Queridas amistades:
Reciban mis saludos y parabienes.
En el habla popular suelen referirse al sexo, a lo sexual, como una serie de actos reflejos, instintivos. Sin embargo, la noción de acto no da cuenta de la real dimensión de lo sexual, pues no se trata de una manifestación inherente, consustancial, del ser humano, sino, más bien, de una expresión más de su cultura.
Por ser parte de la cultura, lo sexual no se manifiesta como simples actos, pues su desenvolvimiento depende, ante todo, del conocimiento y de las actividades humanas, no de la biología del ser humano (el ejemplo más palmario de ello es que el coito no es innato, es aprendido).
En consecuencia, el sexo, en su sentido más amplio, es, sin lugar a dudas, una manera de interrelacionarse con el cuerpo, manera que se expresa a través de un conjunto de prácticas físicas, corporales.
Se encuentra, entonces, que a través de la historia, y entre las numerosas culturas y sociedades existentes, esta manifestación humana ha tenido múltiples expresiones.
Así, el sexo se expresa: a) como práctica social (como roles genéricos, en sociedades patriarcales; como forma de intercambio, en sociedades tribales; como deber marital, en sociedades donde el casamiento se pactaba; como comercio sexual, en sociedades que lo admitían o toleraban, etc.), b) como expresión religiosa (como ritual u ofrenda, entre los babilonios, griegos, romanos, incas, etc.; o como motivación ontológica, entre musulmanes, cristianos, judíos, hinduistas, etc.), c) como fin teleológico (el de la reproducción, en el judaísmo, en el cristianismo, en la sociedad burguesa decimonónica, en las ideologías soviética y maoísta, etc.; el del placer, entre los varones musulmanes, entre los hindúes, en la sociedad de consumo capitalista, etc.), d) como expresión erótica (para la sociedad hinduista, para la aristocracia de la Europa de la llamada edad moderna, para los varones musulmanes, para los varones de las elites japonesas del shogunato, etc.), etc.
Pero sobre todo, el sexo ha sido, siempre, demostración de poder, desde épocas prehistóricas hasta el presente (específicamente, en todas las sociedades patriarcales). Solamente en la sociedad euroccidental, a partir del siglo XVIII, el sexo hubo de definir una específica “identidad” social, la heterosexualidad, algo sin parangón en la historia humana.
Semejante diversidad de expresiones sexuales, se deben a que cada sociedad y cultura (desde la prehistoria hasta el presente), contempla un conjunto de prácticas físicas, corporales (llamémoslas, en adelante, prácticas sexuales) distintas entre unas y otras. Más aún, cada tipo de sociedad (desde las nómadas a las sedentarias, desde las agrícolas a las industriales, etc.) conlleva a un “orden” sexual propio, “orden” bajo el cual, se estructuran, regulan y distribuyen las prácticas sexuales correspondientes.
En ese sentido, cada “orden” sexual cuenta con criterios normativos específicos, como los éticos (las buenas y malas prácticas), los estéticos (las prácticas eróticas o juegos sexuales, las prácticas posiciónales o poses sexuales, etc.), los jerárquicos (prácticas de hegemonía y subalternidad, de dominación y sumisión, de integración y exclusión, etc.), etc. Por lo tanto, en cada “orden” sexual, a cada grupo social le corresponde un conjunto específico de prácticas sexuales, consideradas, además, como propias o “apropiadas”.
Así, en la sociedad patriarcal, su orden sexual impuso prácticas sexuales consideradas como masculinas, femeninas, etc., mientras que en ciertas sociedades teocráticas, se encuentran prácticas sexuales sagradas y prácticas sexuales profanas. Por otro lado, bajo las sociedades de castas o estamentos, las organizaciones clasistas conllevaron a que las prácticas sexuales, fueran consideradas como propias o “apropiadas” para cada casta o estamento social, mientras que, en la sociedad capitalista burguesa, se estableció un ámbito propio para el sexo, el ámbito de la sexualidad, instancia que ordenó las diversas prácticas sexuales dentro de las llamadas identidades sexuales (heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, etc.).
La organización de cada “orden” sexual se sustenta en diversos discursos sociales, que, dependiendo de la sociedad o cultura, pueden ser más concretos o más difusos, más específicos o más genéricos (esto supone que, en muchas sociedades y culturas, los saberes sobre lo sexual suelen encontrarse inmersos, diluidos, sin mayor especificidad, en diversos discursos sociales como la filosofía, la moral, la religión, etc.).
Al respecto, se encuentra que en la producción de discursos sobre lo sexual, se destacan dos grandes tradiciones culturales. Por un lado, en las tradiciones de las sociedades orientales, se dio un “arte erótica”, en la que el sentido de lo sexual se extrae del placer mismo y de los aspectos que involucra: como la intensidad, la calidad, la duración, además de sus implicancias con la espiritualidad y el cuerpo. Por otro lado, en la tradición de la sociedad occidental, se produce una “ciencia sexual”, que es una instancia privilegiada que produce cierta “verdad” sobre el sexo, la cual, a su vez, esta asociada con leyes de lo permitido y lo prohibido y con criterios de utilidad, por lo que el sexo está regulado, principalmente, por el régimen del saber y del poder.
Es, entonces, de los discursos sociales, de donde provienen los múltiples significados, que cada sociedad y cultura asigna al sexo, a sus diversas prácticas sexuales. Así, mientras que en la sociedad occidental burguesa, el sexo, en notable medida, recibe una valoración negativa, en ciertas sociedades religiosas, algunas prácticas sexuales significaban sacralidad.
Más aún, los diversos sentidos que se le atribuyen a las prácticas sexuales, pueden llegar a ser bastante contradictorios entre unas sociedades y otras, entre unas culturas y otras. Si para la sociedad burguesa decimonónica, las prácticas homoeróticas son relacionadas con el afeminamiento, en otras culturas, como en la antigua Grecia, en el Japón medieval o en algunas tribus de Nueva Guinea, en ciertos casos específicos, dichas prácticas podían ser consideradas como parte de la construcción de la masculinidad.
Incluso, dentro de una misma cultura, las mismas prácticas sexuales, dependiendo del contexto en el que se ejercían (y ejercen), y de los involucrados en su práctica, podían tener sentidos bastante disímiles. Se encuentra, así, que entre los griegos y romanos, la práctica sexual entre varones y mujeres podía efectuarse como rito religioso (ofrenda), o entre esposos como un deber marital; mientras que en las sociedades de castas o estamentos, algunas de las prácticas sexuales, establecidas como exclusivas de las élites dominantes, fueron consideradas como censurables, o hasta ilícitas, en el resto de las clases sociales.
Por último, ante toda esta diversidad de manifestaciones, expresiones y significados culturales de lo sexual, no se puede seguir insistiendo en que lo sexual es únicamente biología, pues si ello fuera cierto, indefectiblemente todas las sociedades y culturas del mundo concebirían lo sexual de forma similar y la realidad demuestra que ello no es así.
Se despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1. Cerámica Mochica. Foto tomada de: emol.com2. Escultura de un templo de Khajuraho. Foto tomada de: come2india.org
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