Queridas
amistades:
Les
envió muchos saludos y buenaventuranzas.
Ser
romántico en el presente es algo que mucha gente valora positivamente, aun
cuando el romanticismo sea una ideología del siglo XIX. Precisamente hace dos
siglos la ideología romántica se impuso en todos los ámbitos de la sociedad
occidental, desde lo macrosocial (como la política y la economía), hasta lo
microsocial (a lo domestico y lo interpersonal). Dicho romanticismo impuso, por
encima de la realidad, una idealización que se encargó de embellecer y
edulcorar las diversas manifestaciones de la opresión y dominación patriarcal y
burguesa. Es decir, que bajo el influjo romántico la opresión y dominación se
convirtieron en ideales universales, en aspiraciones sociales, en modelos de
socialización que supuestamente toda la población debía desear y querer. Para
la segunda mitad del siglo XIX, la ideología romántica fue expectorada de la
mayoría de los ámbitos sociales (la política, la economía, la ciencia, etc.),
pero aún en el presente conserva mucha de su influencia en el ámbito privado,
específicamente en los ámbitos de lo domestico e interpersonal, en las esferas
de lo familiar y lo genérico.
Ahora
bien, dado que el romanticismo enmascara la opresión y la dominación patriarcal
y burguesa, no es casual que la ideología romántica aun mantenga notable vigencia,
en aquellos ámbitos que actualmente son el último reducto, en el que se han
centralizado las disputas y luchas entre conservadurismo y progresía (los
ámbitos de lo familiar y lo genérico). Las implicancias de lo que significó la
implantación del romanticismo en los ámbitos familiar y genérico (allende el
siglo XIX), aun en la actualidad se dejan sentir en la vida de la gente en
general y de las mujeres en particular. En relación a las mujeres, el
romanticismo supuso para ellas una condena, antes que una liberación (para
peor, muchas mujeres, aun en el presente, ordenan sus existencias bajo el sino
de una ideología, que precisamente se ceba sobremanera en su dominación y
opresión). Es en los ámbitos de lo familiar y lo genérico, en donde
precisamente la dominación y la opresión de la mujer fue mejor enmascarada por
el romanticismo.
En
el ámbito familiar, los cambios y transformaciones que se dieron con la
implantación del orden capitalista burgués (fines del siglo XVIII y principios
del siglo XIX), conllevaron a la implantación de un nuevo y predominante modelo
familiar, el nuclear. Bajo el orden social anterior, el feudal aristocrático,
el modelo familiar hegemónico fue el extenso. La familia extensa era un grupo
numeroso y multigeneracional (varias y varios parientes, de dos o tres
generaciones, vinculados a través de diversas relaciones de parentesco y
ordenados alrededor de un jefe familiar, un patriarca). Bajo dicho modelo
extenso, cuyo principal vínculo parental era el de filiación (y no el de
alianza o matrimonio, como ocurre en la burguesa familia nuclear), la familia
se prolongaba, por generaciones, entre todas y todos los miembros de la
parentela (tanto “ascendientes” como “descendientes”), por lo que no había una
búsqueda de “familia propia” (como ocurre con la familia nuclear), sino plena
identificación con el viejo tronco familiar (razón por la que aquí primaba el
origen, la procedencia, la progenie, la estirpe, el linaje, la genealogía, etc.).
Cabe anotar que, para la familia extensa, el matrimonio no fundaba familia,
apenas implicaba “mudar” de filiación.
1.
“La familia Cayetano Fuentes” (1837).
Cuadro del pintor romántico José Elbo.
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Con
el orden capitalista burgués la familia quedó reducida a su mínima expresión, a
un núcleo, conformado por un varón, su cónyuge y su descendencia inmediata. Con
el modelo nuclear el matrimonio recién se erigió en relación fundacional de la
familia (la persona al casarse dejaba su familia anterior y formaba una nueva).
Bajo la sociedad burguesa, el romanticismo convertiría a la familia en un
reducto idílico, en el que, supuestamente, sus miembros alcanzarían la
felicidad. Este mito idílico
quedaría consagrado en la novela romántica y, sobre todo, en los cuentos de
hadas (el final de la mayoría de aquellos cuentos es bastante revelador: “se
casaron y vivieron felices por siempre”). Aquí la mujer, sometida al influjo
romántico, anheló un “caballero andante”, su “príncipe azul” (su “white
knight”, su “charming prince”), con el cual casarse y convertirse en “la madre
de sus hijos”. Esta visión familiar seria, en adelante, no su máxima
aspiración, sino la única.
Pero
lamentablemente, lejos de aquella visión idílica, la familia burguesa no
mejoraría, en sí, la situación de la mujer. En comparación, la familia extensa
brindaba a la mujer mayores mecanismos de protección frente a los abusos dados
entre la parentela. Esto no quiere decir, que con la familia extensa las
mujeres no sufrieran abusos (muchas mujeres fueron tratadas como siervos de la
gleba), pero con la familia extensa las mujeres tuvieron más posibilidades de
conjurarlos (indudablemente eran posibilidades que, a veces, solo quedaban en
eso).
Ahora
bien, la familia extensa, a diferencia de la nuclear, no solo era una unidad de
convivencia, sino que, también, podía ser una unidad de producción. Siendo
así, muchas alianzas interfamiliares tenían un carácter socioeconómico y varias
de ellas se daban a través de matrimonios. Y en la medida en que dichas
alianzas fueran necesarias o ventajosas, las mujeres casaderas o casadas podían
gozar de cierta valía y estimación. Ciertamente la situación podía darse a la
inversa, más en la familia extensa, la mujer no necesariamente se hallaba sola
ante el marido (como si ocurriría en la familia nuclear), podía recurrir al
padre, a los tíos, a las mujeres mayores o al patriarca familiar (como grupo
extenso, toda la parentela podía intervenir, de un modo u otro, en las variadas
relaciones intrafamiliares).
Aquí
es necesario aclarar, que la voluntad de la mujer no se hallaba completamente abolida.
Al respecto, ya el cristianismo primitivo le había reconocido a la mujer, la
potestad de aceptar o rechazar un marido, aunque, con el tiempo, dicha potestad
se halló claramente limitada por la costumbre y los deberes familiares y clasistas.
También se encuentra que, bajo la sociedad feudal aristocrática, la mujer no aspiraba
a grandes amores, al
“amor de su vida”, sino a cuestiones mucho más mundanas, en donde los afectos,
si bien podían considerarse, no eran lo más importante, ni mucho menos lo único
(es recién con el romanticismo que se empieza a pensar que el amor lo es todo).
Antes del siglo XIX, las mujeres bien podían aspirar a mejorar, en varios
sentidos, su situación social (cuestiones por las que una mujer, bajo el orden
burgués y romántico, seria tachada y estigmatizada como interesada, fría y
calculadora).
Con
el pensamiento capitalista burgués llego el romanticismo y con este último el
matrimonio dejó de obedecer a intereses socioeconómico familiares (la gente se
empezó a casar solo “por amor”). Aquí la mujer, alienada de romanticismo, dejó
de preocuparse por su situación socioeconómica, aun cuando dicha situación
quedaba precariamente en manos de una sola persona, el marido. El nuevo orden
capitalista burgués sometió a la mujer, por completo, al dominio socioeconómico
del varón. Así, bajo el orden aristocrático de la ilustración, a la mujer se le
reconoció cierta capacidad de auto administrarse, mientras que, bajo el orden
burgués decimonónico, a la mujer se la supeditó a pleno tutelaje masculino (por
ejemplo, para la aristocracia ilustrada la mujer podía manejar el dinero que le
era asignado y, entre otras cosas, podía comprar su propio vestuario, en tanto
que, para la burguesía victoriana, era el varón quien debía administrar el dinero
e incluso este podía decidir cómo debían vestir su esposa e hija).
Cabe
anotar que sí, bajo el orden capitalista burgués, hubieran primado las premisas
igualitarias de la ideología liberal, la mujer quizás habría adquirido, más
prontamente, la potestad de casarse con quien se le pegara la regalada gana (lo
que implicaba la posibilidad de casarse con quien ellas consideraran
conveniente), pero el romanticismo oblitero por completo esa posibilidad y le
impuso a la mujer una sola “opción”, casarse por amor. En el extremo, algunas
mujeres solteras y románticas, si su familia se oponía rotundamente a un “amorío”,
podían optar por fugarse con el pretendiente, pero ello las entregaba por
completo al susodicho (para la mentalidad burguesa la mujer soltera que huía
con un varón, aun cuando se casara, quedaba deshonrada, por lo que su familia podía
repudiarla, mientras que la familia del “amado” podía tenerla como
despreciable).
El
advenimiento de la sociedad capitalista burguesa, entonces, implicó peoría para
la situación de la mujer. Las mujeres quedaron sometidas a una serie de
mandatos sociales, que hicieron más severa su situación de opresión. Aunque el
romanticismo se encargó de enmascarar la realidad y terminó convirtiendo la
situación opresiva de la mujer, no solo en aceptable sino, también, en
deseable.
En
el ámbito genérico, el orden burgués marginó por completo a las mujeres, las
subordino al poder masculino y las relegó al ámbito privado, a la esfera de lo
domestico (mientras que, en el antiguo régimen aristocrático, las mujeres no
solo tuvieron cierta participación en el ámbito público, sino que, también, llegaron
a ejercer ciertas cuotas de poder en sus comunidades).
Hacia
mediados del siglo XIX, la pseudo ciencia burguesa naturalizó las distinciones
entre mujeres y varones, es decir, que asumió las distinciones de género como
inherentes en la biología humana, a la “naturaleza humana”. Indudablemente
estas distinciones de género tenían un origen más bien social e histórico, el régimen
patriarcal sancionado por el orden burgués. Esto solamente fue posible, gracias
a que la ideología romántica, surgida a finales del siglo XVIII, allanó el
camino para la naturalización del género. La ideología romántica, en primer
término, hizo de la dominación masculina una moralidad y, luego, convirtió dicha
moralidad en aspecto indesligable de la existencia social humana (de ahí a
transformarla en inherente y natural no hubo más que un paso).
2.
“La Condesa de Vilches” (1853).
Cuadro del pintor romántico Federico Madrazo.
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Es
aquí que el romanticismo, enmascaró diversas prácticas de dominación masculina
bajo la forma de un ideal, el de la caballerosidad, ideal que suponía ciertas cuotas
de altruismo y desinterés, que hallaban su más acabada expresión, en el
trato que los varones, supuestamente, debían dispensar a las mujeres. Para el
romanticismo la protección de la mujer se convirtió en la principal de sus
motivaciones (protección que estaría a cargo de una figura superior, dominante:
el “caballero andante”, el “príncipe azul”). La mujer, en tanto debía ser
protegida, era objeto de puntillosos cuidados y atenciones (tenderle la mano
ante un desnivel, abrirle la puerta, acomodarle la silla, mantenerla, etc.). Pero
si la mujer requirió de protección masculina, fue porque el régimen capitalista
burgués la dejó en clara situación de vulnerabilidad, sometiéndola legal y
jurídicamente al varón (poniéndola bajo su patria potestad), y convirtiéndola en
una interdicta a nivel social y económico (al negarle toda posibilidad de
valerse por sí misma).
El
romanticismo, entonces, fue el discurso social que convirtió la dominación
patriarcal y machista, del orden capitalista burgués, en un régimen social
positivo, aceptable, válido y legítimo (trastocando las percepciones hasta el
grado de hacer pasar la fantasía, de novela o cuento de hadas, por realidad). Gracias
al romanticismo, las mujeres asumieron la subordinación femenina como su reivindicación
existencial por excelencia, mientras que el trato “romántico” (verdadero
protocolo social que confería a la mujer, el trato dado a un ser incapacitado o
minusválido), en lugar de ser asumido como degradante, fue considerado como buena
educación, cortesía, galantería, caballerosidad.
Aun
en el presente, muchas mujeres no consideran que la caballerosidad sea muestra
de machismo disfrazado o que el romanticismo encubra relaciones de género
inequitativas. Lamentablemente algunas mujeres consideran aun, que su
realización personal depende de una relación soñada con un romántico galán
caballeresco. Indudablemente, si un varón le grita a una enamorada, existen
serias probabilidades de que en un futuro la golpeé. Y de la misma manera, si
un varón enamora a una mujer tratándola como a un ser dependiente, necesitado
de que le abran puertas, acomoden asientos o paguen cuentas, el más que
probable paso siguiente sería, que en un futuro intente someterla y controlarla, ¡dominarla! He aquí la verdadera esencia del romanticismo, quien tenga oídos,
escuche.
Se
despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes:
1.
Imagen tomada de: foroxerbar.com
2.
Imagen tomada de: es.wikipedia.org
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