Queridas amistades:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.
En estas últimas semanas, tuve un intercambio de opiniones acerca de la monogamia y la impresión que me quedó, es que la gente acepta la monogamia, motivada, mayormente, por su identificación emocional con el referente social, antes de hacerlo por una elección basada en un convencimiento informado.
Mi primera reacción fue la de clamar alienación a los cuatro vientos, sin embargo, me di cuenta, con prontitud, de que ello, reforzaría el menosprecio y la minusvaloración que hay en nuestras sociedades, hacia el desarrollo de una inteligencia emocional.
Aún así, resultaría poco probable un desarrollo de la inteligencia emocional, que no estuviera aparejado a un desarrollo sustancial de nuestro bagaje informativo, ya que las “verdaderas” elecciones, conscientes y libres, se toman a partir de cuan instruidos y enterados estemos, sobre los asuntos en los que nos comprometamos.
En tal caso, pronunciarnos a favor o en contra de la monogamia, solo resultaría plenamente razonable, si nuestras posturas no solo obedecen a lo que sentimos, sino, también, a cuanto conozcamos.
Al respecto, se hace necesario establecer algunos puntos acerca del origen de la monogamia.
Aclaremos, entonces, que la monogamia no es natural entre las y los seres humanos. Su origen es más bien social y se remonta a la prehistoria humana.
En los albores de la civilización, antes de que el hombre se hiciera sedentario y antes de que apareciera la ganadería y la agricultura, los grupos humanos practicaban el sexo colectivo.
Fue el patriarcado el que, en primera instancia, impusiera el predominio social de unos grupos humanos sobre otros. En este caso, el de lxs más fuertes sobre lxs más débiles, el de lxs mayores sobre lxs menores, el de los varones sobre las mujeres, etc.
En este contexto, los varones se arrogaron privilegios sexuales sobre las mujeres, no solo en lo concerniente al tipo de prácticas sexuales, sino, también, a la cuantía de estas (ello implicó la sobrevaloración de las prácticas sexuales masculinas sobre las femeninas).
La aceptación de este régimen social patriarcal, conllevó a la implantación de la monogamia, específicamente, cuando los varones, al buscar una descendencia reconocible y legítima (patrilineal), obligaron a las mujeres a limitarse a un solo compañero sexual, un solo cónyuge (mientras los varones, dependiendo de la sociedad y cultura a la que pertenecían, se permitieron menores o mayores libertades sexuales).
La progresiva generalización de la monogamia, obedeció, también, a motivos económicos. Al respecto, ya en los tiempos de las sociedades productoras agrarias, la relegación social de la mujer y la minusvaloración del trabajo femenino (de lo femenino en general), obligó a la mujer a quedar supeditada al varón (a depender de este económicamente) y aquellos varones que no contaran, con suficientes medios para mantener a varias mujeres, tuvieron que limitar sus parejas a una sola mujer (la poligamia quedó así restringida a las élites).
Solamente algunas tradiciones culturales impusieron la monogamia generalizada (tanto a mujeres como a varones), entre ellas el cristianismo.
En un primer momento, el cristianismo rechazo cualquier tipo de prácticas sexuales (el ideal de los primeros padres de la iglesia fue la castidad), pero, ante la imposibilidad de imponer a todas las gentes semejante postura, aceptó únicamente como válido, el sexo realizado dentro de un vínculo matrimonial monogámico, regido por la iglesia y destinado exclusivamente a la procreación (esto es entre mujeres con varones y viceversa).
Sobre esta base cristiana, la mentalidad del orden social burgués (instaurado plenamente en el siglo XIX), implantó un modelo de identidad sexual, definido a partir de las prácticas sexuales.
Este modelo único, monicista, no solo imponía la restricción de lo sexual a un único deseo erótico, el manifestado por mujeres hacia varones y por varones hacia mujeres (modelo que recibió el nombre de heterosexualidad), sino que imponía, también, la restricción de lo sexual a su morigeración, es decir, a la monogamia. Se supuso, entonces, que todas y todos los seres humanos, tenemos las mismas necesidades sexuales, razón por la cual, a partir de una indefinida “normalidad”, se señalan y estigmatizan, a quienes osen transgredirla (surgen, así, las referencias extremas de: putas o insensibles, promiscuos o incapaces, ninfómanas o frígidas, satiriásicos o impotentes, sexoadictas o anafrodisiacas, hipersexuales o hiposexuales, sexopatas o asexuales, etc.).
Con ello, se imposibilitó a mujeres y a varones, de experimentar con su sexualidad, de conocer cuáles eran sus reales deseos eróticos (ya sean heteros, homos, bisexuales, etc.) y cuáles eran sus reales necesidades sexuales (ya sean de menor o mayor cuantía).
Esto repercutió en la búsqueda de compañeros afectivo sexuales, pues sin conocer cuáles eran las reales necesidades sexuales de cada quien, las gentes se embarcaban en relaciones monogámicas, tan solo porque así lo dicta el referente social único y dominante.
A estas alturas, no resulta razonable embarcarse en una relación de pareja monogámica, sin conocer cuáles son las reales necesidades sexuales propias y ajenas, sobre todo si es que se espera una relación estable y duradera. Más aún, nadie puede exigirle monogamia a otra persona, bajo el pretexto de que unx es monógamx. Esto último solo seria equiparable, a exigirle heterosexualidad a un(a) homosexual o homosexualidad a un(a) heterosexual.
Exigirle monogamia a la pareja, tan solo porque unx considera ser monógamx, no se diferencia mucho de aquellas épocas, en que el marido exigía terminantemente a su esposa, tener el mismo credo religioso o la misma ideología política o incluso de aquellas épocas, cuando la sociedad exigía, terminantemente, que las parejas fueran de la misma clase social.
Bajo tales circunstancias, el compromiso monogámico solo puede ser el resultado, de un consenso entre dos personas que conocen bien, cuáles son sus reales necesidades sexuales y que además, sepan que estas son, más o menos, complementaria entre sí.
Caso contrario, las nociones de infidelidad, adulterio y monogamia solo responden a una visión decimonónica, medieval y hasta patriarcal de la sexualidad.
Se despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1. Lámina del test de Rorschach. Imagen tomada de: danesorensen.com
2. Foto tomada de: unafuente.com
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