miércoles, 2 de mayo de 2018

COLONIZAJE IDEOLÓGICO Y ACTIVISMOS LTGBI(“MÁS”)


Queridas amistades:

Les saludo y les envió mis parabienes.

Me preocupa sobremanera el posicionamiento de ciertos activismos LTGBI(“más”) que se pretenden super progres y muy de avant garde, cuando en realidad distan mucho de serlo. Digo que me preocupa por que tienen recursos e influencia y están direccionando las luchas del movimiento por la diversidad sexogenérica, por derroteros que lamentablemente no son expresión política de nuestra realidad, sino que responderían de un lado, a ciertas visiones academicistas y clasistas, y de otro, a ciertas formas de colonización ideológica anglicanizante.


De arranque soy de los que considera que la lucha LTGBI(“más”) sea una lucha centrada en la cuestión de la diversidad identitaria, sino (y principalmente) una lucha contra la opresión y exclusión social. En tal sentido, se hace necesario e imprescindible separar con absoluta claridad, lo que es la lucha por el reconocimiento de nuestras existencias, que es transversal a todas las identidades del colectivo LTGBI(“más”), de la lucha por la libertad de expresión identitaria, que es, ante todo, una lucha más específica, particular (e incluso individual). Con ello no digo, ni quiero que se entienda, que la lucha por la libertad de expresión identitaria no sea importante, pero es necesario reconocer que la libertad de expresión identitaria se deriva de la lucha por el reconocimiento de nuestras existencias. Si no existimos, no nos podemos expresar.

Lamentablemente siento que en Perú, algunos activismos están posicionando la lucha por libertad de expresión identitaria, como el motor de la lucha LTGBI(“más”), lo cual, sin duda alguna, obedece a una innegable posición de clase (clase media, middle class, pequeña y mediana burguesía, o como gusten mejor llamarla). Esta situación, al interior del movimiento LTGBI(“más”), es prácticamente como un reflejo en el espejo de las posturas liberal feministas (clasemedieras), que abogan por la igualdad y la inserción de la mujer en el mercado laboral, sin tener presente una mirada interseccional.  

Lo mismo ocurre con ciertos activismos LTGBI(“más”), que vienen posicionando, como lucha de primer orden, el derecho a la libertad de expresión identitaria, y, ya sea por alienación, inconsciencia, desconocimiento, desinterés o egoísmo, terminan ignorando o minimizando aspectos de la lucha LTGBI(“más”) que requieren forzosamente de mayor relevación. Aquí alguien me acusará de querer establecer priorizaciones en la lucha LGBTI(“más”), pero no es esa mi intención. Lo que aquí quiero señalar, es que el grueso de lxs activistas LGBTI(“más”), somos personas que hemos gozado en mayor o menor medida de ciertos privilegios. Y quienes vienen impulsando la lucha por la libertad de expresión identitaria, igualmente han tenido y tienen privilegios sociales. En tal caso, han tenido acceso a la información, que es un privilegio de clase; han tenido la posibilidad de tener estudios universitarios, que es un privilegio de clase; han tenido la fortuna de contar con el apoyo de sus familias, que es un privilegio de clase; pueden contar con lugares seguros, que es un privilegio de clase; que tienen trabajos no precisamente precarios, que es un privilegio de clase; etc. No se puede decir lo mismo, ni se puede comparar su situación, con la de una traca, un marimacho, una maricona o un chito, que no han concluido la escuela o que ni siquiera la han cursado; que han sido expulsadxs de sus casas, que viven enfrentándose cotidianamente a la violencia y que solo tienen trabajos de sobrevivencia (y/o viven, de plano, en la extrema pobreza). Lxs primerxs gozan de reconocimiento, lxs segundxs no. Lxs primerxs pueden darse el lujo de luchar por la libertad de expresión identitaria, lxs segundxs no.

Alguien aquí me dirá que todas las luchas son importantes. Y diré que eso aquí no está en discusión. Lo que está en discusión, es que las personas cuyas luchas son deudoras de ciertos privilegios sociales, pospongan, ignoren, olviden, desdeñen, o ninguneen las luchas de personas que no gozan de siquiera algunos de nuestros privilegios sociales. Si nosotrxs como activistas, con cierta conciencia y privilegios sociales, anteponemos nuestras luchas particulares, a las necesidades que son vitales y transversales a todas las poblaciones LTGBI(“más”), no solo estamos reproduciendo patrones de dominación, sino que estamos desconociendo la interseccionalidad en nuestra lucha. Como activistas (consientes y consecuentes con el rollo ese de lucha contra todo tipo de discriminación y opresión), se supone que no luchamos prioritariamente por nuestros intereses individuales y/o particulares, sino que levantamos principalmente demandas colectivas.

Lamentablemente, y desde que estoy en el activismo, si hay ciertas personas que, por alienación, inconsciencia, desconocimiento, desinterés o egoísmo, anteponen sus particularidades e intereses individuales, a las luchas comunes/colectivas. Y en el presente, hay ciertos discursos de ciertos activismos LGBTI(“más”), que anteponen las distinciones y diferencias particulares (que son las menos), a las semejanzas y similitudes bio/socio/culturales (que son los más), semejanzas y similitudes  que tenemos en tanto somos integrantes de un mismo colectivo poblacional LTGBI(“más”), en tanto que somos animales humanos, seres sociales, personas ciudadanas y sujetxs no heterosexuales. Alguien me dirá aquí que es válido y legítimo promover y exaltar distinciones y diferencias (discutiblemente llamadas “diversidades”), sin embargo, repito nuevamente que, ello se hace desde posiciones de privilegio, la principal, la de tener cierto reconocimiento y posicionamiento social (como contar con cierto apoyo familiar, con vecinxs tolerantes, tener redes de amistades, contar con recursos humanos y capital organizacional, tener compañerxs y profesores respetuosxs que se solidaricen con unx, tener superiores y jefes comprensivxs, etc.). 

Lo que resulta más clamoroso de estos discursos de ciertos activismos LGBTI(“más”), que priorizan las distinciones y diferencias particulares, es que están incurriendo, queriendo o sin querer, en colonialidad de un lado y en alienación del otro. Al respecto, hay que señalar que en el Perú (y al parecer en varios otros países de la región), no se vienen realizando estudios de carácter sociológico, antropológico e histórico de gran alcance, sobre las manifestaciones sociales y culturales de la diversidad sexogenérica en nuestras realidades. En el caso del Perú, aun cuando existe una rica variedad de usos y costumbres a lo largo y ancho del país, usos y costumbres que ponen en evidencia la riqueza patrimonial de la cultura peruana, se desconoce, casi por completo, como la diversidad sexogenérica habida en el Perú, se manifestaría al calor de esta riquísima diversidad cultural. Esta premisa parte del hecho concreto de que en nuestro país, hay una notable diversidad de expresiones de la feminidad y masculinidad, que no solo tienen que ver con la clase social, sino también con la precedencia geográfica y la ascendencia cultural (andina, amazónica, etc.). Más aun, en otros países de Latinoamerica, en donde los movimientos sociales han desarrollado, de manera contestataria, fuertes discursos decolonizadores, la investigación científica ha puesto en relieve formas no occidentales de la expresión genérica y sexual, que están siendo tomadas, como referentes identitarios, por los colectivos LGBTI(“más”).

Lamentablemente se viene imponiendo en nuestro país, una lectura de la diversidad sexogenérica marcada por un acartonado academicismo y deudora de criterios y categorías anglicanizantes (importadas del mundo anglosajón). En pocas palabras, colonializaje ideológico del norte sobre el sur. Esto se lo debemos, en gran medida, a una lectura distorsionada de lo que es la identidad. A grandes rasgos, la identidad seria aquello que nos identifica (ya sean rasgos, atributos o características). En tal sentido, podemos reconocer dos tipos marcados de identidad, de un lado, la individual, que sería la concepción y expresión que tiene cada persona acerca de si misma, y de otro, la colectiva, que tiene que ver con nuestra noción de pertenencia a un determinado grupo social. Ciertamente ambos tipos identitarios están interrelacionados, y sin lugar a dudas, entendemos nuestra individualidad a través de nuestro bagaje cultural y asumimos nuestra pertenencia a un grupo social desde nuestra percepción individual, pero ello no supone, de ninguna manera, que una de las identidades se reduzca a la otra.

Eso es lo que, al parecer, viene ocurriendo con ciertas miradas provenientes de ciertos activismos LGBTI(“más”). Como mencione líneas arriba, a partir de la postura privilegiada de ciertos activismos (con acceso a información y con estudios universitarios, por ejemplo), se viene planteando, discutiblemente, y como parte de la lucha por la libertad de expresión identitaria, la existencia de ciertas identidades, que a nivel individual pueden resultar muy válidas y legítimas, pero que son enunciadas como si se trataran de identidades colectivas propias de nuestra realidad sociocultural. He aquí una cuestión realmente problemática. Las identidades, ya sean individuales o colectivas, son expresión de nuestra realidad sociocultural. Y en el caso de las identidades colectivas, necesariamente responden a nuestras situaciones y vivencias de clase y de cultura. En tal sentido, yo, en tanto persona no heterosexual y latinoamericana de origen, no podría autodefinirme como Molly ingles del siglo XVIII, Winkte lakota norteaméricano del siglo XIX, Fa'afafine samoana del siglo XX o Muxe mexicana de nuestro presente; no podría considerarme como unx de ellxs, dado que ni tengo sus vivencias culturales, ni pertenezco o soy parte de su realidad social.   

Lo mismo ocurre con un sinfín de identidades sexogenéricas que han surgido en realidades norteamericanas o europeas y que han sido abordadas por la academia en el primer mundo. Ellas claramente responden a concepciones del género y la sexualidad propias de países como EE.UU., Canadá, Gran Bretaña, etcétera, y que no necesariamente tienen correspondencia con las realidades existentes en el Perú. Identidades como agéneros, pansexuales, polisexuales, demisexuales, entre otras, han visto la luz en países donde hay (mayor) información o enfoques educativos sobre el género y la sexualidad, que difícilmente tienen un correlato en nuestra realidad. La realidad es que no hay investigaciones, estudios o aproximaciones aunque sea periodísticas, que muestren que estas identidades existentes en EE.UU., Canadá, Gran Bretaña, etcétera, existan también en el Perú o cuando menos que en algún sentido las reflejen. En cambio, lo que aparentemente viene ocurriendo, es que habría una visión que peca de colonial, y que pretende asumir que estas realidades identitarias, descritas y explicadas por la academia del mundo anglosajón, también existen en un país de cultura hispanolatina como es el Perú. Identidades como agéneros, pansexuales, polisexuales, demisexuales, e incluso queers y no binarios, parecen responder a una visión que asume lo anglosajón, como el patrón a partir del cual medir el género y sexualidad de todas las sociedades y culturas del mundo. La lógica (plana y superficial) sería que si hay allá, también acá. Y ello, sin lugar a dudas ni remordimientos, es colonialidad pura y dura.

Para peor, varias de las personas que se vendrían definiendo como agéneros, pansexuales, polisexuales, demisexuales, e incluso queers y no binarios, lo harían por motivos tan banales como la moda o la pose intelectual, antes que por una real identificación con estas expresiones identitarias. Al respecto, estas identificaciones no toman en cuenta como las identidades importadas del mundo anglosajón, suponen una forma clara de alienación ideológica. El trasplante de identidades sajonas a realidades latinoamericanas como la peruana, responde a una clara política de domesticación de los cuerpos colonizados y estigmatizados. En tal sentido, las representaciones de lo no heterosexual, en las realidades no occidentales, van retrocediendo y cediendo terreno a favor de las identidades de origen anglosajón. Al respecto, cabe destacar como el maricón y la travesti, que son representaciones históricas de lo no heterosexual en el Perú, vienen desapareciendo a favor de identidades más acorde con el canon académico occidentalizante. Para ciertos activismos LGBTI(“más”), identidades como la queer, la no binaria, la pansexual, la polisexual, la demisexual, la agenérica, etcétera, suponen más caché en tanto moda o más conocimiento en tanto pose intelectual. Tales identidades anglosajonas son entonces fuentes de prestigio. Y es que al parecer, llamarse queer, no binario, pansexual, polisexual, demisexual o agénero, es mucho más regio, más cool, más absoluto, más intelectual, que ser un simple mariconcito, una travesti común y silvestre o responder a cualquier otra representación chola de las diversidades sexogénericas.

Ojo, no niego, aquí, que haya gente que pueda responder válida y legítimamente a tales identidades, que el discurso académico y el influjo anglosajón vienen develando. Después de todo, lo occidental es también parte de nuestra cultura latinoamericana. Pero me hace mucho ruido que en nuestro país, las identidades cholas (como el maricón y la travesti, entre otras) no ocupen un lugar significativo entre nuestras representaciones de la diversidad sexogenérica. En el caso de la travesti, esta identidad está cada vez más relegada, al extremo que ya muy pocas activistas trans usan el termino para referirse a sí mismas de manera protagónica (pueden usarlo, pero como sucedáneo de trans cis o de no binaria).

En cuanto a la identidad del maricón, simplemente ha desaparecido del activismo. Históricamente maricón venia definiendo al biovarón, con orientación sexual homoerótica, expresión de género “afeminada” e indumentaria mayormente cisgénero (y en menor medida con uso de prendas consideradas como femeninas). En los 80 cedió terreno ante el término homosexual, en los 90 cedió más ante el término gay, en los 2000 quedó fuertemente marginada ante la aparición del queer y en los 2010 desapareció casi por completo frente a la no binaridad. No es casual que el maricón se esfumó del imaginario LGBTI(“más”), cuando en los centros de estudios académicos nacionales se empezó a hablar de lo queer y lo no binario. Cabe anotar que algunos activismos peruanos venían usando, desde los 2000, el término marica, sin embargo, se trata de un modismo “prestado” del activismo español, dado que en el Perú, históricamente, y en los medios urbanos, se había venido usando, su superlativo (maricón).


Me temo que un ejemplo claro de esta concesión al academicismo anglicanizante, se dio en el último encuentro LGBTIQ que se realizó en abril de 2018. Es sintomático que para la participación en el evento se usaran invitaciones (vía email) y una “ficha de inscripción” (algo muy discutible por cierto) y que la organización abriera en dicha ficha, casillas para marcar las identidades de queer, no binario, pansexual, polisexual, demisexual o agénero y se olvidará por completo de abrir una casilla para marcar cisgénero, cuando esta es la expresión más común de la identidad de género en el activismo LGBTI(“más”) peruano. Cabe anotar que el “olvido” fue subsanado días antes del encuentro, pero a causa de que varias y varios activistas se lo hicieran notar a la organización. Cuando menos en la ficha se hallaba la travesti como categoría identitaria, aunque era la única y solitaria identidad de origen perucho (lo cual hacia más clamorosa la presencia de las otras categorías identitarias de origen anglosajón). Indudablemente se hace necesario dejar de mirar el mundo anglosajón como fuente de conocimiento y como referente para la construcción de nuestras identidades sexogenéricas. El rescate de las expresiones peruanas, cholas y originarias, es una tarea impostergable por más tiempo. El activismo LGBTI(“más”) peruano tiene esa tarea pendiente.

Se despide su amigo uranista.

Ho Amat y León


Imágenes.

1. Imagen tomada de: rubystar.es
2. Imagen tomada de: arainfo.org