sábado, 16 de mayo de 2009

GÉNERO Y PAREJA.

Queridxs amigxs:
Nuevamente los saludo, deseándoles siempre que se encuentren bien.

Hace unos sábados atrás, en una reunión amical, mi conversación con una chica que recién conocía, terminó, abruptamente, cuando ella, después de comentar que para las mujeres era difícil conseguir una buena pareja, enmudeció tras mi respuesta: ¡el problema es que las mujeres escogen a quien quieren y no a quien deben!
Aparentemente la saque de cuadro y como, por diversos motivos, no pude explicar mi aserción, me explayare en esta entrega.
Toda persona, en las sociedades occidentales y occidentalizadas, es socializada dentro de ciertos roles de género, que inciden, indefectiblemente, en nuestra posición y estatus dentro de la sociedad (por ejemplo, cuando una persona, al nacer, es definida como mujer, se espera de ella que sea femenina y cuando varón, masculino).
En este caso, el género implica el como, a partir de nuestro cuerpo, nos define la sociedad y nos definimos nosotros mismos. Implica además, nuestra performance corporal y la forma en como nos relacionamos a nivel interpersonal (cabe anotar que en la sociedad occidental, los roles de género han sido reducidos a dos, a lo femenino y lo masculino, mientras que en otras sociedades y culturas existían tres, cuatro, cinco o más géneros).


El marco global dentro del cual se estructuran los géneros, es, en la sociedad occidental, un tipo de identidad social que tiene como eje central nuestra sexualidad. Se trata, entonces, de una identidad sexual, pero no cualquier identidad, sino de una entelequia articulada alrededor de la práctica sexual hetero, es decir, que estamos hablando de una identidad heterosexual.
Dicha identidad hetero posee tres componentes principales: una práctica sexual, un cuerpo sexuado y una personalidad genérica, componentes que son la base de dos sujetos sociales específicos: heterosexuales varones masculinos y heterosexuales mujeres femeninas. Todas las personas somos socializadas bajo este único modelo identitario.
Debido al patriarcado machista, el género de estas identidades obedece a un ordenamiento bastante diferenciado: lo masculino se posiciona como superior a lo femenino, por lo que se opone y niega la feminidad, mientras que lo femenino se posiciona como subordinado a lo masculino, por lo que se fija y valúa en función de la masculinidad (relación de hegemonía y subalternidad).
Habiendo solo dos géneros, las masculinidad, al oponerse y negar lo femenino, se mide cuantificando su distanciamiento (no se es mujer, se es poco “hombre”, se es mas “hombre”), mientras que la feminidad, al fijarse y valuarse en función a lo masculino, se mide cualificando su subalternación (se es buena mujer, se es mala mujer, de acuerdo a la valoración de los “hombres”). Aquí el sexo se convierte en un importante barómetro de medición, pues una práctica sexual inapropiada deslegitima tanto a varones como a mujeres: así, una práctica sexual homoerótica hace menos “hombre” a un varón (lo hace un marica), mientras que una práctica sexual variada hace mala a una mujer (la hace una perdida). Toda esta estructuración de los géneros, al condicionar todas las relaciones interpersonales, condiciona también el como escogemos pareja y esto se torna más clamoroso, en tanto estemos más sometidos a los roles de género establecidos.
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En tal sentido (y recordando que el sexo es el barómetro de medición), las heterosexuales mujeres femeninas tienden a buscar como pareja al más “hombre”, antes que a un buen varón (a quien quieren pero no a quien deben), de allí la percepción, no carente de fundamento, de que a las chicas les gustan los chicos malos, pues se supone que ellos destilan mayor “hombría”. Por su parte, los heterosexuales varones masculinos tiende a buscar a una buena mujer (para su suerte, a quien quieren y a quien deben se da en la misma persona), lamentablemente la mejor mujer resulta ser, la que es más “buena” para un varón machista (una mujer hiposexuada, recatada, sumisa, etc.).
Entre las personas homosexuales, si bien su preferencia sexual los lleva a traspasar los límites del género heterosexista (se supone que los gueis son menos “hombres” y las lesbianas son mujeres “perversas”, malas), entre ellos se dan actitudes mixtas.
Para los gueis sometidos al imperativo masculino, su búsqueda repite el patrón del heterosexual varón masculino (ello explica, por ejemplo, que en los clasificados y chats gueis se encuentre una verdadera obsesión por los varones sin mayor “recorrido” sexual, léase no promiscuos, pues en el fondo, buscan a una buena mujer, sin “recorrido” sexual, a su virgencita). Para los gueis sometidos al estereotipo homosexual, y ello no implica que sean, necesariamente, loquitas y travestis, la mejor pareja es el más “hombre”, quien destile mayor masculinidad (a quien quieren pero no a quien deben).
Para las lesbianas sometidas estereotipo homosexual, su búsqueda de pareja esta dirigida hacia las mujeres que más se aproximen al rol de género femenino machista y patriarcal (por ejemplo, los clasificados y chats lésbicos muestran también, la misma obsesión por mujeres que no tengan mayor “recorrido” sexual, o sea, mas virgencitas), mientras que las lesbianas sometidas al imperativo de género femenino, buscan a una mujer (no necesariamente chito o travesti), que manifieste ciertos caracteres considerados como masculinos, los de la “hombría” (por ejemplo, a una mujer fuerte y dominante).
Es necesario recalcar, que lo aquí expuesto se aplica principalmente, a las personas que estén sometidas, de uno u otro modo, a los patriarcales y machistas roles de genero establecidos.
Si tras leer estos planteamientos se sienten identificados, es momento del autoanálisis, de la introspección y de la búsqueda de un cambio a los propios criterios y comportamientos de género.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

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