Amistades mías:
Reciban mis parabienes y mis mejores deseos.
En estos días, varios diarios conservadores titulaban en sus portadas, una frase atribuida al monarca del Vaticano y jefe de la iglesia católica: Benedicto decimo sexto, que decía: “Hay que humanizar la sexualidad”.
Esta frase es parte de un libro de reciente edición, en el que el pastor alemán se despacha con su consabida visión retrograda de la sexualidad humana, aunque para muchas y muchos creyentes el reconocimiento papal del uso del preservativo, sería un primer paso hacia un cambio mayor dentro de la iglesia.
Si digo que es retrograda es porque aún, tras varios siglos de existencia, la iglesia sigue postulando la represión como la manera verdadera de vivir la sexualidad, represión que se expresa a través del marco: sexo/matrimonio, sexo/heterosexualidad, sexo/reproducción y sexo/amor (aquí ese amor solo es “verdadero” si se conduce dentro de los otros tres parámetros).
Todo aquello que escapa a estos límites, es claramente considerado como inmoral, por no encontrarse dentro de la propuesta moral católica (y la solución moral católica para aquellas personas que no pueden o no quieren encajar en dichos parámetros, es la de reprimirse).
Sin embargo, algo que me resulta alarmante de todo esto, es que si bien la argumentación que da sustento a sus planteamientos es retrograda, algunos de sus enunciados no dejan de ser relevantes y hasta atendibles.
Expresiones como la de que “hay que humanizar la sexualidad” o la de que “la sexualidad se está banalizando”, no dejan de ser reales, a pesar de ser enunciadas por uno de los líderes del conservadurismo antiderechos en el mundo.
Lo alarmante del asunto es que sea precisamente el conservadurismo, quien se apropie de estas nociones y las flamee y esgrima como exclusivamente propias, cuando son cuestiones que trascienden las posturas de los grupos religiosos y conservadores.
Ni la humanización de la sexualidad, ni oponerse a la banalización del sexo son tareas exclusivas de la clerecía cristiana o del conservadurismo organizado, son tareas que le competen a todas aquellas personas que luchan por hacer de este mundo un lugar mejor y más humano.
Tenemos que reconocer que el capitalismo salvaje ha impuesto un mercado igualmente salvaje, en donde todo se compra y todo se vende (incluidas las personas) y donde el valor de uso ha reemplazado toda moral y ética.
Bajo este capitalismo salvaje se ha operado un proceso de deshumanización de la persona, cuyo principal objetivo era hacer de toda persona, un fácil sujeto de explotación.
El resultado de esta deshumanización de la persona se puede vislumbrar, en diversos ámbitos que van desde la economía a la cultura. Así, se encuentra que en los análisis macroeconómicos que hace los grupos de poder, la persona ha sido reducida a la condición de simple cifra estadística, mientras que en el plano cultural, el respeto hacia la persona sigue disminuido, frente a la discriminación y marginación que siempre haya nuevas formas de manifestarse.
En el extremo, este proceso de deshumanización ha llevado a la cosificación de la persona, hecho que también se manifiesta en diversas instancias que van desde la del conocimiento a la del consumismo. Así, la ciencia, bajo un ideal de abstracción, ha pretendido objetivar a la persona (donde objetivar tiene una doble acepción: la de aproximarse a la persona a través de una supuesta objetividad y la de tratar a la persona como objeto, objeto de estudio), por su parte, bajo el consumismo capitalista, la mujer primero, y luego el varón, son vistos como simples mercancías, a las cuales se exhiben como piezas de carnicería (objetos de deseo).
Más este proceso de deshumanización, que ha convertido a las personas en solo números, en solo cuerpos, en mercancías, en cosas, etcétera, no termina allí. Como consecuencia a la deshumanización de la persona, y en un proceso que se desenvuelve paralelamente, se da un proceso que banaliza muchas de las manifestaciones humanas, especialmente aquellas que han sido restringidas al ámbito privado y personal.
Es en el terreno de lo privado y lo personal donde los grupos religiosos y conservadores se ha parapetado en posiciones fundamentalistas, siendo la familia y la sexualidad los puntos más desarrollados en sus agendas.
En el caso de la sexualidad, frente al capitalismo salvaje, no resulta difícil encontrar puntos de confluencia con la clerecía religiosa y el conservadurismo organizado. Algo que solo es posible dado que el consumismo capitalista, ha desprovisto a la sexualidad humana de cualquier sentido ontológico, ético y moral (de ahí que se pueda hablar de la banalización de la sexualidad). Más aún, la sexualidad se ha visto reducida a la simpleza del placer por el placer, sin ningún tipo de implicancias o significado (en el extremo, la sexualidad ha sido convertida en un producto más del mercado).
Lo lamentable es que sean los grupos religiosos y conservadores, los que hayan iniciado una lucha por revalorizar la sexualidad humana (con discursos castrantes y antilibertarios), mientras que la progresía organizada y el activismo pro libertades sexuales aún no repara en la importancia de esta lucha.
La banalización de la sexualidad ha tenido innegables consecuencias en la sociedad humana. Al respecto, la descontrolada propagación de enfermedades de transmisión sexual (ETS) y la “pandemización” del VIH SIDA, son algunos de los efectos de dicha banalización de la sexualidad. Aunque también hay que contar la dificultad que tienen los programas de información y prevención de ETS y VIH SIDA para calar masivamente entre la población.
El problema surge en el hecho de que, el desarrollo de las libertades y voliciones sexuales no ha ido aparejado con un desarrollo de las obligaciones y responsabilidades sexuales, hacia los demás y hacia uno mismo.
Precisamente los grupos religiosos y conservadores si cuentan con una ética de la sexualidad, con la discrepo rotundamente, pero que les ha permitido aglutinar y formar frentes consolidados de acción y proselitismo. Por su parte, la progresía organizada y el activismo pro libertades sexuales no han desarrollado una ética de la sexualidad, que no solo de sentido ontológico a su lucha, sino que, además, le genere sinceras adhesiones.
Trágicamente es esta falta de una ética de la sexualidad (de raigambre colectiva), la que pone (muy a su pesar) a la progresía organizada y al activismo pro libertades sexuales del lado de lo peor del consumismo capitalista y su norma mercantilista del placer por el prurito del placer.
La tarea de la progresía organizada y al activismo pro libertades sexuales pasa, necesariamente, por no ignorar la deshumanización y cosificación de la persona y la banalización y mercantilización de la sexualidad. La lucha por una sociedad más justa e inclusiva no puede seguir ignorando estos tópicos y dejando que sean los grupos religiosos y conservadores, los que sigan teniendo un papel protagónico en la lucha por la revalorización de la persona y, sobre todo, de la sexualidad.
Se despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1. Benedicto XVI. Foto tomada de: ensentidocontrario.com
2. Imagen tomada de: enkidumagazine.com
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