lunes, 5 de octubre de 2009

SOBRE EL DEBATE POLÍTICO.


Queridas amistades:
Nuevamente los saludo y les envió mis mejores deseos.
Todo parece indicar, que, en Latinoamérica, la cultura del debate en general y el debate político en particular, están peligrosamente desprestigiados. A través de muchos foros y listas de debate y discusión percibo, que, para las nuevas generaciones, un debate largo y tendido es poco más que una pérdida de tiempo.
No se toma en cuenta, que en sociedades tan heterogéneas, como las latinoamericanas, la riquísima diversidad de poblaciones y culturas supondría que el debate político, se profundizara y extendiera considerablemente.
Lamentablemente, algunas y algunos políticos (¿o politiqueros?) y ciertas organizaciones disque políticas pareciera que relegan el debate político, a ser un simple relleno de sus respectivas agendas, es decir, que cuando hablan de entrar en debates sobre cuestiones políticamente importantes, le asignan el tiempo que en apariencia les sobraría entre sus “bastas” ocupaciones.



La minimización del debate político es inadmisible, pues lograr consensos democráticos, que involucren a esa diversidad poblacional y cultural que existe en el mundo, no resulta posible de conseguir en pocas horas de intercambio de ideas.
Nos guste o no, el debate político exige tiempo y preparación.
Lamentablemente, las nuevas generaciones parecen muy influenciadas por ciertos discursos neoliberales y fascistas, que consideran que dedicarle un tiempo considerable al debate político, es una cuestión propia del pasado, reñida con el pragmatismo que, se supone, debe dominar el panorama moderno contemporáneo.
“El tiempo es dinero” reza un muy capitalista y neoliberal adagio, que se saca, sin ningún rubor, de su contexto económico y se le aplica a otras áreas del quehacer social, como, por ejemplo, la política.
Lo peor, es que se quiere imponer como norma este absurdo apresuramiento, so pretexto de que las gentes, todas, deben aprender a ser puntuales y concisas en sus disertaciones.
No se debe perder de vista tampoco, que para el debate político es necesario tener en cuenta, que no todas las personas se expresan de la misma forma.
Así, entre mujeres y varones hay notables distinciones al momento de expresarse. Por ejemplo, el varón, por socialización, es mayormente inexpresivo, mientras que la mujer, por socialización, es mayormente más emocional. El varón recurre a frases cortas y directas, mientras que la mujer se expresa a través de frases largas y con subtextos.
Pero allí no quedan las distinciones.
La edad es un claro forjador de formas de expresión diversas. En muchos casos, las y los jóvenes recurren a expresiones informales, mientras que las y los adultos son más proclives a usar un lenguaje formal.
También el tipo de preparación profesional produce distingos notables entre las formas de expresión que utilizan las personas. Al respecto, las personas con preparación académica tienden a expresarse con un lenguaje más preciso y detallado que las personas que no tienen ninguna formación universitaria.
Y más aún, los referentes lingüísticos y discursivos que utilizan las poblaciones citadinas y rurales son disimiles entre sí, por lo que, en muchos casos, llegan a ser ininteligibles unos con otros (pudiendo motivar sendos malentendidos entre las y los disertantes o polemistas).
Esto no significa, de ningún modo, que las formas de expresión deban jerarquizarse al momento del debate político, todo lo contrario, las diversas formas de expresión deberían, con mucha mayor razón, ser tomadas en cuenta, al momento de debatir sobre política.
No se puede pretender uniformizar y estandarizar las diversas formas de discutir y debatir, sin caer, irremisiblemente, en posturas fascistas.
Actualmente, en nuestras sociedades latinoamericanas, se está controlando y reduciendo el debate político a su mínima expresión, privilegiándose la elocuencia y carisma de las y los disertantes o polemistas, por encima de la trascendencia o relevancia de lo que se razona o argumenta.
Básicamente, cualquier debate político, que se precie de democrático y serio, no puede ser limitando a unos cuantos minutos por persona, pues cada quien requiere su tiempo, para poder expresar con claridad sus ideas.
No resulta para nada democrático un control fascistoide del tiempo, en el que se tenga que forzar a cualquier persona, a exponer sus ideas contra el reloj, so pena de que si no les alcanza el lapso temporal que se les asigne, es su problema (aquí ya no valdría el que lo expresado sea importante, relevante o justo).
De ninguna manera los buenos razonamientos y argumentaciones se despachan en dos o tres frases lapidarias.
En tal sentido, el no contemplar dedicarle un tiempo considerable al debate político, no solo es poco serio, es bastante fascista.



Tampoco se puede argumentar que, dado el número de las y los participantes en una reunión o encuentro o congreso o asamblea, etc., el tiempo de su participación deba ser restringido y limitado, pues para eso las jornadas políticas son sendos compromisos, a los cuales hay que dedicarles no solo unas cuantas horas, sino días e incluso semanas (¿o meses?).
No podemos asumir, de ningún modo, que el debate político sea tan minimizado, que apenas se le dedique unas cuantas horas al mes.
El bienestar, desarrollo e integración de nuestras sociedades, plurales y ricas por su diversidad poblacional y cultural, requieren de un debate político extensivo y profundo.
Si no queremos caer en las garras del fascismo, es necesario que construyamos una sana cultura del debate, la que solo será justa, equitativa y especialmente productiva, si se le dedica tiempo y preparación.
No hacerlo es impolítico por donde se lo mire, es ir en contra del mismísimo significado de lo que es la Política.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: cceba.org.ar
2. Foto tomada de: aeronoticias.com.pe

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