Reciban
mis saludos y mis mejores deseos.
1. Afiche por los "derechos de los animales". |
En
innumerables ocasiones he sostenido sendas discusiones en torno a la noción de
“derechos de los animales”. Al respecto, varias amistades, unas vegetarianas,
otras críticas a las corridas de toros y peleas de gallos, algunas ecologistas
y unas cuantas poseras, consideran que los animales merecen protección humana
(algo en lo que estoy completamente de acuerdo). Sin embargo, nuestras
discrepancias empiezan cuando ellas y ellos hablan de “derechos de los
animales”. Allí yo sostengo, de manera tajante y concluyente, que los animales
no tienen derechos. Alguna vez un cura, pareja de un amigo, me replicó, que los
animales tienen los derechos que la sociedad quiera reconocerle. Yo simplemente
conteste que ni siquiera la legislación internacional les da ese trato a las
mascotas. Para la justicia y la legalidad de cualquier país una mascota es
solamente propiedad privada (y en el caso de los animales salvajes, la
legislación internacional únicamente reconoce como seres sujetos a protección a
los animales en vías de extinción).
En
general, los derechos, tal como se les entiende en occidente, son, en conjunto,
“facultades” que por sus características, solo resultan aplicables a los seres
humanos (la noción que actualmente occidente tiene sobre los derechos, es
planteada inicialmente por la ideología liberal, hacia finales del siglo XVII,
aunque luego se universaliza). Por intermedio de la noción de “derechos” se
reconoce a cualquier ser humano como persona, es decir, un individuo solo es
persona en tanto se le reconoce como sujeto de derecho (y por ello el
desconocimiento de derechos es una forma de despersonalización y de
deshumanización). Se supone que el tener derechos es universal y absoluto,
todos los seres humanos tienen derechos y no hay persona sin derechos o con
derechos exclusivos o excluyentes.
Siendo
así, hablar de derechos de los animales resulta un contrasentido, pues en los
animales la tenencia de derechos no podría ser, de ninguna manera, universal,
ni absoluta. Cuando se habla de derechos de los animales, se tendría que
empezar a reconocer, que esta facultad apenas resultaría aplicable a ciertos
animales, mas no a otros. Así, por ejemplo, se habla de que los animales tienen
derecho a no ser maltratados, pero todos los animales destinados a la
alimentación sufren muertes espantosas. Aves y mamíferos domesticados son
degollados y dejados en agonía, para que se desangren, ya que si la sangre se
coagula en los cuerpos, da “mal sabor” a la carne (bajo este método los
animales se retuercen hasta morir desangrados). De otro lado los animales
marinos no sufren mejor muerte. Los peces mueren de asfixia y aplastamiento,
luego de que son sacados del agua y amontonados. En el peor de los casos, la
mayoría de los moluscos y crustáceos, para evitar intoxicaciones, son cocinados
vivos, ¡VIVOS! Si cualquier persona fuera sometida a un destino similar, lo más
probable es que la palabra maltrato sería considerada un eufemismo inmoral.
Y
si habláramos de parásitos, roedores (ratas y ratones), arácnidos e insectos,
estos son muertos comúnmente por aplastamiento o envenenamiento, métodos no
precisamente “humanitarios”. Peor aún, la humanidad, hasta la fecha, se ha
venido comportando como parasitaria de los hábitats de otras especies, al grado
de encontrarnos en un proceso de extinción masiva no visto desde el paso al
holoceno. Si habláramos de derechos de los animales, tendríamos que empezar a
reconocer, que la vida cultural humana es responsable, directa e
indirectamente, del “genocidio” de innumerables especies. Al respecto, se
especula que la expansión humana por el mundo originó la extinción de la mega
fauna del pleistoceno, la sedentarización acarreó otra ola de depredación al
medio ambiente (agricultura, deforestación, consumismo, etc.), las grandes
civilizaciones (como la china o la romana) implicaron más extinciones en masa
(tan solo los romanos exterminaron decenas de especies del norte de África, o
sea centenares de miles de animales norafricanos). Y a ello habría que
agregarse la vida de la sociedad moderna, capitalista e industrializada,
responsable de depredaciones y contaminaciones ambientales sin parangón en la
historia (el solo consumo de agua, electricidad y combustibles contribuye,
directa e indirectamente, al mencionado “genocidio” animal).
2. Lazo por los "derechos de los animales". |
Mas
al margen del derecho a la vida, podríamos decir otras tantas cosas del derecho
a la libertad. Los animales destinados al trabajo son prácticamente esclavos.
Equinos, camélidos, bovinos y hasta paquidermos han sido y aun son sometidos a
trabajos durísimos y forzados, habiendo muy pocas organizaciones que protesten
por que algunos animales sean entrenados para la monta, lleven carga o halen arados (y aquí no
basta con decir campantemente, que se sustituyan animales por maquinas, ya que
hay terrenos, trabajos y situaciones económicas que hacen prácticamente
imposible tal sustitución). En el extremo, existe una forma completamente
validada y aceptada de esclavitud animal, la cual no es otra que la tenencia de
mascotas. Aquí muchísima gente protesta diciendo que las mascotas no son
esclavas, sino todo lo contrario, integrantes de la familia. Sin embargo, tener
mascotas ha sido y siempre será una demostración de estatus. En nuestra
sociedad no hay mejor forma de demostrar integración social, “normalidad”, que
teniendo mascotas. Mucha gente puede no tener espacio ni dinero para mantener
adecuadamente un animal, pero aun así tienen perro, gato, canario o lo que
fuere. Para dichas personas es indispensable tener aunque sea un perro en el
techo o un loro en una jaula, pero no hay forma de no tener mascota (y ni que
decir de la gente que tiene mascotas aunque no tenga dinero para darles de
comer).
Aquí
mucha gente me habla del afecto profesado hacia los “animales caseros”. Pero
sería necesario recordar que a través de la historia, la tenencia de mascotas
surgió como símbolo de estatus. Antes de las divisiones sociales debidas a la
estratificación de la sociedad, los animales caseros fueron domesticados para
cumplir un trabajo (así los perros eran guardianes, cuidadores, ayudantes del
pastoreo y la caza, mientras que los gatos erradicaban bichos y roedores de
graneros y casas). Con la profundización de la división social del trabajo, las élites convirtieron a sus perros y gatos en mascotas, en animales que ya no
trabajaban, sino que servían única y exclusivamente para su deleite. Y cuando
la costumbre de las mascotas se popularizó, surgieron los perros y gatos de
raza, además de la cría de animales exóticos (mascotas que el “populacho” no
podía tener). Aquí nadie niega los afectos que las personas pueden mantener hacia sus mascotas, pero ello no desaparece el hecho de que sigan siendo
esclavas.
En
la antigüedad, los amos esclavistas podían tratar bien a sus esclavas y
esclavos humanos. Inclusive un amo podía amar a una esclava, darle trato de
señora, poner a sus demás esclavos a su servicio, pero seguía siendo su
esclava. En el extremo, mucha gente dice que la relación con las mascotas es
preferible a la relación con otras personas, sin embargo, las mascotas no son
responsables de los problemas psicológicos de socialización que tenga cada
quien. Téngase claro entonces, que, en general, las mascotas no son animales libres,
sino simple y llanamente esclavos (amados y bien cuidados pero esclavos al fin
y al cabo).
Sin
lugar a dudas la noción de “derechos de los animales” es cuestionable y
peligrosa por donde se le mire. En primera instancia, porque ella implica,
directa e indefectiblemente, la relativización de la noción de derechos. Esto
en el sentido de que hay unos animales con más derechos que otros y hay
animales con derechos y animales sin derechos. Aquí el mayor peligro proviene
del hecho, de que si se relativizan los supuestos derechos de los animales,
ello podría prestarse a que, tarde o temprano, alguien relativice igualmente
los derechos de las personas. Y esto no es una paranoica exageración, dado que
a través de la historia, muchos genocidios se han perpetrado a partir de la
relativización de la condición humana del otro (sin ir muy lejos, el genocidio
cometido por los nazis se realizó partiendo del desconocimiento de los derechos
de diversos grupos humanos, del desconocimiento de la humanidad de judíos, gitanos,
homosexuales, etc.).
En
segunda instancia la noción de “derechos de los animales” implica,
indirectamente, la banalización de la noción de derechos. Aquí el mayor peligro
proviene del hecho, de que se “manosee” tanto la noción de derechos, que se le termine
vaciando de todo sentido y significado. Y esto no implica la trivialidad de que
se empiece hablar de derechos de las plantas, de las piedras o de los objetos
de propiedad privada, sino de que se empiece a considerar tan vacua la noción
de derechos, que empiece a dar igual el tenerlos o no tenerlos. Y esto no es
otra paranoica exageración, puesto que en la práctica las llamadas minorías
sociales vulnerabilizadas son nominalmente sujetos de derechos, pero de facto
son cualquier cosa menos ciudadanos. En tales circunstancias, las personas
pertenecientes a dichas minorías ven tan ajena la noción de derechos, que
terminan no solo viviendo sin reclamar sus derechos, sino, también, aceptando
su situación de discriminación y marginación como válida y legítima (al
respecto la banalización de la noción de derechos terminaría convirtiéndose en
el más efectivo mecanismo de sometimiento y dominación social).
3. Justo y necesario. |
Como
puede verse hasta aquí, hablar de derechos de los animales resulta
completamente inapropiado. Lo más adecuado es, sin lugar a dudas, la noción de
protección de los animales, es decir, que los animales no tienen derechos, sino
que están sujetos a la protección humana. Indudablemente algunas personas
observaran que se trata de una visión muy paternalista, pero, para bien o para
mal, no hay de otra, dado el hecho de que la humanidad es la especie
predominante sobre el planeta. El que los animales estén sujetos a la
protección humana no es un derecho, es un obligación moral que la humanidad
debería asumir con extrema responsabilidad. El futuro de la vida, tal como la
conocemos en nuestro planeta, depende de que las personas se concienticen sobre
esa obligación moral. Y así como muchas personas hablamos en voz alta de
nuestros derechos, tendríamos que hablar con igual convicción de nuestros
deberes, no solo en relación a otras personas, sino en relación a las demás
especies que habitan en nuestro planeta, especies hacia las que estamos
obligados a proteger y de las que, nos guste o no, somos directamente responsables.
Se
despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1.
Imagen tomada de: wiccabolivia.org
2.
Imagen tomada de: noviviendoenmundovivo.blogspot.com
3.
Imagen tomada de: observancia.blogspot.com
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