Queridas amistades:
Les envió mis saludos y mis mejores deseos.
A raíz de un proyecto de ley sobre el patrimonio compartido (proyecto con el que diversas personas, entre ellas las parejas homosexuales, puedan acceder a ciertos derechos mancomunados referidos al patrimonio), promovido por un congresista de la república (Carlos Bruce), se ha planteado, entre otras cosas, la necesidad de realizar un debate, al interior del movimiento LGBT (lésbico, guei, bisexual y transgénero) peruano, acerca de la institución matrimonial (específicamente, sobre el acceso de la población lgbt al matrimonio).
Más no siento que la gente tenga mayor interés en debatir sobre la cuestión y mucho menos hacerlo ateniéndose a todo lo que un debate significa.
Un debate serio requeriría, necesariamente, de que la gente se prepare e informe concienzudamente, implica que los polemistas sean críticos con su propia postura y, sobre todo, que las posturas esgrimidas estén bien sustentadas en argumentaciones con sólidos fundamentos.
Lamentablemente no siento que estas condiciones se estén dando, pues percibo que un sector de la población lgbt que aspira al matrimonio, no se informa debidamente, no formula argumentaciones bien sustentadas, ni siquiera articula sus sentires en elaboradas racionalizaciones, lo que más abundan son pareceres vacuos, opiniones superficiales y clichés, que revelan, claramente, la poca disposición que tienen algunas personas para ir más allá de los lugares comunes (por ejemplo, la visión de que el acceso al matrimonio acabaría con los problemas de discriminación de la población lgbt, sin mediar una mínima explicación de cómo se operaria semejante “milagro”).
Más otro resulta ser el problema más acuciante en la cuestión del debate sobre el matrimonio lgbt y es que la gente no parece prestarse atención, escucharse, leerse con detenimiento.
La impresión que me dejan las discusiones previas, en foros o listas de la internet, es la de que algunas gentes que participarían en el debate sobre el matrimonio lgbt, partirían de opiniones preconcebidas, posturas apriorísticas, según las cuales no importan las argumentaciones que se viertan en contra de dicha opiniones y posturas, la única respuesta que se recibiría seria la reiteración de las opiniones y posturas cuestionadas (claro está, con otras palabras y en frases disímiles, pero manteniendo, siempre, el mismo sentido semántico). Pareciera como si la validez de una opinión o postura dependiera, no de los argumentos que se den para sustentarlas, sino de las veces que se las repita, como si una idea se volviera verdad por el solo hecho de repetirla.
Quizás un ejemplo de esta desatención, este no escuchar/leer lo que sostiene la otra persona, sucedió hace poco, a raíz de unos mails que envié a una lista, sustentando mi postura contra el matrimonio.
A partir de esos mails, se me atribuyó el haber sostenido que: “reivindicar el matrimonio o alguna otra figura alternativa era absolutamente conservador”.
Pueden estar seguros que en ninguno de mis mails sostuve semejante postura, es más, me guarde de hacerlo conscientemente.
El origen de este malentendido se origina, precisamente, en la falta de atención hacia la lectura de mis mails. Lo que, a grandes rasgos, sostuve en ellos, es que las posturas sesgadas y monoargumentales, son las que, a todas luces, revelan el talante conservador de las y los opinantes, pues ellas y ellos (los conservadores) no argumentaban, sino que, prácticamente, repetían un mantra sobre el que no hacían ningún cuestionamiento.
Uno de esos mantras es aquel que sostiene: que la población homosexual no busca derechos particulares, tan solo los mismos derechos que goza la población heterosexual (nótese que escribo población homosexual y no lgbt).
Esta postura parte de una visión que no se corresponde con la realidad. Dicha visión ignora o pretende ignorar que el matrimonio es un derecho particular, establecido para todas aquellas personas que quisieran y pudieran plegarse a un modelo de ortodoxia heterosexual, de origen judeocristiano (en su acepción religiosa) y burgués (en su acepción civil).
En lo que, aparentemente, nadie repara, es que las y los conservadores (que gustan de conservar), buscan no la desaparición de ese privilegio/derecho particular de los heterosexuales, sino mantenerlo, conservarlo, aunque extendido, supuestamente, a la población lgbt.
Si digo supuestamente es porque en el discurso de muchas y muchos activistas, la cuestión parece reducirse a la dicotomía hetero/homo, como si todo la población se redujera a heterosexuales y homosexuales o, peor aún, como si las poblaciones hetero y homo fuesen homogéneas.
Esto queda evidenciado en sus mantras, que suponen que el acceso al matrimonio hará iguales a las poblaciones hetero y lgbt, cuando el matrimonio solo está estructurado para aquellas poblaciones, que quieran y puedan plegarse al modelo heteronormativo del matrimonio.
La falacia se devela en este punto, pues solo las personas que se sujeten al dicho modelo heteronormativo, esto es, las parejas monogámicas heteros y homos (recuérdese que legalmente el matrimonio sanciona las relaciones extramatrimoniales y uno se puede divorciar alegando adulterio), son las que resultaran beneficiadas de esa supuesta igualdad. Así, por ejemplo, el caso de una o un bisexual que quisiera una relación familiar tríadica, conformada por su persona, una mujer y un varón, quedaría completamente al margen.
Que quede claro entonces, que el debatir implica, necesariamente, informarse, cuestionarse y profundizar en nuestras argumentaciones y no solamente repetir hasta las nauseas los cuatro o cinco alegatos de siempre, que además de maniqueos son falaces.
Lamentablemente, tengo la impresión de que si se hiciera un debate acerca del matrimonio lgbt, muchas y muchos si se presentaría con opiniones preconcebidas, con posturas apriorísticas y nada de lo que se argumente tendrá valor, pues dichas opiniones y posturas seran como creencias religiosas, incuestionadas e incuestionables, defendidas no por argumentaciones lógico racionales, sino tan solo por ciega sensibilidad.
Si esto último va a ser lo que guíe el tenor del hasta ahora improbable debate sobre el matrimonio lgbt, mejor ahorrémonos el esfuerzo y sin mayores preámbulos, fundemos la sacrosanta iglesia del matrimonio homosexual.
Se despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1. Foto tomada de: noticias24.com
2. Foto tomada de: latribuna.hn
3. Foto tomada de: photobucket.com
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