Les saludo y les envió mis mejores deseos.
1. Pueblos del mundo. |
Cada vez con mayor frecuencia, y mayor estupor, leo y escucho como las falaces posturas neoliberales, se vuelven parte integral del pensamiento de un número cada vez mayor de gentes. “Ideas” como: a) la de que el desarrollo del país se lograría a través de más inversión extranjera, b) la de que hay que privatizar las cárceles (y, de paso, todos los servicios públicos como hospitales, colegios, etc.), c) la de que la o el individuo decide la cultura que quiere (es decir, la libre elección cultural), etc.
Sobre esta última idea, la de la libre elección cultural, hay que decirlo con todas sus letras, es una verdadera barrabasada (las otras “ideas” también pero no me toca hablar de ellas aquí). Lo peor de todo es que no se trata de una “idea” que solo cale en gentes ignorantes y/o desinformadas, sino que, también, es sostenida por gentes bastante ilustradas e informadas (entre varias y varios, se la he escuchado, por ejemplo, a Mario Vargas Llosa).
El problema, aquí, surge del hecho, de que, aparentemente, las gentes que formulan la “idea” de la libre elección cultural, no entienden o comprenden la real extensión social de la dimensión cultural. Al respecto, la cultura no es, de ningún modo, algo que quede limitado al entorno inmediato de la o el individuo (a sus ideas y creencias personales, a sus usos y costumbres particulares). La cultura tiene una dimensión social importantísima e, inclusive, juega un papel preponderante en el desarrollo de los países, de las naciones, de las sociedades.
En todo el mundo, en el pasado y en el presente, la cultura ha sido parte integral, intrínseca, de la vida social de las poblaciones, de las naciones. Recién en el siglo XIX, con el advenimiento del régimen capitalista burgués, se impuso una separación de los ámbitos sociales, entre lo público y lo privado, separación que se caracterizaba por su delimitada rigidez. Claro está que esta separación no es nueva, pues se encuentra en diversas sociedades y culturas, aunque la línea divisoria entre uno y otro ámbito fue mayormente difusa (más aún, siempre hubo un interrelación notable entre uno y otro ámbito).
Con la sociedad capitalista burguesa la separación se hizo excluyente, de tal manera que se llegó a considerar, que lo público no puede entrometerse en el ámbito privado y lo privado no puede entrometerse en el ámbito público.
En “teoría” esto es así, pero, ciertamente, la realidad es otra. Así, la política, que es parte de la vida pública, se extiende hacia la vida familiar (que es parte del mundo privado de la persona), implicando conversaciones y disputas intestinas o pertenencias partidarias comunes o contrarias. Por su parte, la vida familiar o sexual (que se supone es privada) tiene manifestaciones en el ámbito público (como la de salir a pasear con la familia o la de presentar a la o el acompañante, en lugares públicos, como la o el cónyuge).
Indudablemente con la cultura ocurre lo mismo. Es parte integral de nuestra vida en general, tanto en lo público como en lo privado, en lo político y lo económico, etc. Sin embargo, dado que la cultura es tan común y omnipresente, la mayoría de la gente termina perdiéndola de vista. Consecuentemente, las gentes que se parametran en la esquemática división de lo público y lo privado, terminan asumiendo que la cultura es solo aquello con lo que viven cotidianamente, mientras que en el ámbito público solo habría espacio vacío, tan vacío como supuestamente lo está el universo.
Estas gentes, al perder de vista la cultura presente en el ámbito público, terminan considerando que sus ideas y creencias personales, que sus usos y costumbres particulares, son expresiones de cómo la cultura es algo propio del ámbito privado. Tal ceguera conlleva irremediablemente, a que se desconozca el hecho de que la cultura propia, personal, particular, es, en muchos aspectos, y en gran medida, una clara extensión de la cultura ubicua en el ámbito público. Este fenómeno de enceguecimiento, aparentemente resultaría bastante común, en sociedades desarrolladas y con notables niveles de integración (dígase en países occidentales como Gran Bretaña, Francia, EE.UU., etc.). Pero en sociedades en vías de desarrollo, y con considerables niveles de fragmentación, la cuestión adquiere otro cariz.
2. Países americanos. |
En países con mayores niveles de integración, la cultura “nacional” goza de una gran difusión (por lo que se puede encontrar cierta uniformización cultural), mientras que en países con realidades sociales menos o más fragmentarias la diversidad cultural es clamorosamente patente. Esto último es bastante evidente en las sociedades latinoamericanas.
En Latinoamérica, especialmente en aquellos países con mayor numero de diversidades étnicas y lingüísticas, se aprecia, con mayor claridad, una cultura hegemónica (la occidentalizada) y varias culturas subalternas (las indígenas). En dichos países latinoamericanos, la separación entre la cultura occidentalizada y las culturas indígenas se remonta a la colonia. Así, durante el virreinato, en México y Perú, se establecieron dos ámbitos sociales, uno para la población de origen europeo (denominado “república de españoles”) y otro para la población de origen americano (denominado “república de indios”).
Hasta el siglo XVII, en los virreinatos hispanos, españoles e indígenas compartieron el espacio público, aunque en situación indiscutiblemente jerarquizada (así, la cultura española era hegemónica y las culturas indígenas eran subalternas). Mas a partir del siglo XVIII, tras las reformas borbónicas, se inicio un proceso de erradicación de lo indígena, en un intento de uniformizar las colonias bajo el sino de lo hispano. En consecuencia, se fue desterrando la cultura indígena de los espacios “oficiales”, situación que se mantuvo y consolido con la independencia en el siglo XIX y que perdura hasta hoy.
Este proceso de expulsión, de extrañamiento, de las culturas indígenas acarreo consigo la división del espacio público en dos: uno “oficial” donde se manifestaba la cultura dominante (la occidentalizada) y uno marginal donde se manifestaban las culturas indígenas (los pueblos de indios). Este hecho, entre otros, fue uno de los principales factores que llevaron a que las culturas indígenas en Latinoamérica, fueran despreciadas y discriminadas.
El que, en Latinoamérica, las culturas indígenas no compartan el espacio público “oficial” (de la misma manera que lo hace la cultura dominante), no solo convirtió a lo indígena en marginal, sino, también, en vulnerable. No es casual entonces, que las culturas indígenas se encuentren en peligro de extinción.
He aquí la razón de considerar como barrabasada aquello de la libre elección cultural, pues, en Latinoamérica, a la ceguera ante la propia cultura, se le suma la marginación de las culturas indígenas. Consecuentemente, al perder de vista la ubicuidad de la propia cultura (la dominante y occidentalizada) en el espacio público “oficial” y al no encontrarse expresiones de las culturas indígenas en ese mismo espacio (y bajo las mismas condiciones de desenvolvimiento), las gentes que hablan de libre elección cultural, asumen, erróneamente, que la ausencia de lo indígena en el espacio público “oficial”, es demostración y confirmación de que la cultura es una cuestión privada.
Pese a quien le pese, la cultura no se restringe al ámbito privado, no es solo parte de la identidad privada de las personas. La cultura es una vasto y complejo conjunto de manifestaciones tanto públicas como privadas, por lo que no puede ser reducida a ser objeto de tratamientos excepcionales (ocurridos raras veces). La cultura no puede ser vista y considerada como objeto de competencias exclusivas, de individuos particulares o de empresas privadas.
Toda cultura se manifiesta públicamente, es decir, que es parte del ámbito público (y debe ser parte integral del espacio público “oficial”). Por lo tanto, las diversidades culturales tienen que ser objeto de políticas públicas, deben quedar comprendidas bajo la competencia de los estados y deben tener un trato equitativo en los espacios públicos “oficiales”.
3. Pueblos originarios de Latinoamérica. |
La cultura no puede ser dejada a su suerte, al voluntarismo privado. Toda cultura, para ser fuerte y desarrollarse, necesita de políticas públicas que la protejan y la promuevan (lo que implica, necesariamente, inversión del estado). Por ello, si hablamos de justicia y equidad social, la cultura, las manifestaciones culturales diversas no solo deben ser competencia de los estados, deben gozar, también, de las mismas prerrogativas.
En el Perú, y en Latinoamérica, el futuro de las culturas indígenas (como las amazónicas, las quechuas y las aimaras, etc.) no solo depende de que se deje esa visión privatizante y exclusivista de la cultura, sino que, además, se emplace lo indígena (lo amazónico, lo aimara, lo quechua, etc.) en el ámbito público. Si se quiere avanzar hacia el verdadero desarrollo, si se quieren países más integrados y menos fragmentarios (menos discriminatorios y marginantes), no se puede seguir como hasta ahora.
Se despide de ustedes su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1. Imagen tomada de: laculturaimportaulasalle.blogspot.com
2. Imagen tomada de: trendpak.blogspot.com
3. Imagen tomada de: apc-suramerica.net
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