Queridas amistades:
Les saludo y les envió mis parabienes.
Me preocupa sobremanera el posicionamiento de ciertos
activismos LTGBI(“más”) que se pretenden super progres y muy de avant garde,
cuando en realidad distan mucho de serlo. Digo que me preocupa por que tienen
recursos e influencia y están direccionando las luchas del movimiento por la
diversidad sexogenérica, por derroteros que lamentablemente no son expresión
política de nuestra realidad, sino que responderían de un lado, a ciertas
visiones academicistas y clasistas, y de otro, a ciertas formas de colonización
ideológica anglicanizante.
De arranque soy de los que considera que la lucha
LTGBI(“más”) sea una lucha centrada en la cuestión de la diversidad
identitaria, sino (y principalmente) una lucha contra la opresión y exclusión
social. En tal sentido, se hace necesario e imprescindible separar con absoluta
claridad, lo que es la lucha por el reconocimiento de nuestras existencias, que
es transversal a todas las identidades del colectivo LTGBI(“más”), de la lucha
por la libertad de expresión identitaria, que es, ante todo, una lucha más
específica, particular (e incluso individual). Con ello no digo, ni quiero que
se entienda, que la lucha por la libertad de expresión identitaria no sea
importante, pero es necesario reconocer que la libertad de expresión
identitaria se deriva de la lucha por el reconocimiento de nuestras
existencias. Si no existimos, no nos podemos expresar.
Lamentablemente siento que en Perú, algunos activismos están
posicionando la lucha por libertad de expresión identitaria, como el motor de
la lucha LTGBI(“más”), lo cual, sin duda alguna, obedece a una innegable
posición de clase (clase media, middle class, pequeña y mediana burguesía, o
como gusten mejor llamarla). Esta situación, al interior del movimiento LTGBI(“más”),
es prácticamente como un reflejo en el espejo de las posturas liberal feministas
(clasemedieras), que abogan por la igualdad y la inserción de la mujer en el
mercado laboral, sin tener presente una mirada interseccional.
Lo mismo ocurre con ciertos activismos LTGBI(“más”), que
vienen posicionando, como lucha de primer orden, el derecho a la libertad de
expresión identitaria, y, ya sea por alienación, inconsciencia, desconocimiento,
desinterés o egoísmo, terminan ignorando o minimizando aspectos de la lucha LTGBI(“más”)
que requieren forzosamente de mayor relevación. Aquí alguien me acusará de
querer establecer priorizaciones en la lucha LGBTI(“más”), pero no es esa mi
intención. Lo que aquí quiero señalar, es que el grueso de lxs activistas
LGBTI(“más”), somos personas que hemos gozado en mayor o menor medida de ciertos
privilegios. Y quienes vienen impulsando la lucha por la libertad de expresión
identitaria, igualmente han tenido y tienen privilegios sociales. En tal caso,
han tenido acceso a la información, que es un privilegio de clase; han tenido
la posibilidad de tener estudios universitarios, que es un privilegio de clase;
han tenido la fortuna de contar con el apoyo de sus familias, que es un
privilegio de clase; pueden contar con lugares seguros, que es un privilegio de
clase; que tienen trabajos no precisamente precarios, que es un privilegio de
clase; etc. No se puede decir lo mismo, ni se puede comparar su situación, con
la de una traca, un marimacho, una maricona o un chito, que no han concluido la
escuela o que ni siquiera la han cursado; que han sido expulsadxs de sus casas,
que viven enfrentándose cotidianamente a la violencia y que solo tienen
trabajos de sobrevivencia (y/o viven, de plano, en la extrema pobreza). Lxs
primerxs gozan de reconocimiento, lxs segundxs no. Lxs primerxs pueden darse el
lujo de luchar por la libertad de expresión identitaria, lxs segundxs no.
Alguien aquí me dirá que todas las luchas son importantes. Y
diré que eso aquí no está en discusión. Lo que está en discusión, es que las
personas cuyas luchas son deudoras de ciertos privilegios sociales, pospongan,
ignoren, olviden, desdeñen, o ninguneen las luchas de personas que no gozan de siquiera
algunos de nuestros privilegios sociales. Si nosotrxs como activistas, con
cierta conciencia y privilegios sociales, anteponemos nuestras luchas
particulares, a las necesidades que son vitales y transversales a todas las poblaciones
LTGBI(“más”), no solo estamos reproduciendo patrones de dominación, sino que
estamos desconociendo la interseccionalidad en nuestra lucha. Como activistas (consientes
y consecuentes con el rollo ese de lucha contra todo tipo de discriminación y
opresión), se supone que no luchamos prioritariamente por nuestros intereses individuales
y/o particulares, sino que levantamos principalmente demandas colectivas.
Lamentablemente, y desde que estoy en el activismo, si hay
ciertas personas que, por alienación, inconsciencia, desconocimiento,
desinterés o egoísmo, anteponen sus particularidades e intereses individuales, a
las luchas comunes/colectivas. Y en el presente, hay ciertos discursos de
ciertos activismos LGBTI(“más”), que anteponen las distinciones y diferencias
particulares (que son las menos), a las semejanzas y similitudes bio/socio/culturales
(que son los más), semejanzas y similitudes que tenemos en tanto somos integrantes de un
mismo colectivo poblacional LTGBI(“más”), en tanto que somos animales humanos,
seres sociales, personas ciudadanas y sujetxs no heterosexuales. Alguien me
dirá aquí que es válido y legítimo promover y exaltar distinciones y
diferencias (discutiblemente llamadas “diversidades”), sin embargo, repito
nuevamente que, ello se hace desde posiciones de privilegio, la principal, la
de tener cierto reconocimiento y posicionamiento social (como contar con cierto
apoyo familiar, con vecinxs tolerantes, tener redes de amistades, contar con
recursos humanos y capital organizacional, tener compañerxs y profesores respetuosxs
que se solidaricen con unx, tener superiores y jefes comprensivxs, etc.).
Lo que resulta más clamoroso de estos discursos de ciertos
activismos LGBTI(“más”), que priorizan las distinciones y diferencias
particulares, es que están incurriendo, queriendo o sin querer, en colonialidad
de un lado y en alienación del otro. Al respecto, hay que señalar que en el Perú
(y al parecer en varios otros países de la región), no se vienen realizando
estudios de carácter sociológico, antropológico e histórico de gran alcance,
sobre las manifestaciones sociales y culturales de la diversidad sexogenérica
en nuestras realidades. En el caso del Perú, aun cuando existe una rica variedad
de usos y costumbres a lo largo y ancho del país, usos y costumbres que ponen
en evidencia la riqueza patrimonial de la cultura peruana, se desconoce, casi
por completo, como la diversidad sexogenérica habida en el Perú, se manifestaría
al calor de esta riquísima diversidad cultural. Esta premisa parte del hecho concreto
de que en nuestro país, hay una notable diversidad de expresiones de la
feminidad y masculinidad, que no solo tienen que ver con la clase social, sino
también con la precedencia geográfica y la ascendencia cultural (andina,
amazónica, etc.). Más aun, en otros países de Latinoamerica, en donde los
movimientos sociales han desarrollado, de manera contestataria, fuertes
discursos decolonizadores, la investigación científica ha puesto en relieve
formas no occidentales de la expresión genérica y sexual, que están siendo
tomadas, como referentes identitarios, por los colectivos LGBTI(“más”).
Lamentablemente se viene imponiendo en nuestro país, una
lectura de la diversidad sexogenérica marcada por un acartonado academicismo y
deudora de criterios y categorías anglicanizantes (importadas del mundo
anglosajón). En pocas palabras, colonializaje ideológico del norte sobre el
sur. Esto se lo debemos, en gran medida, a una lectura distorsionada de lo que
es la identidad. A grandes rasgos, la identidad seria aquello que nos
identifica (ya sean rasgos, atributos o características). En tal sentido,
podemos reconocer dos tipos marcados de identidad, de un lado, la individual,
que sería la concepción y expresión que tiene cada persona acerca de si misma,
y de otro, la colectiva, que tiene que ver con nuestra noción de pertenencia a
un determinado grupo social. Ciertamente ambos tipos identitarios están
interrelacionados, y sin lugar a dudas, entendemos nuestra individualidad a
través de nuestro bagaje cultural y asumimos nuestra pertenencia a un grupo
social desde nuestra percepción individual, pero ello no supone, de ninguna
manera, que una de las identidades se reduzca a la otra.
Eso es lo que, al parecer, viene ocurriendo con ciertas
miradas provenientes de ciertos activismos LGBTI(“más”). Como mencione líneas
arriba, a partir de la postura privilegiada de ciertos activismos (con acceso a
información y con estudios universitarios, por ejemplo), se viene planteando,
discutiblemente, y como parte de la lucha por la libertad de expresión identitaria,
la existencia de ciertas identidades, que a nivel individual pueden resultar
muy válidas y legítimas, pero que son enunciadas como si se trataran de
identidades colectivas propias de nuestra realidad sociocultural. He aquí una
cuestión realmente problemática. Las identidades, ya sean individuales o
colectivas, son expresión de nuestra realidad sociocultural. Y en el caso de
las identidades colectivas, necesariamente responden a nuestras situaciones y vivencias
de clase y de cultura. En tal sentido, yo, en tanto persona no heterosexual y
latinoamericana de origen, no podría autodefinirme como Molly ingles del siglo
XVIII, Winkte lakota norteaméricano del siglo XIX, Fa'afafine samoana del siglo
XX o Muxe mexicana de nuestro presente; no podría considerarme como unx de
ellxs, dado que ni tengo sus vivencias culturales, ni pertenezco o soy parte de
su realidad social.
Lo mismo ocurre con un sinfín de identidades sexogenéricas
que han surgido en realidades norteamericanas o europeas y que han sido abordadas
por la academia en el primer mundo. Ellas claramente responden a concepciones
del género y la sexualidad propias de países como EE.UU., Canadá, Gran Bretaña,
etcétera, y que no necesariamente tienen correspondencia con las realidades
existentes en el Perú. Identidades como agéneros, pansexuales, polisexuales,
demisexuales, entre otras, han visto la luz en países donde hay (mayor)
información o enfoques educativos sobre el género y la sexualidad, que
difícilmente tienen un correlato en nuestra realidad. La realidad es que no hay
investigaciones, estudios o aproximaciones aunque sea periodísticas, que
muestren que estas identidades existentes en EE.UU., Canadá, Gran Bretaña,
etcétera, existan también en el Perú o cuando menos que en algún sentido las
reflejen. En cambio, lo que aparentemente viene ocurriendo, es que habría una
visión que peca de colonial, y que pretende asumir que estas realidades
identitarias, descritas y explicadas por la academia del mundo anglosajón,
también existen en un país de cultura hispanolatina como es el Perú. Identidades
como agéneros, pansexuales, polisexuales, demisexuales, e incluso queers y no
binarios, parecen responder a una visión que asume lo anglosajón, como el
patrón a partir del cual medir el género y sexualidad de todas las sociedades y
culturas del mundo. La lógica (plana y superficial) sería que si hay allá,
también acá. Y ello, sin lugar a dudas ni remordimientos, es colonialidad pura
y dura.
Para peor, varias de las personas que se vendrían definiendo
como agéneros, pansexuales, polisexuales, demisexuales, e incluso queers y no
binarios, lo harían por motivos tan banales como la moda o la pose intelectual,
antes que por una real identificación con estas expresiones identitarias. Al
respecto, estas identificaciones no toman en cuenta como las identidades importadas
del mundo anglosajón, suponen una forma clara de alienación ideológica. El
trasplante de identidades sajonas a realidades latinoamericanas como la
peruana, responde a una clara política de domesticación de los cuerpos
colonizados y estigmatizados. En tal sentido, las representaciones de lo no
heterosexual, en las realidades no occidentales, van retrocediendo y cediendo
terreno a favor de las identidades de origen anglosajón. Al respecto, cabe
destacar como el maricón y la travesti, que son representaciones históricas de
lo no heterosexual en el Perú, vienen desapareciendo a favor de identidades más
acorde con el canon académico occidentalizante. Para ciertos activismos LGBTI(“más”),
identidades como la queer, la no binaria, la pansexual, la polisexual, la
demisexual, la agenérica, etcétera, suponen más caché en tanto moda o más
conocimiento en tanto pose intelectual. Tales identidades anglosajonas son
entonces fuentes de prestigio. Y es que al parecer, llamarse queer, no binario,
pansexual, polisexual, demisexual o agénero, es mucho más regio, más cool, más
absoluto, más intelectual, que ser un simple mariconcito, una travesti común y
silvestre o responder a cualquier otra representación chola de las diversidades
sexogénericas.
Ojo, no niego, aquí, que haya gente que pueda responder
válida y legítimamente a tales identidades, que el discurso académico y el
influjo anglosajón vienen develando. Después de todo, lo occidental es también
parte de nuestra cultura latinoamericana. Pero me hace mucho ruido que en
nuestro país, las identidades cholas (como el maricón y la travesti, entre
otras) no ocupen un lugar significativo entre nuestras representaciones de la
diversidad sexogenérica. En el caso de la travesti, esta identidad está cada
vez más relegada, al extremo que ya muy pocas activistas trans usan el termino
para referirse a sí mismas de manera protagónica (pueden usarlo, pero como
sucedáneo de trans cis o de no binaria).
En cuanto a la identidad del maricón, simplemente ha
desaparecido del activismo. Históricamente maricón venia definiendo al
biovarón, con orientación sexual homoerótica, expresión de género “afeminada” e
indumentaria mayormente cisgénero (y en menor medida con uso de prendas
consideradas como femeninas). En los 80 cedió terreno ante el término
homosexual, en los 90 cedió más ante el término gay, en los 2000 quedó fuertemente
marginada ante la aparición del queer y en los 2010 desapareció casi por
completo frente a la no binaridad. No es casual que el maricón se esfumó del
imaginario LGBTI(“más”), cuando en los centros de estudios académicos
nacionales se empezó a hablar de lo queer y lo no binario. Cabe anotar que
algunos activismos peruanos venían usando, desde los 2000, el término marica,
sin embargo, se trata de un modismo “prestado” del activismo español, dado que
en el Perú, históricamente, y en los medios urbanos, se había venido usando, su
superlativo (maricón).
Me temo que un ejemplo claro de esta concesión al academicismo
anglicanizante, se dio en el último encuentro LGBTIQ que se realizó en abril de
2018. Es sintomático que para la participación en el evento se usaran
invitaciones (vía email) y una “ficha de inscripción” (algo muy discutible por cierto) y
que la organización abriera en dicha ficha, casillas para marcar las
identidades de queer, no binario, pansexual, polisexual, demisexual o agénero y
se olvidará por completo de abrir una casilla para marcar cisgénero, cuando
esta es la expresión más común de la identidad de género en el activismo LGBTI(“más”)
peruano. Cabe anotar que el “olvido” fue subsanado días antes del encuentro,
pero a causa de que varias y varios activistas se lo hicieran notar a la
organización. Cuando menos en la ficha se hallaba la travesti como categoría
identitaria, aunque era la única y solitaria identidad de origen perucho (lo
cual hacia más clamorosa la presencia de las otras categorías identitarias de
origen anglosajón). Indudablemente se hace necesario dejar de mirar el mundo
anglosajón como fuente de conocimiento y como referente para la construcción de
nuestras identidades sexogenéricas. El rescate de las expresiones peruanas,
cholas y originarias, es una tarea impostergable por más tiempo. El activismo
LGBTI(“más”) peruano tiene esa tarea pendiente.
Se despide su amigo
uranista.
Ho Amat y León
Imágenes.
1. Imagen tomada de: rubystar.es
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