Un año más en que sale la
procesión del señor de los milagros y nuevamente pasa por encima de los derechos de quienes no profesamos esa
confesión cristiana, de quienes no seguimos el cristianismo, de quienes no practicamos
ninguna creencia. No se trata de una exageración, la procesión además de atropellar
derechos ciudadanos (cuando menos el derecho a la tranquilidad y al libre tránsito),
es un abusivo ejercicio de poder de la iglesia católica. Por qué asumámoslo, la
iglesia tiene poder (político, económico, cultural y simbólico) y lo viene
ejerciendo para conculcar derechos ciudadanos y empujar, a sabiendas, medidas
políticas que redundan únicamente en su favor (como cuando la cabeza de la
iglesia católica peruana se pronuncia, políticamente, a favor de las políticas
extractivitas mineras, y en contra de quienes hablan de desarrollo
alternativo). Ese ejercicio de poder se sostiene en una base material, la
iglesia es la mayor propietaria privada del país, propiedades que aquella
institución usufructúa sin que ello le genere el egreso siquiera de un sol por
concepto de impuestos. La iglesia, además, tiene un gran, grandísimo, poder
simbólico, al ser reconocida como un importante referente político, social y
moral. Al respecto, el mes pasado se dio como noticia relevante, el hecho de
que el proyecto de ley de búsqueda de personas desaparecidas en el periodo de
violencia 1980 al 2000, recibiera el respaldo de la Conferencia Episcopal
Peruana (hecho que fue posteado y reposteado en Twitter y Facebook, como algo
resaltante, incluso por gente que se reconoce como laicista). Y otra gran demostración
de poder de la iglesia católica, es sin duda alguna su tradición procesional,
en las que demuestra su poder de convocatoria y de movilización social. Obviamente
este poder simbólico es usado por la iglesia en su propio beneficio, al
reforzar y conservar su predominio sociopolítico social.
1. Alan García rindiéndole culto a la imagen católica del señor de los milagros, en tanto presidente de la República del Perú, desde palacio de gobierno. |
Aquí alguien podría decir que
usar la influencia que se tiene para el bien, no merece cuestionamiento, pero
suponer ello implicaría asumir, ingenuamente, que la iglesia actúa siempre de
buena fe, y que no tiene intereses privativos y/o dobles intenciones (y a
través de la historia, las iglesias cristianas, todas sin excepción, siempre
han demostrado ambiciones de poder). El poder que detentan las iglesias cristianas
le permite tener a la sociedad a su merced y disposición. Y en muchos países,
es el propio Estado el que se lo permite. Así en el Perú la mera separación de iglesia y
estado lisa y llanamente no es real, ni mucho menos plena. El estado laico, de
facto, no existe en el Perú. La espuria constitución del 93 le reconoce a las
iglesias cristianas (pero principalmente a la católica) un rol político social,
que en la práctica acaba con cualquier atisbo de laicidad. El artículo 50 de la
constitución fujimorista dice: “…el Estado reconoce a la Iglesia Católica como
elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le
presta su colaboración. El Estado respeta otras confesiones y puede establecer
formas de colaboración con ellas”. Este pequeño párrafo no es insignificante,
le da a la iglesia el poder de decidir sobre todas las políticas nacionales
(invocando a su rol de formadora histórica, cultural y moral de la nación). De
hecho la iglesia, de manera soterrada, ejerce este poder, como cuando se opuso
al proyecto de unión civil o al de aborto en casos de violación, haciendo lobby
entre las y los congresistas. Pero, para todos los efectos, podría ejercer su
poder directa y abiertamente invocando el privilegio que la constitución le
reconoce (privilegio que la pone por encima de las instituciones estatales y
democráticas). Así, los congresistas del lobby cristiano no necesitarían llegar
al ridículo de citar a Hitler para asumir una postura anti progre, bastaría con
que invocaran la constitución.
Nadie puede negar que las
iglesias cristianas, en el Perú, en muchísimas ocasiones, han usado su poder político,
económico, cultural y simbólico, para tratar de imponer sus posturas e
intereses en relación a la política, la economía, la cultura, etc. Y las más de
las veces lo han logrado. Cuéntese, por ejemplo, el caso de cuando sacaron
miles de personas a las calles a manifestarse en la llamada Marcha por la Vida
y la Familia. A través de esta manifestación masiva y contundente se ejerció
presión sobre las autoridades políticas, para que rechazaran el aborto y el
reconocimiento de las familias homoparentales. Dicho objetivo se cumplió, y con
creces. Indudablemente las iglesias cristianas saben y tienen en claro que
parte de su poder esta en las manifestaciones públicas. Es obviamente poder
simbólico, un poder distinto al político o al económico, pero no menos
determinante. El poder simbólico de las manifestaciones religiosas en público
refuerza, en el imaginario de la gente, la creencia de que las iglesias (y las
religiones) tienen un rol y una función no solo en la sociedad, sino también en
las estructuras del estado. En tal sentido, la presencia de una procesión
católica o una misa evangélica en las calles no hace más que validar y legitimar
aquella creencia (y lo mismo ocurre exactamente con los símbolos y ritos
religiosos en las dependencias públicas). El asunto se torna más grave cuando son
las autoridades del Estado las que participan activamente, en tanto
autoridades, de las manifestaciones públicas de la religión (aquí la creencia
se vuelve peligrosa, ya que se asume que está por encima de la autoridad civil
y de la ley). Si la iglesia no estuviera presente en el ámbito público, su intervención
e injerencia sobre la vida política, social, económica y cultural de cualquier
país simplemente seria nula.
¿Y es malo que las iglesias
tengan presencia, influencia y/o poder en la esfera pública? Si asumimos que
una ideología religiosa particularista (como la cristiana) no es inherente a
toda persona o representativa del sentir toda la población, tendríamos que
admitir que en general no resultaría beneficiosa o cuando menos inocua. Las
religiones implican necesariamente un conjunto de valoraciones ético/morales que
de ninguna manera guardan sintonía con los valores de una sociedad regida por
la ley y el derecho. Situación que se ve agravada cuando las iglesias tratan de
que aquellas valoraciones de sus religiones sean las que rijan la sociedad. A
ello tendríamos que sumar, que las iglesias no son un dechado de virtudes. En
la más de las ocasiones han defendido privativos y mezquinos intereses de tipo
político y económico antes que religioso y casi nunca han sido plenamente respetuosas
de las libertades y el derecho ajeno. En EE.UU. las iglesias evangélicas vienen
boicoteando la educación científica y siempre han avalado el intervencionismo político
y militar gringo. En Latinoamérica la iglesia católica ha avalado dictaduras
genocidas y ha legitimado la brutalidad de sus represiones. En el Perú la iglesia católica viene dando su
venía a las políticas neoliberales y a la conculcación de derechos de
poblaciones indígenas, mujeriles y LGBT’s. En suma, a través de la historia la presencia
de las religiones y sus iglesias en el ámbito público no ha sido precisamente
beneficiosa, todo lo contrario ha sido bastante perjudicial. Y las procesiones
(y misas callejeras) no son la excepción. Negar que las procesiones han sido y
son utilizadas como instrumentos de control, presión y manipulación es una
muestra de ignorancia. El ejemplo más claro y descarado en el Perú de la
instrumentalización de las procesiones en beneficio de intereses políticos
particularistas se dio en 1990, cuando la iglesia católica sacó a procesión al
señor de los milagros y la virgen de Chapi para oponerse a un candidato que
ganó (y lo felicitaron sacando una nueva procesión). Obviamente estos usos se
hicieron con toda la intención de que fueran conocidos por toda la población,
así que nada cuesta imaginar el que la iglesia instrumentalice las procesiones
de manera soterrada, por debajo de la mesa.
2. Pagina de Facebook de dependencia del Ministerio de Cultura, rindiéndole culto a la imagen católica del señor de los milagros. |
Lamentablemente en nuestro país,
Perú, la iglesia ni siquiera necesita cometer sus arbitrariedades de manera
clandestina, ya que cuenta con la venia del estado para actuar a su discreción.
Más aun, el estado cautela sus intereses en detrimento de los intereses de la
población en general (por ejemplo, las iglesias históricas peruanas son
propiedad de la iglesia católica, pero en tanto que son patrimonio histórico de
la nación, su mantenimiento, restauración y reconstrucción en caso de daño no
corre a cargo de los dineros de la iglesia, sino a cargo del dinero del Estado).
De estos beneficios definitivamente no se exceptúa la procesión del señor de
los milagros, que fue declarada patrimonio cultural de la nación por la Resolución
Directoral Nacional (RDN) Nº1454/INC-2005. En otras palabras, en el Perú, las
arbitrarias demostraciones de poder de la iglesia católica son consideradas
¡Patrimonio Cultural de la Nación! Cabe en consecuencia hacerse las siguientes
preguntas: ¿tenemos que considerar las manifestaciones de poder de la iglesia
como patrimonio de todas y todos los peruanos?, ¿qué representa esta
designación patrimonial en costos para el erario nacional?, ¿qué hacemos si la
iglesia vuelve a sacar a las procesiones para apoyar a su candidato favorito?,
¿ello también sería patrimonio cultural de nuestra nación? Como espero que haya
quedado claro hasta aquí, las procesiones no son inocentes manifestaciones del
fervor popular, nada más alejado de la verdad. Las procesiones son instrumentos
de poder de los que la iglesia católica se vale para reafirmar y validar su posicionamiento
político, social y cultural. No cuestionar ello supone seguir asumiendo que la
laicidad del Estado no significa nada y que la iglesia puede seguir interviniendo, a su antojo, en asuntos políticos, económicos, sociales o culturales de la
nación.
Se despide su amigo uranista.
Ho Amat y León.
Imágenes:
1. Imagen tomada de andina.com.pe
2. Imagen tomada del muro de Facebook de la Dirección General de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura del Perú.
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