lunes, 28 de septiembre de 2009

CIUDADANÍA Y ESPÍRITU DE CUERPO.


Queridas amistades:
Nuevamente aquí, con mis saludos y mis parabienes.

Desde hace tiempo atrás pensaba escribirles sobre este tema, pero, por razones diversas, no pude darle curso.
¿Qué se puede entender por espíritu de cuerpo?
El espíritu de cuerpo obedece a una visión corporativa, según la cual una agrupación, asociación o comunidad de personas se muestran unidas y cohesionadas, tanto hacia adentro del colectivo como hacia afuera.
Esta unión y cohesión de manifiesta de diversas formas, así, hacia afuera se da hacia retos o amenazas externas y hacia adentro se da entorno a intereses y objetivos mancomunados.

Lamentablemente, un ejemplo bastante acabado de este espíritu de cuerpo, se encuentra entre las antiguas mafias, los grupos de narcotraficantes, las pandillas maras, etc.
Digo lamentable-mente, por que del lado de la ley, este espíritu de cuerpo raramente se manifiesta en agrupaciones civiles, ciudadanas, que no sean organizaciones como el ejército o la iglesia. Es el caso de los partidos políticos, que, a nivel latinoamericano, se encuentran en crisis.
Alguien dirá, con toda razón, que citar al crimen organizado como ejemplo de espíritu de cuerpo, es un tremendo despropósito, sin embargo, les digo que ello tiene su seria motivación, en que, según mi percepción, del lado de la ley, se cae muy fácilmente en un mal entendido espíritu de cuerpo, en un falso espíritu de cuerpo, antes que en un real espíritu corporativo.
Me explico, del lado de la ley, las personas somos reconocidas, jurídicamente hablando, como ciudadanos, esto implica necesariamente, que mientras los criminales se agrupen en torno a la violación de la ley, los ciudadanos deberíamos estar cohesionados en torno a la legalidad.
Sin embargo, se encuentra que, en diversas instancias sociales, como organizaciones e instituciones estatales (desde el congreso al ejercito), en diversas organizaciones civiles (desde los partidos políticos hasta las iglesias), etc., tras atender a un falso espíritu de cuerpo, que pretende salvaguardar el buen nombre de las respectivas instituciones, se soliviantan y ocultan diversas violaciones a la ley.
Así, se encuentran parlamentarixs acallando los escándalos provocados por los delitos de sus colegas, iglesias ocultando crímenes de sus clérigxs (como, por ejemplo, lavado de dinero o pederastia), altos mandos castrenses desmintiendo probadas violaciones de DD.HH. cometidas por militares, etc.

Se supone que el buen nombre de cualquier corporación, pasa por hacer deslindes inmediatos y transparentes con las y los integrantes corruptos del gremio, pasa por la expulsión pública, publicitada, de aquellas y aquellos malos miembros.
Pero, lamentablemente, lo que prima, en apariencia, es la negación, el ocultamiento, etc.
Incluso, en el ámbito de la familia se entiende mal el espíritu de cuerpo, pues apelando al amor entre familiar, se ve como aceptable el que la familia pase por alto, los delitos y crímenes cometidos por las y los parientes (se escuchan frases como que hay que ser solidarios con las y los hermanos delincuentes o criminales, so pena de ser considerados como desgraciados, o peor, que los padres y, sobretodo, las madres deben cerrar los ojos y aceptar a sus hijas e hijos, así sean unos malditos, so pena de ser considerados como desnaturalizados, etc.).
No se toma en cuenta que el espíritu de cuerpo solo es dable en tanto halla respeto reciproco entre las y los integrantes de la agrupación, asociación o comunidad. El espíritu de cuerpo solo es admisible, en tanto las y los integrantes del colectivo no cometan faltas o delitos que atenten contra el bienestar del conjunto.
Siendo así, una familia no tendría por que cerrar filas ante un(a) pariente que con sus delitos o crímenes falte el respeto al grupo familiar, mancillando el buen nombre de la familia y enlodando su reputación y estima (su prestigio social).
Seamos muy claros, no se puede tener respeto o consideración alguna, por un pariente que no ha demostrado tener respeto y consideración hacia su familia. Por que, lo reconozcan o no, el delito o crimen de cualquier pariente, repercute y afecta al resto de la familia.

Entonces, repetiré, aquí, lo que le he dicho a diversas personas: salvo que tengamos moral de delincuentes o mafiosos, como ciudadanos tenemos la obligación y el deber de denunciar y repudiar los delitos y crímenes de los demás (así sean nuestras y nuestros parientes).
No hacerlo, nos hace cómplices, es decir, nos convierte también en delincuentes.
Lamentablemente, aún la ciudadanía no despierta el mismo espíritu de cuerpo, que levantan ciertos corporativismos mal entendidos.
Frente a ello, es necesario recordar, que el espíritu de cuerpo si tiene un límite si se acaba, específicamente, cuando se atenta contra la agrupación, asociación o comunidad a la que se pertenece.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: elciudadano.gov.ec
2. Foto tomada de: concienciadelnuevomundo.bligoo.com
3. Imagen tomada de: aula24h.wordpress.com

lunes, 21 de septiembre de 2009

MONOGAMIA.


Queridas amistades:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.
En estas últimas semanas, tuve un intercambio de opiniones acerca de la monogamia y la impresión que me quedó, es que la gente acepta la monogamia, motivada, mayormente, por su identificación emocional con el referente social, antes de hacerlo por una elección basada en un convencimiento informado.
Mi primera reacción fue la de clamar alienación a los cuatro vientos, sin embargo, me di cuenta, con prontitud, de que ello, reforzaría el menosprecio y la minusvaloración que hay en nuestras sociedades, hacia el desarrollo de una inteligencia emocional.



Aún así, resultaría poco probable un desarrollo de la inteligencia emocional, que no estuviera aparejado a un desarrollo sustancial de nuestro bagaje informativo, ya que las “verdaderas” elecciones, conscientes y libres, se toman a partir de cuan instruidos y enterados estemos, sobre los asuntos en los que nos comprometamos.
En tal caso, pronunciarnos a favor o en contra de la monogamia, solo resultaría plenamente razonable, si nuestras posturas no solo obedecen a lo que sentimos, sino, también, a cuanto conozcamos.
Al respecto, se hace necesario establecer algunos puntos acerca del origen de la monogamia.
Aclaremos, entonces, que la monogamia no es natural entre las y los seres humanos. Su origen es más bien social y se remonta a la prehistoria humana.
En los albores de la civilización, antes de que el hombre se hiciera sedentario y antes de que apareciera la ganadería y la agricultura, los grupos humanos practicaban el sexo colectivo.
Fue el patriarcado el que, en primera instancia, impusiera el predominio social de unos grupos humanos sobre otros. En este caso, el de lxs más fuertes sobre lxs más débiles, el de lxs mayores sobre lxs menores, el de los varones sobre las mujeres, etc.
En este contexto, los varones se arrogaron privilegios sexuales sobre las mujeres, no solo en lo concerniente al tipo de prácticas sexuales, sino, también, a la cuantía de estas (ello implicó la sobrevaloración de las prácticas sexuales masculinas sobre las femeninas).
La aceptación de este régimen social patriarcal, conllevó a la implantación de la monogamia, específicamente, cuando los varones, al buscar una descendencia reconocible y legítima (patrilineal), obligaron a las mujeres a limitarse a un solo compañero sexual, un solo cónyuge (mientras los varones, dependiendo de la sociedad y cultura a la que pertenecían, se permitieron menores o mayores libertades sexuales).
La progresiva generalización de la monogamia, obedeció, también, a motivos económicos. Al respecto, ya en los tiempos de las sociedades productoras agrarias, la relegación social de la mujer y la minusvaloración del trabajo femenino (de lo femenino en general), obligó a la mujer a quedar supeditada al varón (a depender de este económicamente) y aquellos varones que no contaran, con suficientes medios para mantener a varias mujeres, tuvieron que limitar sus parejas a una sola mujer (la poligamia quedó así restringida a las élites).
Solamente algunas tradiciones culturales impusieron la monogamia generalizada (tanto a mujeres como a varones), entre ellas el cristianismo.
En un primer momento, el cristianismo rechazo cualquier tipo de prácticas sexuales (el ideal de los primeros padres de la iglesia fue la castidad), pero, ante la imposibilidad de imponer a todas las gentes semejante postura, aceptó únicamente como válido, el sexo realizado dentro de un vínculo matrimonial monogámico, regido por la iglesia y destinado exclusivamente a la procreación (esto es entre mujeres con varones y viceversa).
Sobre esta base cristiana, la mentalidad del orden social burgués (instaurado plenamente en el siglo XIX), implantó un modelo de identidad sexual, definido a partir de las prácticas sexuales.
Este modelo único, monicista, no solo imponía la restricción de lo sexual a un único deseo erótico, el manifestado por mujeres hacia varones y por varones hacia mujeres (modelo que recibió el nombre de heterosexualidad), sino que imponía, también, la restricción de lo sexual a su morigeración, es decir, a la monogamia. Se supuso, entonces, que todas y todos los seres humanos, tenemos las mismas necesidades sexuales, razón por la cual, a partir de una indefinida “normalidad”, se señalan y estigmatizan, a quienes osen transgredirla (surgen, así, las referencias extremas de: putas o insensibles, promiscuos o incapaces, ninfómanas o frígidas, satiriásicos o impotentes, sexoadictas o anafrodisiacas, hipersexuales o hiposexuales, sexopatas o asexuales, etc.).
Con ello, se imposibilitó a mujeres y a varones, de experimentar con su sexualidad, de conocer cuáles eran sus reales deseos eróticos (ya sean heteros, homos, bisexuales, etc.) y cuáles eran sus reales necesidades sexuales (ya sean de menor o mayor cuantía).
Esto repercutió en la búsqueda de compañeros afectivo sexuales, pues sin conocer cuáles eran las reales necesidades sexuales de cada quien, las gentes se embarcaban en relaciones monogámicas, tan solo porque así lo dicta el referente social único y dominante.
A estas alturas, no resulta razonable embarcarse en una relación de pareja monogámica, sin conocer cuáles son las reales necesidades sexuales propias y ajenas, sobre todo si es que se espera una relación estable y duradera. Más aún, nadie puede exigirle monogamia a otra persona, bajo el pretexto de que unx es monógamx. Esto último solo seria equiparable, a exigirle heterosexualidad a un(a) homosexual o homosexualidad a un(a) heterosexual.
Exigirle monogamia a la pareja, tan solo porque unx considera ser monógamx, no se diferencia mucho de aquellas épocas, en que el marido exigía terminantemente a su esposa, tener el mismo credo religioso o la misma ideología política o incluso de aquellas épocas, cuando la sociedad exigía, terminantemente, que las parejas fueran de la misma clase social.
Bajo tales circunstancias, el compromiso monogámico solo puede ser el resultado, de un consenso entre dos personas que conocen bien, cuáles son sus reales necesidades sexuales y que además, sepan que estas son, más o menos, complementaria entre sí.



Caso contrario, las nociones de infidelidad, adulterio y monogamia solo responden a una visión decimonónica, medieval y hasta patriarcal de la sexualidad.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Lámina del test de Rorschach. Imagen tomada de: danesorensen.com
2. Foto tomada de: unafuente.com

lunes, 14 de septiembre de 2009

TIEMPO.


Queridas amistades:
Les saludo y les envió mis mejores deseos.
Hace poco, me encontré con un amigo de la universidad y recordando las viejas épocas, nos vino a la memoria el hábito de algunas y algunos compañeros de estudios de la facultad, de no usar relojes, pues considerábamos que no éramos esclavos del tiempo.
Obviamente la cosa cambio, cuando llegó la necesidad de trabajar. No hay que llegar tarde al trabajo, hay que cumplir con los plazos establecidos, se cuentan las horas y los días para dejar el centro de labores e ir de descanso, etc. Esto apunta a algo muy simple, el tiempo solo nos importa, solo cobra sentido para nosotrxs, cuando tomamos conciencia de él.
Nuestra percepción del tiempo varía de acuerdo a nuestras circunstancias, así, cuando quedamos embelesados con la lectura de un libro, cuando nos enfrascamos en una amena conversación, cuando nos distraemos perdidamente mirando la televisión, nos parece que el tiempo ha pasado sin haberlo sentido, contrariamente, el tiempo se vuelve omnipresente cuando quedamos atrapados en un embotellamiento de tránsito.
Mas la percepción del tiempo no solo varía a nivel individual, también varía a nivel cultural. Así, en diversas sociedades y culturas se encuentra que, la forma en que se concibe el tiempo, es distinta a como se le concibe en la sociedad occidental.
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En la antigua Mesopotamia (entre sumerios y acadios), en la América precolombina (entre incas y aztecas) o en diversas sociedades tribales del mundo, el tiempo es concebido como un ciclo, es decir, como un sobrevenir circular, sin comienzo ni final, solamente un eterno retorno a un presente indeterminado.
En la sociedad judía, y luego en las sociedades cristianas, el tiempo fue concebido como una línea recta, con un inicio, un presente y un final inexorables.
En el presente, en la sociedad occidental (y en las sociedades occidentalizadas), se impone una concepción del tiempo según la cual, este es una dimensión interrelacionada indisolublemente con la dimensión espacial y que además, es susceptible de ser modificado por la velocidad y la energía (al respecto, todas las nociones de viajes en el tiempo siguen este criterio).
Inclusive la ciencia ha cambiado, de una época a otra, la visión que tenia sobre el tiempo. Así, Isaac Newton definió el tiempo como absoluto, es decir, que es el mismo para todxs nosotrxs, visión que perduro hasta que Albert Einstein, lo definió como relativo, es decir, que el tiempo, indisolublemente relacionado con el espacio, varía de una persona a otra, dependiendo de sus respectivos estados de movimiento. Y no hay nada que nos impida pensar, que esta última visión no pueda ser modificada en el futuro.
Todas las diversas concepciones del tiempo existentes, obedecen al tipo de mentalidad que posee la sociedad o cultura que las formula.
Así, en las sociedades de mentalidad religiosa de la antigüedad (por ejemplo, los antiguos mesopotámicos, los aztecas, los incas, etc.), en las que la religión se hallaba integrada, plenamente, a los diversos niveles e instancias sociales (desde los mecanismos de poder hasta los quehaceres cotidianos), el tiempo responde a criterios religiosos, por lo que había un tiempo sagrado y otro profano. Este último era el tiempo de lo habitual y lo común, mientras que aquel era el tiempo de los ritos religiosos. Para las gentes de estas sociedades de la antigüedad, el rito abolía el tiempo profano e instauraba el tiempo sagrado, hecho que les permitía comulgar con lo divino.
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Por su parte, recién durante el último tercio de la edad media, es que el tiempo empezó a concebirse como algo absoluto e inmodificable. Las gentes de este periodo bajo medieval, asumía que su sociedad, al haber sido establecida por la deidad cristiana, era inmutable, pues solo su dios podía cambiarla. Y dado que, según su mentalidad, su deidad lo había creado todo de forma inmodificable, el tiempo también era inmutable.
Esta visión no cambiaría sino hasta el siglo XIX, cuando recién se empezó a hablar de un tiempo no absoluto. Al respecto, la novela de H.G. Wells “La Máquina del Tiempo” data de 1894, mientras que Albert Einstein publicó su ensayo sobre la relatividad en 1905.
Todas estas concepciones temporales se han producido, por que el tiempo nos importa. En tanto seres humanos, somos los únicos animales que percibimos el tiempo, que lo medimos y lo definimos. En tal sentido, el tiempo es, indudablemente, una construcción cultural.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Calendario Azteca. Foto tomada de: es.wikipedia.org

2. Reloj de sol Inca (Intihuatana). Foto tomada de: tulane.edu/~latinlib
3. Clepsidra europea de 1670. Foto tomada de: periodicolaopinion.com.ar

lunes, 7 de septiembre de 2009

REFLEXIONES.


Queridxs amigxs:
Reciban mis saludos y mis parabienes.
Aquí les escribo nuevamente, pero no un tema en especifico, sino más bien unas reflexiones acerca de lo que ha significado, para mí, la experiencia de tener una bitácora propia.
Han paso 28 entregas y 6 meses desde que les escribí por primera vez y debo confesarles que la experiencia no ha sido como la imagine.
Ha habido momentos de sumo estrés, a causa de la sequia mental que me invadió alguna que otra semana (y es que me había propuesto realizar una entrega semanal). Pero también ha habido momentos de exaltación y emoción (aunque ello resulte exagerado para algunos).
Hablar de exaltación y emoción no es gratuito, pues, saber que me leen (y me envían sus comentarios al blog o a mi correo personal) es bastante gratificante. Ello me exalta y me emociona, pues considero que, hasta cierto punto, somos la suma de nuestros pensamientos y nuestras reflexiones. No vayan a creer que me estoy poniendo cartesiano ("Cogito ergo sum" [pienso luego existo]), nada de eso. Simplemente dejo constancia de que nuestra toma de conciencia como individuos y como ciudadanos, se hace posible gracias a que pensamos y reflexionamos (salvo que seamos como el plancton y nos dejemos llevar por la corriente).
Que les quede claro, tener bitácora propia no ha sido fácil por varias razones.
Tratar de exponer un tema de manera sencilla y sucinta, me resulto complicado (me limito a dos hojas en word office, en arial 12, y no es mucho espacio que digamos). La rigurosidad suele ser farragosa y la precisión, prolija. Créanme cuando les digo, que he descartado innumerables borradores donde primaba lo complicado y lo extenso (si lo confieso, soy maniático). Al mismo tiempo, he tratado de no subestimar al lector, presentándolo todo como papilla de bebe, es decir, todo exagerada y abusivamente didáctico.
Igualmente, he tratado de ser, en la medida de mis posibilidades, ameno, aunque siento que no lo he logrado. Como paliativo, he tratado de no parecer un quelonio, agazapado en un puñado de temas (cual si fueran mi caparazón), y les he hablado de asuntos, en cierta medida, variopintos.
Por otro lado, he tratado de no caer en el recurso fácil, de decirles que hablo (escribo) con la verdad y la objetividad de mi lado, para ello he limitado, al máximo, el uso de dichos criterios (verdad y objetividad), no solo por que no creo en ellos (leen bien, creer como quien no cree en dios), sino, también, por que, desde el punto de vista de los estudios sociales, son criterios altamente cuestionados. Me explico.
Sobre la verdad, este criterio resulta bastante relativo, ya que lo que es verdad para una persona, no necesariamente es verdad para otra. Inclusive, para una misma persona la verdad varia y lo que se considera verdad en la juventud, no necesariamente sigue siendo verdad en la adultez (en tal caso, ninguna persona adulta juzgaría que, a pesar de no sostener más aquello que validaba en el pasado, haya vivido en el error toda su juventud).
Sobre estas cuestiones, alguien me dijo que la verdad trasciende el ámbito personal y que se refiere, también, a los hechos fácticos (Alan García es el presidente del Perú, seria un ejemplo de verdad/hecho fáctico). Sin embargo, si se admitiera semejante uso del criterio de verdad, por rigurosidad metodológica, tendríamos que excluir aquellas cuestiones que no constituyen hechos fácticos (en consecuencia, las verdades personales y religiosas ya no serian tales).
Siendo así, habría que hacer puntuales precisiones, en las que la verdad resulta válida en el ámbito ético y religioso, pero resulta inadmisible como criterio científico social. Consideremos, entonces, que la verdad es un criterio eminentemente subjetivo.
Esto último nos remite directamente a la cuestión de la objetividad, dado que lo subjetivo y lo objetivo guardan estrecha relación.
Al respecto, la realidad es tan basta y compleja que abarcarla, aprehenderla y comprenderla en su totalidad, es más que imposible. Ello se debe a que, como seres humanos, somos limitados e imperfectos. Más aún, somos, ineludiblemente, parte integral de dicha realidad, hecho por lo cual, en nuestra condición de seres sociales, estamos sujetos a las ideas y referentes ideológicos que existen en nuestra sociedad, es decir, que todas y todos nosotros nos aproximamos a nuestro entorno (lo vemos, lo interpretamos y lo conceptuamos), a través de una serie de nociones y criterios que son, indefectiblemente, de origen social.
Ser objetivo, entonces, implicaría un grado tal de abstracción de la realidad, que solo seria posible si dejáramos de ser seres humanos. Somos, inevitablemente, jueces y parte.
Por consiguiente, no hay objetividad alguna, pues contamos, ineludiblemente, con nuestras ideas y creencias culturales, con nuestro sentido común individual, los cuales, indefectiblemente, son subjetivos.
En suma, no me jacto de contarles la verdad, ni mucho menos de ser objetivo, pero siempre me he esforzado (y me seguiré esforzando) por ser razonable y coherente en mis planteamientos.
Al final, si me esfuerzo y cuento con su sacrosanta paciencia, nos seguiremos encontrando, aquí, por otros seis meses más, en su bitácora uranista.

Gracias por soportarme, me despido.

Ho Amat y León.