lunes, 15 de marzo de 2010

DIVERSIDADES DE GÉNERO.


Amistades mías:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.

A una década de haberse iniciado el siglo XXI, la ignorancia y el prejuicio que existe sobre la diversidad de géneros, parece no ser patrimonio exclusivo del común de los mortales, sino que se extiende sobre aquellas personas e instancias que se pretenden vanguardistas, tolerantes y sapientes.
Así, se encuentra que diversas instancias, diversas y diversos estudiosos, que van desde la OMS a innumerables investigadores supuestamente científicos, degradan, medicalizan y patologizan las variedades genéricas que existen en el mundo (por el ejemplo, la OMS todavía considera la transgeneridad como un problema psicológico, denominado “disforia de género”).

Lo más curioso es que dichas personas e instancias, que desacreditan, medicalizan y patologizan las diversidades genéricas, han eliminado ciertas diversidades sexuales (como la homosexualidad o el fetichismo) de sus listas de anormalidades, enfermedades y trastornos mentales, aún cuando el origen del rechazo y estigmatización hacia las diversidades sexuales y genéricas, es, prácticamente, el mismo: la tradición cristiana.
Por ejemplo, en la biblia, al lado de los anatemas hacia las prácticas sexuales no reproductivas (como el onanismo, el homoerotismo, etc.), se encuentran otros tantos anatemas hacia los amaneramientos (afeminamientos y amasculinamientos) y el travestismo.
Más la tradición cristiana heredó su repudio hacia las diversidades genéricas de los antiguos hebreos. Estos últimos, dado el monoteísmo y “nacionalismo” de su religión (los hebreos se consideraban el pueblo elegido del que creían era el único dios verdadero), rechazaron no solo las deidades y religiones de sus vecinos, sino, también, los usos y costumbres religiosas de cananeos, anatolios, mesopotámicos, egipcios, etc., cuyos cleros practicaban diversos tipos de afeminamientos, amasculinamientos y travestismos.
Se encuentra, además, que el cristianismo, igualmente recibió influencias de la sociedad romana en relación a las diversidades genéricas.
Si bien es cierto que los romanos repudiaron los afeminamientos y el travestismo por considerarlos muestras de debilidad (debilidad según los criterios de la mentalidad romana), es también cierto que sus roles de género no se limitaban a lo masculino para el varón y lo femenino para la mujer. Para los romanos, el clero tenía su propio género distinto al masculino y al femenino, hecho que explica, por ejemplo, la aceptación del culto a la diosa Cibeles, cuyos seguidores, los gallis, se castraban para su servicio religioso y llevaban una vida alterna a la masculinidad.
Los cristianos tomaron de los romanos, esta visión de un género propio para el clero y es que en la mayoría de las sociedades religiosas, el clero poseía un género particular y propio, situación que denota un componente muy importante del género, el rol social.
En todas las sociedades premodernas, el género siempre implicó un rol social específico y un estilo de vida particular, algo que en la sociedad occidental se ha perdido, pues el género dejó de implicar un rol social y está siendo reducido, únicamente, a gestos e indumentarias.
Para la mentalidad occidental, el género ha sido relacionado, casi indisolublemente, con la tenencia de genitales, razón por la cual es asignado al momento del nacimiento (si se nace con vagina se es socializada como fémina y se nace con pene se es socializado como masculado).
Sin embargo, en otras sociedades y culturas, la asignación de un rol de género no solo depende de los genitales, sino, también, de otros caracteres corporales e incluso de las actitudes y comportamientos de los sujetos. Así, en diversos pueblos de los cinco continentes, el género de una persona no se asigna como fijo al nacer (tras reconocerse sus genitales), sino que, en la medida en que las personas se hacen adultas, son “ubicadas”, por su grupo social, en el rol genérico que, aparentemente, les sea más apropiado.
Bajo estos criterios, en diversas sociedades y culturas no solo existen dos géneros, sino que hay tres, cuatro, cinco o más géneros. Se puede decir que, en aquellas sociedades y culturas, hay un rol femenino para las mujeres y un rol femenino para los varones, un rol masculino para los varones y un rol masculino para las mujeres y hasta hay roles “mixtos” con características de ambos géneros (desde el punto de vista etnocéntrico occidental, todos ellos son afeminamientos, amasculinamientos o travestismos).

Ejemplos de esta diversidad genérica son: a) como varones femeninos o transgéneros: los mashogas del pueblo swahili (Kenia), los winyanktehcas del pueblo lakota (EE.UU.), los fa’afafines de las islas Samoa, etc. b) como mujeres masculinas o transgéneros: las vigjineshas del norte de Albania, las calalais de las isla Celebes (Indonesia), las salzikrums de la antigua Mesopotamia, etc.
De vuelta a la sociedad occidental, a través de su historia, específicamente tras la implantación del cristianismo como religión oficial del imperio romano, ha habido periodos de mayor o menor tolerancia hacia los amaneramientos y el travestismo. Así, durante la época de la ilustración (siglo XVIII), se observo una notable tolerancia hacia los afeminamientos, amasculinamientos y travestismos (se destacan aquí, las mujeres transgéneros conocidas como sapphists y los varones transgéneros conocidos como mollys, de la Inglaterra de los primeros Hannover, aproximadamente de 1714 a 1790).
Más con la llegada del régimen burgués capitalista (iniciado tras las revoluciones americana de 1776 y francesa de 1789), se dio un nuevo periodo de intolerancia hacia las diversidades genéricas.
Las causas de este nuevo periodo de intolerancia son diversas: a) el reavivamiento de la prejuiciosa herencia judeocristiana (traducida en lo que se conoce como la moral burguesa de la época victoriana); b) el rechazo burgués a los usos y costumbres del antiguo régimen aristocrático feudal (usos y costumbres que incluían amaneramientos y travestismos); c) la influencia del militarismo en la mentalidad burguesa (concretizada en gobiernos como el napoleónico en Francia, el militarismo Hohenzollern en Prusia, los ministerios del duque de Wellington en Inglaterra, etc.); d) la constitución forzosa de un orden heterosexista (según el cual las personas solo podían ser varones heterosexuales o mujeres heterosexuales y, consecuentemente, solo podían asumirse como varones masculinos o mujeres femeninas).
Estas y otras razones coadyuvaron al rechazo y estigmatización del afeminamiento y el travestismo en los varones, mientras que el rechazo y estigmatización del amasculinamiento y el travestismo en las mujeres fue un reflejo consecuente de lo anterior (ello se debió a que en una sociedad machista, lo masculino en la mujer era mejor visto que lo femenino en el varón).
Por lo tanto, las causas que conllevaron al repudio y a la satanización de las diversidades genéricas son de un inocultable origen social y solo desde el punto de vista de un saber pseudo científico, que solo refrende prejuicios y arbitrariedades, es que se degradan, medicalizan y patologizan los afeminamientos, amasculinamientos, travestismo y transgeneridades, tildándolas, entre otras cosas, de alienaciones mentales, disfunciones hormonales, trastornos psicológicos, etc.
Solamente para la sociedad occidental contemporánea, el género ha quedado reducido a actitudes y comportamientos, a gestos e indumentarias y ya no implica, como en sociedades premodernas, roles sociales. Al no haber más los roles sociales femenino o masculino (tal como se les concebía en el pasado), las personas, las mujeres y los varones, pueden asumir, libremente, los roles que los hagan sentirse realizadas y realizados (una mujer puede ser política o empresaria y un varón amo de casa o secretario; una mujer puede ser profesionista o intelectual y un varón artesano o modisto; una mujer puede ser obrera o boxeadora y un varón padre soltero o estriptisero; etc.).
Siendo así, resulta bastante inexplicable que todavía se desacredite, medicalize y patologize a aquellas personas que, no habiendo rígidos roles sociales femenino o masculino, tampoco se identifiquen con las actitudes y los comportamientos, los gestos y la indumentaria, de un determinado género (los varones con lo masculino y las mujeres con lo femenino).
Solo desde los sectores más conservadores de la sociedad y de la ciencia se sigue considerando que los géneros, son inherentes a un cuerpo definido a partir de los genitales.
Sin embargo, ninguna de esas actitudes y comportamientos de género (que implican gestos e indumentarias), son inherentes a varones o mujeres. Innumerables ejemplos de ello se encuentran en todos lados. La falda que, se supones, es patrimonio mujeril en occidente, es usada por varones escoceses, griegos, árabes, chinos, japoneses, etc. La rudeza y la delicadeza son más atributos clasistas que de género, pues una mujer de la clase más baja será considerada ruda por las y los miembros de la clase mas encumbrada, mientras que un varón de la clase más encumbrada será considerado como delicado por las y los miembros de las clase más baja. Ni siquiera el timbre de voz es determinante, pues hay mujeres roncas y varones chillones.
Actualmente no hay características de género que no varíen a través de la historia, de unas sociedades y culturas a otras, entre unas clases sociales y otras, razón demás para considerar al género como producto de la socialización y no de la naturaleza.

Entonces el género, al no ser inherente al cuerpo, depende, únicamente, de la identificación sensible que cada quien haga, con los patrones de género en los que fue socializado. Esto quiere decir, que, necesariamente, las personas, guiándose por su sensibilidad, se identifican, consciente e inconscientemente, con el género que más los satisfaga, complazca y agrade. En consecuencia, el ser varón afeminado, mujer amasculinada, travesti o transgénero es el resultado válido y legítimo del sentir individual de cada quien.
En suma, no aceptar la validez y legitimidad de afeminados, amasculinadas, travestis y transgéneros, es una patente demostración de ignorancia, prejuicio e intolerancia hacia las diversidades genéricas de la humanidad.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Amaneradísimo y disforzado Jack McFarland (Sean Hayes) en Will and Grace. Foto tomada de: telewatcher.com
2. Fa'afafines de Samoa. Foto tomada de: photographybyjohncorney.com
3. Loren Cameron, activista trans (mujer a varón). Foto tomada de: eurekapride.com

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