lunes, 18 de diciembre de 2017

LOS HOMBRES NO SOMOS VÍCTIMAS DEL PATRIARCADO II.

Amistades mías:

Reciban mis más cordiales saludos.

Contrario a lo que muchos hombres vienen pregonando, los hombres no somos víctimas del patriarcado, como sostuve en el post anterior. Más aun, los hombres no somos víctimas de la violencia de género. De arranque, muchos hombres que sostienen que la violencia de género afecta tanto a mujeres como a hombres parten de un criterio bastante absurdo. Asumen que como la masculinidad es un género, entonces los hombres si sufren violencia de género. Esta visión plana chata y superficial no reconoce que aquella noción (la violencia de género), se remite a un régimen de dominación y opresión especifico, el de los hombres sobre las mujeres, régimen al cual se denomina patriarcado. Por consiguiente, aquella noción hace referencia a la violencia estructural y directa que emana de dicho régimen. Ya sea por ignorancia o por obcecación, quienes sostienen que el hombre es víctima de la violencia de género, pasan por alto que el hombre no está subordinado ni sometido política, económica, cultural o simbólicamente a la mujer. Siendo así, la violencia que pueda sufrir un hombre por su clase, su “raza”, su nacionalidad, su religión, su situación familiar, su orientación sexual, etcétera, no es equiparable a la violencia que sufre la mujer bajo el patriarcado (amén de que la mujer también sufre las otras violencias). Siendo el patriarcado un régimen de dominación y opresión de hombres sobre mujeres, el hombre no es víctima del patriarcado, puede serlo de cualquier otra cosa, de cualquier otro régimen de dominación y opresión, pero no del patriarcado, ni de su “sucedáneo”, el machismo. Con ello no quiero decir que los hombres no seamos afectados por dicho régimen. Claro que lo somos. Tampoco supone que esa afectación no nos haga sufrir. Claro que puede hacernos sufrir. Pero podemos sufrir por cualquier cosa. Afectarnos y sufrir son condiciones inherentes a nuestra humanidad. Ahora bien, ¿las afectaciones y el sufrimiento nos hacen víctimas de algo per se? Abordaré el tema en esta entrada. Para empezar, revisaré las definiciones más básicas de víctima, para trabajar con ellas sin mayores disputas terminológicas.


El diccionario de la RAE define víctima como: “Persona que padece daño o muere por culpa ajena o por causa fortuita. Persona que padece las consecuencias dañosas de un delito.”. El diccionario de Oxford define víctima como: “Persona lastimada, herida o muerta como resultado de un crimen, accidente u otro evento o acción. Persona que es engañada. Persona que se ha sentido pasiva o impotente frente a la desgracia o los malos tratos.”. Wikipedia en español define víctima como: “Una víctima es la persona que sufre un daño o perjuicio, que es provocado por una acción u omisión, ya sea por culpa de otra persona, o por fuerza mayor. Una víctima es quien sufre un daño personalizable por caso fortuito o culpa ajena.”. Por su parte, Wikipedia  en francés define lo siguiente: “Una víctima es una persona o entidad que sufre daño, abuso o perjuicio moral. La persona sufre los malos tratos, las injusticias de otros, o sufre las consecuencias de un accidente, una catástrofe o un cataclismo. El daño sufrido por la víctima puede ser de varios tipos: físico, corporal, psíquico, moral, social o económico.”.

Todas estas definiciones tienen en común que equiparan hechos sociales con hechos naturales. Una persona es víctima en tanto sufre una acción social o un desastre natural. Convendremos que una definición tan laxa no nos resultaría útil, si queremos hacer precisiones en este tema. Puntualicemos entonces. Por ejemplo, la gente muere, es lo natural. ¿Perder un ser querido nos hace víctimas? Algunos dirán que se es víctima del infortunio (una entelequia) o de alguna deidad (una creencia). Pero en stricto sensu ¿quién nos habría victimado? También se habla de ser víctimas de desastres naturales como riadas (huaicos), huracanes, terremotos, maremotos, etc. Pero esa es una visión cultural. Todas las lecturas anteriores parten de antropomorfizar a la naturaleza. Se dota a la muerte o al desastre natural de cualidades humanas y se le responsabiliza del sufrimiento. Igual sucede con los accidentes. Son fortuitos. Por caer de una escalera o resbalar podemos llegar a morir, pero nadie nos habría victimado. Al llamar víctima a una persona accidentada, estamos antropomorfizando el accidente. Diferente sería un accidente provocado por un conductor ebrio. En tal caso, si hay un responsable y consecuentemente si se puede hablar de víctima y victimario. Se darán cuenta que lo que quiero plantear aquí, es que limitemos el uso del término víctima, a aquellas personas que padecieron una acción perjudicial o dañina de manera directa o indirecta, irreflexiva o pensada, pero provocada por alguien concreto. En suma, planteo que aquí limitemos el término víctima, solo cuando haya de por medio un victimario reconocible, sindicable y concreto.

En estos momentos imagino que muchos empezaran a cuestionar esta limitación conceptual, ya que sus planteamientos dependen de manejar un término laxo, difuso, que se aplique a todo y no signifique nada. Sin embargo, esta limitación es más que necesaria, ya que al parecer, mucha gente asume al patriarcado como una persona concreta. Muchas y muchos ven al patriarcado como si se tratara de un ser viviente, lo antropomorfizan y así, lo responsabilizan de todos los males. El patriarcado no es una deidad inmaterial que opera materialmente sobre la gente. El patriarcado es un régimen de opresión, material, concreto, en el cual hay personas que ejercen el dominio patriarcal y personas que padecen su opresión. Si visualizamos al patriarcado como un ente con existencia propia, lo antropomorfizamos de la misma manera en que lo hacemos con el terremoto. Es esa visión antropomorfizadora la que nos permitiría decir, que el patriarcado nos hace daño, nos hace sufrir, fue el victimario y nosotros las víctimas. Pero si asumimos al patriarcado como un ordenamiento social conformado por personas, un ordenamiento concreto, vertical y jerárquico, la cuestión adquiere otro cariz.

A estas alturas, decir que el patriarcado nos victimiza a todas y todos no resulta tan fácil, ya que tendríamos que entrar a detallar como ese orden jerárquico opera para dañar a todas y todos. Tendríamos que explicar que instancias, mecanismos o dispositivos se utilizan para que los hombres seamos víctimas del patriarcado. Desde la mirada antropomorfizadora, el patriarcado se convierte en un ogro que con su maso puede golpearnos a mujeres y hombres por igual. Pero siendo un orden jerárquico humano, es indefectible y necesario tener que plantear que hay un grupo que domina y oprime y otro grupo dominado y oprimido. En ese punto, es muy difícil poder explicar cómo el grupo humano, que se haya en la parte superior de la jerarquía, se domine y se oprima a sí mismo. Sería un absurdo plantear que los hombres son el grupo dominante y dominado a la vez. Habría que hacer verdaderos malabares ideológicos, para plantear como los hombres hacen para oprimir a las mujeres y para, al mismo tiempo, oprimirse ellos mismos.

Mas cuando muchos hombres claman que el patriarcado los domina y oprime también, están remitiéndome a una postura abiertamente machista. Están asumiendo, entre otras cosas, que los hombres no tienen ninguna responsabilidad sobre el dominio y la opresión de las mujeres (ya que ellos también son víctimas). Y es que el grueso de los hombres no sienten responsabilidad alguna de la subordinación y la opresión vivida por las mujeres. Peor aun, bajo el patriarcado la responsabilidad es, socialmente hablando, una cuestión de mujeres. Imagino que aquí algunitxs saltaran hasta el techo y dirán que, por ejemplo, la responsabilidad de mandatos masculinos como el de ser protector y ser proveedor es parte del rol impuesto al hombre por el patriarcado. Mas me temo que la cuestión no es tan simple. Si bien es cierto que hay mandatos de la masculinidad y la feminidad  que exigen ciertas responsabilidades, por ejemplo, protección y provisión al hombre y respetabilidad y maternidad a la mujer, la sanción social y el estigma que acarrea su incumplimiento son claramente diferenciados. El incumplimiento de los mandatos que exigen responsabilidades en el hombre, no supone que se ponga en cuestión la hombría (por ejemplo, los hombres que golpean mujeres y los padres que abandonan hijxs son moneda corriente en todas las clases sociales, sin que ello suponga una perdida sensible en su imagen masculina), caso contrario sucede con las mujeres, en donde el incumplimiento de los mandatos que exigen responsabilidad a las mujeres, si son motivo de graves sanciones sociales y abierta estigmatización (una mujer con una vida sexual libre y un madre que abandona a su hijo se exponen a ser hostilizadas y hasta agredidas en sus barrios, una mujer que sale embarazada puede ser apartada de su colegio o despedida del trabajo, etc.). No se puede dejar de reconocer que el incumplimiento de los mandatos de género que acarrean responsabilidades, no son equiparables entre hombre y mujeres.  

Ello se debe a que los roles de género no se construyen igual. El rol masculino no implican ninguna valoración cualitativa, así, para ser hombre no se necesita ser buena persona (un delincuente o un criminal no pierden sus estatus masculino), en cambio los roles femeninos si suponen valoraciones cualitativas, que, de no cumplirse, ponen en entredicho la condición de toda fémina (una mujer tiene que ser ejemplar para ser esposa; una mujer tiene que ser buena esposa de lo contrario es una mala mujer; una mujer que no asume su maternidad es una madre desnaturalizada, etc.). El peso de la responsabilidad en la socialización y desenvolvimiento femenino es claramente mucho mayor, es omnipresente. A los niños les dan de juguetes pelotas y carritos, a las niñas cocinitas y bebitas. Algo más clamoroso aun, el patriarcado les impone a las mujeres el espacio privado y a los hombres el espacio público, pero mientras las mujeres trabajan en su espacio, los hombres hacen vida social en el suyo (así, si bien los hombres trabajan en espacios particulares, en el espacio público mayormente se reúnen con sus amigotes, juegan pichanga, salen de juerga, etc.). Y nada hace más evidente la irresponsabilidad del hombre y la responsabilidad de la mujer, que la cuestión del embarazo, los machos asumen que es la mujer la que se debe cuidar.

En otros términos, mientras el peso de la responsabilidad en los mandatos masculinos es puntual, particular, en la feminidad el peso es social. Dicho de otra manera, los hombres tenemos responsabilidades particulares, no sociales.  Bajo el régimen patriarcal, los hombres tenemos prerrogativas y privilegios, los cuales son asumidos como naturales. El no tener responsabilidades sociales es una evidente  prerrogativa y un innegable privilegio que tienen los hombres. En este contexto, los hombres no vemos, ni queremos ver, ni asumimos responsabilidad alguna, no solo en relación a la subordinación y opresión de las mujeres, sino también frente a las afectaciones y el sufrimiento que nosotros mismos nos autoinfligimos.  Muchos hombres claman que debido al patriarcado (ese ogro con mazo), los hombres sufren más depresión, más ataques al corazón, se suicidan más, mueren más jóvenes, sufren más muertes violentas, etcétera (curiosamente estos enunciados son, en su mayoría, hechos en tercera persona, convalidando al macho que no reconoce su sufrimiento y vulnerabilidad, sino que la señala como ajena). Eso es innegable, el hombre se ve afectado y sufre por los mandatos del régimen patriarcal, pero lo que no quieren reconocer aquellos que hablan del hombre víctima (o les cuesta), es que la responsabilidad sobre las afectaciones y el sufrimiento que se padecen, no son achacables al ogro con mazo, sino que son responsabilidad de los mismos hombres. En este punto la cuestión se torna alucinante, pues los hombres que más claman por  el sufrimiento de los hombres (dicho casi siempre así, en tercera persona), parece que olvidaran por completo que todo varón tiene voluntad, libre albedrio, conciencia. Y es que resulta más fácil hacerse las víctimas (o decir en tercera persona, que los demás hombres sufren), que asumir la responsabilidad sobre las propias condiciones de vida.

Las mujeres han vivido por miles y miles de años sometidas y oprimidas por los varones. Pero a lo largo de toda la historia siempre han intentado revelarse contra aquel régimen patriarcal. El movimiento feminista que hoy conocemos, lleva ya casi trecientos años de abierta “rebelión” contra el patriarcado. En todo ese tiempo las mujeres han tomado conciencia de su situación de inequidad y desigualdad social, y usando su libre albedrio y voluntad se han organizado y se enfrentan a la subordinación y opresión de los hombres. Han tomado conciencia de que los mandatos de la feminidad patriarcal, como la sumisión y la abnegación, son perjudiciales y dañinos para ellas. Han tenido la voluntad de rechazarlos y por libre albedrio buscan ser libres. Pero para muchos hombres nada de esto es relevante. Según ellos, los hombres están afectados, sufren los mazazos del ogro y ¿aspiran a que las mujeres los liberen? Eso es lo que no queda muy claro de cuando ciertos hombres claman que son víctimas del patriarcado. ¿Qué esperan?, ¿qué la liberación de los hombres del ogro con mazo la realicen las mujeres?, ¿el Estado?, ¿los extraterrestres?, ¿los dioses?

Para los hombres que hablan de que el hombre es víctima del patriarcado ¿cuál es el rol de los hombres en la liberación de los hombres del ogro con mazo? La realidad es que es el propio hombre el que debe tomar conciencia de su situación dentro del régimen patriarcal. Y esa toma de conciencia no pasa por gimotear la monserga de que los hombres son víctimas (dicho siempre así, en tercera persona). Los hombres son plenamente responsables de su situación, del estrés que se provocan por cumplir los mandatos del machismo, de las depresiones a las que nos conduce el no cumplimiento de aquellos mandatos, de las afectaciones a la salud producidas por las demostraciones de masculinidad. Es a los propios hombres a quienes nos corresponde liberarnos de ser machos. Esa es nuestra responsabilidad, de nadie más. Pero el grueso de los hombres no ha asumido esa responsabilidad, por la simple y sencilla razón de que la prerrogativa/privilegio de ser irresponsable pesa más, porque las prerrogativas y privilegios de ser hombre pesan más. Muchos hombres claman que las afectaciones y el sufrimiento que sufren los hombres (dicho en tercera persona), resultan más onerosos y perjudiciales para los hombres (dicho en tercera persona). Sin embargo, semejante planteamiento va en contra de toda lógica. Si las afectaciones y el sufrimiento fueran mayores, no habría prerrogativas y privilegios que valgan. Precisamente las mujeres reconocieron los costos del mandato femenino machista, se rebelaron contra las afectaciones y el sufrimiento que les deparaba el régimen patriarcal y se hicieron feministas. Si los hombres no lo hacen, no se debe a que sean unos pobrecitos alienados victimados por el patriarcado, sino porque sus prerrogativas y privilegios superan con largueza los costos de ser macho.


No hay absolutamente ningún atributo de la masculinidad machista y patriarcal que no acarree un “beneficio” (placer) para el hombre. Por ejemplo, castrarse sensiblemente le permite al hombre dominar y ejercer el poder, el abuso de poder contra la mujer, sin complejos, ni remordimientos (y el uso de ese poder genera placer). La competitividad, ya sea que se gane o pierda, produce adrenalina, que genera placer. Y en este punto seré específico, a los hombres no les importa cuánto estrés puedan autoprovocarse siendo competitivos, pues incluso la sola idea de satisfacción futura, que resultaría de demostrar que se es el más macho, impulsa a los hombres a someterse, voluntariamente, a cuanto peligro se les cruce en el camino. Los piques de motos y autos son un ejemplo, gane o pierda el macho siempre está voluntariamente presto a competir, aun cuando sabe que puede perder la vida en la carrera; igualmente está el prescindir de normas de seguridad, ya sea en el trabajo, en los quehaceres cotidianos, en los juegos, etcétera, puesto que los hombres consideran que no son tan necesarios (desde no ponerse un arnés para subir a un andamio. a no ponerse casco para montar bicicleta). Bajo la masculinidad machista y patriarcal no hay inconciencia, no hay alienación, hay conocimiento de causa, voluntad y libre albedrio. Lamentablemente los hombres que hablan del hombre víctima no quieren reconocer ni la irresponsabilidad, ni las prerrogativas, ni los privilegios. Curiosamente, los tipos machistas, al responsabilizar a las mujeres de las vulneraciones que ellas sufren a manos de los machos, aluden a la conciencia, la voluntad y el libre albedrio (cuando una mujer denuncia acoso dicen: “¿para qué se vistió así?”, “ella provocó”; cuando una mujer es violada se dice: “¿por qué andaba sola?”, ¿por qué salió de noche?, “ella solita se metió allí”, etc.).

Negar que a los hombres nos afecta y nos hace sufrir el mandato masculino del régimen patriarcal resultaría insensato, tan insensato como negar que las prerrogativas y privilegios de la masculinidad machista y patriarcal son mucho mayores que las afectaciones y sufrimientos. De igual manera, los hombres asumimos con conciencia, voluntad y libre albedrio la masculinidad machista y patriarcal y negarlo sería tan absurdo, como negar que los ricos tengan conciencia, voluntad y libre albedrio sobre su privilegiada situación de clase. Precisamente porque los hombres si tenemos considerables niveles de conciencia, voluntad y libre albedrio sobre las prerrogativas y privilegios que nos otorga el patriarcado, es que no podemos hablar de que seamos víctimas (por ejemplo, nadie podría decir que un joven no se da cuenta que a él lo dejan salir de noche y a su hermana no, es claro que se da cuenta, pero lo asume como algo “normal”; muchos hombres también se dan cuenta que en su profesión y en su centro de labores hay más hombres que mujeres, pero prefieren justificarlo alegando que se trata de una cuestión de capacidades). Hay innegables grados de conciencia de los hombres, respecto a la situación de desigualdad e inequidad en la que viven las mujeres, pero prefieren no afrontarlo. Podemos discutir que grados de conciencia, voluntad y libre albedrio manejan los hombres, pero negar que el hombre es responsable, consciente y voluntariamente, de su desenvolvimiento social machista y patriarcal sería absurdo. Sería tan absurdo como negar que los ricos sean responsables del uso de su poder económico.  Al final, si los hombres no tuviéramos ninguna responsabilidad, ningún grado de conciencia, voluntad o libre albedrio sobre las prerrogativas y privilegios que tenemos, usufructuamos y disfrutamos, ya no seriamos tan solo machistas, sino que, además, seriamos unos monstruos. Y si a ese terreno escabroso vamos a llegar, con mucho menor razón seriamos víctimas.

Se despide su amigo uranista.

Ho Amat y León

Imágenes.

1. Imagen tomada de: timetoast.com
2. Imagen tomada de: feminopraxis.com

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