lunes, 25 de enero de 2010

RELIGIONES.


Queridas amistades:
Les deseo, ante todo, salud y bienestar a todas y todos vosotros.

Leí, recientemente, en un mail, la pregunta: ¿Cuál es la mejor religión? y al margen de la respuesta vertida, me interesó, más, la comparación en sí. Por ello, yo plantearía una pregunta complementaria: ¿mejor para qué?
Las religiones que existen y han existido en el mundo son tan diversas, que sus fines resultan, igualmente, diversos entre sí. En otras palabras, cada religión responde, indefectiblemente, a las necesidades propias de su respectiva sociedad o cultura.


Más en occidente, la proximidad del cristianismo es tan masiva, que cuando el común de las gentes habla de religiones, asumen que en ellas deben haber una serie de características, que, en gran medida, son propias del cristianismo. Así, se asume que las religiones todas, tienen iglesias, cultos al interior de ellas, jerarquías clericales, etc.
Aquí, muchas y muchos opinaran, que algunas de estas características se encuentran, también, en religiones como el judaísmo o el islamismo o, aún, en el paganismo griego y romano. Pero ello olvida, que judaísmo e islamismo son religiones hermanas, que comparten muchas cuestiones como el monoteísmo, creencias varias, escritos “sagrados”, etc. Sobre esto último, el cristianismo tomo gran parte de su "antiguo testamento" de la torá judía, mientras que Mahoma inicio su prédica teniendo en mano escritos judíos y cristianos. Por otro lado, al paganismo griego y al romano el cristianismo le debe gran parte de su cosmovisión y filosofía. Así, el cristianismo solo pudo expandirse por el mundo greco romano, tras revestirse con códigos culturales inteligibles para griegos y romanos (al respecto, mientras el Cristo fue revestido con atributos del dios Apolo, la “virgen” María fue revestida con atributos de la diosa Artemisa).
Y si se trasciende el universo de estas religiones emparentadas, se encontrara infinidad de universos religiosos, que no solo son distintos entre sí, sino que, incluso, resultan ininteligibles para occidente.
Debido, en parte, al desconocimiento, muchas sociedades y culturas minimizaron y hasta estigmatizaron, manifestaciones religiosas distintas a la propia. Por ejemplo, muchas y muchos cristianos, en América, consideran superstición o superchería las creencias religiosas de los pueblos indígenas americanos. Por su parte, los brahmanes despreciaban el “igualitarismo” que propugnaba el budismo, mientras que los sintoístas repudiaron, por considerarlo débil, el dios vencido y crucificado de los cristianos. Incluso los romanos consideraron ateos a los primeros cristianos, a causa de sus particulares prácticas religiosas (principalmente por no rendirle culto a los dioses o al emperador).
Incluso el número de fieles es motivo para cuestionar religiones distintas. Así muchas y muchos cristianos de confesiones “mayoritarias” califican, negativamente, de sectas a grupos de cristianos de confesiones “minoritarias” (olvidando, con ello, que el cristianismo se inició como una minúscula secta judía). Más aún, si se descalifica una religión por el número de sus fieles, las religiones de diversos grupos tribales en el mundo serian las primeras en ser invalidadas, al ser muchas tribus grupos étnicos poco numerosos.
Cabe agregar, que la creencia monoteísta también ha sido causa de visiones erróneas sobre otras religiones, sobre todo porque dicho monoteísmo ha producido una visión unicista, monicista, de lo que es la religión. Al respecto, el hecho de que el cristianismo fuera monoteísta, conllevó a que, además de un solo dios, solo se admitiera, como válida y legítima, una ortodoxia excluyente, una sola moral, un único fin teleológico para el hombre, etc.
Sin embargo, en otras religiones no se encuentra semejante monicismo ideológico. Así, el politeísmo romano y el panteísmo hindú demuestran que junto a la multiplicidad de dioses, coexistieron, a la par, diversas crencias y diversas formas de religiosidad. Y mientras que entre los romanos coexistían diversas tradiciones filosóficas, con sus respectivas prácticas espirituales (como el neoplatonismo, el estoicismo, el sofismo, etc.); entre los hindúes coexistieron, también, tradiciones filosóficas con sus respectivas expresiones religiosas (como el hinduismo ortodoxo, el vedismo, el hinduismo tántrico, etc.). Anótese, además, que para el cristianismo (especialmente para el catolicismo) cualquier alejamiento de su ortodoxia excluyente, era considerado como herejía y, consecuentemente, era sancionado y reprimido.
Ahora, para facilitar su estudio y comprensión, algunos antropólogos han tratado de “reducir” la vasta diversidad religiosa a sus elementos más comunes. Por ello, se considera que las diversas religiones del mundo, en sus aspectos más estructurales, presentan los siguientes elementos en común: creencias, ritos, experiencias subjetivas y comunidades. Sin embargo, es necesario aclarar, que esas creencias, ritos, experiencias subjetivas y comunidades son tan disimiles y diversas como religiones hay en el mundo.


Entonces, es casi imposible englobar la diversidad de religiones, que hay y que hubo en el mundo, bajo algún denominador común, pues en el inmenso universo de lo religioso se encuentran: religiones sin dogmas, sin templos, sin organizaciones eclesiásticas, sin creencias en más allás; hay religiones sin oraciones, sin dioses creadores, si dioses.
Al respecto, se encuentra que el budismo no afirma ni niega dioses, mientras que el jainismo si los niega. El confusionismo no aporta doctrinas o rituales propiamente religiosos y el hinduismo carece de un término equivalente al de religión. Y si diversos panteísmos de sociedades tribales carecen de templos y de jerarquías eclesiásticas, las religiones azteca e inca no creían en dioses creadores, ni en más allás.
En suma, las variadísimas manifestaciones, humanas y sociales, que son clasificadas como religiones, no obedecen a los mismos lineamientos que posee la religión cristiana. Por lo tanto, ver otras religiones bajo el prisma del cristianismo, seria causa suficiente para malinterpretar, distorsionar y tergiversar aquello que realmente constituye el hecho religioso.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: eresevilla.com
2. Imagen tomada de: sotodelamarina.com

lunes, 18 de enero de 2010

APUNTES SOBRE LA NOCION DE PROPIEDAD.


Queridas amistades:
Reciban mis saludos y parabienes.
A raíz de que en algunos países de Latinoamérica (Ecuador, Bolivia, Perú, etc.) se habla del derecho de propiedad, que tienen las poblaciones indoamericanas, sobre la tierra, sus tierras, cierto sector de la izquierda da a entender, implícitamente, que la defensa de un modelo colectivista de propiedad, es propia de la ideología socialista (y por ello, se aboga por una forma colectiva de propiedad para las poblaciones indoamericanas).

Pero nada resulta más alejado de la realidad. La visión colectivista de la tierra, en el presente, no es de origen socialista, sino estalinista. Además, es un modelo que se basa en formas arcaicas de propiedad y que su “adaptación” a nuestros tiempos, solo ha generado grandes desigualdades sociales, entre quienes pueden disponer libremente de su propiedad privada y a quienes se les obliga a detentar formas colectivizantes de propiedad, todo ello en nombre de una mal entendida ideología socialista.
Para entender mejor esta cuestión, me remitiré a las nociones de propiedad que se han dado, a través de la historia de occidente, teniendo muy presente, que cada sociedad y cultura maneja sus propias nociones, acerca de lo que es la propiedad.
Entre los griegos y romanos la propiedad estaba vinculada, indisolublemente, al grupo familiar, es decir, que, mayormente, la propiedad era corporativa. Aclaremos aquí, que el vínculo existente entre la familia y la propiedad se daba a nivel jurídico y no a nivel contractual, como sucede en la contemporánea sociedad burguesa capitalista.
En la edad media, hasta el siglo XIII, los teólogos cristianos defendieron la colectividad de bienes original, que, en su ideología, el hombre perdió al pecar y ser expulsado del Paraíso. Para dichos teólogos, la propiedad privada no era aceptable, pues estaría vinculada a intereses profanos, mundanos, dictados por la conveniencia de ordenar las relaciones entre sujetos.
Siendo así, la posesión, sobre la tierra se convirtió en símbolo de poder, pero no se adquiría en propiedad, sino que el rey cedía territorios para su gobierno, administración y explotación a los señores feudales, y estos a su vez volvían a distribuirlas a sus vasallos. Los dueños eran, entonces, el rey o la iglesia.
Es recién en la baja edad, que se opera un cambio importante en las nociones de propiedad. Así, si entre los romanos la propiedad ere entendida como la tenencia de las cosas (por ello, los romanos se preocuparon más por establecer qué bienes eran susceptibles de apropiación y cuáles no), desde el siglo XIV, la propiedad empezó a ser entendida como un poder, como un derecho personal, privado, sobre las cosas (ello separó las nociones de tenencia y usufrutuo, pues entre los romanos un bien solo podía ser usufrutuado, por quien tenía la titularidad del bien).
Durante la llamada edad moderna, los liberales definen la propiedad, como un derecho natural, un derecho humano, al igual que el derecho a la vida o a la libertad. Es decir, un derecho inherente a la persona con el que se nace y que no depende de concesiones estatales.
Con el advenimiento de la sociedad burguesa capitalista, esta visión liberal de la propiedad, como derecho natural, se consagraría jurídicamente. Hasta este punto, se puede afirmar, entonces, que la noción de propiedad, que se maneja actualmente en la sociedad occidental, se remonta al medioevo.

Nótese aquí, que la noción de propiedad cambio, a través del tiempo, de la edad antigua a la edad media, de la edad media a la edad moderna, pero que la sociedad burguesa capitalista, si bien cambio de orden político (de el despotismo absolutista a la “democracia liberal”), de orden económico (del feudalismo y mercantilismo al capitalismo), no cambio y, más bien, refrendo la noción de propiedad originada en el medioevo.
Ahora, siguiendo la ideología liberal, específicamente su criterio de igualdad, la forma de asegurar, nominalmente, un acceso igualitario a la tierra, se hubiera conseguido a través de la expropiación de todo tipo de terrenos, que hubieran quedado a manos del estado, en este caso, el estado burgués “democrático liberal”, pero a nombre de toda la población (así como se supone que el gobierno es del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, la propiedad de la tierra debía haber sido del pueblo y para el pueblo).
Contrariamente a lo que puedan pensar muchas y muchos, el socialismo saco esta conclusión tras llevar hasta sus últimas consecuencias el discurso liberal.
Y siguiendo esta lectura extrema, se supone que la estatización territorial hubiera permitido, un acceso igualitario a la explotación de la tierra por parte de los capitalistas, quienes no serian sus propietarios (pues la propiedad seria de toda la población), pero si la usufructuarían (las tierras serian entregadas, entonces, a concesión, a quienes invirtieran su capital en ellas).
Si esto no se llevo a cabo, fue porque la clase burguesa, decidió sacrificar sus intereses de clase a favor de sus intereses particulares, es decir, mantener sus propiedades privadas antes que lograr el dominio político, que se hubiera logrado con un acceso a la tierra, limitado a quienes poseyeran capitales para explotarla, esto era la clase burguesa capitalista (lo cual suponía la desaparición de sus rivales por el poder, las clases terratenientes y pequeño propietarias).
Otro motivo para la no estatización de las tierras, fue que, en las luchas revolucionarias habidas en Europa, entre los siglos XVIII y XIX, la clase burguesa capitalista, que se enfrentaba al campesinado y al proletariado por el poder, prefirió aliarse con la clase terrateniente (con quienes tenían ciertos intereses en común, específicamente sus propiedad privadas), para implantar su régimen social (el contemporáneo orden burgués capitalista). Esa alianza solo se pudo concretar, respetando el statu quo territorial, es decir, manteniendo los medievales criterios de propiedad, que convenían a terratenientes y burgueses capitalistas.
Por su parte, el socialismo asumió como propio el criterio de propiedad territorial estatizada a nombre de toda la población, pero a diferencia del capitalismo, esta no sería entregada en concesión a quienes tengan el capital para explotarla, sino que sería entregada, en usufructúo, a quienes la trabajaran directamente. Esto significaría, que el acceso a la tierra seria igualitario por completo, pues no estaría supeditado a las diferencias de capital, diferencias que son intrínsecas al régimen burgués capitalista.

Esta situación se concretó con la revolución rusa de 1917. Al respecto, el gobierno soviético expropio todas las tierras y las estatizó, pero ante la circunstancia de que las poblaciones campesinas empezaron a abandonar sus antiguas propiedades, se corrió el riego de llevar a la naciente unión soviética a un colapso agrario. A ello se le sumo el hecho de que, en ese momento, Rusia estaba sumida en una cruenta guerra civil y la clase proletaria, organizada en los soviets, para mantenerse en el poder, busco una alianza con la clase campesina, devolviéndole sus antiguas tierras, aunque bajo un nuevo régimen de propiedad. El gobierno soviético ensayó, entonces, un nuevo modelo de propiedad, que se distinguiera del modelo capitalista y que, a su vez, mantuviera cierta proximidad (en realidad ficticia) a los postulados socialistas.
El resultado fue la colectivización de la tierra, que, en nuestra historia contemporánea, solo ha generado el empobrecimiento de las colectividades propietarias.
En suma, la colectivización de la tierra no es un postulado socialista, sino estalinista y quienes sostengan que colectivizar las tierras de las poblaciones indoamericanas, es una medida socialista, solo está hablando por que tiene boca, habla desinformadamente, sin conocimiento y con mucha ignorancia.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Foto tomada de: jornada.unam.mx
2. Foto tomada de: cinosargo.bligoo.com
3. Cartel de propaganda sovietico sobre la colectivizacion de la tierra. Imagen tomada de: claseshistoria.com

lunes, 11 de enero de 2010

EL MATRIMONIO ES HETEROSEXUAL.


Queridas amistades:
Las y los saludo y, a su vez, les envió mis mejores deseos.
En estos últimos días, un nuevo país está al borde de sumarse al selecto club, de las naciones que han aprobado el matrimonio entre personas del “mismo sexo”, ello ante el horror de los grupos conservadores que no paran de clamar el próximo advenimiento del apocalipsis.
Uno de los principales argumentos esgrimidos por estos grupos conservadores, para oponerse casamiento homosexual, es el de la heterosexualidad indiscutible de la institución matrimonial.



Lamentablemente (para quienes reclaman la concesión del matrimonio para lesbianas y gueis), esta es una de las pocas cosas, en la que los grupos conservadores tienen la razón de su lado. Por donde se le mire, el matrimonio es y ha sido siempre una institución heterosexual.
Sé que para muchas personas lesbianas y gueis esto es casi, casi, una herejía, que debe ser conjurada en un Auto de Fe. Sin embargo, las creencias o pareceres pierden relevancia ante los hechos.
Para los defensores del matrimonio homosexual, en el mundo hay ejemplos de “matrimonios” entre personas del “mismo sexo” que, según ellos, demuestran que su postura es la correcta. Más ellos sería tanto como suponer, que las empleadas domesticas del presente son herederas directas de las esclavas domesticas de los romanos.
Las y los defensores del matrimonio homosexual, citan algunos ejemplos entre los que destacan: ciertas uniones entre varones en la Europa medieval y ciertos casamientos entre mujeres en el África occidental. Pero, intencionalmente, olvidan que se trata de sociedades distintas, no asemejables a la nuestra.
Así, la Europa medieval era una sociedad estamental, con privilegios y desigualdades sociales admitidos jurídicamente, mientras que en el África occidental, en las sociedades tribales, no organizadas en clases sociales, no hay individualidades, ni derechos individuales, a nivel político, social o económico. Por consiguiente, tanto las uniones de varones europeo medievales, como los casamientos de mujeres africano occidentales, no responden a las motivaciones y ordenamientos a los que obedece el matrimonio en nuestra sociedad burguesa capitalista. En tales casos, la unión entre varones de la Europa medieval era un privilegio del clero y no implicaba, “oficialmente” prácticas sexuales de ningún tipo. Mientras que el casamiento entre mujeres del África occidental, solo es un privilegio de las mujeres de cierta jerarquía (en las que su cónyuge ocupaba un rol de subordinada) y donde, tampoco, había implicaciones de tipo sexual.
El problema surge, entonces, de asimilar toda la diversidad de relaciones de parentesco (vínculos familiares), que hay y que hubo en el mundo, a un solo modelo familiar, el de la sociedad burguesa capitalista (compuesto de una familia nuclear, fundada por un matrimonio heterosexual y con una necesaria descendencia consanguínea).
Contrariamente a ello, los estudios de parentesco demuestran, que los vínculos familiares varían de una sociedad y cultura a otra, es decir, que no son asimilables a un único modelo sociocultural. Así, el matrimonio burgués capitalista es, lo que los antropólogos llaman una relación de alianza. Esto significa una relación supuestamente “simétrica”, entre “iguales”, donde esa “igualdad” depende de lo que cada sociedad o cultura considera como justo y/o equitativo (ejemplo de ello es la sociedad patriarcal, donde lo justo y lo equitativo es que hay una división de roles masculino - femenino, en la que lo masculino tenga mayor relevancia que lo femenino).
En tal sentido, las variadas relaciones de alianza presentes en diversas sociedades y culturas, están revestidas de “ropajes” culturales que las hacen disimiles entre sí. Por ejemplo, el casamiento poligámico de los árabes y no es asemejable al matrimonio burgués capitalista. Por su parte, los vínculos cristianos de madrinazgo y padrinazgo también son relaciones de alianza y nadie asume que amadrinar o apadrinar a alguien sea igual que casarse.
Por lo tanto, las distintas relaciones de parentesco (vínculos familiares) que hay y que hubo en el mundo, obedecen y han obedecido, siempre, a ordenamientos y organizaciones sociopolíticas distintas, obedecen y han obedecido a causales y motivaciones disimiles entre sí.
En consecuencia, el matrimonio burgués capitalista obedece, indefectiblemente, a estas mismas circunstancias y ello refuerza el hecho de que dicho vínculo, sea una relación, eminentemente, heterosexual.
Por si esto no bastara, la conformación, a través de la historia, del susodicho matrimonio burgués capitalista, no hace más que confirmar esta premisa.
Al respecto, si nos remitimos a la época del imperio romano, al momento en el que surgió el cristianismo, dicha religión no contemplaba entre sus primeras creencias referencias a las vinculaciones familiares. Los primeros cristianos, aparte del monoteísmo, el decálogo judío (los diez mandamientos) y el mensaje de Jesús, no se preocuparon, mayormente, por las instituciones sociales de su entorno.
Con el tiempo, cuando se expandió el cristianismo, los primeros padres de la iglesia empezaron a pronunciarse sobre diversos aspectos de la sociedad. Es en ese momento en el que se establece un matrimonio propiamente cristiano (con anterioridad, se aceptaban los vínculos de judíos, egipcios, romanos, etc.), el cual se opondría a vínculos similares de otras sociedades y culturas. Así, frente a la poligamia judía, árabe y persa se impone la monogamia y frente al casamiento romano, que se daba para perpetuar un estatus, el matrimonio cristiano se estableció para restringir la vida sexual de los fieles. Esto implicaba, que si las y los romanos se permitían llevar una vida sexual fuera de su casamiento (con prostitutas o prostitutos, con amantes, etc.), los cristianos solo se “matrimoniaban” para tener sexo conyugal y reproducirse (no es necesario recordar que la reproducción solo es posible entre una mujer y un varón).
Con la caída del régimen aristocrático feudal (entre los siglos XVIII y XIX), la implantación del orden burgués capitalista supuso la relegación del matrimonio cristiano y la implantación de un nuevo tipo de vínculo familiar, el matrimonio civil (casi, casi, calco y copia del anterior, solo que no se registraba ante la iglesia, sino ante el estado).



Las distinciones entre el matrimonio cristiano y el matrimonio civil (el burgués capitalista) son claras. Mientras el matrimonio cristiano es indisoluble, el matrimonio civil es “divorciable”. Mientras el matrimonio cristiano es una institución, por ser una organización constitutiva de la sociedad, el matrimonio civil es, apenas, una relación contractual. En ambos casos, el fin sigue siendo el mismo, la reproducción (el matrimonio civil solamente refrendo el fin del matrimonio cristiano), pero con la salvedad de que el matrimonio civil tiene, además, la finalidad romántica de ser el reducto para la consumación de la felicidad conyugal.
En suma, el matrimonio de nuestra sociedad burguesa y capitalista si es un vínculo eminentemente heterosexual (así lo reconocieron y lo reconocen las diversas estructuras jurídico legales de los países con estados burgueses, los llamados “democrático liberales”), una instancia establecida para reforzar y perpetuar el orden heterosexista.
Entonces, resulta muy irónico (por decir lo menos) que desde cierto sector del activismo lésbico y guei (la derecha), que dice luchar contra el orden heterosexista, no se opongan a la instancia que lo refuerza y perpetua, sino que lo reclamen para sí.
Cosas del Orinoco, que yo no sé y, aparentemente, ellos tampoco.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Foto tomada de: bbc.co.uk
2. Imagen extraída de: el-real-blog.blogspot.com

lunes, 4 de enero de 2010

SEXO CON ADOLESCENTES.


Queridas amistades:
Primeramente los saludo y les envió mis mejores deseos.
Segundamente, les escribo de un tema sobre el que, mayormente, leo y escucho, en el mejor de los casos, o posiciones conservadoras o silencios invisivilizadores.
Al respecto, la mayoría de las gentes en Latinoamérica no gustan de reconocer, que las y los adolescentes tienen vida sexual, aunque la realidad sea otra.

Las y los adolescentes tienen sexo y en el pasado, la prueba provenía de innumerables centros médicos, en los que se encontraba a mujeres menores de edad en estado de gestación. Más en el presente, basta leer chats, listas y foros de internet, donde miles y miles de menores de edad reconocen y pregonan, abiertamente, tener vida sexual activa.
El no reconocimiento y negación de esta realidad genera problemas verdaderamente alarmantes, pues, partiendo del supuesto de que las y los menores de edad no tienen vida sexual, no se les brinda información pertinente y adecuada sobre sexo, no existen programas educativos sobre sexualidad (y si existen no son muy serios que digamos), y hay una carencia total de instrucción general sobre estos temas (por lo que madres y padres se encuentran tan o más desinformados que sus hijas e hijos). Estas carencias conllevarían a situaciones que van desde embarazos no deseados y abortos mal practicados hasta la infección y contagio masivo de enfermedades de transmisión sexual y VIH, sobre las que no existirían registros y, consiguientemente, posibilidades de tratamiento.
El desconocimiento de la vida sexual de las y los adolescentes invisibiliza, también, otra realidad innegable, la existencia de prácticas sexuales y relaciones afectivo sexuales entre adultos y adolescentes.
Aquí, se me hace necesario precisar siquiera someramente, a quienes denomino como adultos y adolescentes. En el primer caso, no hay mayor controversia. Adulto es un mayor de edad, un ciudadano plenamente capaz y responsable en lo jurídico y lo legal, mientras que un adolescente seria un menor de edad, una persona que, por razones etáreas, está sometido a la patria potestad de las y los adultos. Más si hacia “arriba” hay un límite de edad, que fija un cambio de estatus de menor a mayor y que es reconocido por toda la población, hacia “abajo” la cuestión no es tan clara. Por ello, escojo, arbitrariamente, los (12) doce años, dado que en muchos países (incluidos varios de Latinoamérica) se admite ese límite, como el rango etáreo mínimo sobre el cual se reconoce el sexo, con consentimiento, entre adultos y adolescentes.
Desde los sectores más conservadores de la sociedad, se estigmatiza y sataniza este tipo de sexo intergeneracional, sin ningún tipo de argumentación racional o científica. Basándose, únicamente, en el prejuicio de que toda persona adulta que gusta de adolescentes es, intrínsecamente, pervertida (se les llama pedófilas y pedófilos), mientras que la o el menor que experimenta o práctica sexo con sus mayores es, intrínsecamente, una víctima, pues carece de toda capacidad de discernimiento para salvaguardar su integridad.
Ambas posturas prejuiciosas son insostenibles y ridículas. En el primer caso, en Europa antes del siglo XVIII y en diversas sociedades y culturas del orbe, se admitía el sexo intergeneracional entre adultos y adolescentes, sin que ello supusiera abuso o perversión de ningún tipo. Además, si se parte de la noción de que la atracción sexual no responde a la voluntad de las personas, es decir que nadie controla la atracción sexual por un determinado sujeto de deseo, ello supondría que toda y todo adulto que ve atractiva o atractivo a cualquier adolescente es, intrínsecamente, un pervertido y peor aún, la o le adulto que concreta esa atracción en una relación afectivo sexual, es, indefectiblemente, un degenerado. Ello no pasa de ser una vulgar generalización, que ignora, intencionadamente, el que virtudes como la bondad, la nobleza, la decencia o la justicia son volitivas y que, por tanto, si es posible que las y los adultos puedan albergar buenas intenciones, al relacionarse, afectiva y sexualmente, con cualquier adolescente.

En cuanto al segundo caso, las y los adolescentes si tiene capacidad de discernimiento entre el bien y el mal, entre lo que es bueno o malo para ellas y/o ellos. Claro está que ello depende y dependerá, siempre, de la formación moral y educativa que hayan recibido las y los adolescentes. Esto quiere decir, que si a las y los adolescentes se les niega información, instrucción y educación sobre su seguridad, sobre auto respeto y sobre sexualidad, las y los adolescentes no tendrían, recién, capacidad de discernimiento.
Se pueden dar varios ejemplos de lo dicho arriba, pero me limitare a uno que a algunos les podrá parecer forzado, pero a mí me resulta bastante ilustrativo. A las y los adolescentes se les informa, instruye y educa acerca de lo que es la propiedad, por consiguiente, es poco probable que cualquier persona adulta las o los engatuse y engañe en esa cuestión. Así, en sectores clase medieros y populares en los que no se tiene dinero suficiente para pagar vigilancia o cuidado de menores (las o los niñeros), son las y los adolescentes los que quedan encargados de cuidar las casas, sin que ninguna persona adulta les desvalije la residencia en su presencia y con su consentimiento.
De la misma forma, si una o un adolescentes es informado, instruido y educado sobre sexualidad, sobre el respeto que se debe uno mismo y el respeto que nos deben los demás, las posibilidades de que cualquier adulta o adulto engatuse y engañe (seduzca) a una o un adolescente, se volverán nimias.
El origen de esta visión, que supone que las y los adolescentes son incapaces de asumir consiente y responsablemente su vida sexual, es, a todas luces, paternalista. Según dicha visión paternalista, algunas personas, por pretextos de diversa índole, son incapaces de valerse por sí mismos.
Al respecto, en el siglo XIX, en Latinoamérica, las élites euroamericanas (“las y los blancos”) restringían y recortaban los derechos y libertades (como el derecho al sufragio) de las poblaciones indoamericanas (“indias e indios”), pues asumían que sus autoridades, jefes y patrones podían manipularlos y alienar sus conciencias. Igualmente, a principios del siglo XX, las mujeres veían restringidos y recortados sus derechos y libertades (como el derecho al sufragio), pues se asumía que sus padres, maridos y demás familiares varones, podían manipularlas y alienar sus conciencias. En la actualidad, ningún movimiento político o social serio, sostiene semejantes criterios prejuiciosos. Más en el presente, ese mismo argumente de la falta de capacidad, es sostenido por los sectores más conservadores de nuestras sociedades en relación a las y los adolescentes.
Sin embargo, actualmente, en muchas legislaciones del mundo, si se reconoce la capacidad de las y los adolescentes para asumir deberes y responsabilidades (y, por ende, derechos y libertades). Así, en diversos países del mundo, se reconoce la capacidad de las y los adolescentes para trabajar (desde los catorce años según la organización internacional del trabajo [OIT]), es decir, para asumir responsablemente un trabajo y administrar con madures sus ingresos. También se encuentra que en varios países del mundo (como en EE.UU.), las y los adolescentes pueden manejar automóviles, pues se considera que no solo pueden cuidar de esa propiedad, sino, también, velar por su seguridad y la de las y los demás.

Igualmente, en diversos países del mundo, si se reconoce la capacidad de las y los adolescentes para asumir, consiente y responsablemente, su vida sexual. Es por ello que diversas legislaciones de varios países reconocen la capacidad de las y los adolescentes, de doce, trece, catorce, quince, dieciséis o diecisiete (dieciocho es la mayoría de edad en la mayoría de países del mundo), de tener sexo (incluido el consentido con adultos).
En suma no todas y todos los adultos que tiene sexo o vida afectivo sexual con adolescentes son, necesariamente, pervertidos o degenerados y no todas o todos los adolescentes que tienen sexo con personas adultas son, necesariamente, abusados o víctimas.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Foto tomada de: media.photobucket.com
2. Foto tomada de: elmorsa.blogspot.com
3. Foto tomada de: alsolikelife.com