Queridas amistades:
Les saludo y les envió mis mejores deseos.
En diversas ocasiones, he escuchado a varias y varios compañeros activistas políticos (luchadores sociales) hablar de ciertos sentimientos, como el odio, el aborrecimiento, el desprecio, etcétera, en relación a posturas supuestamente contestatarias y hasta pretendidamente revolucionarias (como odiar a los opresores, aborrecer a los explotadores, despreciar a los indiferentes, etc.).
El asunto es que cuando leo o escucho estas expresiones, no puedo dejar de sentirme inquieto y aprensivo, pues la impresión que me llevo (con dichas expresiones), es que no albergan verdaderos sentires y sentimientos contestatarios y menos revolucionarios.
Que quede claro que no pongo en duda las aspiraciones de las y los compañeros activistas políticos, en su búsqueda de cambios y transformaciones sociales, ni mucho menos pongo en duda las intenciones liberacionistas que acompañan su accionar y su lucha política. Sin embargo, si considero que muchas y muchos compañeros activistas políticos, han obviado la cuestión de la sensibilidad en sus teorizaciones y prácticas reformistas o revolucionarias.
Al respecto, la sensibilidad, como otros aspectos de la realidad humana (el político, el económico, el cultural, el sexual, etc.), es parte integral del todo social, razón por la que política, economía, cultural, sexualidad, sensibilidad, etcétera, están interrelacionados intima e indisolublemente entre si y, más aún, se condicionan y hasta determinan mutuamente.
En tal situación, es un hecho que cada sociedad y cultura posee una sensibilidad particular, que responde a sus necesidades, a sus estructuras socioculturales.
La situación no es distinta bajo la sociedad burguesa capitalista, mas dentro de esta sociedad hay un particular ordenamiento y organización de la sensibilidad, al cual llamaremos régimen de la sensibilidad, cuyas características particulares han contribuido a la marginación de la sensibilidad del terreno de las teorizaciones y las practicas reformistas o revolucionarias.
Estas particularidades del régimen de la sensibilidad se articulan, principalmente, a través de una ideología de origen burgués capitalista, el romanticismo, que si bien, con el tiempo, fue expectorado de otras áreas del quehacer social (como la política, la economía, la ciencia, el arte, etc.), ha mantenido su vigencia en al ámbito de la sensibilidad, al grado de hacerlo su bastión cuasi inexpugnable.
Siguiendo los parámetros de la ideología romántica, la sensibilidad, en sus aspectos emocional y afectivo, responden a una naturalidad humana que, supuestamente, tiene todo de biológico y nada de social.
En tal sentido, la sensibilidad, específicamente las emociones y los afectos, no son objeto de estudio de las ciencias sociales y tampoco son objeto de cuestionamiento y/o replanteamientos reformistas o revolucionarios.
Consecuentemente, bajo la mentalidad burguesa romántica la sensibilidad, las emociones y los afectos, solo se asumen tal como vengan y, de ningún modo, se puede pretender cambiar o transformar dicha situación.
Obviamente, a lo largo de la historia, no siempre ha existido este tipo de mentalidad, así, en relación a los afectos, para la sociedad cristiano medieval a un sentimiento como el amor se le da un carácter conciente y volitivo, mientras que para la sociedad burguesa capitalista el amor (el romántico) es de carácter alienado e irracional. Lo mismo ocurre con los demás afectos y, sobre todo, con las emociones.
Queda claro, entonces, que sentimientos como el odio, el aborrecimiento, el desprecio, etcétera, en tanto sentires sensibles, también responde a los parámetros establecidos por la sensibilidad romántica.
Aquí, algunas y algunos compañeros activistas políticos objetaran, que, a diferencia de las y los alienados románticos, el odio, el aborrecimiento, el desprecio, etcétera, en tanto sentires contestatarios y/o revolucionarios, se distinguen por su carácter conciente y racional, aunque me temo que en el fondo, más que conciencia y racionalidad, todo indica que esos odios, esos aborrecimientos, esos desprecios, etcétera, responden al resentimiento social antes que a la conciencia y a la racionalidad. En otro sentido, la supuesta conciencia y racionalidad se presenta como una simple justificación y no como un sentir producto del conocimiento y la reflexión.
Nuevamente, muchas y muchos compañeros activistas políticos objetaran, que mis planteamientos, en relación a su sensibilidad, son harto especulativos. Sin embargo, cabe recalcar algo que mayormente se pasa por alto, que las emociones y los afectos, tanto positivos como negativos (amor/odio, querencia, aborrecimiento, aprecio/desprecio, etc.) son parte integral del sistema en el que vivimos, en este caso, el burgués capitalista.
Como ejemplo, el odio, el aborrecimiento, el desprecio, etcétera, son sentimientos negativos que permiten el funcionamiento del sistema, así, nada más insensibilizador y deshumanizante que el odio clasista, que coadyuva a la dominación y explotación del prójimo y nada más evidente que la misoginia y la homofobia como instrumentos de exclusión y marginación.
Como corolario, no resulta ni contestatario ni revolucionario albergar sentimientos negativos por personas, por otros seres humanos, por más opresores, explotadores, indiferentes, etcétera, que ellos puedan ser, pues ello solo replica y reproduce el sistema, invirtiendo la ecuación y convirtiendo a la o el pretendido contestatario y/o revolucionario en su antagonista (odia igual que él, aborrece igual que él, desprecia igual que él, etc.).
Contrariamente, si los sentimientos negativos (odio, aborrecimiento, desprecio, etc.), en vez de dirigirse hacia personas, hacia otros seres humanos, se direccionaran a situaciones, circunstancias, actitudes, comportamientos, etcétera, recién podría hablarse de un cambio, de una verdadera transformación, que distinguiría a opresores, explotadores, indiferente, etcétera, de los verdaderos activistas políticos, de los verdaderos luchadores sociales, contestatarios y/o revolucionarios.
En suma, la actitud contestataria y el accionar reformista o revolucionario pasa, necesariamente, por un cambio en nuestra sensibilidad, no solo en cuento a como sentimos, sino, también, hacia quienes profesamos nuestros sentires y sentimientos.
No en vano grandes teóricos e intelectuales, de la talla de Erich Fromm o Paulo Freire, jamás propugnaron, como práctica reformista o revolucionaria, el odio, el aborrecimiento, el desprecio, etcétera, hacia opresores, explotadores, indiferentes, etcétera, sino, más bien, el amor por la humanidad (lo cual implica, implícitamente, a opresores, explotadores, indiferentes, etc.).
Al final, y sin llegar a estos extremos sensibles, se puede afirmar, categóricamente, que el odio, el aborrecimiento, el desprecio y demás sentimientos negativos, no tienen nada de contestatarios ni de revolucionarios, en cuanto son dirigidos hacia personas, hacia la humanidad.
La verdadera sensibilidad revolucionaria, pasa, necesariamente, por un cambio de nuestras sensibilidades, por una revolución sensibilizatoria, pasa, no por odiar, aborrecer, despreciar, etcétera, al prójimo, sino por hacernos de una sensibilidad más positiva y propositiva.
Se despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1. Imagen tomada de: pintandoenpositivo.blogspot.com
2. Imagen tomada de: superateatimismo.com
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