Queridas amistades:
Reciban mis más cordiales saludos y mis mejores deseos.
En la anterior entrega proporcione algunos apuntes, bastante simplificados, para una historia de las personas trans (lo decía claramente el titulo).
No tardo un amigo biólogo en señalar, según él, dos grandes errores en mi texto: 1) que solo escribí acerca de dos géneros, el masculino y el femenino, por lo que no podía hablar de diversidad de géneros. 2) que confundí transexualidad con transgeneridad y que además, el género era construido y el sexo asignado al nacer.
Habrá que abordar el asunto.
Desde un punto de vista etnocéntrico occidental, solo hay dos géneros, lo masculino para el varón y lo femenino para la mujer. Más aún, aquellos géneros serian consustanciales a un cuerpo definido a partir de los genitales (llamados sexos recién desde los siglos XVIII y XIX). Los genitales son parte de nuestros cuerpos, desde antes de nacer, desde fetos, por consiguiente, los sexos no se asignan, se reconocen, se constatan, se identifican (incluso desde antes de nacer con el ultrasonido).
Ahora, en occidente, al nacer una criatura, se le asigna un género. Si se nace con pene, se es socializado como masculino. Si se nace con vagina se es socializada como femenina. Por ello el género, en tanto rol e identidad, se asigna tras identificarse el “sexo” de la criatura. Si hablamos de género construido, es porque cualquier rol o identidad de género es producto de la historia, de la cultura y de nuestra subjetividad. Historia y cultura porque cada sociedad establece que atributos tiene cada género y subjetividad porque cada persona aprecia o desestima, a nivel consciente e inconsciente, con que caracteres de género se identificara emocionalmente.
Fuera de occidente, no todas las culturas asignan el género al nacer. Así, en muchas sociedades tribales, las poblaciones permiten que sus integrantes vayan asumiendo un determinado género, en la medida que van creciendo. En muchas sociedades no occidentales, se consideran más de dos géneros. Los géneros más comunes son la masculinidad varonil y la feminidad mujeril, pero cada sociedad decide que es lo masculino y que es lo femenino. Citando algunos ejemplos: si en occidente la mujer es considerada el sexo frágil, en África, en la parte sur del Sahara, no se concibe a la mujer como débil. En occidente se espera, comúnmente, que el varón sea más grande que la mujer, pero los balineses tradicionales esperan que el varón sea delgado y fino. Los topa de India consideran a las mujeres ineptas para el quehacer doméstico, por lo que esos trabajos son cosas de varones. Y si en occidente se considera que el varón es racional y la mujer temperamental, en Irán se considera que las mujeres son lógicas y los varones volátiles.
Hasta aquí queda claro que a cada género se le asignan determinadas atribuciones, comportamientos, actitudes y motivaciones (que van desde el habla a la indumentaria y desde los quehaceres sociales hasta las prácticas sexuales), por lo que cada persona, según el género que se le asigne, se verá revestida de una serie de características consideradas como propias o apropiadas de su ser (características que además serán consideradas como impropias o inapropiadas para otras personas).
Siendo así, en muchas sociedades y culturas, hay para los varones un género alterno, distinto a la masculinidad (y a la feminidad), al cual llamare “ginicidad”, pues, desde una óptica occidentalizadamente etnocéntrica, es una especie de feminidad, aunque para la cultura que lo produce no lo sea.
Así, en las sociedades arábigas preislámicas, además de masculados y féminas, había el género “gínico”, el mukhannathun, que si bien se parecía a la feminidad en el habla y en ciertas actitudes, tenía su vestimenta y sus quehaceres propios, distintos a lo femenino y vedados para la mujer. Otro ejemplo de este género “gínico” es el hijra hindú, quien si bien se comporta y se viste en forma similar a las féminas, se le atribuye quehaceres religiosos y poderes mágicos, imposibles de ser atribuidos a la mujer. Igual sucede con los muxes, género “gínico” del pueblo zapoteca al sur de México, a quien se le permiten comportamientos e indumentarias similares a las de las féminas, pero, a diferencia de las mujeres, sus actividades se limitan al apoyo familiar y se les “exime” de tener relaciones afectivo sexuales de pareja.
Por su parte, en otras sociedades y culturas hay para las mujeres otro género alterno, distinto a la feminidad (y a la masculinidad), al cual llamare “andricidad”. De este género “ándrico” se tiene, en el norte de Albania, a las virgjineshas, que si bien se visten y se comportan de forma similar a los masculados, se distinguen en que solo pueden apoyar a la familia y que están “exentos” de la vida afectivo sexual (prácticamente igual que los muxes). Otro tanto se puede decir de las mujeres “ándricas” de los pueblos indoamericanos de EE.UU., las hwamee entre el pueblo Mohave y las ninauposkitzipxpe en el pueblo Siksiká, quienes guardan similitudes y diferencias con los géneros masculinos de aquellos pueblos indígenas estadounidenses.
Para más abundancia, en algunas sociedades y culturas hay otros géneros aparte de la masculinidad, la feminidad, la ginicidad o la andricidad, siendo el caso más conocido el del pueblo bugi de la isla Célebes (Indonesia), donde aparte de la masculinidad varonil (los oroane), la feminidad mujeril (las makunrai), la ginicidad varonil (los calabai) y la andricidad mujeril (las calalai), se encuentra un género más, los bissu, que es una suerte de mixtura, pues tiene de masculinidad y de feminidad, pero además tienen su indumentaria particular y sus actividades propias (mágico religiosas). Corporalmente las personas bissu son intersexuales (hermafroditas), es decir que para los bugi no son varones ni mujeres, sino un tercer “sexo”.
Queda claro hasta aquí que no se tratan de inversiones genéricas, de transpaso de un género a otro, sino de géneros distintos con sus atribuciones, comportamientos, actitudes y motivaciones particulares y propias. Esto conduce hacia un género más, el género religioso. En sociedades religiosas, especialmente en teocracias y panteísmos, el clero llegó a alcanzar un estatus social excepcional, al grado de que las y los religiosos no solo tuvieron una condición distinta a la masculinidad y feminidad, sino que, en ciertos casos, llegaron a constituir una clase social (como el clero cristiano medieval, los brahmanes hindúes y los lamas tibetanos).
Para la sociedad occidental, la labor religiosa es como un oficio más, paro para las mentalidades religiosas, las y los clérigos eran administradores de lo sagrado (solo el clero tenía la capacidad de controlar la potencia sagrada). Bajo su condición excepcional, el clero tenía un género propio. Así, aparte de su condición venerable, el clero cristiano y tibetano tenía su indumentaria particular y sus prácticas sexuales propias (la práctica del celibato), mientras que cierto clero babilonio, griego e inca, además de su particular indumentaria, practicaban el sexo ritual homoerótico (dicha práctica ritual estaba vedada a otras personas).
Cabe anotar que el género también tiene que ver con la forma en cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo y como lo percibimos y concebimos. Al respecto, la cultura patriarcal occidental a dicotomizado el cuerpo en dos: macho y hembra. Mas esta dicotomía es conceptual y abstracta, no tiene sentido más allá de la cultura (es apenas una definición cultural). Diversas sociedades, desde la antigüedad, han definido a machos y a hembras a partir de una “lectura” genérica del cuerpo (“lectura no científica ya que la ciencia recién data del siglo XV). La ciencia solo ha refrendado esa “lectura” genérica, dándole un barniz de “conocimiento objetivo”, pero en el fondo, aún con el lenguaje pretendidamente científico, sigue siendo una “lectura” genérica.
Para muchas personas de occidente, que han vivido y han ordenado sus vidas en torno a las nociones de macho y hembra, asumir que dichas categorías son solo definiciones culturales del cuerpo, resulta bastante indigerible. Pero lo cierto es que cada sociedad y cultura “lee” macho y hembra de maneras diversas y que en el presente, hay serios cuestionamientos de carácter científico a dichas definiciones corporales.
Así que desde el punto de vista de que macho y hembra son “lecturas” genéricas del cuerpo, entonces la transexualidad es una forma de transgeneridad y un ejemplo más de la diversidad de géneros.
Se despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1. Imagen tomada de: uv.es
2. Muxe zapoteca, Mexico. Foto tomada de: okinreport.net
3. Loren Cameron activista transexual (mujer a varon). Foto tomada de: channel.nationalgeographic.com
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