Queridas amistades:
Les saludo y les envió mis mejores deseos.
Hace unas semanas atrás, un periodista de un programa de cable hablaba acerca de por qué en nuestro país, los partidos políticos se hallaban tan poco consolidados. Claro está, su mirada era “liberal” y por lo tanto, sus conclusiones eran las de un idealismo propio del liberalismo político, más no necesariamente se ajustaban a la realidad.
Al respecto, hay que acotar que en el sistema político democrático liberal, los partidos surgieron en la medida que la representatividad, se fue haciendo cada vez más universal. Esto quiere decir, que, en sus inicios, la democracia liberal no contaba con partidos políticos, ya que el sistema era de tipo censitario.
El sistema democrático liberal, que nació en Gran Bretaña y EE.UU. (entre los siglos XVIII y XIX), no era el populoso sistema del presente, sino un sistema restringido a los grandes propietarios, quienes eran los que tenían derechos a elegir y ser elegidos.
Siendo el grupo de electores bastante limitado, sus intereses de clase, ya sean políticos, económicos, culturales, no eran muy disimiles, por lo que no había necesidad de un aparato político que los aglutinara.
Pero en la medida que el sistema se fue abriendo a los pequeños propietarios, a los varones de diversas clases sociales, a las minorías raciales, femeninas, etc., se fue gestando la necesidad de canalizar tan creciente número de intereses disimiles entre si, a través de aparatos que puedan armonizarlos.
Aparecen así los partidos que, con el tiempo, derivaron en elites políticas, las cuales, a fin de cuentas, pueden o no representar verdaderamente los intereses de sus representados.
Desde una perspectiva liberal, los partidos son organizaciones necesarias e imprescindibles para el funcionamiento de los sistemas democráticos, pues no solo permiten, con su participación, la integración de las instituciones de representación y de gobierno, sino que además, son intermediarios entre el gobierno y la sociedad civil.
Más la realidad da cuenta de que los partidos, en muchos países, han representado y representan más bien intereses particulares de empoderados grupos sociales, que se encaraman al estado para imponer dichos intereses a las poblaciones en general.
Fuera de todo esto, lo cierto es que los partidos no necesariamente han funcionado de la manera idealista que propugnan los liberales y en muchos casos, el sistema de partidos no ha sido para nada operativo.
Situación que me lleva a plantear, si verdaderamente ese sistema partidista, surgido en el siglo XIX, puede mantenerse vigente en una sociedad como la presente, con todos los cambios sociales que han ocurrido y que están por ocurrir.
Me explico, los partidos políticos fungieron en los siglos XIX y XX, de organizaciones que, entre otras cosas, canalizaran las preocupaciones y peticiones de la población hacia los poderes del estado. Pero en el presente, con el extraordinario desarrollo de los medios de transportes y comunicaciones, que no solo han achicado las distancia y salvado los obstáculos, sino que pueden servir y han servido como instrumentos, que permiten empoderarse directamente a la población, cabe preguntar si el papel de dichos partidos puede seguir vigente (por lo menos a la manera decimonónica en que los ven algunas y algunos políticos e ideólogos liberales).
Mi impresión es que no, algo que se hace más clamoroso, frente al hecho de que en países donde la institucionalidad democrática es aún precaria, las posibilidades y alternativas de representatividades, empoderamientos y autoritarismos se multiplican notablemente. Amén del descrédito en el que caen, en muchas ocasiones, estas agrupaciones partidarias, por su politiquería, su demagogia, sus malas prácticas, su desconección con sus bases o las corruptelas que no se aclaran o se apañan, etc.
Con ello no pretendo negar la necesidad de un sistema democrático, tan solo dejar en claro que a diferencia de las y los ideólogos y políticos liberales, a estas alturas no me resulta tan claro o tan evidente, que los partidos políticos sean el requisito esencial, imprescindible o indispensable, para que el sistema democrático necesariamente sea operativo o funcione.
Se despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1. Imagen tomada de: aucayacu.wordpress.com
2. Imagen tomada de: erepublik.com
3. Imagen tomada de: lancocultural.blogspot.com
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