martes, 29 de enero de 2013

BELL@ CUANDO DELGAD@.

Queridas amistades:
Les envió mis saludos y mis mejores deseos.
1. Marilyn Monroe en "The Prince and the Showgirl". 
En 1957, en la película “The Prince and the Showgirl”, una despampanante Marilyn Monroe aparece enfundada en un llamativo vestido de noche blanco, que generó, en su época, incontables halagos y alabanzas. Más, actualmente, alguna gente desubicada sostiene que la bomba sexy del cine lucia “gorda”. Para 1984, en la primera premiación de MTV, una provocadora Madonna se contorsionaba en el piso del escenario, vistiendo un llamativo traje de novia de sedas y encajes (y con un cinturón que decía Boy Toy), performance por la que, en ese entonces, se la elevo al rango de sex simbol. Sin embargo, hoy por hoy, hay gente desubicada que dice que se la veía “regordeta”. Para los 00’s, en la premiación de MTV del 2007, una descuidada Britney Spears causó revuelo con su figura. La cantante no lucia su habitual cuerpo atlético, razón por la que mucha gente, inmediatamente, la tildo de “gorda”. Y si bien no se la veía firme y tonificada, como habitualmente se mostraba, llamarla gorda resultaba desproporcionado.
En los tres casos se evidencia una distorsión preocupante del ideal de belleza, distorsión que se ha convertido en la pauta estética dominante en occidente. Dicha distorsión, que apela a cierto tipo de delgadez como norma social general, se proyecta, en el presente, de forma preocupantemente sobre los cuerpos de las personas (tanto sobre los cuerpos de mujeres como los de varones). En tal sentido, mujeres y varones se ven altamente afectados, por una visión que distorsiona la percepción sobre lo que debe ser su cuerpo.
Ciertamente esta visión distorsionada afecta de distintas maneras a mujeres y varones. Así, por ejemplo, el común de las mujeres se sienten gordas con tan solo  mirarse al espejo, mientras que el común de los varones se asumen gordos, cuando sus pares les sacan en cara su contextura.
Todo esto obedece a que en occidente, se ha instalado, a todo nivel, una desbordante satanización de todo tipo de “gordura” y una desbordante exaltación de cierto tipo de delgadez.
La exaltación de la delgadez es un producto reciente en la historia de la humanidad. Antes del siglo XIX, el cuerpo robusto e incluso gordo era el referente dominante de belleza. Las razones para ello eran simples. En las sociedades del pasado, la pauta sobre lo que era bello en la sociedad, era establecida por las clases dominantes. Y sobre la estética del cuerpo la situación era la misma. Por ejemplo, en la sociedad aristocrático feudal el cuerpo bello era el de una persona aristocrática (o, mejor dicho, el cuerpo bello era el que respondía a los cánones que reflejaban el estilo de vida aristocrático).
De esta manera, dado que la aristocracia era la clase que vivía en relativa abundancia, su alimentación era opípara en notable medida, mientras las clases trabajadoras (principalmente el campesinado) tenía una alimentación (bastante) más limitada.
En consecuencia, el cuerpo aristocrático era, en general, entre robusto y rollizo (o gordo para los cánones de belleza actual), mientras el cuerpo campesino era, en general, entre delgado y enjuto (o flaco para los cánones de belleza actual).
Con la llegada del orden burgués capitalista, los ideales estéticos de la burguesía se impusieron y sus cánones de belleza se hicieron los dominantes. En tal sentido, la delgadez, conjuntamente con la juventud, se hicieron referentes principales de la belleza burguesa.
Ahora bien, la dominación burguesa impuso sus exigencias sociales de manera más dura entre los grupos dominados y subalternos (la criminal explotación obrera del siglo XIX es solo un ejemplo de ello). En el caso de las mujeres, la dominación sobre ellas no solo se manifestaba través de su expulsión del ámbito público (y el consecuente desconocimiento de su relevancia social), sino, también, con su confinamiento al ámbito privado (específicamente al ámbito doméstico).

2. Corsé de 1878.
La dominación masculina se expresó, igualmente, como exigencia de belleza en las mujeres, lo que llevó a que se generalizara un verdadero instrumento de tortura y represión social, el corsé. Dicha prenda no solo hacia mella sobre la salud de la mujer, sino que, también, limitaba, fuertemente, sus posibilidades de movimiento y desplazamiento (por ejemplo, al comprimir la cavidad torácica, la mujer no respiraba libremente y se cansaba con más facilidad al caminar).
En adelante, en occidente, la mujer tuvo (y aún tiene) que ser delgada, si quería (y quiere) ser considerada bella. Aquí cabe anotar, que la exigencia de belleza sobre el varón nunca alcanzó los niveles de opresión, que si se manifestaron sobre las mujeres (la existencia de un dicho como: “el hombre es como el oso, entre más feo más hermoso”, que era común en Latinoamérica hasta, aproximadamente, la década del 90 del siglo XX, es muy reveladora en ese sentido).
Con la llegada del cine, fue la gran pantalla la que empezó a dar la pauta de lo que debía ser un cuerpo bello, tanto en mujeres como en varones. Sin embargo, la exigencia de delgadez, por lo menos hasta la década del 60 del siglo XX, aún guardaba cierta relación y correspondencia con los ideales estéticos burgueses.
Pero, con el advenimiento de la televisión, la cuestión cambiaría radicalmente (tómese en cuenta que la televisión, se convirtió en una de las principales instancias referenciales de la sociedad occidental). El cine, a diferencia de la televisión, puede estilizar las figuras con sendos recursos cinematográficos, mientras que la televisión aumenta algunas proporciones corporales. Se dice que la imagen televisiva, aumenta la figura de una persona en, aproximadamente, 3, 4, 5 o 6 tallas (kilos en apariencia). Siendo así, la exigencia televisiva de delgadez, se alejó, notablemente, del ideal de delgadez corporal de la burguesía. Y en la medida en que la imagen televisiva mejoraba, su exigencia de delgadez se hizo más tiránica.
Actualmente el ideal corporal de belleza responde básicamente a la televisión (ideal que se ha impuesto no solo en el cine, sino, también, en toda la sociedad). El cuerpo bello, entonces, es el que se ve delgado, tanto en el cine como en la televisión (anótese, aquí, que el modelaje, no hizo más que elevar la distorsión, sobre la contextura del cuerpo, a niveles superlativos).
Esta distorsión sobre el tipo de delgadez que debe tener el cuerpo, no es, de ninguna manera, la "norma", no toma en cuenta el cuerpo humano del común de la gente (ni siquiera el de la gente de la élite) y tampoco refleja el cuerpo resultante de algún estilo de vida productivo. Al respecto, antes de la tele, el cuerpo reflejaba, en notable medida, el tipo de vida que llevaba la gente. Después de la tele, mucha gente se obligó (y aún se obliga) a llevar, un estilo de vida que le proporcione un cuerpo como el de la tele (en otras palabras, el cuerpo televisado no es a imagen y semejanza de la gente, sino que la gente hace a sus cuerpos, a imagen y semejanza de las “necesidades” de la tele).
Las consecuencias perniciosas de esta distorsión no se hicieron esperar. Se satanizó todo tipo de cuerpo no delgado (robusto, grueso, gordo, etc.). Entonces, la gordura se volvió sinónimo de problema o, peor aún, de enfermedad (y ojo, se habla aquí de gordura y no de obesidad). No importo que mucha gente gorda evidenciara tener una salud envidiable. Tampoco importo que los luchadores de sumo fueran prueba viviente de una gordura saludable. Simplemente estar gordo era algo malo, que debía evitarse a como diera lugar. Esta exigencia, llevada al paroxismo, terminó acarreando trastornos psicológicos que nunca antes habían existido (anorexia, bulimia, vigorexia, etc.).

3. Fotograma del opening de la serie de tv: "Nip/Tuck".
Todo esto apunta a que la exigencia de delgadez de tipo televisiva está sobredimensionada en extremo. Dicho tipo de delgadez no está al alcance de todo el mundo. Por ejemplo, el cuerpo de la persona adulta tiende a ensanchar y mantenerlo delgado, de forma saludable y de acuerdo a los estándares televisivos, solo es posible para la gente que posee los recursos económicos que se lo permitan (como es el caso de las grandes estrellas del cine y la tele). Siendo así, llamar gorda a una persona, por no tener el cuerpo delgado de una estrella de televisión o de cine del presente (y repito, del presente), solo revela cuan alienada esta la percepción que se tiene sobre la belleza y el cuerpo.
Al final, la posmodernidad dejó muy en claro que la belleza (especialmente la humana) es relativa y no depende, en lo absoluto, de lo que dictamine una clase social o la televisión.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: en.wikipedia.org
2. Imagen tomada de: en.wikipedia.org
3. Imagen tomada de: youtube.com/watch?v=GquPGGj4IrI

miércoles, 16 de enero de 2013

MONOGAMIA Y FIDELIDAD.


Queridas amistades:
Reciban mis mayores saludos y parabienes.

Desde que tengo memoria, se habla de la monogamia y la fidelidad “parejal” o marital como virtudes a seguir. De igual modo la no monogamia y la “infidelidad” son consideradas acciones cuestionables, por lo que se las sataniza. La persona dizque monogámica es ensalzada y su supuesta fidelidad es encomiada, pero las razones que se esgrimen para ello, se limitan, mayormente, a la exaltación del acatamiento de la costumbre y la tradición.
Es decir, que fuera de la costumbre y la tradición, no hay razones de índole racional o científica que lleven a pensar o asumir, que la monogamia o la fidelidad, por sí mismas, hagan mejor o peor a una persona.
En consecuencia, la no monogamia y la infidelidad no tendrían por qué ser vistas como deplorables y, sin embargo, lo son.
Remitiéndose a como se constituyeron estas costumbres, se tendría que reconocer, que sus orígenes no son, precisamente, virtuosos.
La monogamia surgió como una forma de dominación de un grupo sobre otro, de los varones sobre las mujeres. La mayoría de las y los investigadores (de Morgan y Engels a Lévi Strauss y Gayle Rubin) concuerdan en que la humanidad, fue, en su más remoto pasado (pleistoceno o paleolítico), polisexual. En consonancia con ello, el surgimiento de una normativa, en el originario grupo de convivencia humano, implicó, indefectiblemente, la división sexual del grupo y su progresiva jerarquización.

1. Idílica monogamia. 

En un primer momento, los grupos de homo sapiens sapiens heredaron, de anteriores grupos homínidos, cierta supremacía de los varones sobre las mujeres, la que determinó la división de la economía del grupo. En este primer momento, las actividades desempeñadas por varones y mujeres tenían similar importancia, razón por la cual, la mitad de la economía del grupo social estaba en manos de las mujeres.
La acentuación del dominio masculino (la afirmación del patriarcado) conllevó a que no solo se fueran desvalorizando las actividades mujeriles, sino que, además, se fuera relegando a la mujer, es decir, que se le fueran conculcando competencias sociales y económicas. Al ser la mujer relegada a actividades económicas menos importantes, perdió peso social (su papel económico se hizo secundario) y, consecuentemente, se vio sometida al dominio varonil.
Y dado que las actividades económicas mujeriles no revestían ya importancia decisiva en la economía del grupo, el varón empezó a asumir su manutención (la mujer, para el patriarcado machista, paso a convertirse en carga). En paralelo, dado que el peso social de la mujer se hizo menos relevante, las formas de parentesco cambiaron y si anteriormente el parentesco matrilineal tenía gran relevancia social (ya que era, en la prehistoria, el único reconocible de manera indubitable), el parentesco patrilineal cobro gran relevancia. El varón empezó a exigir una descendencia directa y admisible, por lo que obligó a la mujer a acatar la monogamia (forma en la que el varón pudo asegurarse, una descendencia plenamente reconocible como propia).
En tales circunstancias, siendo la mujer una “carga económica”, tener varias mujeres se convirtió en un costo social demasiado oneroso para las grupos humanos con menores medios sociales y económicos (por ello solo los varones de las elites, en diversas culturas del mundo, se permitieron la poligamia).
La monogamia, entonces, es un producto cultural, es un invento del patriarcado, establecido para dominar a la mujer (es una forma compleja de dominación). El cristianismo fue una de las contadas culturas que generalizó, milenios más tarde, esta norma, es decir, la hizo obligatoria para varones y mujeres, aunque tal imposición obedeció a razones ideológicas. Para el cristianismo, el fin ontológico de la humanidad es la reproducción, razón por la que el sexo fue reducido al único fin de generar descendencia. Siendo así, solo se debía tener sexo para reproducirse y ello solo podía hacerse dentro de un matrimonio (en donde el deber de reproducirse quedase resguardado y asegurado, dentro de los cánones impuestos por la religión cristiana). El varón y la mujer se vieron obligados, de esta manera, a profesar la monogamia, ya que era la única forma admisible de llevar una cristiana vida mundana.
Con la llegada del medioevo, se impusieron las relaciones de tipo feudovasallático, relaciones consistentes en una relación de dependencia y fidelidad entre un señor, dueño de un feudo, y su vasallo. Esta relación de dependencia y fidelidad comprendía tanto al señor como al vasallo (con clara ventaja del primero sobre el segundo). A esta relación se llegaba a través de lo que se llamaba “rendir vasallaje”, una juramentación en la que el vasallo juraba acatar y prestar servicios a su señor, mientras que el señor juraba asistir y proteger a su vasallo. Esta relación era claramente asimétrica, pues el vasallo estaba obligado a cumplir, siempre, cuanto su señor le exigiera, mientras que el señor solo cumplia en la medida que quisiera (lo que implicaba hacerlo cuando quisiera, ósea, hasta las calendas griegas).
En pocas palabras, el cumplimiento con este compromiso obligatorio es a lo que se denominaba como fidelidad y dado el carácter asimétrico del mismo, eran los vasallos los que terminaban rindiendo fidelidad a sus señores. La fidelidad se convirtió, entonces, en una forma de dominación, en la que un noble se hacía amo y señor de los servicios de su vasallo.

2.  Jura de fidelidad feudovasallática.

Esta jura de fidelidad se extendió al matrimonio y ello queda plenamente graficado, con el hecho de que la ceremonia religiosa del matrimonio tomo el juramento feudovasallático como referente (la ceremonia matrimonial es calco y copia de la ceremonia de feudovasallática). Dentro del matrimonio, el varón se convirtió en señor y la mujer en vasalla. Las viejas ceremonias matrimoniales dejan constancia de ello (así era el matrimonio católico hasta el concilio Vaticano Segundo y aún es así, en ciertos matrimonios del mormonismo más ultraconservador). En estas ceremonias, la mujer juraba fidelidad y obediencia, mientras el varón juraba fidelidad y protección. Y dado que en esta jura de fidelidad, implicaba cierta forma de apropiación sobre el servicio del otro (en este caso de la otra), el varón término asumiendo no solo la apropiación sobre el servicio, sino sobre la mujer misma (la mujer fue, prácticamente, propiedad del marido durante la edad media).
Con el tiempo, esta percepción de apropiación se generalizó y marido y mujer se convirtieron en propiedad una del otro, uno de la otra. En ello devino la noción de fidelidad, en una forma de propiedad sobre la o el cónyuge (para peor, la noción de propiedad se extendió fuera del matrimonio y ahora mucha gente visualiza a su pareja como alguien de su propiedad).
Esto supone que tanto la monogamia como la fidelidad son formas de dominación, que sujetan a varones y mujeres a un régimen en el que la mismidad y la autonomía quedan abolidas. Indudablemente mucha gente está identificada con estas normas impositivas y romper con ellas genera no solo ansiedad, sino malestar moral y psicológico. La gente se tortura ante el incumplimiento de estas normas e incluso se llega a traumar.
Intentar superar estos parámetros normativos puede equipararse, a la lucha que afrontan muchas mujeres que se proponen superar la abnegación y el machismo, que les fue inculcado, desde su niñez, por el patriarcado. También puede compararse a la lucha contra la auto homofobia que afrontan lesbianas y gueis, en el camino a asumirse y salir del closet.
Y de la misma manera que mujeres heteros y lesbianas y varones gueis se sienten liberados al vencer el machismo y la homofobia, el librarse de la monogamia y la fidelidad produce similar sentido de libertad. Al final, la exigencia social de monogamia y la fidelidad son equiparables al machismo y a la homofobia, son formas complejas de dominación y como tales,  el abolirlas solo es una forma sana y necesaria de liberación (tal como el abolir el machismo y la homofobia es una forma saludable y necesaria de liberarse).

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.

jueves, 3 de enero de 2013

“YO AÚN SOY JOVEN” (ALGUNAS CUESTIONES SOBRE LA DISCRIMINACIÓN ETARISTA).


Queridas amistades:
Les saludo y les envió mis mejores deseos.

1. Un logo de la juventud.
Desde que tengo memoria, en diversos programas de televisión se puede ver a mucha gente adulta y/o anciana, hablando de sí mismas como jóvenes. A mucha gente adulta y/o anciana, en televisión, se le escucha decir frases disonantes, tales como: “aun soy joven”, “me siento joven”, “tengo el espíritu joven”, etc. Contrariamente, a nadie se le escucha decir frases laudatorias del tipo: “que bien que soy mayor”, “estoy feliz de ser adulta”, soy viejo y a mucha honra”, etcétera (las frases sobre la adultez y ancianidad que más abundan, revelan conformismo o resignación con la propia condición etárea).
En estos días, también se puede ver, en televisión, un reclame de una cadena de farmacias, en el que una pareja heterosexual de “adultos mayores” (ancianos) hablan de sí mismos como “jovencitos”.
En suma, se puede encontrar que la juventud, es vista y considerada como una instancia muy preciada, con la que, supuestamente, todas las personas adultas quieren identificarse.
Aquí se trata, claramente, de una apreciación cultural, que, aparentemente es inocente, pero que termina ensalzando un determinado periodo etáreo, la juventud, en detrimento de otros (periodos etáreos). La cuestión llega tan lejos, que las y los jóvenes son enaltecidos, por el solo hecho de ser jóvenes. Así, en política se encuentra como desde diversos sectores ideológicos (ya sea de izquierda o de derecha), ser hacen diversas referencias a las juventudes, como vanguardias de las movidas sociales.
Al respecto, por ejemplo, en el Perú, en la última elección presidencial, tanto desde la izquierda (encabezada por el Partido Nacionalista), como desde la derecha (la neoliberal de APGC y la fachosa de Fuerza 2011) se señalaba a las juventudes como el grupo social, que encarnaba la sapiencia necesaria para tomar la decisión milagrosa que salvaría al país. En este trance, sectores nada desdeñables de la población juvenil terminaron votando por el candidato ganador (el del partido nacionalista). Más, también, otros sectores nada desdeñables de la población juvenil votaron por los candidatos de la derecha neoliberal y de la derecha facha. Por su parte, en México, en la última elección, se invocaba a las juventudes en los mismos términos anteriores. Y nuevamente, un sector nada desdeñable de la población juvenil  votó por el candidato de la izquierda (del Movimiento Progresista), mientras que otro sector nada desdeñable de la población juvenil votó por el candidato ganador, el de la derecha reaccionaria (ósea el del PRI).
En resumen las juventudes, sin excepciones, se comportan como el resto de la población, aunque, desde diversos sectores ideológicos, se apela a dichas juventudes como portaestandartes de la anhelada progresía (claro está, progresía en los términos en que la entiende cada bando ideológico).
En sí misma, la juventud no representa, ni significa nada, por lo menos nada que la diferencie de otros grupos etáreos o sociales, salvo por aquello con lo que quiera significársela.
En tal sentido, en occidente, la juventud no solo ha sido elevada a un estatus distinguido, sino que, además, se le ha convertido en un estrato social de privilegio (por ejemplo, en diversos países, hay especificas políticas gubernamentales y estatales encaminadas a atender supuestas necesidades particulares de las juventudes).
En occidente, la condición de joven se ha glorificado tanto, que ha devenido en motivo abierto de discriminación. Es decir, que, en diversos países, discriminar a las personas no jóvenes, adultas (y en especial a las ancianas), es aceptado y permitido (incluso a nivel jurídico legal).
Junto con la discriminación clasista, la discriminación etarista (por razones de mayor edad), en la mayoría de los casos, ni siquiera es cuestionada. Al respecto, la discriminación clasista está plenamente inserta dentro del sistema social (a través del capital, las clases adineradas no solo apartan a, y se apartan de, las otras clases sociales, sino que, además, establecen practicas excluyentes que solo se podrían realizar, si se contara con mucho dinero). Por su parte, la discriminación etarista, a través de encomiar a la condición juvenil, esta insertándose, progresivamente, en el sistema social.

2. Grupo de jóvenes.
Así, por ejemplo, a pesar de que la población que trabaja formalmente y es  económicamente remunerada (la llamada población económicamente activa), es reconocida desde la mayoría de edad (o la emancipación económica) hasta la jubilación (por lo menos así es a nivel jurídico legal), en casi todos (por no decir todos) los anuncios clasificados de empleos se pide trabajadores menores de 35 o de 30 años (y nadie lo denuncia, ni las fiscalías accionan de oficio). Para colmo de males, las personas ancianas, que además son pobres y que necesitan trabajar, en el mejor de los casos son subempleadas, y en el peor (lamentablemente la mayoría de los casos) son abiertamente despreciadas (¡y de esto no se salvan ni siquiera algunas ONG’s dedicadas a la defensa de los derechos ciudadanos!).
Aquí no importa si las personas ancianas están calificadas o no, por ser ancianas no sirven y punto.
En el plano simbólico, la discriminación etarista va ganando, cada vez, más terreno. Al respecto, las bromas machistas, sexistas y racistas, son, progresivamente, menos aceptadas, pero las bromas que se burlan o denigran a las personas por su condición no juvenil, adulta o ancianil, se hacen no solo más recurrentes, sino, también, más celebradas (decirle viejo a alguien es ya, en muchos espacios, un insulto e, incluso, cuando se hace en son de broma, no deja de denotar cierto desprecio).
Actualmente, muchas personas adultas y ancianas buscan distanciarse de sus condiciones respectivas y aproximarse a la juventud, como si ser adulto o anciano o sentirse adulto o anciano fuera una condición negativa (o por lo menos una condición que debe ser aplazada indefinidamente, a favor de “ser aún joven” o de “sentirse aún jóvenes”).
La invocación de juvenilidad, en boca de gente adulta y anciana, se emparenta peligrosamente con frases de corte racista. Así, alguna gente decía antaño (en relación a la búsqueda de pareja y de progenie): “hay que mejorar la raza”, con lo que se denotaba un desprecio por la propia condición y un intento por “alcanzar” (aunque sea para la progenie) la condición deseada e ideal (en este caso, se trataba de gente “no blanca”, que quería blanquearse). De igual manera, decir “soy joven” o “aún soy joven” (o “aún sentirse joven” y demás expresiones similares) denota cierto desprecio por la propia condición (de adultez o ancianidad) y un enaltecimiento de la condición juvenil (la condición deseada e ideal).
La identificación con la juventud de gentes adultas y ancianas tiene, con el closet, cierto parecido. Así, mujeres y varones en el closet que omiten o incluso niegan su condición de lesbianas y gueis, a la vez que permiten que la gente piense y crea que son heterosexuales, lo hacen porque su condición homosexual las y los avergüenza y atemoriza. De igual manera, las personas adultas y ancianas que claman juventud (o que callan, omiten o hasta se ofenden por la solo pregunta de su edad), están negando quienes son, porque su condición adulta o ancianil los avergüenza y atemoriza (el temor a envejecer es ya unas patología en occidente).
Aquí el uso del lenguaje es simbólicamente contundente. No se clama vivacidad, vigor, fuerza, actividad, brío, energía, vitalidad, etcétera, se clama juventud,porque la condición adulta o ancianil es casi como la condición de mujer. Ningún varón machista se feminiza o amujera (en serio), porque considera la condición femenina o mujeril como despreciable para sí (solo se feminiza o amujera en son de broma, dejando su varonilidad a salvo, fuera de todo cuestionamiento). De la misma forma, la gente adulta o anciana que no se reconoce en su condición de adulta o anciana (y se juveniliza), es porque el haber dejado de ser joven, se considera, en muchos aspectos, como devaluado (menospreciable), degradado.

3. Gente de toda edad.
Si la condición de persona adulta o anciana es igual de valiosa que la condición juvenil, no habría razón para desconocerse como tales y juvenilizarse. Si en cada sociedad no se aprende a ver las condiciones adulta y ancianil como deseables y valiosas, la gente se está sentenciando, a sí misma, a vivir una adultez y una ancianidad llena de desprecio, discriminación y marginación (a fin de cuentas, todas las personas, salvo imponderables, llegaran a la adultez y a la ancianidad). La juventud, entonces, no tiene,  verdaderamente, nada de especial. Tiene sus particularidades, como cualquier otro periodo etáreo, pero nada más.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
3. Imagen tomada de: http://elherrumblarquinto.blogspot.com/2010/05/poblacion-de-castilla-la-mancha.html