lunes, 20 de julio de 2009

LA VIDA SEXUAL DE MAMÁ Y PAPÁ.

Queridxs amigxs:
Los saludo y les envió mis mejores deseos.
Mirando la tele, un reclame bastante bobo me condujo a un tema que discuto desde los años 90’s. En dicho comercial, se ve a un joven ingresando a una habitación, en la cual encuentra a su madre y su padre teniendo sexo. Se supone, por el tenor de la campaña comercial, que el joven queda traumado con el suceso.
En el 2001, viendo la película Bridget Jones's Diary (El diario de Bridget Jones), hay una escena en donde la protagonista (interpretada por Renée Zellweger), tiene una reacción adversa y perturbada, tras escuchar a su padre hablar de la vida sexual con la madre. Y en los 90’s, en la serie televisiva The Nanny (La Nana) se mostraba una situación similar, allí una muchacha, conversando con la protagonista (interpretada por Fran Drescher), quien era su niñera, quedo perturbada tras caer en cuenta, que su padre y esta última tendría sexo.

En los tres casos, las personas con las que vi estas escenas, consideraban que sentirían lo mismo en situaciones similares, e incluso alegaban, con mayor o menor precisión, que ello era de lo mas normal, pues, a su parecer, era natural tanto el no compartir información con sus progenitores sobre su vida sexual, como el visualizarlos como seres no sexuales.
Lo más curioso era su reacción entre irracional y hostil, cuando se me ocurría refutar sus posiciones, explicándoles que al contrario, lo más sano, normal y natural seria poder compartir la información, los saberes y la experiencia que sobre lo sexual tiene nuestra familia inmediata.
Dos de ellos me llamaron enfermo y uno agregó el epíteto de anormal, no extrañándome que algunos mas piensen lo mismo. Sin embargo, si se toman la molestia de seguir leyéndome, les explicare por que mi punto de vista no tiene nada de anormal ni de enfermo.
Empecemos por aclarar que en las sociedades occidentales y occidentalizadas hablar de sexo aún sigue siendo tabú, prueba de ello es que muchas niñas y muchos niños no reciben de las madres o padres ninguna información general sobre sexualidad. Y si el tema de la sexualidad en general es intocable, la incomunicación entre madres, padres, hijas e hijos sobre como llevan sus respectivas vidas sexuales entra en el terreno de lo inaudito.
Esto no ha sido siempre así, pues tal situación ha variado a lo largo de la historia humana.
Más aún, la visión según la cual, en las sociedades occidentales y occidentalizadas, las hijas e hijos se perturban y hasta trauman con el solo hecho de escuchar a sus madres y padres hablar de su sexualidad (y ni que hablar de encontrárselos follando), se remonta apenas a la posguerra, cuando tras la segunda guerra mundial, EE.UU. quedo convertido en potencia mundial y el “American way of life” (el estilo de vida estadounidense) se impuso en el mundo (desde Japón y Taiwán a Europa y desde Canadá a Chile). Fueron los estadounidenses los que infectaron al mundo con su pudibundez y su puritanismo sexual (el cual tuvo como mayores y mejores vehículos de transmisión a las gringuisimas series de tv y películas cinematográficas).
Tiempo atrás, por lo menos en lo que a Latinoamérica se refiere, las gentes no seguían esos derroteros. A pesar de la visión sexo negativa, sexofóbica, que impera en las sociedades occidentales y occidentalizadas (claro legado del cristianismo), si existía cierta comunicación entre las y los progenitores y su descendencia sobre sus respectivas vidas sexuales.
Se encuentra incluso, que en el siglo XIX, en plena época victoriana, antes del matrimonio las madres les hablaban a las hijas, sobre lo que debían hacer como esposas, partiendo de lo que les habían comunicado las abuelas y de lo que a ellas les había dado resultado, es decir, que las madres hablaban no solo de lo que sabían, sino también de su propia experiencia. Por su parte, los padres hacían lo propio con los hijos, con el agregado de que varios padres e hijos compartían veladas en los burdeles (aquí los saberes y experiencias quedaban mas que explicitados).
Este compartir de saberes y experiencias, entre madres e hijas, entre padres e hijos, estaba inscrito como parte de las costumbres sociales, razón por la que eran aceptados por todas y todos y no había traumas de por medio (cabe anotar, que el mayor o menor trauma originado por el acceso a los burdeles, si este se daba, dependía, en mucho, de la mayor o menor aceptación de la prostitución y de la moral o doble moral imperante).
Y si nos remitimos a las sociedades tribales, se encuentra que en aquellas tribus, donde las familias compartían los mismos habitáculos (tiendas, chozas, cabañas, palafitos, etc.), madres y padres tenían sexo en el mismo espacio que compartían con las hijas e hijos, sin que ello entrañara perturbaciones o traumas para nadie (claramente eran sociedades en las que si había comunicación acerca de cómo se entendía y se vivía la sexualidad).
En consecuencia, la visión según la cual, presenciar las demostraciones afectivas de madres y padres, escuchar noticias sobre su sexualidad o descubrirlos teniendo sexo, solo es motivo de incomodidad, perturbación o trauma, para quienes se han comprado la pudibunda y puritana moralina televisiva y cinematográfica estadounidense.

En otras palabras, incomodarse, perturbarse o traumarse por la vida sexual de nuestras madres y nuestros padres, solo es una demostración de irracionalidad, ignorancia y prejuicio.
Si partimos del hecho de que lo sexual, es tan normal y natural como comer o vestirse, no habría motivo para reaccionar negativamente ante la sexualidad de nadie (ni siquiera la de nuestras madres y nuestros padres). Si aspiramos a una relación cercana y de confianza con nuestras y nuestros progenitores, los conocimientos, saberes y experiencias que tenemos, tanto ellas y ellos, como nosotras y nosotros, no tendría por que quedar excluidos.

Si más nada que agregar, se despide su amigo uranista.

Ho.

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