miércoles, 16 de enero de 2013

MONOGAMIA Y FIDELIDAD.


Queridas amistades:
Reciban mis mayores saludos y parabienes.

Desde que tengo memoria, se habla de la monogamia y la fidelidad “parejal” o marital como virtudes a seguir. De igual modo la no monogamia y la “infidelidad” son consideradas acciones cuestionables, por lo que se las sataniza. La persona dizque monogámica es ensalzada y su supuesta fidelidad es encomiada, pero las razones que se esgrimen para ello, se limitan, mayormente, a la exaltación del acatamiento de la costumbre y la tradición.
Es decir, que fuera de la costumbre y la tradición, no hay razones de índole racional o científica que lleven a pensar o asumir, que la monogamia o la fidelidad, por sí mismas, hagan mejor o peor a una persona.
En consecuencia, la no monogamia y la infidelidad no tendrían por qué ser vistas como deplorables y, sin embargo, lo son.
Remitiéndose a como se constituyeron estas costumbres, se tendría que reconocer, que sus orígenes no son, precisamente, virtuosos.
La monogamia surgió como una forma de dominación de un grupo sobre otro, de los varones sobre las mujeres. La mayoría de las y los investigadores (de Morgan y Engels a Lévi Strauss y Gayle Rubin) concuerdan en que la humanidad, fue, en su más remoto pasado (pleistoceno o paleolítico), polisexual. En consonancia con ello, el surgimiento de una normativa, en el originario grupo de convivencia humano, implicó, indefectiblemente, la división sexual del grupo y su progresiva jerarquización.

1. Idílica monogamia. 

En un primer momento, los grupos de homo sapiens sapiens heredaron, de anteriores grupos homínidos, cierta supremacía de los varones sobre las mujeres, la que determinó la división de la economía del grupo. En este primer momento, las actividades desempeñadas por varones y mujeres tenían similar importancia, razón por la cual, la mitad de la economía del grupo social estaba en manos de las mujeres.
La acentuación del dominio masculino (la afirmación del patriarcado) conllevó a que no solo se fueran desvalorizando las actividades mujeriles, sino que, además, se fuera relegando a la mujer, es decir, que se le fueran conculcando competencias sociales y económicas. Al ser la mujer relegada a actividades económicas menos importantes, perdió peso social (su papel económico se hizo secundario) y, consecuentemente, se vio sometida al dominio varonil.
Y dado que las actividades económicas mujeriles no revestían ya importancia decisiva en la economía del grupo, el varón empezó a asumir su manutención (la mujer, para el patriarcado machista, paso a convertirse en carga). En paralelo, dado que el peso social de la mujer se hizo menos relevante, las formas de parentesco cambiaron y si anteriormente el parentesco matrilineal tenía gran relevancia social (ya que era, en la prehistoria, el único reconocible de manera indubitable), el parentesco patrilineal cobro gran relevancia. El varón empezó a exigir una descendencia directa y admisible, por lo que obligó a la mujer a acatar la monogamia (forma en la que el varón pudo asegurarse, una descendencia plenamente reconocible como propia).
En tales circunstancias, siendo la mujer una “carga económica”, tener varias mujeres se convirtió en un costo social demasiado oneroso para las grupos humanos con menores medios sociales y económicos (por ello solo los varones de las elites, en diversas culturas del mundo, se permitieron la poligamia).
La monogamia, entonces, es un producto cultural, es un invento del patriarcado, establecido para dominar a la mujer (es una forma compleja de dominación). El cristianismo fue una de las contadas culturas que generalizó, milenios más tarde, esta norma, es decir, la hizo obligatoria para varones y mujeres, aunque tal imposición obedeció a razones ideológicas. Para el cristianismo, el fin ontológico de la humanidad es la reproducción, razón por la que el sexo fue reducido al único fin de generar descendencia. Siendo así, solo se debía tener sexo para reproducirse y ello solo podía hacerse dentro de un matrimonio (en donde el deber de reproducirse quedase resguardado y asegurado, dentro de los cánones impuestos por la religión cristiana). El varón y la mujer se vieron obligados, de esta manera, a profesar la monogamia, ya que era la única forma admisible de llevar una cristiana vida mundana.
Con la llegada del medioevo, se impusieron las relaciones de tipo feudovasallático, relaciones consistentes en una relación de dependencia y fidelidad entre un señor, dueño de un feudo, y su vasallo. Esta relación de dependencia y fidelidad comprendía tanto al señor como al vasallo (con clara ventaja del primero sobre el segundo). A esta relación se llegaba a través de lo que se llamaba “rendir vasallaje”, una juramentación en la que el vasallo juraba acatar y prestar servicios a su señor, mientras que el señor juraba asistir y proteger a su vasallo. Esta relación era claramente asimétrica, pues el vasallo estaba obligado a cumplir, siempre, cuanto su señor le exigiera, mientras que el señor solo cumplia en la medida que quisiera (lo que implicaba hacerlo cuando quisiera, ósea, hasta las calendas griegas).
En pocas palabras, el cumplimiento con este compromiso obligatorio es a lo que se denominaba como fidelidad y dado el carácter asimétrico del mismo, eran los vasallos los que terminaban rindiendo fidelidad a sus señores. La fidelidad se convirtió, entonces, en una forma de dominación, en la que un noble se hacía amo y señor de los servicios de su vasallo.

2.  Jura de fidelidad feudovasallática.

Esta jura de fidelidad se extendió al matrimonio y ello queda plenamente graficado, con el hecho de que la ceremonia religiosa del matrimonio tomo el juramento feudovasallático como referente (la ceremonia matrimonial es calco y copia de la ceremonia de feudovasallática). Dentro del matrimonio, el varón se convirtió en señor y la mujer en vasalla. Las viejas ceremonias matrimoniales dejan constancia de ello (así era el matrimonio católico hasta el concilio Vaticano Segundo y aún es así, en ciertos matrimonios del mormonismo más ultraconservador). En estas ceremonias, la mujer juraba fidelidad y obediencia, mientras el varón juraba fidelidad y protección. Y dado que en esta jura de fidelidad, implicaba cierta forma de apropiación sobre el servicio del otro (en este caso de la otra), el varón término asumiendo no solo la apropiación sobre el servicio, sino sobre la mujer misma (la mujer fue, prácticamente, propiedad del marido durante la edad media).
Con el tiempo, esta percepción de apropiación se generalizó y marido y mujer se convirtieron en propiedad una del otro, uno de la otra. En ello devino la noción de fidelidad, en una forma de propiedad sobre la o el cónyuge (para peor, la noción de propiedad se extendió fuera del matrimonio y ahora mucha gente visualiza a su pareja como alguien de su propiedad).
Esto supone que tanto la monogamia como la fidelidad son formas de dominación, que sujetan a varones y mujeres a un régimen en el que la mismidad y la autonomía quedan abolidas. Indudablemente mucha gente está identificada con estas normas impositivas y romper con ellas genera no solo ansiedad, sino malestar moral y psicológico. La gente se tortura ante el incumplimiento de estas normas e incluso se llega a traumar.
Intentar superar estos parámetros normativos puede equipararse, a la lucha que afrontan muchas mujeres que se proponen superar la abnegación y el machismo, que les fue inculcado, desde su niñez, por el patriarcado. También puede compararse a la lucha contra la auto homofobia que afrontan lesbianas y gueis, en el camino a asumirse y salir del closet.
Y de la misma manera que mujeres heteros y lesbianas y varones gueis se sienten liberados al vencer el machismo y la homofobia, el librarse de la monogamia y la fidelidad produce similar sentido de libertad. Al final, la exigencia social de monogamia y la fidelidad son equiparables al machismo y a la homofobia, son formas complejas de dominación y como tales,  el abolirlas solo es una forma sana y necesaria de liberación (tal como el abolir el machismo y la homofobia es una forma saludable y necesaria de liberarse).

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.

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