lunes, 11 de enero de 2010

EL MATRIMONIO ES HETEROSEXUAL.


Queridas amistades:
Las y los saludo y, a su vez, les envió mis mejores deseos.
En estos últimos días, un nuevo país está al borde de sumarse al selecto club, de las naciones que han aprobado el matrimonio entre personas del “mismo sexo”, ello ante el horror de los grupos conservadores que no paran de clamar el próximo advenimiento del apocalipsis.
Uno de los principales argumentos esgrimidos por estos grupos conservadores, para oponerse casamiento homosexual, es el de la heterosexualidad indiscutible de la institución matrimonial.



Lamentablemente (para quienes reclaman la concesión del matrimonio para lesbianas y gueis), esta es una de las pocas cosas, en la que los grupos conservadores tienen la razón de su lado. Por donde se le mire, el matrimonio es y ha sido siempre una institución heterosexual.
Sé que para muchas personas lesbianas y gueis esto es casi, casi, una herejía, que debe ser conjurada en un Auto de Fe. Sin embargo, las creencias o pareceres pierden relevancia ante los hechos.
Para los defensores del matrimonio homosexual, en el mundo hay ejemplos de “matrimonios” entre personas del “mismo sexo” que, según ellos, demuestran que su postura es la correcta. Más ellos sería tanto como suponer, que las empleadas domesticas del presente son herederas directas de las esclavas domesticas de los romanos.
Las y los defensores del matrimonio homosexual, citan algunos ejemplos entre los que destacan: ciertas uniones entre varones en la Europa medieval y ciertos casamientos entre mujeres en el África occidental. Pero, intencionalmente, olvidan que se trata de sociedades distintas, no asemejables a la nuestra.
Así, la Europa medieval era una sociedad estamental, con privilegios y desigualdades sociales admitidos jurídicamente, mientras que en el África occidental, en las sociedades tribales, no organizadas en clases sociales, no hay individualidades, ni derechos individuales, a nivel político, social o económico. Por consiguiente, tanto las uniones de varones europeo medievales, como los casamientos de mujeres africano occidentales, no responden a las motivaciones y ordenamientos a los que obedece el matrimonio en nuestra sociedad burguesa capitalista. En tales casos, la unión entre varones de la Europa medieval era un privilegio del clero y no implicaba, “oficialmente” prácticas sexuales de ningún tipo. Mientras que el casamiento entre mujeres del África occidental, solo es un privilegio de las mujeres de cierta jerarquía (en las que su cónyuge ocupaba un rol de subordinada) y donde, tampoco, había implicaciones de tipo sexual.
El problema surge, entonces, de asimilar toda la diversidad de relaciones de parentesco (vínculos familiares), que hay y que hubo en el mundo, a un solo modelo familiar, el de la sociedad burguesa capitalista (compuesto de una familia nuclear, fundada por un matrimonio heterosexual y con una necesaria descendencia consanguínea).
Contrariamente a ello, los estudios de parentesco demuestran, que los vínculos familiares varían de una sociedad y cultura a otra, es decir, que no son asimilables a un único modelo sociocultural. Así, el matrimonio burgués capitalista es, lo que los antropólogos llaman una relación de alianza. Esto significa una relación supuestamente “simétrica”, entre “iguales”, donde esa “igualdad” depende de lo que cada sociedad o cultura considera como justo y/o equitativo (ejemplo de ello es la sociedad patriarcal, donde lo justo y lo equitativo es que hay una división de roles masculino - femenino, en la que lo masculino tenga mayor relevancia que lo femenino).
En tal sentido, las variadas relaciones de alianza presentes en diversas sociedades y culturas, están revestidas de “ropajes” culturales que las hacen disimiles entre sí. Por ejemplo, el casamiento poligámico de los árabes y no es asemejable al matrimonio burgués capitalista. Por su parte, los vínculos cristianos de madrinazgo y padrinazgo también son relaciones de alianza y nadie asume que amadrinar o apadrinar a alguien sea igual que casarse.
Por lo tanto, las distintas relaciones de parentesco (vínculos familiares) que hay y que hubo en el mundo, obedecen y han obedecido, siempre, a ordenamientos y organizaciones sociopolíticas distintas, obedecen y han obedecido a causales y motivaciones disimiles entre sí.
En consecuencia, el matrimonio burgués capitalista obedece, indefectiblemente, a estas mismas circunstancias y ello refuerza el hecho de que dicho vínculo, sea una relación, eminentemente, heterosexual.
Por si esto no bastara, la conformación, a través de la historia, del susodicho matrimonio burgués capitalista, no hace más que confirmar esta premisa.
Al respecto, si nos remitimos a la época del imperio romano, al momento en el que surgió el cristianismo, dicha religión no contemplaba entre sus primeras creencias referencias a las vinculaciones familiares. Los primeros cristianos, aparte del monoteísmo, el decálogo judío (los diez mandamientos) y el mensaje de Jesús, no se preocuparon, mayormente, por las instituciones sociales de su entorno.
Con el tiempo, cuando se expandió el cristianismo, los primeros padres de la iglesia empezaron a pronunciarse sobre diversos aspectos de la sociedad. Es en ese momento en el que se establece un matrimonio propiamente cristiano (con anterioridad, se aceptaban los vínculos de judíos, egipcios, romanos, etc.), el cual se opondría a vínculos similares de otras sociedades y culturas. Así, frente a la poligamia judía, árabe y persa se impone la monogamia y frente al casamiento romano, que se daba para perpetuar un estatus, el matrimonio cristiano se estableció para restringir la vida sexual de los fieles. Esto implicaba, que si las y los romanos se permitían llevar una vida sexual fuera de su casamiento (con prostitutas o prostitutos, con amantes, etc.), los cristianos solo se “matrimoniaban” para tener sexo conyugal y reproducirse (no es necesario recordar que la reproducción solo es posible entre una mujer y un varón).
Con la caída del régimen aristocrático feudal (entre los siglos XVIII y XIX), la implantación del orden burgués capitalista supuso la relegación del matrimonio cristiano y la implantación de un nuevo tipo de vínculo familiar, el matrimonio civil (casi, casi, calco y copia del anterior, solo que no se registraba ante la iglesia, sino ante el estado).



Las distinciones entre el matrimonio cristiano y el matrimonio civil (el burgués capitalista) son claras. Mientras el matrimonio cristiano es indisoluble, el matrimonio civil es “divorciable”. Mientras el matrimonio cristiano es una institución, por ser una organización constitutiva de la sociedad, el matrimonio civil es, apenas, una relación contractual. En ambos casos, el fin sigue siendo el mismo, la reproducción (el matrimonio civil solamente refrendo el fin del matrimonio cristiano), pero con la salvedad de que el matrimonio civil tiene, además, la finalidad romántica de ser el reducto para la consumación de la felicidad conyugal.
En suma, el matrimonio de nuestra sociedad burguesa y capitalista si es un vínculo eminentemente heterosexual (así lo reconocieron y lo reconocen las diversas estructuras jurídico legales de los países con estados burgueses, los llamados “democrático liberales”), una instancia establecida para reforzar y perpetuar el orden heterosexista.
Entonces, resulta muy irónico (por decir lo menos) que desde cierto sector del activismo lésbico y guei (la derecha), que dice luchar contra el orden heterosexista, no se opongan a la instancia que lo refuerza y perpetua, sino que lo reclamen para sí.
Cosas del Orinoco, que yo no sé y, aparentemente, ellos tampoco.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Foto tomada de: bbc.co.uk
2. Imagen extraída de: el-real-blog.blogspot.com

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