Queridas
amistades:
Les
envió muchos saludos y buenaventuranzas.
Meses
atrás, en una reunión amical, en medio de amenas conversaciones, salió a flote
el tema del romanticismo. La mayoría de nosotros asumió que aquel discurso
social, aquella ideología burguesa, era completamente negativa, pero un amigo
se permitió plantear cierta defensa sobre la cuestión. A grandes rasgos el
susodicho arguyó que el romanticismo, había supuesto: “la liberación de la
mujer” (fueron sus términos exactos). Frente a semejante postura, las críticas
no se hicieron esperar y luego de un profuso intercambio de argumentaciones, el
amigo tuvo que puntualizar su idea, limitándola al supuesto de que el
romanticismo había: “liberado a la mujer del contrato familiar” (en los casos
de matrimonio impuesto).
En
aquella conversación, el amigo incurría en dos graves errores, el primero
consistía en disociar el discurso de la realidad (el muchacho parecía dar
completo crédito a los postulados idílicos del romanticismo, sin detenerse a
cuestionar los intereses o motivaciones de tales enunciados). De esta manera,
el amigo postulaba, como ejemplo de la supuesta liberación femenina, el reconocimiento romántico de la voluntad de
la mujer, facultad individual por la que, supuestamente, la mujer podía escapar
a una imposición matrimonial (pudiendo rechazar o aceptar a un pretendiente
designado por la familia). En el extremo, el amigo planteaba que dicha voluntad
quedaba plasmada en la fuga (romántica), es decir, en la escapada voluntaria de
la mujer con su amado (situación que, supuestamente, se daba cuando la familia
se oponía a la relación). Para mayor desconcierto, el segundo error consistía
en suponer que la voluntad femenina, bajo el influjo romántico, era prístina,
inmaculada y por completo libre.
No
tengo palabras para describir mi estupor e incredulidad, por lo que utilizare
las líneas siguientes, en explicar por qué el amigo estaba en el error (lo cual
es en el fondo un pretexto para hablar sobre este tema). El romanticismo no es,
bajo ninguna circunstancia, un discurso progresista, no supuso superación social
de ninguna especie y, más bien, coadyuvo, en notable medida, a la implantación
de una orden burgués dominador y opresivo. La ideología romántica, si bien
surgió como una “reacción” a los postulados de ciertos discursos sociales
desarrollados bajo el antiguo régimen feudal aristocrático (básicamente al
neoclasicismo y al racionalismo de la ilustración), contribuyó, en gran medida,
al aferramiento e inmovilización del nuevo orden capitalista burgués.
Durante
la ilustración (bajo el régimen feudal aristocrático), las clases burguesas,
que disputaban el poder político a las clases aristocráticas, además de
cuestionarles su viejo orden entumecido y anquilosado, postularon a la ciencia
(al conocimiento científico) como el discurso propicio e idóneo, sobre el cual
debía levantarse un orden social nuevo, orden que, supuestamente, regiría a
toda humanidad. Sin embargo, una vez alcanzado el poder (tras las revoluciones
burguesas de entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX),
las clases burguesas hicieron a un lado el talante crítico y cuestionador que
preconizaban antaño y se dedicaron a naturalizar y sacralizar su nuevo orden
social. Para ello, tomaron su capitalista y burgués orden social, lo
esquematizaron y, luego, lo presentaron como forma ideal y definitiva de
organización social. El discurso social que se instrumentalizó como herramienta
de este alienante proceso de idealización (naturalización y sacralización), no
fue otro que el romántico (no es casual que la impronta romántica se dejara sentir
en todos los ámbitos sociales, desde la ciencia hasta los afectos, pasando por
la política y la economía). Al respecto, mientras la burguesía ilustrada del
siglo XVIII postulaba que el estado liberal, era solamente una forma
perfectible de organización política, la burguesía empoderada del siglo XIX
(que además se hallaba saturada de romanticismo), clamaba que el estado liberal
era la forma más acabada de organización política; y mientras la burguesía
ilustrada postulaba que el mercado era una forma racional de organizar la
economía, para la burguesía romántica el modelo cabal de organización económica
no era otro más que el mercado.
1. Pintura romántica: "La Libertad guiando al pueblo", Delacroix (1830). |
En
el terreno de las relaciones interpersonales la situación no fue distinta. Las
interrelaciones familiares y genéricas también fueron naturalizadas y
sacralizadas. El romanticismo no hizo sino convertir las relaciones burguesas
de familia y género en ideales sociales (ideales que no se tomaron como simples
guías referenciales, sino que se erigieron en parámetros ineludibles, en los
que todo ser humano, forzosamente, debía “encajar”). Pero las relaciones
familiares y genéricas que se implantaron bajo el orden capitalista burgués, se
hallaban fuertemente condicionadas y hasta determinadas por el patriarcado
machista (régimen inveterado de poder que perduraba desde tiempos arcaicos,
trascendiendo formaciones sociales y modos de producción). Fueron estas
relaciones familiares y genéricas, impregnadas de patriarcalismo, las que el
orden burgués capitalista impuso como naturales y legítimas.
En
consecuencia, no necesariamente el orden burgués y su régimen romanticista
supuso una superación progresiva de retrogradas y arcaizantes relaciones
interpersonales. Para peor, en las postrimerías del orden feudal aristocrático
(siglos XVII y XVIII) las relaciones familiares y genéricas, sin dejar de ser
patriarcales, habían alcanzado ciertos niveles de equidad social (por lo menos
entre las clases aristocráticas). Así, por ejemplo, las mujeres de la
aristocracia, durante la ilustración, adquirieron notables e importantes cuotas
de autonomía y poder, aunque siguieron subordinadas a los varones de su misma
clase social (el orden burgués suprimió este empoderamiento femenino y las
mujeres no volvieron a alcanzar similares cuotas de autonomía y poder, sino
hasta el siglo XX). En tal sentido, la implantación del orden capitalista
burgués si supuso un notable retroceso en el ámbito de las relaciones
familiares y genéricas.
El
orden capitalista burgués significó, en muchos sentidos, un progreso para los
varones en general (pero principalmente para los varones de las nuevas élites),
ya que el sistema burgués les reconoció derechos y libertades, que antes solo
eran privilegios de las viejas élites aristocráticas. Pero en relación a las
mujeres, el orden burgués no solo las relegó y confinó al ámbito privado, sino
que las sujeto por completo al poder de los varones (en el caso de las mujeres
pertenecientes a las clases aristocráticas, su situación fue mucho más
clamorosa, ya que perdieron todo la autonomía, poder e influencia que habían
alcanzado bajo el viejo orden feudal). Las clases burguesas, entonces, en su
lucha por el poder, y como parte de su enfrentamiento con las viejas clases
aristocráticas (durante los siglos XVIII y XIX, durante las revoluciones
burguesas), repudiaron por completo los estilos de vida aristocráticos (tras
considerarlos libertinos, decadentes y caducos). Ello supuso que los niveles de equidad
social, que se llegaron a plasmar en los estilos de vida de la aristocracia
(específicamente en las esferas de lo familiar y lo genérico), también fueron
repudiados por completo.
En
su repudio por lo aristocrático, el nuevo orden burgués no mostro ningún
talante crítico y en los ámbitos familiar y genérico simplemente “retrocedió” a
formas patriarcales, machistas y retardatarias de organización social. Aquí el
romanticismo coadyuvo no solo a que este desigual e inequitativo nuevo orden de
cosas se implantara, sino que, también, se mantuviera por mucho tiempo. Siendo
así, mientras el orden burgués estuvo bajo el influjo romántico, excluyó a las
mujeres de las libertades y derechos que si le reconocía a los varones y solo
cuando el romanticismo fue expectorado del ámbito político (a mediados del
siglo XIX), las mujeres empezaron a ser reconocidas como sujetos de derecho (no
es casual que sea en la segunda mitad del siglo XIX, que surge con fuerza lo
que se conoce como el primer movimiento feminista, el de las sufragistas).
Cabe
mencionar, que aquel “retroceso” referido anteriormente no fue gratuito. Tras
las revoluciones burguesas de los siglos XVIII y XIX, el nuevo orden social se
consolidó en medio de un proceso de institucionalización marcado por la
severidad, el rigor y el autoritarismo. Al respecto se encuentra que en el
ámbito político, se sucedieron varios regímenes autoritarios, militaristas y
hasta reaccionarios (el régimen militarista en Prusia, el régimen imperial en
Francia, los ministerios de Wellington en Inglaterra, los absolutismos
restaurados tras la caída de Napoleón, el sistema de la Europa de los
congresos, etc.), mientras que en el ámbito cultural descolló, de manera
rotunda, la llamada “época victoriana” (signada por un puritanismo de corte
abiertamente conservador).
2. Pintura romántica: "Episodio de la revolución belga de 1830", Gustave Wappers (1834). |
Debido
a todo ello, el paso del orden feudal aristocrático al orden capitalista
burgués implicó muchos cambios y transformaciones sociales, teñidos con aquel
talante severo, autoritario y conservador. Dicho talante no hacía más que hacer
eco en viejas y retrogradas formas patriarcales y machistas de poder (o en términos
más precisos, el autoritarismo y el conservadurismo burgués apenas eran, en sí,
una actualización de viejas formas patriarcales y machistas de poder).
En
consecuencia, el patriarcal y machista orden capitalista burgués vulneró
gravemente las existencias mujeriles, situación que fue enmascarada plenamente
por la ideología romántica. Gracias a aquella ideología burguesa, la
subordinación y opresión mujeril fue embellecida e idealizada a niveles
francamente inauditos, sin parangón en la historia (al respecto, mientras el
cristianismo medieval convirtió la opresión femenina en prueba de valor y fe,
ante la que solo cabía resignación, el romanticismo convirtió la opresión
femenina en el apreciable y deseable ensueño existencial de toda mujer). El
romanticismo, entonces, fue tan solo la primera escalada ideológica del orden
capitalista burgués, para validar y legitimar la dominación varonil masculina
(dominación que, más tarde, seria refrendada y naturalizada por el saber
científico burgués [ojo no el conocimiento científico]). Aquí yace la verdadera
cara del romanticismo, quien tenga oídos, escuche.
Se
despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes:
1.
Imagen tomada de: es.wikipedia.org
2.
Imagen tomada de: en.wikipedia.org
Mis más sinceras disculpas por el error garrafal en el que incurrí y del que recién caigo en cuenta. Cuando escribí el artículo “La mujer y el romanticismo” lo pensé como un todo (6 páginas de Word en A 4, letra arial 12, a espacio simple), pero por razones que creí practicas lo dividí en dos (asumo que mucha gente no lee textos muy largos en blogs y la plantilla tampoco ayuda). No reparé que la anécdota que coloqué de encabezado, al partir el artículo en mitades, quedaba en el aire y perdía todo sentido y razón de ser, en relación a la parte publicada (así, paso de manera brutal de lo personal y micro a lo social y macro). El amigo que menciono en la anécdota fue el que, en una discusión esta noche, me hizo darme cuenta del error/horror. Para aquellas personas que hayan leído esta primera entrega y tengan la paciencia de leer la próxima, podrán notar que la futura segunda parte recién le da algún sentido a la anécdota iniciática (ese error, desde ya, me obliga a cambiar el encabezado de la próxima entrega, para no hacer tan clamorosa la fractura). Solicitando su benévola tolerancia, les pido que pasen por alto tamaña falla (y les aseguro que haré todo lo posible para que algo así no se vuelva a repetir). Gracias por su paciencia…
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