viernes, 25 de mayo de 2012

SOBRE LAS NOCIONES DE ORIENTACIÓN SEXUAL E IDENTIDAD DE GÉNERO.

Queridas amistades:
Les saludo y les envió mis mejores deseos.

Días atrás, una amiga de la universidad me pidió que la instruyera sobre las nociones de orientación sexual e identidad de género, utilizadas en referencia a las reivindicaciones políticas y sociales del movimiento lésbico, guei, bisexual y trans (en adelante LGBT).

Iniciales del movimiento lésbico, guei, bisexual y trans.

Al respecto, lo primero que le dije fue, que no se trataba de nociones precisas (son, mas bien, nociones muy generales de uso práctico) y por ello no debía tomarlas como “académicas”. Luego pase a una explicación ordinaria. Así, orientación sexual se refiere básicamente, a los deseos y querencias sexo afectivas designadas como heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad y asexualidad; mientras que identidad de género se refiere, básicamente, a los roles sociales femenino y masculino (con independencia al “cuerpo sexuado” y a la “orientación sexual”) en una persona (aquí se supone que una mujer “biológica” y femenina, un varón “biológico” y masculino, una mujer hétero y masculina, un varón hétero y femenino, etcétera, son muestras de identidades de género).
Ciertamente hubo detalles y puntualizaciones que extendieron la explicación, pero también le mencione (solo le mencione), que las nociones de orientación sexual e identidad de género eran burdas simplificaciones, bastante problemáticas (le mencione varias veces lo de que traían consigo problemas, pero no tuve oportunidad para explayarme en ese sentido).
A continuación, pretendo explicar por qué tales nociones (orientación sexual e identidad de género), son simplificaciones imprecisas y problemáticas. Ciertamente se trata de nociones que han salido, tanto de ciertos ámbitos académicos (ciertos estudios de género) y de cierto ambiente político (el del movimiento LGBT), pero también revelan, de un lado, el estado de la cuestión (en los estudios de género), en un determinado momento de su desarrollo y, de otro lado, las limitaciones del movimiento LGBT (en el momento en que se fijaron políticamente dichas nociones), en el transcurso de su lucha social.
Las nociones de orientación sexual e identidad de género (al margen de lo cuestionable que resulta el uso de los términos orientación e identidad), responden, y se enmarcan, dentro de ciertos parámetros establecidos por el régimen de la “sexualidad” que existe en occidente. Responden a la forma en que se han ordenado y organizado el sexo y el género en la cultura occidental (por lo que aplicarlos a culturas no occidentales, resulta, en el menor de los casos, inapropiado, salvo que se plantee su occidentalización). No se trata, entonces, de conceptualizaciones académicas, científicas, sino de nociones que obedecen a una mirada entre cultural y pseudo científica.
En occidente se impuso un régimen cultural y sexual (llamado “sexualidad”), que instauro una identidad sexual conformada por diversos componentes jerarquizados, todos ellos articulados en torno a un eje conformado por los tres principales componentes de la mencionada identidad, a saber: un cuerpo sexuado (el del llamado sexo biológico), una faceta de género (un rol social de género) y una preferencia sexual (la mentada “orientación sexual”). Otros componentes serian las relaciones familiares, las afectivas, las domesticas, etc.
Esta identidad sexual se desdobla a partir del reconocimiento de dos sujetos específicos (sujetos sexuales), que en el ámbito popular se denominan simplemente mujer y varón (hombre). Más desde el ámbito académico, esta identidad fue denominada como “heterosexualidad”, además de ser considerada como única (los criterios pseudocientíficos usados para medir y controlar la concordancia y consistencia de los sujetos sexuales con la susodicha identidad, fueron los de lo natural y lo normal). En consecuencia, si solo se admite como posible y válida la identidad heterosexual, entonces el régimen de la sexualidad que la sustenta deviene en heterosexista. Siendo así, las personas solo podían ser: o mujer femenina y heterosexual o varón masculino y heterosexual. Cualquier inconsistencia o discordancia con estos parámetros identitarios, es rechazada y repudiada, además de ser considerada como anormal, contranatural (o antinatural), enferma, trastornada, desviada y un largo etcétera.
Indudablemente la “sexualidad”, la dimensión sexual humana, no se ciñe a estos parámetros culturales y más bien fluye en consonancia con los sentires, deseos y necesidades sexuales de cada persona. Ciertamente esos sentires, deseos y necesidades pueden ser, en mayor o menor medida, influenciados, condicionados y, hasta, determinados por la cultura, pero ello solo evidencia dos cosas: primero, que los sentires, deseos y necesidades sexuales son tan maleables que se amoldan a las diversidades culturales y, segundo, que los parámetros culturales no pueden ser considerados como cárceles, a las que se limite y restrinja la existencia sexual de cualquier persona.
Tomando esto en cuenta, no se puede dejar de reconocer, que las nociones de orientación sexual e identidad de género si bien permiten cierto entendimiento en los ámbitos político sociales (los avances en el reconocimiento de los derechos de las personas lesbianas, gueis y trans son clara muestra de ello), también han supuesto la sujeción y limitación de las diversidades sexuales y genéricas a cierta naturalización y normalización, bajo las que solo se acepta lo que encuadre, encaje o se acomode a sus “fronteras” (la actual campaña para despatologizar cierta diversidad genérica es muy sintomática, pues solo se admite aquellas manifestaciones que encajen dentro de la noción de “transgeneridad”). Ante tales circunstancias, se hace necesario revisar, a continuación, las nociones de orientación sexual e identidad de género para dilucidar a que se refieren con exactitud.
Respecto a la orientación sexual, esta noción valida y legitima la heteronormatividad de la identidad sexual, ya que supone la aceptación taxativa de los lineamientos normativos de dicha identidad. Aquí se introduce cierta variable que permite la definición de otras identidades sexuales: la homosexual, la bisexual y la asexual, aunque se mantiene intacta la esencia del modelo (las nuevas identidades son reflejos en el espejo de la identidad heterosexual). Así, heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad y asexualidad solo se distinguen, entre si, por la variable de la preferencia sexual y comparten los demás componentes y “taras” del modelo heteronormativo. Como se menciono anteriormente, el modelo sexual identitario se constituyó como único (se considera, a sí mismo, como natural y normal, como esencial e inherente al ser humano), por lo que no admite variaciones y diversidades. Por esta razón, el modelo, por su propio carácter, genera rechazo y repudio a cualquier cambio, variación o diversificación de su constitución (la homofobia es la manifestación más clara de este rechazo y repudio). En tal sentido, la noción de orientación sexual limita y restringe las diversidades sexuales dentro del marco del eje cuerpo sexuado/faceta de genero, es decir, mujer femenina/varón masculino (aquí solo se puede ser hetero, homo, bi o asexual si se es mujer femenina o varón masculino, pero, ante otras variables, el rechazo y repudio no se hacen esperar).
Respecto a la identidad de género, esta noción acarrea más problemas que la anterior, pues supone un alejamiento mayor al modelo heteronormativo. Con la noción de identidad de género se hace referencia a nuevos sujetos sociales (distintos a los anteriormente mencionados), los cuales son el resultado de otras variaciones al modelo sexual identitario. Dichos sujetos sociales implican una variable al modelo (la de la faceta de género) o, incluso, dos (la de la faceta de género y la del cuerpo sexuado).
En el primer caso, el de una sola variable (la de la faceta de género), se asume que las personas “mudan” de género, pasando de una faceta, la que se dice tener desde el nacimiento, a otra, la del otro “sexo”. En tal caso, la persona “muda” no solo el vestir, sino, también, los gestos y comportamientos. Así, un varón masculino cambia a femenina y una mujer femenina cambia a masculino (no se descartan algunas modificaciones del cuerpo tales como cortarse el pelo o dejárselo crecer, depilarse las vellosidades, fajarse los pechos, ponerse ciertos implantes, etc.). En el segundo caso, el de dos variables (la de la faceta de género y el cuerpo sexuado), no solo se “muda” de género, sino que, también, se hacen modificaciones “mayores” (el llamado cambio de sexo). En el primer caso, a las personas que “solo” cambian de género se las denomina como “transgéneros” y en el segundo caso, las personas que, además de “mudar” de género, modifican su cuerpo, se les denomina “transexuales”.
En ambos casos (el de una variable y el de dos), dado el absolutismo y la rigidez del modelo heteronormativo, el rechazo y el repudio no se hacen esperar (a este se le denomina como “transfobia”). A las personas transgéneros no se les admite como valido su cambio genérico y, contrariamente, se las considera como caricaturizaciones del género asumido (se asume que los varones caricaturizan lo femenino y las mujeres caricaturizan lo masculino). Peor aún, al no haber modificación corporal (cambio de sexo) se las considera vulgares imitaciones del otro “sexo” (aquí no se admite como válido o legítimo, el que las personas solo quiera cambiar su género sin cambiar de “sexo”). Por su parte, a las personas “transexuales” la modificación corporal no les es reconocida como válida, pues se asume (social y pseudo científicamente) que el cuerpo es absolutamente inmodificable (las “transexuales” siguen siendo esencialmente varones y los “transexuales” siguen siendo esencialmente mujeres).


Símbolos de las poblaciones lésbica, guei, bisexual y trans.


Las nociones de orientación sexual e identidad de género, al remitirse al modelo heteronormativo, terminan por refrendarlo. Así, las personas con deseos y prácticas sexuales no heteronormadas se las encasilla (o se pretende encasillarlas), contra su voluntad o con ella, dentro de los parámetros de las nuevas identidades sexuales no heterosexuales (por ello, a nivel social, cualquier persona que se permite una experiencia homoerótica es inmediatamente encasillada como lesbiana o guei; mientras que dentro del “ambiente homosexual” las personas que se permiten practicas hétero y homoeróticas a la vez, son tildadas, en el mejor de los casos, de “indefinidas”).
Por otro lado, dado que solo se reconocen dos posibilidades de género, la femenina y la masculina, todas las actitudes y conductas, todas las prácticas y comportamientos sociales son divididas y reagrupadas en dos, quedando cada agrupación bajo las categorías de lo femenino y lo masculino. Así, socialmente no se asume que el género (dado que es un constructo social) sea una faceta de vida, una “vivencia performativa”, sino, más bien, una esencia existencial (no se considera admisible o creíble el que las personas se apropien y asuman el género en la medida en que lo viven). En tal caso, la feminidad y la masculinidad, en tanto identidades esenciales, no admiten otra posibilidad. Por ello, solo las mujeres femeninas y los varones masculinos constituyen sujetos válidos y legítimos (otras posibilidades no tienen el mismo valor y solo se les reconoce en forma subordinada, como “trans”). La identidad de género, entonces, solo reconoce dos categorías genéricas, naturales y esenciales (la feminidad y la masculinidad) y varios rangos subalternos (al respecto se ha establecido toda una gradación de rangos para “registrar” el paso de un género a otro, a saber: amaneramiento, transvestismo, transgeneridad y transexualidad). La identidad de género no admite, en el fondo, las variantes al modelo heteronormativo (por ejemplo, la masculinidad mujeril o la feminidad varonil), no reconoce su validez (son apenas “identidades trans”) y para peor, tampoco admite ni permite disensiones a aquel régimen impositivo, es decir, que se niega la posibilidad de un género distinto a la feminidad y la masculinidad (en tal sentido, dado que el modelo no admite disenciones, ser "trans" y hétero es, en el mejor de los casos, increible, mientras que ser transexual y homosexual, a la vez, genera confusiones [así, no se admite como posible el que una mujer "se haga" varón para ser guei o que un varón "se haga" mujer para ser lesbiana]).
Queda claro hasta aquí, que si bien las nociones de orientación sexual e identidad de género permitieron al movimiento LGBT posicionar específicas manifestaciones sexuales y genéricas (la lésbica, la guei, la bisexual y la trans), ellas también han supuesto una limitación a las diversidades sexuales y genéricas (fuera de estas nociones no hay reconocimiento “oficial” alguno). Las nociones de orientación sexual e identidad de género refuerzan y reproducen los parámetros restrictivos del régimen heterosexista, pues así no haya sido esa la intención, refrendan los alcances y la opresión de dicho régimen social.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: taatamata.wordpress.com
2. Imagen tomada de: gayadvicedarlington.co.uk

martes, 8 de mayo de 2012

REFERENTES DE HOMOSEXUALIDAD Y TRANSGÉNERIDAD.

Amistades mías:
Reciban mis más cordiales saludos.

Pareja lésbica.
Alguna vez se han preguntado acerca de aquello que orienta sus vidas genéricas y sexuales. Ojo, aquí no estoy hablando de sus preferencias sexuales ni de sus opciones genéricas, más bien pregunto por su vida sexual en relación a lo genérico y sexual, pregunto acerca de aquellas instancias sociales a las que se remiten sus estilos de vida genéricos y sexuales.
Para cualquier persona, inmersa dentro de la sociedad occidental (sin excluir a las sociedades occidentalizadas), es difícil, por decir lo menos, caer en cuenta y tomar conciencia de que vivimos bajo un régimen heteronormativo, que al ser impuesto como único, devienen en heterosexista.
Dicho régimen influye, condiciona y hasta determina no solo las formas en que vemos la vida, sino, también, las formas en que organizamos nuestras existencias. Si la normativa de un régimen, que se impone como único, apunta a que todas y todos debemos ser heterosexuales, resulta lógico el qué todas las ideas y representaciones de la realidad apunten en esa dirección, el que todos los usos y costumbres se organicen en esa dirección.
Por consiguiente, encontramos imágenes y referentes de heterosexualidad desde que llegamos al mundo. Así, si no nacimos dentro de una pareja hetero casada o arrejuntada (o que ya no está, pero lo estuvo), encontramos parejas de tías y tíos, abuelas y abuelos, primas y primos, vecinas y vecinos, etc. Conocemos amistades, profesores, colegas, etcétera, que tienen en común su heterosexualidad. Familiares, allegados y hasta desconocidos hablan con nosotras y nosotros de nuestra vida presente y futura, como si se diera por sentado que todo el mundo fuera heterosexual (nos inquieren sobre nuestra pareja hetero, nuestro compromiso hetero, nuestra descendencia, etc.). Vemos heterosexualidad en periódicos, revistas, películas, telenovelas, series, noticieros, etc. Vemos parejas heteros en las calles, que, de tanta aceptación que tienen, pasan inadvertidas.
En la escuela, en los cursos de ciencias naturales, biología, psicología, historia, civismo, etcétera, recibimos mas referencias a la heterosexualidad. En biología se nos dice que el fin de la vida es dar vida (referencia equivoca del saber científico burgués, que se remite a la visión social heteronormativa y reproductivista). En historia siempre se nos habla de personajes en noviazgo, connubio, viudez y hasta con amantes, pero siempre heterosexuales (se omiten, también, las prácticas afectivas y sexuales de personajes y culturas, que sean distintas a la heteronormatividad).
En el ámbito jurídico legal, todas las leyes y jurisprudencia relativas a la familia son, básicamente, heteronormativas (el matrimonio es el mayor ejemplo). En el ámbito público, las y los políticos (y ni que decir de las y los funcionarios del estado) no hacen más que reforzar y reafirmar los valores de la heteronormatividad (lo que refuerza la exclusión de las diversidades). E incluso en la internet, la mayoría de los contenidos públicos, o están dirigidos a heterosexuales, o están heteronormados (o, peor aún, son impositivamente heterosexistas). Ciertamente los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito.

Pareja guei.
En resumen, la heterosexualidad y la heteronormatividad son ubicuas en nuestras vidas, son omnipresentes. Consecuentemente, el régimen sexual de occidente, al imponer la heterosexualidad como única forma de relacionarse afectiva y sexualmente, no permite, ni da lugar, a otras manifestaciones afectivo sexuales. En tal sentido, la población en general solo puede percibir y visualizar semejante heterosexismo, como si se tratara de la cosa más natural y normal del mundo (anótese, aquí, que los criterios de lo natural y lo normal, fueron impuestos por el saber científico burgués como “dispositivos” de control, tanto de su régimen social, como de su régimen sexual).
En este contexto, las personas cuyas necesidades y deseos afectivo sexuales se asemejan al modelo heteronormativo, no solo naturalizan su propio sentir, sino que, además, llegan a ignorar y desconocer la posibilidad de experiencias y sentires diversos (sin imágenes y referentes de diversidad, las posibilidades de imaginar o concebir algo distinto a la heterosexualidad, se reducen y se hacen ínfimas). Por su parte, las personas cuyas necesidades y deseos afectivo sexuales difieren del modelo heteronormativo, se ven disminuidas y encuentran muchas dificultades para llevar una vida plena (al no tener imágenes ni referentes a los cuales remitirse, su desarrollo y desenvolvimiento personal se hace, prácticamente, a ciegas).
Sin referentes oficiales sobre diversidades genéricas y sexuales (distintas a la heterosexualidad), la población en general tiende a ignorar y desconocer cualquier manifestación distinta a la heteronormada. Este sería el punto de partida de la homofobia y la transfobia, pues, comúnmente, lo desconocido genera miedo y el miedo engendra odio. Las personas, a nivel individual y colectivo, temen y odian aquello que desconocen. Por consiguiente, al no haber referentes sociales sobre la homosexualidad (lesbianismo y gueidad) y la transgeneridad (transvestismo, transexualidad, etc.), la discriminación, la exclusión, la marginación y la violencia se convierten en la respuesta hacia aquello que se ignora y se desconoce.
Para conjurar la homofobia y la transfobia (con sus secuelas de discriminación, exclusión, marginación y violencia) se hace completamente necesario, el que la homosexualidad y la transgeneridad tengan referentes sociales (también ubicuos y omnipresente), a los cuales la población en general se remita. Se hace necesario que la homosexualidad y la transgeneridad ocupen un lugar en el espacio público y político (de la misma forma y al mismo nivel que ocurre con la heterosexualidad). No basta con buscar normas y leyes que frenen la discriminación y la exclusión o que sancionen la marginación y la violencia. Ello, por sí solo, no producirá ningún cambio.
Sin referentes sociales (públicos y políticos) que permitan conocer la homosexualidad y la transgeneridad y que, además, orienten a la población sobre su validez y legitimidad, la plena integración de las personas homosexuales y transgéneros será una quimera, una utopía. La homofobia y la transfobia jamás desaparecerán sin referentes claros y precisos de homosexualidad y transgeneridad.
Tales referentes deben ser producidos por la propia población LGT (lésbica, guei y trans), por las y los activistas LGT, por las comunidades LGT. Tómese en cuenta que, en toda sociedad y cultura, los referentes sociales oficiales siempre muestran aquellas actitudes, comportamientos, usos y costumbres, que las poblaciones en general consideran representativos de sí mismos. Hacer lo mismo no es tarea sencilla, ni mucho menos fácil, pues, en sociedades heterosexistas como las nuestras (occidentales y occidentalizadas), no basta con producir referentes claros y específicos sobre homosexualidad y transgeneridad, sino, también, luchar para que dichos referentes sean aceptados por toda la sociedad (con la misma valía y en las mismas condiciones que los referentes de heterosexualidad).

Trans masculino y su pareja.

Por último, una posible alternativa a la producción de referentes, claros y precisos, de homosexualidad y transgeneridad, pasa por la abolición de las identidades sexogenéricas (la hetero, la homo, la trans, etc.), pero el grueso de la población no mira en esa dirección. Más aún, no se cuenta con gente dedicada a producir los necesarios referentes de diversidad genérica y sexual, que sustituyan a las identidades sexogenéricas ya establecidas. Ni tampoco hay activismos políticos que hagan proselitismo, que convenzan y sensibilicen a la población en general, para ir en esa dirección (es más, las y los pocos propulsores de tal abolicionismo están bastante “divorciados” del sentir mayoritario de la población [la hetero, la homo, la trans, etc.]).
Sea como fuere, la producción y tenencia de referentes sociales (políticos y públicos) sobre diversidades genéricas y sexuales alternas a la heterosexualidad y a la heteronormatividad, es un requisito más que indispensable, si se quiere lograr la plena inserción social.

Se despide, su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: terra.com.mx
2. Imagen tomada de: sarahabilleira.com
3. Imagen tomada de: taringa.net