lunes, 9 de diciembre de 2013

LA MUJER Y EL ROMANTICISMO (I).

Queridas amistades:
Les envió muchos saludos y buenaventuranzas.

Meses atrás, en una reunión amical, en medio de amenas conversaciones, salió a flote el tema del romanticismo. La mayoría de nosotros asumió que aquel discurso social, aquella ideología burguesa, era completamente negativa, pero un amigo se permitió plantear cierta defensa sobre la cuestión. A grandes rasgos el susodicho arguyó que el romanticismo, había supuesto: “la liberación de la mujer” (fueron sus términos exactos). Frente a semejante postura, las críticas no se hicieron esperar y luego de un profuso intercambio de argumentaciones, el amigo tuvo que puntualizar su idea, limitándola al supuesto de que el romanticismo había: “liberado a la mujer del contrato familiar” (en los casos de matrimonio impuesto).
En aquella conversación, el amigo incurría en dos graves errores, el primero consistía en disociar el discurso de la realidad (el muchacho parecía dar completo crédito a los postulados idílicos del romanticismo, sin detenerse a cuestionar los intereses o motivaciones de tales enunciados). De esta manera, el amigo postulaba, como ejemplo de la supuesta liberación femenina,  el reconocimiento romántico de la voluntad de la mujer, facultad individual por la que, supuestamente, la mujer podía escapar a una imposición matrimonial (pudiendo rechazar o aceptar a un pretendiente designado por la familia). En el extremo, el amigo planteaba que dicha voluntad quedaba plasmada en la fuga (romántica), es decir, en la escapada voluntaria de la mujer con su amado (situación que, supuestamente, se daba cuando la familia se oponía a la relación). Para mayor desconcierto, el segundo error consistía en suponer que la voluntad femenina, bajo el influjo romántico, era prístina, inmaculada y por completo libre.
No tengo palabras para describir mi estupor e incredulidad, por lo que utilizare las líneas siguientes, en explicar por qué el amigo estaba en el error (lo cual es en el fondo un pretexto para hablar sobre este tema). El romanticismo no es, bajo ninguna circunstancia, un discurso progresista, no supuso superación social de ninguna especie y, más bien, coadyuvo, en notable medida, a la implantación de una orden burgués dominador y opresivo. La ideología romántica, si bien surgió como una “reacción” a los postulados de ciertos discursos sociales desarrollados bajo el antiguo régimen feudal aristocrático (básicamente al neoclasicismo y al racionalismo de la ilustración), contribuyó, en gran medida, al aferramiento e inmovilización del nuevo orden capitalista burgués.
Durante la ilustración (bajo el régimen feudal aristocrático), las clases burguesas, que disputaban el poder político a las clases aristocráticas, además de cuestionarles su viejo orden entumecido y anquilosado, postularon a la ciencia (al conocimiento científico) como el discurso propicio e idóneo, sobre el cual debía levantarse un orden social nuevo, orden que, supuestamente, regiría a toda humanidad. Sin embargo, una vez alcanzado el poder (tras las revoluciones burguesas de entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX), las clases burguesas hicieron a un lado el talante crítico y cuestionador que preconizaban antaño y se dedicaron a naturalizar y sacralizar su nuevo orden social. Para ello, tomaron su capitalista y burgués orden social, lo esquematizaron y, luego, lo presentaron como forma ideal y definitiva de organización social. El discurso social que se instrumentalizó como herramienta de este alienante proceso de idealización (naturalización y sacralización), no fue otro que el romántico (no es casual que la impronta romántica se dejara sentir en todos los ámbitos sociales, desde la ciencia hasta los afectos, pasando por la política y la economía). Al respecto, mientras la burguesía ilustrada del siglo XVIII postulaba que el estado liberal, era solamente una forma perfectible de organización política, la burguesía empoderada del siglo XIX (que además se hallaba saturada de romanticismo), clamaba que el estado liberal era la forma más acabada de organización política; y mientras la burguesía ilustrada postulaba que el mercado era una forma racional de organizar la economía, para la burguesía romántica el modelo cabal de organización económica no era otro más que el mercado.

1. Pintura romántica: "La Libertad guiando al pueblo", Delacroix (1830).

En el terreno de las relaciones interpersonales la situación no fue distinta. Las interrelaciones familiares y genéricas también fueron naturalizadas y sacralizadas. El romanticismo no hizo sino convertir las relaciones burguesas de familia y género en ideales sociales (ideales que no se tomaron como simples guías referenciales, sino que se erigieron en parámetros ineludibles, en los que todo ser humano, forzosamente, debía “encajar”). Pero las relaciones familiares y genéricas que se implantaron bajo el orden capitalista burgués, se hallaban fuertemente condicionadas y hasta determinadas por el patriarcado machista (régimen inveterado de poder que perduraba desde tiempos arcaicos, trascendiendo formaciones sociales y modos de producción). Fueron estas relaciones familiares y genéricas, impregnadas de patriarcalismo, las que el orden burgués capitalista impuso como naturales y legítimas.
En consecuencia, no necesariamente el orden burgués y su régimen romanticista supuso una superación progresiva de retrogradas y arcaizantes relaciones interpersonales. Para peor, en las postrimerías del orden feudal aristocrático (siglos XVII y XVIII) las relaciones familiares y genéricas, sin dejar de ser patriarcales, habían alcanzado ciertos niveles de equidad social (por lo menos entre las clases aristocráticas). Así, por ejemplo, las mujeres de la aristocracia, durante la ilustración, adquirieron notables e importantes cuotas de autonomía y poder, aunque siguieron subordinadas a los varones de su misma clase social (el orden burgués suprimió este empoderamiento femenino y las mujeres no volvieron a alcanzar similares cuotas de autonomía y poder, sino hasta el siglo XX). En tal sentido, la implantación del orden capitalista burgués si supuso un notable retroceso en el ámbito de las relaciones familiares y genéricas.
El orden capitalista burgués significó, en muchos sentidos, un progreso para los varones en general (pero principalmente para los varones de las nuevas élites), ya que el sistema burgués les reconoció derechos y libertades, que antes solo eran privilegios de las viejas élites aristocráticas. Pero en relación a las mujeres, el orden burgués no solo las relegó y confinó al ámbito privado, sino que las sujeto por completo al poder de los varones (en el caso de las mujeres pertenecientes a las clases aristocráticas, su situación fue mucho más clamorosa, ya que perdieron todo la autonomía, poder e influencia que habían alcanzado bajo el viejo orden feudal). Las clases burguesas, entonces, en su lucha por el poder, y como parte de su enfrentamiento con las viejas clases aristocráticas (durante los siglos XVIII y XIX, durante las revoluciones burguesas), repudiaron por completo los estilos de vida aristocráticos (tras considerarlos libertinos, decadentes y caducos).  Ello supuso que los niveles de equidad social, que se llegaron a plasmar en los estilos de vida de la aristocracia (específicamente en las esferas de lo familiar y lo genérico), también fueron repudiados por completo.
En su repudio por lo aristocrático, el nuevo orden burgués no mostro ningún talante crítico y en los ámbitos familiar y genérico simplemente “retrocedió” a formas patriarcales, machistas y retardatarias de organización social. Aquí el romanticismo coadyuvo no solo a que este desigual e inequitativo nuevo orden de cosas se implantara, sino que, también, se mantuviera por mucho tiempo. Siendo así, mientras el orden burgués estuvo bajo el influjo romántico, excluyó a las mujeres de las libertades y derechos que si le reconocía a los varones y solo cuando el romanticismo fue expectorado del ámbito político (a mediados del siglo XIX), las mujeres empezaron a ser reconocidas como sujetos de derecho (no es casual que sea en la segunda mitad del siglo XIX, que surge con fuerza lo que se conoce como el primer movimiento feminista, el de las sufragistas).
Cabe mencionar, que aquel “retroceso” referido anteriormente no fue gratuito. Tras las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, el nuevo orden social se consolidó en medio de un proceso de institucionalización marcado por la severidad, el rigor y el autoritarismo. Al respecto se encuentra que en el ámbito político, se sucedieron varios regímenes autoritarios, militaristas y hasta reaccionarios (el régimen militarista en Prusia, el régimen imperial en Francia, los ministerios de Wellington en Inglaterra, los absolutismos restaurados tras la caída de Napoleón, el sistema de la Europa de los congresos, etc.), mientras que en el ámbito cultural descolló, de manera rotunda, la llamada “época victoriana” (signada por un puritanismo de corte abiertamente conservador).

2. Pintura romántica: "Episodio de la revolución belga de 1830", Gustave Wappers (1834).

Debido a todo ello, el paso del orden feudal aristocrático al orden capitalista burgués implicó muchos cambios y transformaciones sociales, teñidos con aquel talante severo, autoritario y conservador. Dicho talante no hacía más que hacer eco en viejas y retrogradas formas patriarcales y machistas de poder (o en términos más precisos, el autoritarismo y el conservadurismo burgués apenas eran, en sí, una actualización de viejas formas patriarcales y machistas de poder).
En consecuencia, el patriarcal y machista orden capitalista burgués vulneró gravemente las existencias mujeriles, situación que fue enmascarada plenamente por la ideología romántica. Gracias a aquella ideología burguesa, la subordinación y opresión mujeril fue embellecida e idealizada a niveles francamente inauditos, sin parangón en la historia (al respecto, mientras el cristianismo medieval convirtió la opresión femenina en prueba de valor y fe, ante la que solo cabía resignación, el romanticismo convirtió la opresión femenina en el apreciable y deseable ensueño existencial de toda mujer). El romanticismo, entonces, fue tan solo la primera escalada ideológica del orden capitalista burgués, para validar y legitimar la dominación varonil masculina (dominación que, más tarde, seria refrendada y naturalizada por el saber científico burgués [ojo no el conocimiento científico]). Aquí yace la verdadera cara del romanticismo, quien tenga oídos, escuche.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes:
1. Imagen tomada de: es.wikipedia.org
2. Imagen tomada de: en.wikipedia.org

1 comentario:

  1. Mis más sinceras disculpas por el error garrafal en el que incurrí y del que recién caigo en cuenta. Cuando escribí el artículo “La mujer y el romanticismo” lo pensé como un todo (6 páginas de Word en A 4, letra arial 12, a espacio simple), pero por razones que creí practicas lo dividí en dos (asumo que mucha gente no lee textos muy largos en blogs y la plantilla tampoco ayuda). No reparé que la anécdota que coloqué de encabezado, al partir el artículo en mitades, quedaba en el aire y perdía todo sentido y razón de ser, en relación a la parte publicada (así, paso de manera brutal de lo personal y micro a lo social y macro). El amigo que menciono en la anécdota fue el que, en una discusión esta noche, me hizo darme cuenta del error/horror. Para aquellas personas que hayan leído esta primera entrega y tengan la paciencia de leer la próxima, podrán notar que la futura segunda parte recién le da algún sentido a la anécdota iniciática (ese error, desde ya, me obliga a cambiar el encabezado de la próxima entrega, para no hacer tan clamorosa la fractura). Solicitando su benévola tolerancia, les pido que pasen por alto tamaña falla (y les aseguro que haré todo lo posible para que algo así no se vuelva a repetir). Gracias por su paciencia…

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