humanitäres Komitee” (WHK), en español “Comité Científico Humanitario”. Este comité opero, entre otras formas, como movimiento reivindicativo de las personas homosexuales y también como organización en contra de la criminalización de dichas personas. En su momento, este “comité” llegó a ser respaldado por un notable numero de importantes científicos, políticos y literatos.
Otra organización homosexual alemana de importancia fue la “Gemeinschaft der Eigenen” (GdE), en español “Comunidad de los Propios”, fundada por Adolf Brand en Berlin, en 1903. Sus integrantes entendían la homosexualidad de forma opuesta a Hirschfeld y los suyos, haciendo hincapié en el hombre masculino, el eros pedagógico y el amor platónico.
Para las primeras tres décadas del siglo XX, se articuló el mencionado “Primer Movimiento Homosexual”, que se centralizo en Alemania (en torno al “Comité Científico Humanitario”), aunque su influencia llegó a sentirse en otros países de Europa e, incluso, en EE.UU.
A la luz de este “Primer Movimiento”, Havelock Ellis en colaboración con Edward Carpenter fundan, en 1914, la que se podría considerar como la segunda organización homosexual de Inglaterra (la primera fue la “Order of Chaeronea”, en español “Orden de Queronea”, fundada en 1897, pero su carácter era más bien “closet”). Se trata de la “British Society for the Study of Sex Psychology”, en español “Sociedad Británica para el estudio de la Psicología Sexual”, y se dio siguiendo el ejemplo del “Comité Científico Humanitario” (En 1931, esta organización se convertiría en la “British Sexological Society”, en español, “Sociedad Sexológica Británica”). Esta Sociedad inglesa, a través de charlas y publicaciones, se encargo de promocionar tanto el estudio científico del sexo, como una actitud más racional hacia los comportamientos sexuales.
De vuelta a Alemania, en 1919, bajo la recién fundada República de Weimar, Hirschfeld abrió el “Institut für Sexualwissenschaft”, en español “Instituto para el Estudio de la Sexualidad”, en Berlín. Dicho Instituto contuvo una inmensa biblioteca sobre sexualidad y proveía servicios educativos y consultas médicas. El instituto también incluía un Museo del sexo, un servicio educacional para el público que se sabe que fue visitado por clases de escolares.
En 1920 el “Comité Científico Humanitario” presentó al parlamento del imperio alemán (el Reichstag), por segunda vez (la primera fue 1898 y no tuvo acogida), una petición para abolir el párrafo 175 del código penal alemán, que criminalizaba el sexo entre varones. El comité liderado por Hirschfeld consiguió reunir unas 5,000 firmas de prominentes ciudadanos pidiendo la abolición del 175. Entre los signatarios del petitorio se encontraban influentes personalidades de la época: Albert Einstein, Hermann Hesse, Käthe Kollwitz, Thomas Mann, Heinrich Mann, Rainer María Rilke, August Bebel, Max Brod, Karl Kautsky, Stefan Zweig, Gerhart Hauptmann, Martin Buber, Richard Von Krafft Ebing y Eduard Bernstein. La moción había empezado a hacer progresos poco antes de la llegada de los nazis al poder.
Es necesario anotar, que en ninguna parte de Europa o EE.UU. se llegó a articular un “movimiento homosexual”, con la incidencia que alcanzó el liderado por el “Comité Científico Humanitario”. Dicho comité si bien tenía su sede en Berlín, llego a tener 25 secciones en Alemania, Austria y Holanda.
Pero si el Comité de Hirschfeld era una organización de académicos y gente cultivada, la primera organización homosexual de masas fue la “Bund für Menschenrechte”, en español “Liga por los Derechos Humanos”, llamada así desde 1923, pero que surgió en 1919 (con otro nombre) y que se potencio en 1920, tras unirse con otras organizaciones Fráncfort y Hamburgo. Esta liga se dedicó a defender los derechos de las personas homosexuales. A mitad de la década de 1925 practicaron, también, el envió de cartas de queja a representantes oficiales del estado.
Entre 1920 y 1923 las tres grandes organizaciones homosexuales alemanas: el “Comité Científico Humanitario” de Hirschfeld, la “Comunidad de los Propios” de Brand y la “Bund für Menschenrechte” de Friedrich Radszuweit, se unieron para formar la “Aktions Ausschuss”, en español “Comisión de Acción”, nueva organización que, se suponía, fortalecería el movimiento, pero las disensiones entre sus organizaciones integrantes, la llevaron a la pronta disolución.
En 1928 se funda, en un congreso que trato sobre la reforma sexual en Copenhague, la “Weltliga für Sexualreform auf Sexualwissenschaftlicher Grundlage”, en inglés “World League for Sexual Reform” y en español “Liga Mundial para la Reforma Sexual”. Los objetivos de la Liga fueron enunciados en una lista de diez principios, de los cuales el primero fue la igualdad de los sexos. La defensa de las personas homosexuales quedo comprendida en los principios 6, 7, 9 y 10, los cuales hablaban, entre otras cosas, de: la comprensión científica; la promoción de una actitud saludable hacia el sexo, incluyendo el conocimiento de la vida sexual sana; la consideración de las desviaciones y anormalidades del impulso sexual como patologías y no como crímenes, vicios o pecados; la reforma del código penal en lo que respecta a los crímenes sexuales; la diferenciación entre crimen y vicio; etc.



Para 1930, las luchas internas entre los activistas revolucionarios y los reformistas llevaron a la disolución de la liga.
Con respecto al “Comité Científico Humanitario” y al “Instituto para el Estudio de la sexualidad” (que desde 1929 ocupaban la misma sede), su labor quedo trunca tras ser arrasado su local por las tropas de asalto nazis, meses después del ascenso de Hitler al poder, el 6 de mayo de 1933 (Hirschfeld tuvo que huir y murió en el exilio).
La segunda guerra mundial no solo devasto Europa, también anuló el accionar de este primer movimiento homosexual, movimiento que volvería a levantar cabeza con fuerza, con la efervescencia social de los años 60’s.

Se despide su amigo Uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Karl Heinrich Ulrichs. Imagen tomada de: es.wikipedia.org
2. Congreso de fundación de la Liga Mundial para la Reforma Sexual en 1928. Foto tomada de: hu-berlin.de/sexology

lunes, 16 de agosto de 2010

PENA DE MUERTE.


Queridas amistades:
Los saludo y les envió mis mejores deseos.

En estos días, la demagogia de algunos candidatos peruanos a la presidencia de la república (específicamente Keiko Fujimori y Luis Castañeda), han vuelto a posicionar el tema de la pena de muerte en la picota de la opinión pública.
Uso expresiones como demagogia y “picota” por que estos candidatos y sus corifeos apelan a soliviantar las reacciones más viscerales de la población, en busca de réditos electorales. No se busca que el electorado y la población en general tome una decisión consiente y racional, sino que se deje llevar por sus pasiones.
Lamentablemente este ha sido siempre el ambiente en el que se ha discutido sobre la muerte (es decir, situaciones coyunturales), razón por la cual el nivel de las argumentaciones, ya sean a favor o en contra, se han mantenido, hasta la fecha, en el terreno de los lugares comunes o, peor, en el de lo descabellado.
Particularmente estoy a favor de la pena de muerte, lo cual, muy a mi pesar, me pone, aparentemente, del lado de las y los conservadores, aunque cabe aclarar que mis consideraciones no se aproximan, en nada, a las de aquellas o aquellos. Así, no considero que si se busca implementar esa medida en cualquier país, se haga pasando por encima del orden jurídico internacional. Es necesario respetar dicho ordenamiento internacional, si se quiere un dispositivo legal que trascienda el capricho de la o el gobernante de turno.

Uno de los argumentos más recurrentes en contra de la pena de muerte, es el de que esta medida no resulta disuasiva. No puedo estar más de acuerdo. Las sanciones penales en una democracia no responden al objetivo de disuadir a las y/o los delincuentes y criminales de la comisión de delitos. Más aún, se supone que en una democracia los dispositivos legales no se implementan, con la finalidad disuadir, asustar o aterrorizar a la población, para que acciones o reaccionen de tal o cual manera (eso sería lo esperable de estados dictatoriales y tiránicos).
En una democracia los dispositivos legales y las sanciones penales están encaminadas a la higiene social, es decir, a retirar de circulación a aquellos malos elementos que puedan dañar, perjudicar o “contaminar” al resto de la población (de ahí la creencia en las prisiones y cárceles como centros de rehabilitación).
En este contexto, la pena de muerte no es más que el retiro definitivo de circulación, de aquellas y aquellos elementos irrecuperables para la sociedad, tan irrecuperables que en caso de no ser “eliminados”, constituirían no solo un grave peligro para quienes se encarguen de su custodia, sino, también, un onerosísimo cargo por cuestiones de manutención y vigilancia (ojo, que las prisiones de máxima seguridad, a donde van a parar estas y estos sujetos, son más caras que cualquier programa social de bienestar para la población).
Aquí aclaro que no sigo la creencia ingenua en la rehabilitación voluntaria de las y los delincuentes y criminales, no solo porque la realidad demuestra lo contrario (y con creces), sino, también, porque no creo en el mito liberal roussoniano del hombre bueno por naturaleza (la maldad es una realidad y hay personas que se regodean con hacer maldades y/o daño al prójimo).
Los cargos por los que se aplicaría la pena de muerte, serian el homicidio múltiple, el asesinato con sevicia, el asesinato premeditado, el terrorismo homicida y los crímenes de lesa humanidad.
Con respecto a la rehabilitación, los servicios penitenciarios no están diseñados para rehabilitar a las y/o los delincuentes y criminales. Es más, la realidad demuestra que en muchos casos, los servicios penitenciarios son escuelas de avezamiento delincuencial y criminal.
El hecho de que toda y todo sentenciado, a quien se le conmute su libertad, sea sometido al mismo régimen penitenciario, sin importar el delito o crimen o las circunstancias de la o el delincuente o criminal (así, a la misma prisión van a parar las y los ladrones y las y los asesinos, las y los que delinquen por necesidad y las y los que perpetran un crimen por gusto), es prueba palmaria de lo inadecuado de las cárceles o prisiones como centros de rehabilitación.
Y si tomamos en cuenta de que la o el delincuente o criminal es como la o el vicioso y la o el adicto, es decir, que no cambian hasta que reconocen su “mala” condición, entonces no se puede pretender que la carcelería o prisión, basten para “contener” a las y/o los delincuentes o criminales.
Otra cuestión apunta a ciertas posturas de superioridad moral. Hago aquí hincapié en el hecho de que, aunque muchas y muchos no lo reconozcan, la cuestión de la pena de muerte si es un asunto de moral.

Aclaro que no es una cuestión de aceptación o rechazo a los derechos de las personas (como, por ejemplo, sucede con muchas y muchos liberales y todas y todos los neoliberales, que rechazan los llamados derechos económicos), se trata de una cuestión de límites y restricciones. Las y los partidarios contra la pena de muerte parten de la premisa explicita de que el derecho a la vida es irrestricto, mientras que las y los partidarios de la pena de muerte parten de la premisa implícita de que el derecho a la vida, al igual que los demás derechos, es restricto (no se trata de dar muerte indiscriminadamente, sino de conculcar el derecho a la vida a quienes se lo “merezcan”).
Si afirmo que los derechos son restrictos es porque, efectivamente, lo son. Los derechos de cualquier persona terminan donde empiezan los derechos de las y los demás.
Aquí algunas y algunos dirán que estoy aplicando el ojo por ojo, pena de muerte para las y los asesinos, pero recalco que no se trata de cualquier asesino, sino de aquellas y aquellos considerados como irrecuperables para la sociedad.
Con respecto a la superioridad moral, las y los partidarios contra la pena de muerte, en muchos casos, asumen la postura de que oponerse a dar muerte a las y los asesinos “irrecuperables”, implica ser más civilizado que sus antagonistas (claro está que esta postura, rara vez es formulada en estos términos, aunque, en el fondo, siempre los impliquen).
Curiosamente, ponerse en plan de superioridad moral, siempre ha sido la postura de muchas y muchos conservadores en relación a diversos planteamientos (por ejemplo, el de la moralidad sexual).
En el mundo, la mayoría de sociedades y culturas han aplicado, de uno u otro modo, restricciones a la vida de sus miembros. Y solo dos grandes tradiciones culturales han adoptado posturas ampliamente reflexionadas, en torno a dar muerte a las y/o los integrantes de sus respectivas sociedades y culturas (en oriente la tradición hindú budista y en occidente la tradición cristiana). Aún así, muchas sociedades hindúes, budistas y cristianas, han aplicado, en muchos momentos, la dación de muerte a sus miembros.
En occidente, las posturas contrarias a la pena de muerte han seguido, claramente, dos claros derroteros. Por un lado, las diversas confesiones cristianas, al perder poder político, buscaron ganar ascendencia moral, algo que implicó, entre otras cosas, cambiar sus posturas de antaño favorables a la dación de muerte (por ejemplo, en los autos de fe). Por otro lado, con la consolidación de los sistemas democrático liberales, la oposición a la pena de muerte hallaba eco en las creencias liberales en el hombre bueno por naturaleza (y siempre “valioso” para la sociedad).
Entonces, en gran medida, oponerse a la pena de muerte no tiene que ver con ser más civilizado, sino con la adscripción implícita o explícita, indirecta o directa, a sendas visiones ideológicas (un ejemplo de ello sería, la visión cristiana de que el hombre no tiene derecho a quitar ninguna vida, por ser de propiedad divina, cambiada por la abstracción de que ni el hombre ni la sociedad tienen derecho a quitar la vida, porque esta es “sagrada”).

En lo personal, no se trata de valorar en más o en menos la vida de ninguna persona, sino, como se desprende de las posturas ideológicas antes mencionadas, sino de valorar la vida de cada persona en relación al sentido que ellas han tenido para la sociedad. Aquí señalo algo que, en cierto sentido, resulta contradictorio. Valoramos la vida de las personas (e incluso la vida de los demás seres vivos), en tanto dichas vidas tengan algún sentido (ello se hace completamente patente, cuando se habla de las y/o los victimos de la y/o los delincuentes asesinos), pero cuando se habla de las o los criminales “irrecuperables”, el sentido pierde todo valor y solo se habla de vida abstracta.
Esta inequidad debería ser indignante para cualquier persona, puesto que resulta de toda injusticia no solo para con las y/o los deudos de las o los victimos, sino, también, para con las y los demás miembros de la sociedad.
Hasta aquí lo dejo, no por falta de otros puntos a tratar sobre el tema, sino porque la extensión de esta entrega es ya bastante larga.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: todocoleccion.net
2. Foto tomada de: fotolog.com
3. Foto tomada de: taringa.net

lunes, 9 de agosto de 2010

EN RESPUESTA AL SEÑOR URI BEN SCHMUEL, Columnista del diario "La Razon".


Señor Schmuel.

Le escribo en respuesta a sus columnas del diario "La Razón", de los días martes 3, miércoles 4 y jueves 5 del mes en curso*, dedicadas al matrimonio entre personas del mismo sexo o matrimonio entre homosexuales.
Llaman la atención la cantidad de imprecisiones y de desinformación de la que hace gala en sus entregas, tomando en cuenta que es un columnista de un diario de circulación nacional.
Empezare cuestionando su fuente. Wikipedia no se caracteriza por tener información 100 % confiable. Cualquiera, incluidos usted y yo, podemos subir artículos y datos a esa enciclopedia virtual, sin que, necesariamente, tengan rigor científico. Es más, la mayoría de sus informaciones no provienen de investigaciones concienzudas o de científicos de prestigio. De ahí que confiar ciegamente de lo que se dice en Wikipedia, es poco sensato.
Por no contrastar la información, usted pone en duda la seriedad de diversos organismos que, a no dudarlo, cuentan con mayor prestigio y reconocimiento que Wikipedia.

Contrario a lo que parece creer, organismos como la “Asociación Estadounidense de Psiquiatría” (APA), la “Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otras, no sacan conclusiones, ni toman decisiones, a partir de cuestiones tan banales como los lobbies o las protestas de grupos de activistas de cualquier índole.
Curiosamente, solo las y los creyentes en teorías de la conspiración, siguen el mismo razonamiento que usted manifiesta. Así, los que reniegan de las vacunas o los que niegan la existencia del sida, aduciendo complots de trasnacionales farmacéuticas, se dedican a infamar y desacreditar a organismos serios, como la OMS. Lo mismo ocurre con los grupos homofóbicos, que aduciendo complots de agrupaciones homosexuales, infaman y desacreditan a instancias como la APA o la OMS. Aquí usted se pone al mismo nivel de los homofóbicos, de los que reniegan de las vacunas, de los que niegan la existencia del sida, etc. Peor aún, suponer que organismos como la OMS saca conclusiones o toma decisiones en base a uno o a unos pocos estudios, resulta bastante descabellado.
Al respecto, la normalización de la homosexualidad, no obedece, como usted parece creer, al peso de un único investigador, Robert L. Spitzer, sino a innumerables estudios de reputados investigadores, entre los que se podrían contar: Kinsey, Masters y Johnson, Hooker, Hite, Foucault, etc.
El caso de L. Spitzer no deja de ser anecdótico, ciertamente primero se pronuncia “a favor” y luego “en contra” de la homosexualidad. Sin embargo, no necesariamente su rectificación resulta la correcta, amén de que no es la o el primer investigador que se rectifica en el error (así, Einstein, en su teoría de la relatividad, apuntaba a un inicio del cosmos, lo que se conocería después como la teoría del Big Bang, pero rechazó este postulado y se pronuncio a favor de un universo perenne e inmutable, craso error).
La rectificación de Spitzer se basa en un “estudio” psiquiátrico descaradamente sesgado y tendencioso. Parte de la conclusión previa de que la homosexualidad es un desorden mental (lo cual no es objetivo ni imparcial) y limita su muestra a personas homosexuales que acuden a médicos y psiquiatras (jamás entrevisto a personas homosexuales que aseguraban sentirse bien con su homosexualidad). Además, las supuestas “curaciones” que presenta en su estudio, no tiene seguimientos a largo plazo, que verifiquen la perdurabilidad de la “cura” (como lo exigiría un estudio de esas características). Todo ello hace del “estudio” de Spitzer, un mamómetro poco serio y riguroso.
Con relación al matrimonio entre homosexuales, usted arguye que en otras sociedades y culturas si bien había cierta permisividad hacia las prácticas homosexuales, y cita como ejemplo la antigua Grecia, ninguna civilización había practicado uniones entre personas del mismo sexo, lo cual no es verdad. En la Europa de la edad media la iglesia celebraba uniones entre varones (léase “Las Bodas de la Semejanza” de John Boswell) y en el África occidental, hasta el siglo XX, algunos pueblos bantúes admitían el casamiento entre mujeres (léase “De la Familia: una visión etnológica del parentesco y la familia" de Francois Zonabend).

Es decir que, contrariamente a lo que usted cree, en otras sociedades y culturas no solo se permitían las prácticas homoeróticas, sino que también se permitían las uniones entre personas del mismo sexo. El proceso de medicalización y patologización de la homosexualidad recién data de mediados del siglo XIX (léase "Teoría Torcida" de Ricardo Llamas”) y en siglos anteriores, las prácticas homoeróticas eran consideradas pecado, porque para los cristianos de la edad media, el sexo solo cumple una función reproductiva, no placentera (léase "Variación Sexual en la Sociedad y la Historia" de Vern Bullough). Actualmente ningún sexólogo reputado considera que el placer sexual sea negativo o ilegítimo.
En el pasado las iglesias cristianas consideraban pecado el préstamo con intereses, la independencia de la mujer y las prácticas homoeróticas (o inclusive el placer sexual heteroerótico), mientras respaldaban los matrimonios forzados, la esclavitud y la pena de muerte. Es decir, las cosas cambian. Su argumento de que si antaño, dado que no había matrimonios entre homosexuales, tampoco debe haberlos en el presente, es francamente reaccionario. Siguiendo ese obtuso razonamiento, como en el pasado las mujeres y el campesinado no tenían derechos, ahora tampoco deberían tenerlos.
Su razonamiento acerca de que el matrimonio es solamente entre un hombre y una mujer para generar hijas e hijos es bastante plano y superficial, es la postura de una moral particular, contraria a las nociones contemporáneas de ciudadanía. La realidad nuevamente no le da la razón, pues en el mundo hay millones de personas que tienen hijas e hijos sin casarse (convivientes, madres y padres solteros, etc.) o se casan y no quieren tener descendencia. O sea que el matrimonio no tiene absolutamente nada que ver con la reproducción (y que yo sepa, las demás especies no necesitan del matrimonio para reproducirse).
A ello sumémosle que en el mundo, millones de personas saludables, de bien y de provecho para la sociedad no han contado en su vida con madre o padre (niñas y niños abandonados por ejemplo), millones de personas saludables, de bien y de provecho para la sociedad son hijas o hijos de madres o padres solteros. Es más, miles de personas en el mundo (en Canadá, EE.UU o Europa), personas saludables, de bien y de provecho para la sociedad han sido criadas por parejas homosexuales. Entonces, ni el matrimonio es requisito indispensable para tener y criar descendencia, ni las o los hijos requieren necesariamente de una madre y un padre casados, para ser personas saludables, de bien y de provecho para la sociedad.
Por otro lado, usted se horroriza de que un autor homosexual sostenga de que hay que cambiar la noción de familia. Permítame recordarle que la noción y la constitución de la familia han cambiado siempre y seguirán cambiando, pues le guste o no, todas las estructuras sociales han cambiado siempre a través del tiempo y de una sociedad y cultura a otras.
Por ejemplo, han existido y aun existen en Nepal e India familias poliandricas, entre los musulmanes se admiten familias poligamicas (igual entre los incas), la aristocracia europea, hasta el siglo XVIII, encargaba la crianza y educación de sus hijas e hijos a sus servidores (ayas, ayos, institutrices, etc.), mientras que en algunas sociedades tribales la crianza y educación de hijas e hijos estaban a cargo de toda la tribu. Más aún, el modelo de familia nuclear vigente, actualmente, en occidente (de mama, papa, hijas e hijos) recién surge en el siglo XIX (léase "Historia de la Familia Europea" de Kertzer y Barbagli), mientras que, en siglos anteriores, primaba el modelo de familia extensa..

Por último, las leyes, los derechos y las libertades existen para proteger, amparar y beneficiar a las personas, no a entelequias (como la del pasado, la tradición o lo que usted considera como cultura occidental), las leyes, los derechos y las libertades, al hacernos ciudadanos, nos aseguran igualdad y justicia. Y esa igualdad y justicia están por encima del pasado, de la tradición y de ciertos usos y costumbres discriminatorios y marginadores que aún persisten en la sociedad occidental, travestidos de cultura occidental.
Ayer las personas afroamericanas eran esclavos, hoy son ciudadanos libres, ayer las mujeres no tenían derechos, hoy sus derechos ya son reconocidos, ayer las personas homosexuales no se casaban, hoy ya se casan (en algunos países). Así que le guste o no, en nuestra sociedad occidental importan las leyes, los derechos, las libertades, la igualdad y la justicia, todo ello que hace de las personas ciudadanas y ciudadanos plenos.
El matrimonio entre personas homosexuales, le guste o no, ya es una realidad, así usted quiera negarla con argumentaciones que dejan mucho que desear.

Atentamente.

Ho Amat y León Puño, historiador (UNMSM) y activista guei de la Red Peruana TLGB.

* Dia martes 3:
Dia miércoles 4:
Dia jueves 5:

Imágenes.
1, 2 y 3 Imagenes tomadas de: larazon.com.pe

martes, 3 de agosto de 2010

SUPERVIVENCIAS SOCIOCULTURALES.


Queridas amistades:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.

A través de la historia, la humanidad ha experimentado diversas formas de ordenamiento y organización social muy disimiles entre sí.
Al respecto, desde los inicios de la edad de piedra, hasta la aparición de las clases sociales la humanidad se ha ordenado y organizado en forma de bandas, tribus, jefaturas, etc. Y desde el surgimiento de las clases sociales ha habido diversas formas de ordenamiento y organización clasista, tales como la comunal, la esclavista, la feudal, la capitalista, etc.
Cada uno de estos ordenamientos y organizaciones sociales implican diversos tipos de estructuras económicas, sociopolíticas e ideológicas. Más aún, se dan, también, diversos tipos de relaciones sociales (económicas, políticas, culturales, etc.).
Así, en las sociedades de bandas, dado que no hay estado, ni clases sociales, ni producción, ni propiedad, las estructuras y relaciones sociales responden a vínculos socioparentales, razón por la que los integrantes del grupo, se consideran, más o menos, como una familia fraternal. En las sociedades de castas (ya en sociedades productoras y clasistas), las estructuras y relaciones sociales están determinadas y reguladas por el estado (el estado determina quien, como, donde y cuando las personas deben relacionarse). Aquí, cada casta concibe tener un origen humano diferenciado (es decir, el miembro de una casta se siente y asume como un humano diferente a los miembros de otras castas), y, además, algunas castas se erigen como superiores y dominantes y otras quedan como inferiores y subordinadas. En la sociedad capitalista las estructuras y relaciones sociales están mediatizadas por la ley (no por el estado) y las los individuos se asumen como iguales a nivel legal y jurídico.


Con el tiempo, las estructuras y relaciones sociales, propias de una determinada sociedad (ya sea bandal, tribal, jefatural, esclavista, feudal, etc.) van variando, se transforman, hasta cambiar profundamente. Cuando el grueso de las estructuras y relaciones sociales se transformaron y cambiaron, se da un cambio de ordenamiento y organización social, es decir, se pasa de un tipo de sociedad a otra (a través de la historia se encuentra el paso de la sociedad de bandas del paleolítico a la sociedad tribal del neolítico; el paso de la sociedad esclavista romana de la antigüedad a la sociedad feudal europea del medioevo; el paso de la sociedad feudal europea de las edades media y moderna a la sociedad capitalista occidental y contemporánea, etc.).
Cada nuevo tipo de sociedad (de bandal, tribal, jefatural, comunal esclavista, feudal, etc.), cada nuevo ordenamiento y organización social no se presenta con plena consistencia (o sea puro), sino que evidencia claras contradicciones.
En el seno de cada nuevo ordenamiento y organización social conviven diversos tipos de estructuras y relaciones sociales. La mayoría (el grueso) de ellas, conforman un modelo y sistema económico político y social hegemónico, mientras que una minoría de las estructuras y las relaciones sociales ocupan un lugar subalterno y subordinado al modelo y sistema hegemónico.
Entre las estructuras y relaciones sociales subalternas y subordinadas a lo hegemónico se encuentran tanto los gérmenes de nuevas estructuras y relaciones sociales, como pervivencias de ordenamientos y organizaciones pasadas y periclitadas.
Así, las castas, propias de sociedades comunales (del llamado modo de producción asiático), sobrevivieron a la feudalización de la india (e, inclusive, perviven en la presente sociedad capitalista), mientras que las relaciones esclavistas, propias de las sociedades grecorromanas, sobrevivieron a la feudalización de Europa.
Ahora, estas estructuras y relaciones sociales supervivientes, no son, necesariamente, manifestaciones decrepitas y agónicas de las sociedades ya superadas, sino que, en muchos casos, llegan a convertirse en parte importante de los nuevos ordenamientos y organizaciones sociales.
Así, el patriarcado, surgido en sociedades prehistóricas, aún tiene notable vigencia en la contemporánea sociedad capitalista, pese a la legislación liberal “igualitaria”, mientras que la esclavitud fue parte importante de la economía colonial americana, que era de corte feudalizante.
Estas estructuras y relaciones sociales supervivientes han sobrevivido, han sobrevivido a sus sociedades originarias, y se han mantenido vigentes en el tiempo, debido a que, mayormente a grupos de poder, dominantes y/o hegemónicos.
Así, el patriarcado se mantuvo, a través del tiempo, gracias a que los varones, como grupo social, jamás renunciaron al poder ni a sus privilegios, mientras que el modelo contemporáneo de propiedad, que hunde sus raíces en el feudalismo, ha alcanzado gran relevancia, gracias a la preponderancia social que tienen las clases terrateniente, mediana y pequeño propietarias.
Esto implica que la contemporánea sociedad capitalista, no está exenta de supervivencias estructurales y relacionales, supervivencias que se integraron al seno de la sociedad capitalista, por causas muy particulares y específicas (de ahí se colige que la integración de las supervivencias estructurales y relacionales, en cualquier ordenamiento y organización social, obedece, igualmente, a razones y causas particulares y específicas).
Así, el actual modelo de propiedad privada, que está integrado al sistema capitalista, es una pervivencia de sociedades pasadas, pues ya “operaba a lo a lo largo de la llamada edad moderna y sus orígenes se remontan a la edad media, más fue adaptado para integrarse al sistema capitalista. Si la burguesía, clase dominante de la sociedad capitalista, incorporó al ordenamiento y organización capitalista el superviviente modelo de propiedad (feudal), fue porque en su ascenso al poder (como clase dominante), a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX, se enfrento a otras clases sociales (aristocracia, proletariado, campesinado, etc.), que, también, aspiraban a ese poder y dominio.
En esta “lucha” de clases, la burguesía solo pudo sitiarse en su encumbrado sitial (de clase dominante en la sociedad capitalista), tras aliarse con las clases terrateniente, mediano y pequeño propietarias, hecho por el cual no rompió con el antiguo modelo de propiedad, sino que, como concesión a sus aliados, lo incorporo al nuevo sistema capitalista.
Lo mismo sucedió con la institución matrimonial, cuya estructuración se remonta a la edad media, época en la que es parte de un sistema clerical (de unión de iglesia y estado).
La clase burguesa, de ideología liberal, no rompió con esta supervivencia medieval (el matrimonio), y si la adapto a su ordenamiento y organización social, transformándola de matrimonio religioso a civil.


Si los burgueses liberales mantuvieron esta supervivencia del matrimonio, como una concesión a los grupos conservadores, es porque estos últimos también fueron sus aliados, durante las “luchas” de clases acaecidas entre los siglos XVIII y XIX (y por que dicha institución matrimonial les era funcional, como instancia de control de su régimen heterosexista).
Para finalizar, las supervivencias socioculturales son parte de las contradicciones presentes en todo ordenamiento y organización social (ya sea bandal, tribal, jefatural, comunal, esclavista, feudal, capitalista, etc.) y como tales (como supervivencias contradictorias) tienen que ser reconocidas.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Piramide social de las castas de la india. Imagen tomada de: abelgalois.blogspot.com
2. Matrimonio civil. Foto tomada de: lapaginadelosnovios.cl