lunes, 25 de noviembre de 2013

SOBRE DERECHOS Y ANIMALES.

Amistades mías:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.

1. Afiche por los
"derechos de los animales".
En innumerables ocasiones he sostenido sendas discusiones en torno a la noción de “derechos de los animales”. Al respecto, varias amistades, unas vegetarianas, otras críticas a las corridas de toros y peleas de gallos, algunas ecologistas y unas cuantas poseras, consideran que los animales merecen protección humana (algo en lo que estoy completamente de acuerdo). Sin embargo, nuestras discrepancias empiezan cuando ellas y ellos hablan de “derechos de los animales”. Allí yo sostengo, de manera tajante y concluyente, que los animales no tienen derechos. Alguna vez un cura, pareja de un amigo, me replicó, que los animales tienen los derechos que la sociedad quiera reconocerle. Yo simplemente conteste que ni siquiera la legislación internacional les da ese trato a las mascotas. Para la justicia y la legalidad de cualquier país una mascota es solamente propiedad privada (y en el caso de los animales salvajes, la legislación internacional únicamente reconoce como seres sujetos a protección a los animales en vías de extinción).
En general, los derechos, tal como se les entiende en occidente, son, en conjunto, “facultades” que por sus características, solo resultan aplicables a los seres humanos (la noción que actualmente occidente tiene sobre los derechos, es planteada inicialmente por la ideología liberal, hacia finales del siglo XVII, aunque luego se universaliza). Por intermedio de la noción de “derechos” se reconoce a cualquier ser humano como persona, es decir, un individuo solo es persona en tanto se le reconoce como sujeto de derecho (y por ello el desconocimiento de derechos es una forma de despersonalización y de deshumanización). Se supone que el tener derechos es universal y absoluto, todos los seres humanos tienen derechos y no hay persona sin derechos o con derechos exclusivos o excluyentes.
Siendo así, hablar de derechos de los animales resulta un contrasentido, pues en los animales la tenencia de derechos no podría ser, de ninguna manera, universal, ni absoluta. Cuando se habla de derechos de los animales, se tendría que empezar a reconocer, que esta facultad apenas resultaría aplicable a ciertos animales, mas no a otros. Así, por ejemplo, se habla de que los animales tienen derecho a no ser maltratados, pero todos los animales destinados a la alimentación sufren muertes espantosas. Aves y mamíferos domesticados son degollados y dejados en agonía, para que se desangren, ya que si la sangre se coagula en los cuerpos, da “mal sabor” a la carne (bajo este método los animales se retuercen hasta morir desangrados). De otro lado los animales marinos no sufren mejor muerte. Los peces mueren de asfixia y aplastamiento, luego de que son sacados del agua y amontonados. En el peor de los casos, la mayoría de los moluscos y crustáceos, para evitar intoxicaciones, son cocinados vivos, ¡VIVOS! Si cualquier persona fuera sometida a un destino similar, lo más probable es que la palabra maltrato sería considerada un eufemismo inmoral.
Y si habláramos de parásitos, roedores (ratas y ratones), arácnidos e insectos, estos son muertos comúnmente por aplastamiento o envenenamiento, métodos no precisamente “humanitarios”. Peor aún, la humanidad, hasta la fecha, se ha venido comportando como parasitaria de los hábitats de otras especies, al grado de encontrarnos en un proceso de extinción masiva no visto desde el paso al holoceno. Si habláramos de derechos de los animales, tendríamos que empezar a reconocer, que la vida cultural humana es responsable, directa e indirectamente, del “genocidio” de innumerables especies. Al respecto, se especula que la expansión humana por el mundo originó la extinción de la mega fauna del pleistoceno, la sedentarización acarreó otra ola de depredación al medio ambiente (agricultura, deforestación, consumismo, etc.), las grandes civilizaciones (como la china o la romana) implicaron más extinciones en masa (tan solo los romanos exterminaron decenas de especies del norte de África, o sea centenares de miles de animales norafricanos). Y a ello habría que agregarse la vida de la sociedad moderna, capitalista e industrializada, responsable de depredaciones y contaminaciones ambientales sin parangón en la historia (el solo consumo de agua, electricidad y combustibles contribuye, directa e indirectamente, al mencionado “genocidio” animal).

2. Lazo por los
"derechos de los animales".
Mas al margen del derecho a la vida, podríamos decir otras tantas cosas del derecho a la libertad. Los animales destinados al trabajo son prácticamente esclavos. Equinos, camélidos, bovinos y hasta paquidermos han sido y aun son sometidos a trabajos durísimos y forzados, habiendo muy pocas organizaciones que protesten por que algunos animales sean entrenados para la monta, lleven carga o halen arados (y aquí no basta con decir campantemente, que se sustituyan animales por maquinas, ya que hay terrenos, trabajos y situaciones económicas que hacen prácticamente imposible tal sustitución). En el extremo, existe una forma completamente validada y aceptada de esclavitud animal, la cual no es otra que la tenencia de mascotas. Aquí muchísima gente protesta diciendo que las mascotas no son esclavas, sino todo lo contrario, integrantes de la familia. Sin embargo, tener mascotas ha sido y siempre será una demostración de estatus. En nuestra sociedad no hay mejor forma de demostrar integración social, “normalidad”, que teniendo mascotas. Mucha gente puede no tener espacio ni dinero para mantener adecuadamente un animal, pero aun así tienen perro, gato, canario o lo que fuere. Para dichas personas es indispensable tener aunque sea un perro en el techo o un loro en una jaula, pero no hay forma de no tener mascota (y ni que decir de la gente que tiene mascotas aunque no tenga dinero para darles de comer).
Aquí mucha gente me habla del afecto profesado hacia los “animales caseros”. Pero sería necesario recordar que a través de la historia, la tenencia de mascotas surgió como símbolo de estatus. Antes de las divisiones sociales debidas a la estratificación de la sociedad, los animales caseros fueron domesticados para cumplir un trabajo (así los perros eran guardianes, cuidadores, ayudantes del pastoreo y la caza, mientras que los gatos erradicaban bichos y roedores de graneros y casas). Con la profundización de la división social del trabajo, las élites convirtieron a sus perros y gatos en mascotas, en animales que ya no trabajaban, sino que servían única y exclusivamente para su deleite. Y cuando la costumbre de las mascotas se popularizó, surgieron los perros y gatos de raza, además de la cría de animales exóticos (mascotas que el “populacho” no podía tener). Aquí nadie niega los afectos que las personas pueden mantener hacia sus mascotas, pero ello no desaparece el hecho de que sigan siendo esclavas.
En la antigüedad, los amos esclavistas podían tratar bien a sus esclavas y esclavos humanos. Inclusive un amo podía amar a una esclava, darle trato de señora, poner a sus demás esclavos a su servicio, pero seguía siendo su esclava. En el extremo, mucha gente dice que la relación con las mascotas es preferible a la relación con otras personas, sin embargo, las mascotas no son responsables de los problemas psicológicos de socialización que tenga cada quien. Téngase claro entonces, que, en general, las mascotas no son animales libres, sino simple y llanamente esclavos (amados y bien cuidados pero esclavos al fin y al cabo).
Sin lugar a dudas la noción de “derechos de los animales” es cuestionable y peligrosa por donde se le mire. En primera instancia, porque ella implica, directa e indefectiblemente, la relativización de la noción de derechos. Esto en el sentido de que hay unos animales con más derechos que otros y hay animales con derechos y animales sin derechos. Aquí el mayor peligro proviene del hecho, de que si se relativizan los supuestos derechos de los animales, ello podría prestarse a que, tarde o temprano, alguien relativice igualmente los derechos de las personas. Y esto no es una paranoica exageración, dado que a través de la historia, muchos genocidios se han perpetrado a partir de la relativización de la condición humana del otro (sin ir muy lejos, el genocidio cometido por los nazis se realizó partiendo del desconocimiento de los derechos de diversos grupos humanos, del desconocimiento de la humanidad de judíos, gitanos, homosexuales, etc.).
En segunda instancia la noción de “derechos de los animales” implica, indirectamente, la banalización de la noción de derechos. Aquí el mayor peligro proviene del hecho, de que se “manosee” tanto la noción de derechos, que se le termine vaciando de todo sentido y significado. Y esto no implica la trivialidad de que se empiece hablar de derechos de las plantas, de las piedras o de los objetos de propiedad privada, sino de que se empiece a considerar tan vacua la noción de derechos, que empiece a dar igual el tenerlos o no tenerlos. Y esto no es otra paranoica exageración, puesto que en la práctica las llamadas minorías sociales vulnerabilizadas son nominalmente sujetos de derechos, pero de facto son cualquier cosa menos ciudadanos. En tales circunstancias, las personas pertenecientes a dichas minorías ven tan ajena la noción de derechos, que terminan no solo viviendo sin reclamar sus derechos, sino, también, aceptando su situación de discriminación y marginación como válida y legítima (al respecto la banalización de la noción de derechos terminaría convirtiéndose en el más efectivo mecanismo de sometimiento y dominación social).

3. Justo y necesario.
Como puede verse hasta aquí, hablar de derechos de los animales resulta completamente inapropiado. Lo más adecuado es, sin lugar a dudas, la noción de protección de los animales, es decir, que los animales no tienen derechos, sino que están sujetos a la protección humana. Indudablemente algunas personas observaran que se trata de una visión muy paternalista, pero, para bien o para mal, no hay de otra, dado el hecho de que la humanidad es la especie predominante sobre el planeta. El que los animales estén sujetos a la protección humana no es un derecho, es un obligación moral que la humanidad debería asumir con extrema responsabilidad. El futuro de la vida, tal como la conocemos en nuestro planeta, depende de que las personas se concienticen sobre esa obligación moral. Y así como muchas personas hablamos en voz alta de nuestros derechos, tendríamos que hablar con igual convicción de nuestros deberes, no solo en relación a otras personas, sino en relación a las demás especies que habitan en nuestro planeta, especies hacia las que estamos obligados a proteger y de las que, nos guste o no, somos directamente responsables.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: wiccabolivia.org
2. Imagen tomada de: noviviendoenmundovivo.blogspot.com
3. Imagen tomada de: observancia.blogspot.com

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