martes, 25 de mayo de 2010

CIENCIA, SEXO Y GÉNERO.


Amistades mías:
Reciban mis más sinceros saludos y parabienes.

Hace poco leí un artículo acerca del tema que voy a tratar, ciencia, sexo y género, específicamente, acerca del rol que la ciencia ha tenido en la refrendación del prejuicio homofóbico y transfóbico.
Sin embargo y a pesar de lo interesante del artículo, me permito discrepar en relación a lo que ellos llaman ciencia y conocimiento científico.
Concuerdo con el hecho de que el prejuicio homofóbico y transfóbico apela a la palabra científica para invalidar la legitimidad de las diversidades sexuales y genéricas, pero discrepo en lo referente a que las justificaciones prejuiciosas articuladas a través de un discurso pretendidamente científico, pueda ser llamado conocimiento científico o ciencia.


Aclaremos el asunto. En nuestra sociedad occidental, cuando cualquier persona que se considere medianamente racional e informada, cuando diversas agrupaciones con discursos políticos y sociales pretendidamente serios, buscan validar y legitimar sus particulares ideas, creencias, costumbres, etc., mayormente apelan a la inteligencia, a la razón, y, se supone, que la última instancia a la que apelan dicha inteligencia y racionalidad, es a la ciencia.
En otras palabras, la ciencia es el principal discurso legitimador en la sociedad occidental, mas ello no sucede en otras sociedades y culturas.
Cada sociedad y cultura, a lo largo de la historia, posee una mentalidad propia, una forma particular de ver y entender la realidad, por ejemplo, las consideraciones acerca de cómo el ser humano se relaciona con su entorno, varían de una sociedad a otra, de una cultura a otra. Así, mientras que para las sociedades orientales el hombre y la naturaleza están íntimamente compenetrados (el ser humano se diluye ene la naturaleza), para la sociedad occidental hombre y naturaleza son instancias separadas, distintas entre si (de aquí la visión acerca de controlar la naturaleza).
En tales circunstancias, se encuentra que en cada sociedad y cultura, al tenerse diversas mentalidades, también se apela a particulares discursos sociales, con los que se valida y legitima las particulares ideas, creencias, costumbres, etc.
De entre todos estos discursos sociales, uno de ellos se decanta como principal, como hegemónico y en tal posición predominante, funge como ultima instancia, ante la cual se validan y legitiman las particulares ideas, creencias, costumbres, etc., propias de cada sociedad y cultura.
Así, entre las sociedades esclavistas de la antigüedad europea el principal discurso legitimador era uno de corte filosófico moral, en las sociedades feudales del medioevo el principal discurso legitimador era uno de tipo religioso (por ejemplo, el cristianismo en la Europa medieval) y en la sociedad burguesa contemporánea el principal discurso legitimador es uno de tipo científico.
Dichos discursos legitimadores no se caracterizan por ser precisos o exactos, sino, más bien, por justificar el orden social imperante (son discursos justificadores antes que esclarecedores). Por consiguiente, difícilmente se puede esperar que estos discursos se fundamenten en la realidad o en la “verdad”.
En nuestra sociedad, si se apela a la palabra científica para legitimar ideas, creencias, costumbres, etc. Así, los liberales asumen que su ideal social obedece a una estricta racionalidad científica, mientras que los socialistas asumen que su ideología es también estrictamente científica (el llamado socialismo científico).
Sin embargo, en la mayoría de los casos no se trata de ciencia, sino de pseudo ciencia, es decir, que se trata de un discurso que apela a ciertas metodologías, a cierto lenguaje de tipo científico, pero que difícilmente puede ser catalogado como CIENCIA.
Una de las principales diferenciaciones entre la pseudo ciencia y la ciencia proviene de su bagaje conceptual e informativo. Al respecto, se puede hablar de que hay un saber científico que corresponde a la pseudo ciencia y un conocimiento científico que proviene de la ciencia propiamente dicha. Ambos, saber científico y conocimiento científico son claramente diferenciables, puesto que, a grandes rasgos, el saber se basa en nociones transmitidas sin mayores explicaciones ni verificaciones experimentales, mientras que el conocimiento es el metódico resultado de la exanimación analítica, la racionalización y la comprobación experimental. Esto quiere decir, que mientras el saber es acrítico y formulado a priori, el conocimiento es crítico y mediatizado, por lo que su formulación es, siempre, a posteriori.


Con relación a la sexualidad, no se puede asumir que todas las opiniones, posturas o teorizaciones que se hacen en relación al sexo y al género, corresponden a la ciencia o al conocimiento científico.
Al respecto, difícilmente se pueden comparar sendos estudios de género, como los de Eve Sedgwick o Judith Butler, con los argumentos prejuiciosos que sustentan la llamada disforia de género. Igualmente, no se pueden comparar sendos estudios sobre sexualidad, como los de Michel Foucault o Jeffrey Weeks, con los argumentos que sustentan la llamada homosexualidad egodistónica. Más aún, equiparar los estudios queer o de género con el saber científico homofóbico y transfóbico seria como equiparar la evolucion con el creacionismo.
Se hace muy necesario, entonces, realizar aproximaciones serias a los estudios sobre sexo y género desde una perspectiva heurística, es decir, a partir de la crítica de las fuentes. Tratandose, específicamente, de dos tipos de crítica:
1- La exegesis o crítica externa, la cual, a grandes rasgos, se podría resumir en la pregunta: ¿Qué grado de confianza merece tal fuente?
2- La hermenéutica o crítica interna, la cual, a grandes rasgos, se podría resumir en la pregunta: ¿Qué grado de confianza merece lo consignado por tal o cual fuente?
La crítica permanente hacia las múltiples informaciones sobre sexo y género, hace, sin lugar a dudas, una gran e importante diferencia entre ciencia y pseudo ciencia, entre saber científico y conocimiento científico.
En suma, ni la ciencia, ni el conocimiento científico, han sido usados como dispositivos de control que refuerzan la homofobia y transfobia. Ni la ciencia, ni el conocimiento científico han fungido de instrumentos para invalidar o ilegitimizar las diversidades sexuales o genéricas.
Aprender a reconocer y dilucidar la diferencia entre ciencia y pseudo ciencia, entre saber científico y conocimiento científico es sumamente importante, pues solo así podremos luchar, efectivamente, contra el prejuicio y la discriminación hacia las muy validas y legítimas diversidades sexuales y genéricas.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Diosa griega de la sabiduria. Foto tomada de: taringa.net
2. Alegoria de la ciencia (vitral del paraninfo de la universidad de Zaragoza). Foto tomada de: unizar.es

martes, 18 de mayo de 2010

DISCRIMINACIÓN ETÁREA.


Queridas amistades:
Les saludo y les envió mis mejores deseos.

Mi madre, ya una persona anciana, es bastante sensible al maltrato hacia otras personas ancianas (no utilizo la expresión adulto mayor por parecerme un eufemismo pudibundo e invisibilizador), por lo que es más consciente de dicho maltrato que el común de los mortales (mientras que muchas y muchos ancianos lo asumen como tratamientos merecidos y “normales”).
Y precisamente, gracias a ello, he abierto los ojos a ciertas acciones y conductas que son horriblemente discriminatorias y marginantes, pero que la mayoría de las gentes parecen asumir como válidas y legítimas.

Al respecto llamare su atención sobre dos hechos que ponen en evidencian esta situación:
El primero es sobre el modelo social en el que vivimos, el cual nos está imponiendo una separación de jóvenes y adultos y peor aún, el abandono de nuestras y nuestros ancianos.
Desde la visión de familia nuclear que rige en occidente, y que nos impone la creencia en que las y los hijos, al hacerse adultas o adultos, deben partir a la búsqueda de su propia vida adulta e individualizada (alejándose de sus madres y padres sin importar el que quedan solos o si puedan valerse por sí mismos, como en el caso de divorciadas, divorciados, viudas, viudos, madres o padres solteros, discapacitadas, discapacitados, ancianas, ancianos, etc.), hasta la existencia de centros de atención, albergues, asilos, condóminos, etc., exclusivos para ancianas y/o ancianos, todo supone hacer una vida separada de las y los adultos y las y los ancianos.
El asunto alcanza ribetes de espanto en muchos casos de ancianas y ancianos que viven con sus “familias” y que en muchas ocasiones, son relegados y tratados casi como mobiliario. En estas “familias”, a las y los ancianos no se les presta atención, no se conversa con ellas o ellos, no se les brinda afecto, se les trata con irritación, se les deja asolas, etc. En suma, se trata mal, se maltrata, a las personas ancianas y lamentablemente nadie repara en ello.
Cuando converso con mi madre sobre esta situación, no puedo evitar el concluir, que ciertas personas, cuando maltratan a sus madres y/o padres ancianos, están enseñándoles a sus hijas e hijos como quieren ser tratados cuando lleguen a la ancianidad.
Ese es el punto, nuestra tolerancia hacia el desprecio por la adultez, nuestra tolerancia hacia el maltrato de personas ancianas, cuestiones que no hacen más que reproducir y reforzar, el ambiente, de discriminación y marginación hacia las personas adultas y ancianas, en el que estamos viviendo.
Lo peor de todo, es que conversando con muchas y muchas personas entre jóvenes y adultas hay una percepción bastante difundida, de que en nuestra vida de adultos nuestras necesidades afectivas o sexuales van en disminución, hasta desaparecer en la ancianidad y peor aún, de que a las y los ancianos les corresponde apartarse, retirarse de la vida social, afectiva y sexual de nuestra sociedad.

Desgraciadamente, si quienes creen esto prestaran mayor atención a las y los ancianos, se darían cuenta (y quizás tomarían conciencia) de que ninguna persona anciana se siente verdaderamente feliz con esta situación de maltrato, discriminación y marginación y para acrecentar lo álgido de esta cuestión, las y los ancianos se dan cuenta de sus situación, sufren y no les queda más que resignarse a ello (pues, en su condicion, en muchas ocasiones, difícilmente pueden enfrentarse a sus “familias” o a la sociedad).
El segundo hecho trata sobre los referentes de discriminación y marginación hacia las personas adultas y ancianas, que están fuertemente inscritos en el imaginario social y que asumimos como válidos y legítimos.
Obviamente no se trata de referentes directos y confrontacionales, sino de referentes sutiles e indirectos.
Es verdad que nadie dice que las y los adultos y/o las y los ancianos deban ser maltratados, vejados, relegados, agredidos o violentados, pero el actual ensalzamiento a la juventud en el que vivimos inmersos, si va en detrimento de otros periodos etáreos (específicamente el de la adultez y el de la ancianidad).
La más directa de estas expresiones de rechazo a personas adultas y/o ancianas (verdadera misogeria o gerontofobia), es la referida al trabajo. La mayoría de las empresas y/o instituciones (incluidas diversas ong’s dedicadas a la defensa de derechos humanos), cuando hacen sus contrataciones, limitan el rango etáreo de las y los postulantes a un periodo juvenil. Lo más común es encontrar anuncios de empleos que señalan un margen etáreo de 18 a 35 años, lo cual, se supone, es atentatorio no solo contra las leyes antidiscriminación, sino también contra los DD.HH.
En tal sentido, no conozco ningún pronunciamiento de ong’s de derechos humanos (por más que he buscado en internet), que protesten y/o censuren esta situación.
Más sutiles, pero no menos discriminatorios, son las referencias cotidianas a la juventud como edad ideal y deseable para todas y todos. Frases como: “tiene un espíritu joven” (refiriéndose a una persona adulta o anciana) o “aún te vez joven”, son equivalentes a diversas frases racistas, sexista u homofóbicas como: “el chico moreno” o “tiene rasgos indígenas” (refiriéndose a personas afro e indo americanas), “debes ser cortes con una mujer” o “yo no tengo nada en contra de las o los homosexuales”.
Lo más patético es ver a personas que dicen luchar contra todo tipo de discriminación que se indignan por un equívoco o una broma clasista, racista, sexista u homofóbica, pero hacen burlas y/o comentarios altisonantes hacia personas mayores o se ríen y/o festejan las burlas y/o comentarios denostativos hacia personas adultas y/o ancianas o hacia la etapa de la adultez y/o la ancianidad en general (verbigracia: “eso es para viajas” o “tu estas viejo”, etc.).

En suma, estamos permitiendo que las referencias hacia las y los adultos y las y los ancianos sean referencias negativas y estigmatizantes.
Permítanme hacer las siguientes comparaciones:
Decirle “blanca” a una persona “no blanca”, decirle varón a una mujer o decirle heterosexual a una persona homosexual no es mal visto, pero decirle “negra” o “india” a una persona “blanca”, mujer a un varón o decirle homosexual a una persona heterosexual es aún motivo de ofensa (como si ser persona “negra” o “india”, mujer u homosexual fuera denigrante o estigmatizante).
De la misma manera, decirle joven a una persona adulta o anciana es considerado un alago, pero decirle a alguien joven: mayor, viejo o anciano es motivo de incomodidad o molestia (como si la adultez o la ancianidad fueran algo negativo o malo).
Si decimos luchar contra todo tipo de discriminación y marginación, debemos ser consecuentes y combatir cualquier manifestación de discriminación y marginación hacia las personas adultas y ancianas, pues si seguimos tolerando el desprecio y el maltrato hacia la adultez y la ancianidad, no solo estamos contribuyendo a que en nuestra sociedad se discrimine y margine a personas adultas y ancianas, sino que, además, estamos labrándonos un futuro verdaderamente espantoso para nosotras y nosotros mismos.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Foto tomada de: sumemosweb.blogspot.com
2. En el umbral de la eternidad (1890), Vincent Van Gogh. Imagen tomada de: painting-palace.com
3. Ancianas en Arlés (1888), Paul Gauguin. Imagen tomada de: radford.edu

lunes, 10 de mayo de 2010

1968.


Queridas amistades:
Los saludo y les envió mis parabienes.

La “revolución” de 1968, que tuvo su “epicentro” en Francia y su cenit en el mes de Mayo, fue uno de sucesos históricos más importantes del siglo XX.
En muchos sentidos, fue el comienzo de lo que vivimos en el presente, pues la forma en que vemos el mundo y encaramos nuestro porvenir, hunde sus raíces en una época de grandes cambios y transformaciones sociales, que tiene como hito fundacional, las revueltas estudiantiles del 68’ que abarcaron todo el globo, desde Francia a México y desde Estados Unidos al Japón.


Puede decirse que fue el primer movimiento “revolucionario” globalizado y por ende, la madre del cordero, pues con esta “revolución” nuevos actores sociales emergieron al primer plano de la actualidad, los llamados nuevos movimientos sociales como: el de los jóvenes rebeldes, el feminista, el ecologista, el pacifista, el de los hippies, el guei lésbico, entre otros.
Claro está que si bien el momento cumbre de esta “revolución” se dio en Francia, en Mayo del 68, sus antecedentes se remontan hasta el movimiento por la paz que recorrió Europa desde finales de los años cincuenta (movimiento generado por el malestar existente ante la “Guerra Fría”).
Al respecto, la polarización del mundo en dos bloques después de la segunda guerra mundial, el capitalista por un lado y el soviético por otro, conllevó a un cuestionamiento de ambos sistemas, por parte de diversos sectores sociales que cuestionaban, radicalmente, las hondas desigualdades socioeconómicas de un sistema y los regímenes altamente burocratizados y dictatoriales del otro.
A ello se sumarian: la elevación de los niveles de vida y el creciente consumismo, asociado al desarrollo de los medios masivos de comunicación, a la par de la generalización de los sistemas educativos, con la consiguiente masificación de las universidades, y la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo, factores todos que contribuyeron al cambio y la transformación de los valores de la sociedad, particularmente los de las jóvenes generaciones nacidas después de la segunda guerra mundial.
Los cambios y transformaciones que se dieron, acarrearon consigo una crisis de la sociedad burguesa y su cultura oficial, puesta de manifiesto a través de una profunda reestructuración de los estilos de vida y valores de gran parte de la población mundial (sus relaciones de parentesco, roles genéricos y sexuales, formas de ganarse la vida y divertirse, creencias religiosas y políticas, etc.).
La “revolución” de 1968 dejó una huella profunda entre los integrantes de los movimientos sociales, así como en toda la gente que siempre se ha preocupado o ha luchado en diferentes ámbitos e instancias por la libertad, la igualdad y la justicia.
Algunos de los postulados de esta “revolución” aun no han perdido vigencia. Uno de esos postulados ideológicos, que sirven de basa en común para diversos movimientos sociales, como el ecologista, el anti globalización, el antirracista, el feminista o el guei lésbico, etc., es el del cuestionamiento y la crítica hacia la vida cotidiana, hacia roles sociales, asignados a individuos y colectivos, cada vez mas uniformes y desprovistos de sentido.


La revolución de 1968 apuntaba a un sueño fuertemente utópico, hacer una sociedad de personas libres y plenamente desarrolladas, libres en tanto las personas no estén sujetas al poder institucionalizado, arbitrario y vertical, y plenamente desarrollados, en tanto las personas puedan desenvolverse, autónoma e independientemente, siguiendo sus anhelos y sentires, una utopía que por primera vez alcanzó resonancia como movimiento social.
El mayor logro de la “revolución” de 1968 no fue político, pues significo, entre otras cosas, la derrota de la izquierda progresista y contestataria, sino cultural. Sus “efectos” se hicieron y se hacen sentir tanto en el arte como en el campo de las ideas. Así, nadie puede negar el papel que jugó y juega el desarrollo de sendos discursos científico sociales en los diversos movimientos sociales: como el posmodernismo en los movimientos contracultural y antirracista, los estudios de género en el movimiento feminista o la teoría queer en el movimiento guei lésbico.
Con todo, es el movimiento juvenil (la visión de la juventud como grupo y movimiento social específico), el mayor beneficiado de dicha “revolución”, al extremo de que se ha llegado a decir que: "por primera vez en la historia una clase etárea (adolescente y juvenil) tomó el relevo de las clases sociales".
El cifrar las esperanzas de cambios y mejoras sociales en el accionar de la juventud (con todo lo bueno y lo malo que ello pueda significar), es el mayor legado de aquella “revolución” y en su empoderamiento y toma de conciencia es que está siendo depositados, para bien o para mal, los anhelos y las esperanzas sobre el porvenir de la humanidad.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Afiche conmenorativo sobre la protesta de mayo del 68. Imagen tomada de: lamemoriaviva.wordpress.com
2. Protesta de mayo del 68. Foto tomada de: 20minutos.es

lunes, 3 de mayo de 2010

MATERNIDAD: ¿INSTINTO NATURAL?


Amistades mías:
Les envió mis más sinceros saludos y mis mejores deseos.

A pocos días del día de la madre, las edulcoradas frases sobre lo que significa ser madre se ciernen sobre cada mujer, como si de sentencias luctuosas se tratara, pues pareciera que si alguna mujer no guarda correspondencia con estos referentes supuestamente bien intencionados, no solo es vista como unas mala mujer, sino que, además, es sujeta de vilipendio y vituperio.


Al parecer, algo que ronda por las cabezas de la mayoría de las gentes, es la idea de que las madres hacen girar sus vidas alrededor de sus hijas y/o hijos, forzosamente hasta más allá de los límites de la abnegación.
Pero si uno se informa y toma conciencia de la realidad, caerá en cuenta que de que las mujeres no tienen ninguna obligación, ni ningún deber de querer a sus vástagos (si lo hacen es porque lo quieren, porque es su opción).
Más aún, ninguna mujer tiene como mayor o único objetivo de vida, el ser madre (ello, hoy por hoy, es una opción más, que, aunque valida y legítima, no es el culmen de las aspiraciones femeninas y mujeriles).
Ahora, esta visión sobre la mujer y la maternidad, que se encuentra arraigada en la mentalidad del común de las gentes, es una visión construida socialmente y apenas se remonta al siglo XIX.
Fue recién en el siglo XIX, cuando se relegó a la mujer al hogar familiar, se le asignaron las labores domesticas y se le destino a tener como mayor y único objetivo de vida el ser madre (más aún, el ser buena madre).
Según esta visión patriarcal, heterosexista y burguesa, el que las mujeres practiquen la abnegación y se entreguen por entero al cuidado de las y los hijos, es una cualidad inherente, connatural, a la condición de ser mujer, razón por la cual ser madre tiene el rango de instinto animal.
Aplicando estos alienantes criterios, toda mujer que no demuestre tener apremiantes deseos de ser madre, toda mujer que ya siendo madre no renuncie a su condición de individua y se convierta en la servidora absoluta de sus hijas y/o hijos, es alguien a quien, sin ningún problema, se le puede cuestionar, censurar y/o repudiar.
Dicha visión fue naturalizada por una pseudo ciencia que se dedicaba, y se dedica, a refrendar el orden social establecido (nuestro actual orden patriarcal, heterosexista y burgués). Para esta pseudo ciencia, llamémosle aburguesada (pues está al servicio del orden patriarcal, heterosexista y burgués), el supuesto instinto maternal, expresado a través del deseo absoluto por ser madre y por la abnegación total hacia hijas y/o hijos, seria propia de las especies animales, es decir, que en el mundo natural no habría animal que no manifestara el mencionado instinto de maternidad.
Sin embargo, en el mundo natural, abundan ejemplos que refutan, claramente, esa equivoca visión materno animal. Así, en diversas circunstancias, muchas especies de herbívoros (como gacelas, antílopes, venados, etc.) abandonan a sus crías y huyen para salvar sus vidas. Otras especies matan a sus crías frente al peligro (como el demonio de Tasmania o la hiena) o como una especie de eutanasia (la paloma, la rata, etc.), si no tiene probabilidades de sobrevivir. Algunas madres no se interponen cuando el macho mata a las crías (como sucede con las leonas) y otras madres rechazan a sus crías y las dejan morir de inanición (como las gatas, los chimpancés, etc.).
Agreguemos que para los animales no hay deseos de maternidad, no hay instinto reproductivo. En todos los animales la reproducción es consecuencia colateral de la satisfacción de la necesidad de copular (es la pseudo ciencia aburguesada la que considera que la necesidad de copula y al celo son expresiones del llamado instinto reproductivo).
Cabe anotar que esa creencia en un instinto reproductivo, es una creencia que se origina en la visión judeocristiana que pone como único fin ontológico y teleológico de la vida, el dar vida).
Volviendo a la cuestión de la maternidad, no en todas las sociedades y culturas las madres eran abnegadas y se dedicaban por entero a sus hijas y/o hijos. En muchas sociedades tribales la crianza de las y los infantes era una labor comunitaria, por lo que las mujeres disponían de tiempo, no solo para atender los quehaceres tribales, sino, también, para ella misma.
En muchas sociedades de la antigüedad, las madres y los padres se desentendían de sus hijas y/o hijos recién nacidos y solo los tomaban bajo su cargo, si lograban sobrevivir su primera infancia. Así los romanos dejaban a sus hijas e hijos con las y los esclavos, hasta alrededor de los tres o cuatro años (ello se explica, básicamente, porque de esta manera las madres y los padres lidiaban con los altos índices de mortalidad infantil de la época).
Más recientemente, en la época de la ilustración (siglo XVIII), las élites acostumbraban dejar sus hijas y/o hijos al cuidado de ayas y preceptores, mientras las madres ocupaban su tiempo disponible en quehaceres sociales y políticos (en esta época las mujeres alcanzaron un gran ascendiente tanto en lo político como en lo social).
Con la implantación del orden burgués (durante el siglo XIX) se obligó a la mujer de encargarse forzosamente de sus vástagos (mientras los varones eran eximidos de esas obligaciones) y se justificó esta imposición, bajo el pretexto de que la dedicación absoluta de las madres a sus crías, era instintivamente natural. Con ello y con la relegación de la mujer a la casa familiar, las élites varoniles consiguieron acabar, con el poder que habían adquirido las mujeres en épocas anteriores.
Por consiguiente, cada vez que ponderamos y alabamos la abnegación materna, estamos reforzando los opresivos referentes de poder patriarcales y estamos contribuyendo a debilitar la posición de la mujer en nuestras sociedades.


La maternidad/paternidad es un constructo social, no un instinto natural, y quienes la ejerzan lo hacen porque esa es su opción y no porque haya detrás un mandato biológico que compela a mujeres y varones a ser madres o padres.
No es obligación de ninguna de ninguna mujer/madre el querer a sus hijas y/o hijos y las madres que decidan no querer a sus vástagos, no son, de ninguna manera, mujeres desnaturalizadas (si se quiere, habría que primero comprender a cabalidad sus circunstancias antes de juzgarlas).
Ser madre puede ser una condición maravillosa, si se opta libre y voluntariamente por ella y siempre y cuando la maternidad no se convierta en el rasero, bajo el cual se mida, valore y juzgue a cualquier mujer.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: actiludis.com
2. Imagen tomada de: iupui.edu