martes, 27 de octubre de 2009

GUEIDAD.


Queridas amistades:
Los saludo y les envió mis mejores deseos.
En este fin de semana, se realizaron un par de reuniones que buscaron reflexionar acerca lo guei. En esa línea, aquí va una reflexión acerca de la poca preocupación demostrada por un sector importante de la población guei (quizás el mayoritario), en cuestiones que trasciendan la inmediatez y la domesticidad.

Al respecto, es necesario tomar en cuenta que muchas de las personas que se autoreconocen como gueis, a diferencia de las personas lesbianas y transgéneros, no se han organizado en colectivos alrededor de específicos lineamientos políticos, sino que, más bien, se han congregado en torno a intereses particulares en común.
Que quede claro que ello, bajo ninguna circunstancia, debe ser considerado como negativo, sin embargo, si hay que reconocer como un problema importante, el que este notable sector de la población guei, sea por lo que fuera, no se conecte y comprometa, asertivamente, con preocupaciones de índole político, que vayan más allá de lo común y lo cotidiano.
No es que esto último si sea negativo, pero resulta evidente que dentro de las estrategias de dominio ejercidas por los grupos de poder, se encuentra la fragmentación de la sociedad, es decir, su atomización en grupos aislados sin poder (es decir, con nula o muy escasa posibilidad de producir políticas sociales) y sin un horizonte mancomunado de totalidad (es decir, sin una visión política que los haga sentir parte constitutiva de la sociedad).
Dichos grupos hegemónicos y dominantes mantiene su predominio, cuando logran romper con aquella necesaria visión totalizadora, algo que consiguen a través de la aniquilación de una perspectiva social y colectiva. Esta aniquilación de la perspectiva totalizadora se logra, por un lado, manteniendo la inequidad y la exclusión social y, por el otro, exacerbando el individualismo y los intereses superficiales, inmediatos y particulares.
En este contexto, el que los diversos grupos gueis no se articulen como movimiento social alrededor de intereses políticos mancomunados y que se pierdan en objetivos inmediatos y domésticos, se torna preocupante y peligroso, pues su capacidad de negociación se nulifica, dejándolos a merced de quienes rigen y detentan el orden patriarcal y heterosexista.
Lamentablemente, un sector importante de la población guei, y algunos activistas gueis conservadores, postulan que la estrecha perspectiva de aquel sector de la poblacion guei, cuya limitada aspiración ser reduce a la búsqueda y consecución de un compañero sexo afectivo, no constituye un problema de anomia social (y es de ahí de donde el matrimonio homosexual, se convierte en el principal ariete de lucha de cierto sector del activismo guei).
Si digo que esta situación es lamentable, es porque el fundamento de semejante perspectiva, obedece a la creencia de que la gueidad, es una cuestión centrada (¿y limitada?) al objetivo de vida, inmediatista y domestico, de buscar y conseguir compañero sexo afectivo.
Esta engañosa perspectiva no solo es una inocultable relectura del orden heterosexista (en el que nuestra identidad personal solamente se define a partir de la forma en que nos interrelacionamos sexual y afectivamente), sino que, además, obstaculiza toda posibilidad de construir una existencia social que no se centre, exclusivamente, en nuestros deseos y sentires más elementales.
Que quede claro que los deseos y sentires de cada persona no es que no sean relevantes o importantes, todo lo contrario, son muy vitales para el desarrollo y desenvolvimiento de toda persona, de todo ser humano. El problema surge cuando se considera que la vida tiene como principal, o único, leitmotiv nuestros deseos sexuales y nuestros afectos amorosos.
La búsqueda de compañero sexo afectivo queda eclipsada, ante los niveles de estigmatización y satanización que enfrenta la homosexualidad en tanto deseo erótico socialmente reconocido. La ausencia total de referentes sociales positivos sobre la homosexualidad, considerados, además, como validos y legítimos por la totalidad del conjunto social, es, sin lugar a dudas, un grandísimo problema que afecta, no solo la existencia de la persona homosexual en particular, sino, también, la coexistencia pacífica y productiva de la población en general.

La ausencia de dichos referentes sociales positivos origina, entre otras cosas, serios problemas de autoestima en la persona guei, que devienen en una serie de comportamientos dañinos y autodestructivos. También le impiden interrelacionarse saludablemente con las personas de su entorno e integrarse plenamente al medio social en el que se desenvuelve.
Esa misma ausencia de referentes sociales positivos (aunado a la utilización de estereotipos negativos), genera el desconocimiento y el rechazo de los no representados (suscitando, a su vez, recelo, miedo y odio hacia ellos), impidiendo que el colectivo social los acepte e incorpore en calidad de pares, en condición de iguales.
En ese sentido, la ausencia de referentes sociales positivos de lo guei resulta un problema mucho más acuciante, que la llana búsqueda de compañero sexo afectivo, pues tal ausencia afecta, indefectiblemente, a la persona guei en todos los niveles de su vida (desde su desenvolvimiento laboral hasta sus manifestaciones emocionales).
Esta situación se torna más clamorosa, frente al hecho de que no todos los gueis aspirarían a buscar un compañero sexo afectivo (entendido esto como una relación de pareja ya sea cerrada o abierta). Ello se deduce del hecho, de que no todas las personas hacen girar su vida en torno a sus deseos sexuales y sus afectos amorosos, e, inclusive, del hecho de que no todas las personas expresan sus deseos y afectos de la misma forma. Así, una persona puede aspirar a una vida célibe y monacal y no por ello dejar de tener deseos sexuales o necesidades afectivas. En este ejemplo queda claro, que el sentirse bien con uno mismo, implica el considerar que el deseo sexual propio no es negativo ni malo, antes que la búsqueda de una pareja.
Sobre las diversas formas de expresión de los deseos y afectos, en ciertos casos, el ejercicio de la sexualidad pasa por una elección consciente de estilos de vida no tradicionales, alternativos. Así, en el primer mundo se encuentra a varones gueis casados con mujeres lesbianas, llevando una satisfactoria vida familiar en común, pero una vida sexual extramarital plenamente conocida por el cónyuge. Aquí, el sentirse bien con las opciones de vida que se eligen, se relaciona, principalmente, con el aceptarse plenamente uno mismo, antes que con la búsqueda de una pareja.
En suma, la gueidad no se expresa únicamente a través de la búsqueda de marido, sino, también, a través del reconocimiento y la validación del deseo sexual en todos los niveles e instancias sociales. En tal sentido, la búsqueda de que, en nuestras sociedades, se incorporen y legitimen diversos referentes sociales positivos de la homosexualidad cobra mayor importancia, pues ello no solo permitirá el desarrollo y desenvolvimiento, sano y pleno, de los gueis en tanto personas, sino que, además, incidirá en la aceptación, sin cortapisas, de las personas gueis (y lesbianas) como integrantes plenos del conjunto social.
Esto, a todas luces, es un objetivo político de mayor trascendencia que la simple búsqueda de una pareja, pues involucra tanto a las personas gueis (y lesbianas) como a la sociedad en su conjunto y, también, hace a las personas gueis (y lesbianas) participes de un horizonte mancomunado de totalidad.

Lograr que las personas gueis (y lesbianas) abandonen una perspectiva restringida por la inmediatez y la domesticidad, se torna, así, en un importante objetivo político. La tarea es lograr que las personas gueis (y lesbianas) se identifiquen, con una perspectiva que los haga sentir como verdaderos miembros activos y productivos de su sociedad. Ello supone que la poblacion guei (y lesbiana), no mantenga su perspectiva centrada en sus deseos y sentires más elementales, sino en un objetivo mayor, mas totalizador, que bien puede ser la búsqueda y consecución de referentes sociales positivos de la sexualidad en general y de la homosexualidad en particular.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: faroviejo.com.mx
2. Fresco del antiguo egipto. Foto tomada de: elespectador.com
3. Imagen tomada de: corresponsaldepaz.org

lunes, 19 de octubre de 2009

LA PRÁCTICA SEXUAL.


Queridas amistades:
Reciban mis saludos y parabienes.
En el habla popular suelen referirse al sexo, a lo sexual, como una serie de actos reflejos, instintivos. Sin embargo, la noción de acto no da cuenta de la real dimensión de lo sexual, pues no se trata de una manifestación inherente, consustancial, del ser humano, sino, más bien, de una expresión más de su cultura.
Por ser parte de la cultura, lo sexual no se manifiesta como simples actos, pues su desenvolvimiento depende, ante todo, del conocimiento y de las actividades humanas, no de la biología del ser humano (el ejemplo más palmario de ello es que el coito no es innato, es aprendido).
En consecuencia, el sexo, en su sentido más amplio, es, sin lugar a dudas, una manera de interrelacionarse con el cuerpo, manera que se expresa a través de un conjunto de prácticas físicas, corporales.
Se encuentra, entonces, que a través de la historia, y entre las numerosas culturas y sociedades existentes, esta manifestación humana ha tenido múltiples expresiones.
Así, el sexo se expresa: a) como práctica social (como roles genéricos, en sociedades patriarcales; como forma de intercambio, en sociedades tribales; como deber marital, en sociedades donde el casamiento se pactaba; como comercio sexual, en sociedades que lo admitían o toleraban, etc.), b) como expresión religiosa (como ritual u ofrenda, entre los babilonios, griegos, romanos, incas, etc.; o como motivación ontológica, entre musulmanes, cristianos, judíos, hinduistas, etc.), c) como fin teleológico (el de la reproducción, en el judaísmo, en el cristianismo, en la sociedad burguesa decimonónica, en las ideologías soviética y maoísta, etc.; el del placer, entre los varones musulmanes, entre los hindúes, en la sociedad de consumo capitalista, etc.), d) como expresión erótica (para la sociedad hinduista, para la aristocracia de la Europa de la llamada edad moderna, para los varones musulmanes, para los varones de las elites japonesas del shogunato, etc.), etc.



Pero sobre todo, el sexo ha sido, siempre, demostración de poder, desde épocas prehistóricas hasta el presente (específicamente, en todas las sociedades patriarcales). Solamente en la sociedad euroccidental, a partir del siglo XVIII, el sexo hubo de definir una específica “identidad” social, la heterosexualidad, algo sin parangón en la historia humana.
Semejante diversidad de expresiones sexuales, se deben a que cada sociedad y cultura (desde la prehistoria hasta el presente), contempla un conjunto de prácticas físicas, corporales (llamémoslas, en adelante, prácticas sexuales) distintas entre unas y otras. Más aún, cada tipo de sociedad (desde las nómadas a las sedentarias, desde las agrícolas a las industriales, etc.) conlleva a un “orden” sexual propio, “orden” bajo el cual, se estructuran, regulan y distribuyen las prácticas sexuales correspondientes.
En ese sentido, cada “orden” sexual cuenta con criterios normativos específicos, como los éticos (las buenas y malas prácticas), los estéticos (las prácticas eróticas o juegos sexuales, las prácticas posiciónales o poses sexuales, etc.), los jerárquicos (prácticas de hegemonía y subalternidad, de dominación y sumisión, de integración y exclusión, etc.), etc. Por lo tanto, en cada “orden” sexual, a cada grupo social le corresponde un conjunto específico de prácticas sexuales, consideradas, además, como propias o “apropiadas”.
Así, en la sociedad patriarcal, su orden sexual impuso prácticas sexuales consideradas como masculinas, femeninas, etc., mientras que en ciertas sociedades teocráticas, se encuentran prácticas sexuales sagradas y prácticas sexuales profanas. Por otro lado, bajo las sociedades de castas o estamentos, las organizaciones clasistas conllevaron a que las prácticas sexuales, fueran consideradas como propias o “apropiadas” para cada casta o estamento social, mientras que, en la sociedad capitalista burguesa, se estableció un ámbito propio para el sexo, el ámbito de la sexualidad, instancia que ordenó las diversas prácticas sexuales dentro de las llamadas identidades sexuales (heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, etc.).
La organización de cada “orden” sexual se sustenta en diversos discursos sociales, que, dependiendo de la sociedad o cultura, pueden ser más concretos o más difusos, más específicos o más genéricos (esto supone que, en muchas sociedades y culturas, los saberes sobre lo sexual suelen encontrarse inmersos, diluidos, sin mayor especificidad, en diversos discursos sociales como la filosofía, la moral, la religión, etc.).
Al respecto, se encuentra que en la producción de discursos sobre lo sexual, se destacan dos grandes tradiciones culturales. Por un lado, en las tradiciones de las sociedades orientales, se dio un “arte erótica”, en la que el sentido de lo sexual se extrae del placer mismo y de los aspectos que involucra: como la intensidad, la calidad, la duración, además de sus implicancias con la espiritualidad y el cuerpo. Por otro lado, en la tradición de la sociedad occidental, se produce una “ciencia sexual”, que es una instancia privilegiada que produce cierta “verdad” sobre el sexo, la cual, a su vez, esta asociada con leyes de lo permitido y lo prohibido y con criterios de utilidad, por lo que el sexo está regulado, principalmente, por el régimen del saber y del poder.
Es, entonces, de los discursos sociales, de donde provienen los múltiples significados, que cada sociedad y cultura asigna al sexo, a sus diversas prácticas sexuales. Así, mientras que en la sociedad occidental burguesa, el sexo, en notable medida, recibe una valoración negativa, en ciertas sociedades religiosas, algunas prácticas sexuales significaban sacralidad.



Más aún, los diversos sentidos que se le atribuyen a las prácticas sexuales, pueden llegar a ser bastante contradictorios entre unas sociedades y otras, entre unas culturas y otras. Si para la sociedad burguesa decimonónica, las prácticas homoeróticas son relacionadas con el afeminamiento, en otras culturas, como en la antigua Grecia, en el Japón medieval o en algunas tribus de Nueva Guinea, en ciertos casos específicos, dichas prácticas podían ser consideradas como parte de la construcción de la masculinidad.
Incluso, dentro de una misma cultura, las mismas prácticas sexuales, dependiendo del contexto en el que se ejercían (y ejercen), y de los involucrados en su práctica, podían tener sentidos bastante disímiles. Se encuentra, así, que entre los griegos y romanos, la práctica sexual entre varones y mujeres podía efectuarse como rito religioso (ofrenda), o entre esposos como un deber marital; mientras que en las sociedades de castas o estamentos, algunas de las prácticas sexuales, establecidas como exclusivas de las élites dominantes, fueron consideradas como censurables, o hasta ilícitas, en el resto de las clases sociales.
Por último, ante toda esta diversidad de manifestaciones, expresiones y significados culturales de lo sexual, no se puede seguir insistiendo en que lo sexual es únicamente biología, pues si ello fuera cierto, indefectiblemente todas las sociedades y culturas del mundo concebirían lo sexual de forma similar y la realidad demuestra que ello no es así.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Cerámica Mochica. Foto tomada de: emol.com
2. Escultura de un templo de Khajuraho. Foto tomada de: come2india.org

lunes, 12 de octubre de 2009

REBELDÍAS LÉSBICAS.





Queridas amistades:
Reciban mis más cordiales saludos y mis mejores deseos.
Este mes, en Latinoamérica, es un tiempo de celebración entre aquellas mujeres que se han rebelado contra una opresión discriminatoria y marginadora, que las relega y las invisibiliza.
Este mes, mujeres latinoamericanas de toda condición social, estudiantes, trabajadoras, madres, hijas, hermanas, jóvenes, adultas, ancianas, amerindias, afroamericanas, asiáticoamericanas, euroamericanas, adineradas, populares, citadinas, rurales, discapacitadas y un larguísimo etcétera, se unen para celebrar una particularidad que las une y, a su vez, las hace diversas.
Esta particularidad es su preferencia sexual no heterosexual y la enarbolan en contra del machismo, el patriarcado, el sexismo, la misoginia y la homofobia.
Estas mujeres son lesbianas y su celebración, que tiene como fecha central el 13 de octubre, es la de las “Rebeldías Lésbicas”.
Hace ya 22 años que, a instancias de diversos grupos lésbicos de Latinoamérica, como el Grupo de Autoconciencia de Lesbianas Feministas (GALF) de Perú, el Colectivo Lésbico Feminista Ayuquelén de Chile, Las Entendidas de Costa Rica, el GALF de Brasil, el grupo Mitilene de República Dominicana o el grupo Mulas de México, se organizó el “Primer Encuentro Lésbico Feminista de Latinoamérica” (a la fecha ya van VII).
Dicho encuentro, que se realizó en la ciudad de México, dio inicio a sus actividades un 13 de octubre de 1987 (de allí la fecha central de la celebración), un hito en la historia de las lesbianas en particular y de las mujeres en general, un hito en la historia de la lucha por la igualdad entre todas y todos los seres humanos.



Son muchas las mujeres lesbianas de Latinoamérica que se han empoderado y en consecuencia, buscan llevar al ámbito público una propuesta de transformación social, que tiene en la lesbianidad no solo su punto de partida, sino, también, su principal referente de cambio.
Al respecto, todas las personas tenemos el derecho de disponer del espacio público y de sentirlo y hacerlo nuestro. Así, la heterosexualidad ocupa el espacio público en todo momento y en todo lugar. Presenciamos la heterosexualidad desde pequeños, cuando vemos a mama y papa, a la tía y el tío, a la vecina y al vecino; cuando vemos a las parejas de enamorados en los parques; cuando vemos a las heroínas y héroes de películas y telenovelas; cuando leemos literatura “selecta” y nos enseñan la historia “oficial” en el colegio; cuando accedemos a la información formal más inmediata sobre familias; cuando nos remitimos a los derechos consagrados y buscamos ampararnos en las leyes; todo ello (y mucho más) nos remite, sin lugar a dudas, a la heterosexualidad.
En tal sentido, si nuestras hermanas lesbianas se rebelan y se hacen públicas, no es por el simple gusto de escandalizar, sino porque es su derecho. Si hablamos de igualdad de derechos, las mujeres lesbianas deberían estar tan presentes en el espacio público, como lo están las mujeres y los varones heterosexuales. Deberían ser notorias las parejas lesbianas; deberían haber lesbianas enamoradas en las calles, en los parques, en el cine, en la televisión; debería hablarse y enseñarse acerca de la lesbinidad y de las lesbianas en los colegios; debería haber información precisa sobre familias lésbicas en revistas, libros, archivos, bibliotecas, museos, etc.; deberían haber normas y leyes que consagren jurídicamente la existencia legítima de las mujeres lesbianas, etc.
Entonces, si se habla de transformación, es porque vivimos en una cultura que aún minimiza, niega, omite y censura los variados referentes de lesbianidad. Si se habla de transformación, es porque aun presenciamos la estigmatización y satanización de lo lésbico. Si se habla de cambio, es porque aun vivimos en una sociedad, donde no se puede aspirar a ser lesbiana y ser feliz.
Es por ello que las rebeldías lésbicas son una reivindicación de la libertad. La libertad de no ser invisibilizadas, la libertad de no ser consideradas como ofensoras con la sola presencia, la libertad y el derecho a ser felices.



Saludemos a todas aquellas mujeres lesbianas que tienen el valor de reivindicar su existencia y el coraje de exigir la igualdad de derechos.
Su rebeldía es también nuestra, es la rebeldía de todas aquellas personas que creen en la libertad, la igualdad, la fraternidad y la justicia.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

lunes, 5 de octubre de 2009

SOBRE EL DEBATE POLÍTICO.


Queridas amistades:
Nuevamente los saludo y les envió mis mejores deseos.
Todo parece indicar, que, en Latinoamérica, la cultura del debate en general y el debate político en particular, están peligrosamente desprestigiados. A través de muchos foros y listas de debate y discusión percibo, que, para las nuevas generaciones, un debate largo y tendido es poco más que una pérdida de tiempo.
No se toma en cuenta, que en sociedades tan heterogéneas, como las latinoamericanas, la riquísima diversidad de poblaciones y culturas supondría que el debate político, se profundizara y extendiera considerablemente.
Lamentablemente, algunas y algunos políticos (¿o politiqueros?) y ciertas organizaciones disque políticas pareciera que relegan el debate político, a ser un simple relleno de sus respectivas agendas, es decir, que cuando hablan de entrar en debates sobre cuestiones políticamente importantes, le asignan el tiempo que en apariencia les sobraría entre sus “bastas” ocupaciones.



La minimización del debate político es inadmisible, pues lograr consensos democráticos, que involucren a esa diversidad poblacional y cultural que existe en el mundo, no resulta posible de conseguir en pocas horas de intercambio de ideas.
Nos guste o no, el debate político exige tiempo y preparación.
Lamentablemente, las nuevas generaciones parecen muy influenciadas por ciertos discursos neoliberales y fascistas, que consideran que dedicarle un tiempo considerable al debate político, es una cuestión propia del pasado, reñida con el pragmatismo que, se supone, debe dominar el panorama moderno contemporáneo.
“El tiempo es dinero” reza un muy capitalista y neoliberal adagio, que se saca, sin ningún rubor, de su contexto económico y se le aplica a otras áreas del quehacer social, como, por ejemplo, la política.
Lo peor, es que se quiere imponer como norma este absurdo apresuramiento, so pretexto de que las gentes, todas, deben aprender a ser puntuales y concisas en sus disertaciones.
No se debe perder de vista tampoco, que para el debate político es necesario tener en cuenta, que no todas las personas se expresan de la misma forma.
Así, entre mujeres y varones hay notables distinciones al momento de expresarse. Por ejemplo, el varón, por socialización, es mayormente inexpresivo, mientras que la mujer, por socialización, es mayormente más emocional. El varón recurre a frases cortas y directas, mientras que la mujer se expresa a través de frases largas y con subtextos.
Pero allí no quedan las distinciones.
La edad es un claro forjador de formas de expresión diversas. En muchos casos, las y los jóvenes recurren a expresiones informales, mientras que las y los adultos son más proclives a usar un lenguaje formal.
También el tipo de preparación profesional produce distingos notables entre las formas de expresión que utilizan las personas. Al respecto, las personas con preparación académica tienden a expresarse con un lenguaje más preciso y detallado que las personas que no tienen ninguna formación universitaria.
Y más aún, los referentes lingüísticos y discursivos que utilizan las poblaciones citadinas y rurales son disimiles entre sí, por lo que, en muchos casos, llegan a ser ininteligibles unos con otros (pudiendo motivar sendos malentendidos entre las y los disertantes o polemistas).
Esto no significa, de ningún modo, que las formas de expresión deban jerarquizarse al momento del debate político, todo lo contrario, las diversas formas de expresión deberían, con mucha mayor razón, ser tomadas en cuenta, al momento de debatir sobre política.
No se puede pretender uniformizar y estandarizar las diversas formas de discutir y debatir, sin caer, irremisiblemente, en posturas fascistas.
Actualmente, en nuestras sociedades latinoamericanas, se está controlando y reduciendo el debate político a su mínima expresión, privilegiándose la elocuencia y carisma de las y los disertantes o polemistas, por encima de la trascendencia o relevancia de lo que se razona o argumenta.
Básicamente, cualquier debate político, que se precie de democrático y serio, no puede ser limitando a unos cuantos minutos por persona, pues cada quien requiere su tiempo, para poder expresar con claridad sus ideas.
No resulta para nada democrático un control fascistoide del tiempo, en el que se tenga que forzar a cualquier persona, a exponer sus ideas contra el reloj, so pena de que si no les alcanza el lapso temporal que se les asigne, es su problema (aquí ya no valdría el que lo expresado sea importante, relevante o justo).
De ninguna manera los buenos razonamientos y argumentaciones se despachan en dos o tres frases lapidarias.
En tal sentido, el no contemplar dedicarle un tiempo considerable al debate político, no solo es poco serio, es bastante fascista.



Tampoco se puede argumentar que, dado el número de las y los participantes en una reunión o encuentro o congreso o asamblea, etc., el tiempo de su participación deba ser restringido y limitado, pues para eso las jornadas políticas son sendos compromisos, a los cuales hay que dedicarles no solo unas cuantas horas, sino días e incluso semanas (¿o meses?).
No podemos asumir, de ningún modo, que el debate político sea tan minimizado, que apenas se le dedique unas cuantas horas al mes.
El bienestar, desarrollo e integración de nuestras sociedades, plurales y ricas por su diversidad poblacional y cultural, requieren de un debate político extensivo y profundo.
Si no queremos caer en las garras del fascismo, es necesario que construyamos una sana cultura del debate, la que solo será justa, equitativa y especialmente productiva, si se le dedica tiempo y preparación.
No hacerlo es impolítico por donde se lo mire, es ir en contra del mismísimo significado de lo que es la Política.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: cceba.org.ar
2. Foto tomada de: aeronoticias.com.pe