jueves, 21 de octubre de 2010

CUESTIONES DE RESPETO, TOLERANCIA Y MORAL.


Queridas amistades:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.

Hace tiempo atrás, envié a algunas listas de internet (a espacios públicos en internet), un video en el que se veía a un aparente Jesucristo semidesnudo y amanerado, caminando por la ciudad y cantando: “I will survive”. En respuesta, varios mails me acusaron de no respetar las creencias de las gentes. Algo que se repitió últimamente, con un reciente envió que contaba un cuento de santos y zombis.
El meollo de las reclamaciones se centraba en que, las creencias ajenas, sobre todo si ellas eran “sagradas”, deben ser respetadas. Para esto, las y los reclamantes aducían, implícitamente, que la convivencia social (y más específicamente nuestra convivencia interpersonal) quedaba mellada si proseguía aquello que consideraban “falta de respeto”.
Aquí seré tajante, no hay ley en el mundo que me obligue a respetar las creencias ajenas (algo que no se debe a que el sistema legislativo tenga vacios), más aún, leyes como la libertad de conciencia, la libertad de creencia o la libertad de expresión, le permiten a cualquiera hacer detracción, vituperio y reprobación de aquello en lo que no creamos.
Al respecto, las libertades, amparadas por las leyes, nos permiten hacer detracción de casi todo (por ello es que pueden existir programas humorísticos que hacen burla y sátira de casi todo). Si digo casi todo es porque solo se salva la persona humana, ya que en torno a ella giran las leyes.
Las leyes defienden a las personas, sus bienes jurídicos, no defienden abstracciones, como las creencias o las morales particulares (por ello no se puede legislar sobre moral). Más aún, se supone que las leyes son la basa moral de la sociedad.


Amparados en estas leyes libérrimas, podemos mostrar nuestro desacuerdo público y privado, con prácticamente todo aquello que la ley no defienda expresamente. En consecuencia, hay un gran margen de libertad para despotricar, aunque dicha libertad si tiene límites más o menos precisos. Dichos límites se enmarcan en criterios diversos, entre los cuales destaca: además de la ley, la racionalidad de tipo lógico matemático (es decir, que se espera que dicha racionalidad este fundada o respaldada en criterios cualificables, cuantificables y científicos).
Siguiendo estos criterios, las personas pueden mostrar su desacuerdo con cuestiones tan diversas como el aborto, la pena de muerte, las corridas de toros, el clasismo, el racismo, la familia nuclear, el heterosexismo, el patriarcado, la homosexualidad, las creencias religiosas, los viejos valores morales o, hasta, el modelo económico.
Pero si siguiendo la normatividad legal de los estados no estamos obligados a respetar absolutamente nada que la ley no nos obligue a respetar ¿Dónde quedan aquellas cuestiones que tienen que ver con lo personal y que, además, son consideradas como vitales por cada persona?
Muchas de estas cuestiones son protegidas bajo la noción de lo privado, que es un ámbito establecido por la normatividad legal, para que en él se desenvuelvan libremente aquellas cuestiones de índole personal (como la práctica religiosa, la sexual, etc.), que escapan directamente a la protección de la ley.
Claro está que el trazado de lo que es privado y lo que no lo es, resulta bastante artificial, pues hay muchos aspectos de esa privacidad, que trascienden al ámbito público.
En estos casos, la tradición occidental ha establecido el criterio de tolerancia que se extiende hacia todo lo relacionado, directamente, con lo legalmente protegido. La lógica que subyace a ello sería la siguiente: las personas tienen una serie de opciones personales, estilos de vida y prácticas sociales en general, que si bien no son objeto de protección legal, al ser el resultado del ejercicio de nuestros legales derechos y libertades, son “pasibles” de tolerancia, “merecedores” de tolerancia.
Indudablemente la línea que separa, en el ámbito público, lo tolerable de lo repudiable, es, a la fecha, bastante difusa. Y es en el ámbito público donde se generan los mayores conflictos por establecer lo que debe tolerarse socialmente y lo que no. Los ejemplos más claros que se vienen dando son: la participación de lo religioso y la presencia de lo sexual en el ámbito público.
Al respecto, más que la ley es la costumbre la que termina validando o invalidando que se queda o que sale del espacio público. Siguiendo el ejemplo anterior en el ámbito público se tolera la presencia de lo religioso, especialmente en manifestaciones callejeras como las procesiones católicas, las homilías evangélicas, etc. y se rechaza las diversidades sexuales como las parejas homosexuales y las personas trans en dichas calles. En el primer caso, se supone que hay leyes que señalan la religión es parte de lo privado, mientras en el segundo caso, las leyes de igualdad aplican a homos y trans pues la heterosexualidad y la cisgeneridad son completamente públicas.
Aquí volvemos al terreno de las creencias, pues la “lucha” por establecer que debe por no ocupar el ámbito público se extiende hacia el terreno de las creencias. Creencias que tienen que ver con los valores (morales) que queramos para nuestra sociedad (por ejemplo valores como la laicidad o la tolerancia hacia las diversidades humanas).


Dichos valores no solo son impartidos por la familia o la enseñanza institucionalizada, sino también por nosotras y nosotros mismos (en tanto nos comprometamos a hacer “proselitismo moral”).
Actualmente vivimos una época de crisis de valores, donde priman dos claras tendencias: de un lado los grupos reaccionarios y conservadores, que a pesar de las transformaciones sociales, aspiran al retorno a viejos valores que pueden o no corresponderse con el presente y de otro lado, los grupos de contemporizadores y progresistas que aspiran a la consolidación de una ética más acorde con nuestros tiempos.
Esta lucha supone la relevación de nuevos valores o la nueva jerarquización de valores ya existentes. Obviamente en esta “lucha” se defiende la validación o la invalidación de dichos valores y, a todas luces, el progreso iría siempre de la mano, con la validación de una moral concordante con las leyes de una sociedad moderna, racional e inclusiva.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Imagen tomada de: estocolmo.se
2. Imagen tomada de: juntospodemoshacerlapaz.blogspot.com

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