lunes, 15 de junio de 2009

MORIR.

Queridxs amigxs:
Les transmito mis saludos y mis mejores deseos.

Hace poco, mis amigos y yo revimos una película, excelente película, de Peter Weir (uno de mis directores favoritos), titulada en español, “Sin Miedo a la Vida” (Fearless). Cuando acabo, salió en la conversación el tema tanático, el cual devino en una discusión a raíz de que mi amigo supone que todas y todos queremos vivir prolongadamente, mientras que yo aseguro que de seguir viviendo, no deseo ir mas allá de los albores de mi vejez.
Mis amigos no dieron crédito a mis palabras, y verdaderamente hasta ahora, las personas que escuchan este planteamiento, creen, en el mejor de los casos, que no tengo plena conciencia de lo que estoy diciendo.
Les confieso que no le tengo miedo a la muerte y no es que me sienta como Max Klein, el personaje interpretado por Jeff Bridges en la película arriba mencionada. Todo lo contrario, pues si Max Klein desea llevar su vida al límite, sin miedo a la muerte, yo me cuido, pues le tengo respeto a mi vida.
Alguno de los que me conoce dirá, burlonamente, que si aseguro cuidarme ¿por qué fumo?, a lo que respondo, sin incomodidad alguna: ¡digo que me cuido, no que soy fanático!
Lo que quiero que quede claro, es que morir, para mí, no es algo ajeno a la vida, es más, si hay algo en la vida que pueda considerarse verdaderamente normal, eso es la muerte. Lo anormal seria que todos vivamos indefinidamente.
El gran problema es que en este mundo globalizadamente consumista y hedonista, la gente se ha vuelto tanatofóbica, la gente le tiene miedo, terror, a la muerte, a su muerte.
Si hacemos un paralelo entre eros y tanatos, en el pasado la gente no hablaba de sexo, pero si de la muerte (en famila, en sociedad, etc), mientras que, hoy por hoy, se habla mas de sexo, pero no de morir. La muerte se ha vuelto un tabú.

Sin embargo, a través de la historia, en diversas sociedades y culturas, las gentes han aceptado e incluso han dado la bienvenida a la muerte. Así, en la Europa renacentista pintores, poetas y músicos celebraban el “arte de morir”, mientras que en el Japón medieval, los maestros del budismo Zen escribían poemas en los momentos finales de sus vidas, para expresarse a cerca de aquella experiencia de liberación total.
Ahora, si profundizamos más en las mentalidades de los pueblos, se encuentra que el rol social que cumplía la muerte en las variadas sociedades y culturas, resulta bastante disimil. Así, en las sociedades occidentales, la muerte era una barrera insuperable que todo lo paralizaba, mientras que en las sociedades orientales, la muerte era, más que nada, un cambio o transformación en la realidad existencial. En occidente, la muerte era un punto de quiebre para la vida, mientras que en oriente, entre la vida y la muerte no había fractura alguna. Para occidente, la muerte era el fin de la vida, para oriente, vida y muerte eran dos maneras en que se daba el transito existencial (para los chinos, los muertos eran miembros plenos del grupo familiar, solo que se hallaban en otro plana existencial, y para los hindúes y budistas, la muerte es el pasaje a la reencarnación).
Volviendo al presente, las formas disimiles de concebir y encarar la muerte, no son patrimonio exclusivo del pasado. Así, en América Latina y Sudáfrica, donde las feroces dictaduras y el apartheid trastornaron la vida cotidiana de las gentes, se le llego a dar a la muerte toda una dimensión reivindicativa, política, materializada a través de los llamados “entierros políticos” que podían implicar: manifestaciones de protesta tras los féretros, discursos políticos en vez de homilías, intervenciones de espacios públicos con los restos de los finados, etc.
Por su parte, entre la población lésbica y guei del mundo anglosajón, durante los peores años de la epidemia del sida, y como una forma de dejar atrás el estereotipo de una vida miserable y desgraciada, con un destino triste e irremisiblemente fatal, se desarrollaron una serie de ritos funerarios alternativos, distintos a los tradicionales, que implicaban: fiesta con música disco, bullicio y hasta alegría (privilegiado no la perdida, sino el buen recuerdo).
Siendo así, la muerte es parte integral de nuestras vidas y negarla, solo nos priva de prepararnos, adecuadamente, para afrontarla. Tal negación es lo que al final, vuelve a la muerte dolorosa.
Morir bien, tranquilamente y sin angustia, dependerá, entonces, de que nos hallemos en paz con nosotros mismos, de la conformidad que tengamos con nuestra propia vida, y sobre todo, de como aceptemos nuestro futuro e inevitable deceso.
Lamentablemente en nuestra sociedad, el miedo a la muerte es alimentado con deseos de morir súbita e inconscientemente, y es que la muerte es vista como un cuco, como el esqueleto con guadaña que llega a segarnos la vida, como el ser infame que nos quitara nuestra existencia, pero jamás vemos a la muerte de manera lírica, poética, idílica, etc.

Morir debería ser un momento en el que nos sintamos complacidos con nosotros mismos y nos hallemos satisfechos y conformes con la vida que hayamos llevado, algo así como estar plenamente complacidos por la labor desempeñada con excelencia.
Algunos dirán que hablar es fácil, más no lo creo, pues tenemos todo el tiempo que vivamos, para perderle miedo a la única certeza existencial que tenemos, nuestra propia muerte.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

1 comentario:

  1. Estimadx:
    La muerte es aquella paradoja que radica entre el tabú y el espectáculo...
    He encontrado el blog en un paseo virtual.
    Felicitaciones.
    Un saludo desde Chile.
    G.-

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