Queridas
amistades:
Reciban
mis más cordiales saludos y parabienes.
Toda
la gente comparara siempre su cultura con otras bajo la óptica del llamado
etnocentrismo. De manera etnocentrista se compara una cultura con otras,
sobrevalorándose siempre los aportes de la propia cultura (por etnocentrismo se
ve la cultura propia como mejor que las demás). Esta misma perspectiva
etnocéntrica debería tenerse en cuenta, cuando se habla de someter la cultura a
las “leyes” del mercado (debería considerarse el trasfondo implícito de
egocentrismo cultural). Para peor, no se toma en cuenta que, mayormente, en el
mercado, el grupo social más grande contara con más gente y con medios más
cuantiosos para “consumir” cultura, obviamente la propia antes que cualquier
otra.
1. "Lo mio mejor que lo tuyo" |
Esto
plantea una cuestión muy importante, no todas las culturas pueden competir en
las mismas condiciones en el mercado. La realidad es simple, en el mercado, en
gran medida, no hay igualdad de condiciones para que una cultura entre a
competir con otras (y más cuando ya hay culturas bien posicionadas de
antemano).
Tómese
como ejemplo el náhuatl y el quechua, dichas manifestaciones culturales
idiomáticas de Latinoamérica no se hayan en condiciones de igualdad frente al
español, si de competir en los mercados se trata. Comparativamente, el español
es un idioma estatal, mientras que el náhuatl y el quechua son idiomas
comunales. El español es un idioma oficial con todas las de la ley, mientras
que el náhuatl y el quechua son lenguas en gran medida marginales (propias de
culturas marginadas). El español, además, es un idioma con mayores niveles de
uniformización que el náhuatl y el quechua (idiomas con varias ramas
dialectales). Si, por ejemplo, se pretendiera abrir empresas de
telecomunicaciones en español, en náhuatl y en quechua, las y los empresarios de México y Perú encontrarían
que el español, es un idioma empoderado como hegemónico y dominante, mientras
que el náhuatl y el quechua son prácticamente idiomas de gueto.
Siendo
así, el “abrir”, por ejemplo, empresas de telecomunicaciones en náhuatl y en
quechua no resultaría un negocio competitivo. Primero, porque la poca
uniformización de los mencionados idiomas “indígenas” sería un serio limitante,
para crear, por ejemplo, grandes empresas nacionales de telecomunicaciones,
como Televisa o América TV (el capital privado se vería obligado a solo “abrir”
empresas pequeñas, locales y/o regionales). Segundo, porque las empresas que
generan ingresos por publicidad hacen todo su avisaje en español (son raras las
empresas que hacen su avisaje en idiomas “indígenas”). De hecho, en la práctica,
los grandes capitales no invierten en empresas en náhuatl y quechua, puesto que
los negocios en tales idiomas no resultan atractivos, lucrativos.
Esto
es solo un “pequeño” ejemplo de que la cultura, simple y llanamente no tiene
capacidades intrínsecas para competir en el mercado. Y sin un estado que genere
condiciones de equidad, poner dos culturas a competir (en el mercado), equivale
a condenar a una de ellas a su desaparición.
Aquí
el neoliberalismo alega que el mercado, a través del consumo, genera “nichos”
especializados, en los que determinados productos pueden sobrevivir. Más los
llamados “nichos” son solo operativos, en tanto se trate de productos pasibles
de convertirse en objetos de compra y venta (peor aún, los “nichos”
especializados solo existen en tanto haya capacidad de consumo). A todas luces
esta postura no contempla, el hecho de que la cultura está plenamente integrada
a nuestras vidas, la cultura se practica, se ejerce, se vive, no solo se compra
y vende, no solo se consume. Si se toma el folklore como ejemplo, este, en
tanto manifestación cultural de un pueblo, se cultiva como experiencia
vivencial y se desenvuelve en los espacios públicos de la comunidad, no en
locales privados (históricamente aquellas manifestaciones culturales que se encierran
en ámbitos privados, terminan siendo ajenas a las grandes masas y pueden
devenir en elitistas, como la música “clásica”, la ópera, el ballet, etc.).
Limitada
al mercado, toda manifestación cultural no convertible en producto mercantil
simplemente perecería, mientras que aquellas manifestaciones culturales que se
“conviertan” en mercancías, lidiarían con dos hechos ineludibles. El primero es
el de la estandarización. No hay en el mercado producto alguno que no presente
diversos grados de estandarización. Siendo así, la cultura, para sobrevivir en
el mercado y buscarse su “nicho”, se vería obligada a desnaturalizarse (el
ejemplo más claro es el de la llamada “world music”, música que ha sido
estandarizada para comercializarse, eliminando las tonalidades polifónicas que
no resulten gratas o inteligibles al oído comercial occidental). El segundo es
el tipo de rivalidad comercial. Sin un “nicho” propio, la cultura tendría que
entrar a competir con lo masivo. En el mercado, cualquier manifestación cultura
sin “nicho” entraría a competir inevitablemente con lo genérico y lo comercial
(esto sería como tratar de venderle música barroca y literatura existencial, a
un público que consume habitualmente música plástica y best sellers).
La
postura neoliberal no contempla, que el mercado, por sí solo, difícilmente (por
no decir de ninguna manera) generaría condiciones justas para que toda cultura
pueda sobrevivir en competencia con otras. Ergo, la cultura no puede quedar
limitada exclusivamente al mercado y a la inversión privada.
Fuera
de la órbita del estado (que tiene que ver con lo público, lo oficial y lo
formal), cualquier cultura caería en la informalidad y la marginalidad. Ese ha
sido, precisamente, el destino de muchas culturas “indígenas” en los estados
occidentales y occidentalizados (cuéntese la cultura maorí Nueva Zelanda, las
culturas bantúes en Sudáfrica, en México lo náhuatl, en Perú lo quechua, etc.).
Inevitablemente, en la marginalidad, las culturas pierden brío y fuerza, sus
niveles de calidad decaen y prontamente pasan a mejor vida (es el camino que
han enfrentado todas las culturas sometidas, relegadas y marginadas).
Y
con respecto a las manifestaciones culturales específicas, estas no escapan a
lo anteriormente planteado. Todas las manifestaciones artísticas, como la
música, la literatura o el cine, son manifestaciones culturales y requieren del
apoyo estatal. No hay una sola manifestación artística (por mas individual que
sea) que no esté inscrita en una determinada cultura. El mito de la creación completamente
individual es una farsa. Un poeta, por ejemplo, utiliza un idioma, una lógica,
unos referentes sociales que son propios de su cultura y que hacen inteligible
su obra. En consecuencia, plantear que las manifestaciones artísticas, como la
música o el cine, no solo no requieren de apoyo estatal, sino que, además,
deben someterse, exclusivamente, a las “leyes” del mercado, termina siendo una
posición fundamentalista neoliberal que colisiona con la realidad.
Tomando
como ejemplo al cine, la cinematografía estadounidense es presentada como
muestra de un cine, digamos, “acultural” y plenamente sujeto a las “leyes” del
mercado. Sin embargo, aquí se olvidan dos cosas primordiales. Primero, que el
cine estadounidense no siempre fue así. El actual cine “yanqui” es el resultado
de la compra de los grandes estudios cinematográficos por parte de las grandes
corporaciones comerciales (entre las décadas de los 70’s y 80’s). Por ello hay
un notorio quiebre estilístico entre el clásico cine de estudio hollywoodense y
el actual cine comercial estadounidense. Segundo, que la sociedad
estadounidense hizo de la cultura comercial su cultura nacional (en otras
palabras, la actual cultura estadounidense es eminentemente comercial).
2. Cultura comercial. |
Del
otro lado del atlántico, en Francia, gracias al apoyo estatal, se desarrolló,
desde décadas atrás, una importante cinematografía, con marcadas
características (no solo estilísticas) que permiten hablar, sin temor a
equivoco, de una cinematografía nacional francesa.
Las
cinematografías de Estados Unidos y Francia son los ejemplos más contundentes
de como la producción de cultura pasa por la esfera público estatal. Mientras
en Estados Unidos ciertas medidas políticas y legales (que delimitaban y
limitaban el papel del estado) permitieron que lo comercial se hiciera parte
importante de la cultura estadounidense (medidas políticas y legales tomadas
por el estado); en Francia el apoyo estatal a la cultura permitió que el arte
“capturara” ciertas valoraciones identitarias propias de la cultura francesa.
Uno de los resultados más patentes de este tratamiento diversificado, es que
mientras el cine francés aun da muestras de creatividad y singularidad, el cine
estadounidense es cada vez más repetitivo y menos original (la tendencia
predominante consiste en copias, versiones y adaptaciones de toda laya).
En
suma, cuando el neoliberalismo sostiene que la cultura debe quedar sujeta a la
inversión privada, no deja de ser una postura muy arbitraria. La postura
neoliberal se torna preocupante, en tanto es expresión inconsciente de un
intento nada inocente de dominación cultural. Las y los neoliberales son, ante
todo, sujetos culturales y, en gran medida, están imbuidos por una corriente
cultural, que se encuentra a caballo entre las culturas occidental y comercial.
Las y los neoliberales, entonces, son agentes de la cultura occidental y
comercial. La postura de sujetar la cultura al libre mercado se torna perversa,
cuando deliberadamente tales agentes, en tanto representantes de la cultura
occidental y de las empresas comerciales, son, principalmente, quienes se
oponen y hacen lobby contra cualquier medida, que le permita al estado asumir
la cultura como una más de sus competencias (y, sobre todo, cuando se trata de
financiar manifestaciones culturales no occidentales, ni comerciales).
Toda
oposición a que el estado financie manifestaciones culturales distintas a las
culturas: occidental (que se encuentra inserta en el aparato estatal de las
llamadas democracias liberales) y comercial (que cuenta con el apoyo financiero
de las grandes empresas comerciales) conllevaría, forzosamente, a la dominación
cultural (a la imposición de la cultura occidental y comercial).
La
legislación internacional y los estados reconocen el derecho de toda persona (o
grupo de personas) a la participación cultural en su sociedad, lo que implica
que el estado debe asegurar las condiciones necesarias, para que las diversas
manifestaciones culturales tengan las mismas oportunidades de expresión. La
financiación estatal a la cultura es, en sí, el único medio por el que la
diversidad cultural pueda convivir y quedar plasmada en la sociedad.
Todo
esto significa, que la cultura si debe ser una esfera que reciba apoyo y
financiamiento del estado y no solo quedar restringida y/o limitada a la exclusiva
inversión de capitales empresariales. La cultura se desenvuelve en todo el
espacio social, en todas las instancias sociales (tanto en el ámbito público
como en el privado). Y dado que la cultura se manifiesta en ámbitos que son
responsabilidad del estado, ella queda, indefectiblemente, dentro de sus
competencias. Reducir la cultura a uno solo de los ámbitos sociales (ya sea el
público o el privado) equivale a constreñirla, disminuirla y mutilarla,
conduciría, a la larga, a su extinción.
Se
despide su amigo uranista.
Ho.
Imágenes.
1.
Imagen tomada de: xenesememes.blogspot.com
2.
Imagen tomada de: jene-saisqua.blogspot.com