lunes, 29 de marzo de 2010

MITOLOGÍA CRISTIANA.

Amistades mías:
Les envió mis saludos y mis mejores deseos.

El siglo pasado, cuando escribía un artículo sobre homosexualidad y religión, una amiga, que me había hecho el favor de revisármelo, quedo bastante extrañada ante mi referencia a la biblia como un libro de mitología.
Sus reparos ante tal aseveración iban por el lado, de que la noción de mitología era minusvalorante.
Obviamente si partimos de la visión de que mitologías son las creencias africanas, hindúes, andinas, etc., pero jamás las cristianas, entonces estamos mal. Me limitaré a una noción bastante genérica de mito, como un relato oral o escrito (poético o narrativo) de proporciones mayormente sobrenaturales y que da cuenta de la cosmovisión de una determinada sociedad, algo que implica sus particulares cosmogonías y antropogonías.
Claro está que esta definición incomodara y molestara a aquellas personas que ven la biblia como un libro de verdadera historia, algo que, hasta ahora, carece de un serio sustento científico social.
La “Santa” Biblia es el eje central de la mitología cristiana, lo que quiere decir que hay relatos mitológicos cristianos, provenientes de otras instancias como la tradición. Más no se crea que estos relatos son de exclusiva manufactura judeocristiana. Nada más alejado de la verdad.
Los relatos bíblicos son compilaciones de fuentes varias, de tradiciones disimiles entre sí, contándose entre las principales, la tradición del próximo oriente (sumeria, acadia, babilonia y persa) y la tradición helenística.
Estas tradiciones heterogéneas se reunieron, se yuxtapusieron, se fundieron en un hibrido, en una nueva tradición religiosa, que dio por resultado la mitología cristiana que hoy conocemos.
Este tipo de hibridación religiosa es conocida como sincretismo y sus ejemplos más notables y conocidos son: a) la celebración de la navidad no en abril, como lo hacían los antiguos cristianos, sino el 25 de diciembre, fecha en la que los romanos celebraban las saturnales. b) el culto politeísta a deidades prehispánicas sobrevivió subrepticiamente en diversos poblados de Latinoamérica, a través de la devoción de vírgenes y santos (en las llamadas fiestas patronales).
Volviendo a la Biblia, la mitología cristiana toma de la tradición del próximo oriente, específicamente de la tradición mesopotámica (sumeria, acadia y babilónica), no solo el estilo literario (tanto el génesis como el éxodo son deudoras del estilo narrativo de la epopeya de Gilgamesh, sino, también, varios de sus personajes. Así, la pareja fundacional conformada por Adán y Eva, no es más que la actualización de la pareja fundacional conformada por las deidades sumerias An y Ki. Por su parte, el relato de Caín y Abel se remite a la diada divina conformada por Enten (el invierno) y Emesh (el verano), dioses antropomórficos cuyas labores eran: uno los animales y el ganado (Eten/Caín) y otro las cosechas y la agricultura (Emesh/Abel), y que terminaron en una gran disputa.

También se encuentra que el Noé bíblico, es un personaje que corresponde al sobreviviente del diluvio según la tradición mesopotámica, el llamado por los sumerios Ziusudra y por los acadios y babilónicos Utnapishtim (ojo, aquí la creencia en el diluvio es tomada por los hebreos de la tradición mesopotámica).
Otro personaje es Moisés, quien, según el antiguo testamento, fue salvado de las aguas tras ser abandonado en un canasto, relato consignado en la epopeya de Gilgamesh, en el que es este último personaje el que resulta salvado, con su canasto, de las aguas fluviales.
Para muchos defensores de la historicidad bíblica no importa que la tradición mesopotámica sea más antigua que la hebrea. Al respecto, la cultura sumeria, según la data arqueológica, se remonta, aproximadamente, a los 3,500 años antes de Cristo (en adelante A.C.), mientras que los hebreos recién aparecen en la historia en el siglo IX A.C. Y mientras la epopeya de Gilgamesh, en sus escritos más antiguos, se remonta a mas de 2,000 años A.C., la Biblia recién se empezó a escribir en el siglo IV A.C. claro que para los defensores de la historicidad de la Biblia, los mitos de otras culturas son pruebas de la veracidad bíblica.
Más contundente aún, es el hecho de que en la Biblia, en el antiguo testamento, se reflejan costumbres consignadas en antiguos textos de diversos pueblos mesopotámicos, como babilónicos, amorreos, hurritas, etc. (Aquí no se puede alegar, que los antiguos pueblos mesopotámicos tomaran esas costumbres, de un pueblo hebreo que, en esas épocas, no evidencia ninguna prueba material de su existencia).
Ahora, de la mitología persa, el judaísmo primero y luego el cristianismo tomaron la visión creacionista consignada en el génesis (anótese que el contacto de los hebreos con los persas data del siglo VI A.C.). Fue el dios Ahura Mazda quien creó el universo de la nada. Al respecto, las deidades mesopotámicas e incluso las griegas no son creadoras sino ordenadoras, pues hacen surgir del caos el universo (en las tradiciones mesopotámicas y helenísticas el caos es el continente potencial del universo). Aún así, en la Biblia queda un vestigio de esa antigua visión ordenadora. En el relato del génesis el dios Yahvé no crea las aguas, sino que estas preexisten a la creación (tal como sucede en las tradiciones mesopotámicas).
Otra deuda con la tradición persa es la de la pareja fundacional, conformada por Mashye y Mashyane, quienes no solo surgen de la tierra (recuérdese que Adán fue creado de la tierra), sino que, además, son tentados por el maligno (Ahrimán, el dios persa de la oscuridad), para cometer el primer pecado de la humanidad (clara referente del pecado original Adán y Eva).
Con respecto a la tradición helenística, sus improntas son más que notables en la Biblia. Así, la tradición griega también cuenta con una pareja fundacional: Epimeteo y Pandora. En su “historia”, la mujer la mujer desobedece al dios padre, Zeus, y por su falta sufre la humanidad.
Pero es en el nuevo testamento donde la influencia helenística se hace más patente. En el nuevo testamento el Jesús histórico es eclipsado por el Cristo mitológico hasta opacarlo por completo.

Haciendo algunas contrastaciones, se encuentra que: el Jesús histórico nació en Nazareth (por ello lo llamaban nazareno), mientras que el Cristo mitológico nación en Belén. El Jesús histórico era hijo de judíos, mientras que el Cristo mitológico es hijo del dios cristiano. El Jesús histórico era un profeta, mientras que el Cristo mitológico es el Mesías. El Jesús histórico fue muerto a manos de los romanos, mientras que el Cristo mitológico murió por culpa de los judíos.
Sobre las dos últimas contrastaciones, se hace necesario puntualizar ciertas cuestiones. Muchos judíos, entre quienes estaban los primeros cristianos, vieron a Jesús como un nuevo profeta (entre los mesopotámicos, sirios, palestinos y egipcios un profeta era alguien con poderes para descubrir los designios divinos). Téngase presente que tras la destrucción del reino de Israel y el sometimiento del reino de Judá, profetas como Isaías, Ezequiel o Daniel pregonaron contra el dominio extranjero y precisamente Jesús pregonaba contra el colaboracionismo hacia Roma. Esta imagen de Jesús como profeta es recogida por la tradición musulmana, que lo ve como el penúltimo profeta antes de Mahoma.
Cabe aclarar, que la figura del profeta también es bastante arquetípica, por lo que no es de extrañar que los milagros atribuidos a Jesús, son una notoria magnificación del arquetipo del profeta (los profetas, al igual que Jesús, también hacían milagros: Elías y Eliseo multiplican la harina, el pan y el aceite, además de resucitar muertos, mientras que Isaías cura enfermedades).
Con relación a la muerte de Jesús/Cristo, los judíos no mataron a Cristo, ya que, considerando al nazareno como hereje, lo hubieran lapidado como hicieron con Esteban, el primer mártir del cristianismo. Fueron los romanos quienes dieron muerte a Jesús, a quien se le aplico el castigo por sedición. Este cambio se explica a razón de que el cristianismo, se expandió entre los romanos, quienes no se culparían a sí mismos por la asesinato de su deidad (los judíos, entonces, terminaron siendo el perfecto chivo expiatorio).
Más si la imagen de Jesús venía haciéndose arquetípica, el contacto de los judíos cristianos con las poblaciones helenizadas del oriente mediterráneo terminó por helenizar la imagen del nazareno y convertirla en el Cristo que se conoce actualmente. Cristo es la imagen sincrética del Jesús histórico con diversas deidades grecolatinas, específicamente Adonis, Dionisio y Apolo, de quienes provienen muchos de los atributos del Mesías.
El paralelo de Cristo con Adonis es bastante notable. Sobre Adonis cabe destacar que fue un dios grecolatino de origen oriental, semita.
Ahora, los antiguos judíos se referían a su dios Yahvé, en la Tora (el antiguo testamento), con una variante del nombre del dios Adonis, específicamente con la raíz "Adon" que significa "señor" o también con la palabra "Adonai", que significa "señor de señores" (Adon y Adonai son términos comunes en varias lenguas semíticas). Mas tarde, los primeros cristianos, judíos de habla semítica al fin, también se refirieron a su nueva deidad como señor o señor de señores (y de ahí los términos pasaron a designar a Cristo).
De Adonis además, Cristo toma la belleza física, pues, según el antiguo testamento, el mesías no tendría un físico que lo destacara e incluso seria feo, pero para la tradición griega, la belleza es un atributo prácticamente necesario en las divinidades.
Otro paralelo es el nacimiento en Belén. Para los judíos, el pueblo de Belén tenía cierta condición sacra heredada de los cananeos (quienes tenían allí un oráculo), razón por lo cual la asumieron como el lugar de nacimiento del mítico rey David y del futuro mesías. Cuando llegaron los romanos, asumieron el oráculo de la gruta de Belén como oráculo del dios Adonis y, más tarde, el emperador Adriano transformó la zona de la gruta en un bosque con un templo pagano.
Un paralelo más, es el de la muerte y resurrección de Adonis, al igual que Cristo.
Del dios Dionisio se puede decir otro tanto. El paralelo entre Dionisio y Cristo empieza con su posición divina. Ambos, Dionisio y Jesús, son hijos de Dios Padre, pues Júpiter es un Deus Pater "Dios padre".
De Dionisio se toma también, la relación de Cristo con el vino. Primeramente recuérdese las bodas de Canaán, donde Cristo multiplica el vino. En la ciudad de Elis, durante la fiesta de Dionisio, los sacerdotes dionisiacos colocaban tres tarros en una habitación sellada y al día siguiente, estos aparecían “milagrosamente” llenos de vino. Mientras que en las ciudades de Andros y Teos el agua que brotaba de las fuentes del templo de Dionisio, cambiaba a vino en los días festivos, 5 y 6 de enero (las Bodas de Canaán se ubican en el 6 de enero en el calendario cristiano). Segundamente, en la liturgia cristiana, las creencias rituales de beber la «sangre» de Jesús fueron influidas por el culto a Dionisio (en la celebración de los misterios dionisiacos, conocidos mayormente como bacanales, el ritual sacramental se consagraba con vino).
Además, Dionisio resucita tras su muerte, por lo que, al igual que Adonis y otros dioses de las antiguas sociedades agrarias (como el Egipcio Osiris), Cristo solo responde al arquetipo de vida, muerte y renacimiento de las deidades (que son un eco de la vida agrícola de las plantas a través de las estaciones).

Por último, del dios Apolo Cristo toma otros tantos caracteres helénicos. Para la época de Cristo, entre griegos y romanos el dios Apolo era representado bajo la imagen de un dios sol (Apolo Helios) y más tarde, los primeros cristianos representaron a Jesús bajo la imagen de un Cristo Solar (estas imágenes plagarían las antiguas iglesias y templos de los primeros cristianos).
Otro paralelo son los atributos divinos de Apolo. Ellos son: la luz, la verdad y la curación, atributos con los que hoy se conocen a Cristo.
Al dios Apolo se le veneraba también con laureles y palmas (recuérdese la entrada “triunfal” de Cristo a Jerusalén, en medio de una multitud que lo recibía entre arcos y alfombras de laureles y palmas). Además, entre los cargos custodios de dicho dios estaba el de ser patrón defensor de rebaños y manadas (recuérdese la visita y veneración de los pastores en el nacimiento de Cristo).
Obviamente para los defensores de la historicidad de la Biblia, estos y otros datos no son lo suficientemente concluyentes, para considerar al texto bíblico como mitológico. Sin embargo, parafraseando al libro de las revelaciones: “quien tenga oídos, que escuche”.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. La Creación de Eva (Capilla Sixtina) por Miguel Ángel (entre 1508 y 1512). Imagen tomada de: artbible.info
2. Cristo entronizado, icono ortodoxo contemporáneo, anónimo. Imagen tomada de: orthodoxresource.co.uk
3. Cristo representado como Sol invicto, siglo III/IV D.C., necropolis romana del Vaticano. Imagen tomada de: laveredadepuebla.wordpress.com

lunes, 22 de marzo de 2010

LA LÍNEA DE LA BELLEZA.

Queridas amistades:
Reciban mis mejores saludos y parabienes.

Hace un buen tiempo atrás, en un foro de discusión de esos que abundan en internet, alguien lanzo una pregunta abierta a todas y todos los lectores: ¿cuál es tu tipo?, refiriéndose, claro está, al físico que más le resultara atractivo a la lectora o el lector.
Las respuestas fueron bastante variopintas, pero, aún así, me dejaron un muy mal sabor de boca, pues si bien en el temario (¿cuál es tu tipo?) muchas y muchos pretendían romper con la visión romántica de la persona ideal, perfecta, sin querer caían en aquello de lo que pretendía apartarse, la señalización de un tipo físico específico, ideal (perfecto para una o uno).
Aclarando la cuestión, mucha gente, el común de los mortales (incluidas las y los participantes del foro mencionado), al señalar un tipo físico objeto de sus gustos, se aproxima, en menor o mayor medida, al arquetipo de belleza, fijado por la sociedad occidental. Dicho arquetipo de belleza es, básicamente, el de la gente leucoderma, caucásica, blanca, europida o como quieran llamarla (no es casual que en muchos países latinoamericanos, muchas gentes consideran a las personas blancas, como indefectiblemente guapas, atractivas, bellas, etc.).
También hay otras gentes, mortales menos comunes (incluidos algunas y algunos participantes del foro arriba mencionado), que pretenden romper con el arquetipo de belleza predominante en occidente, a través de la definición de tipos físicos alternativos, menos occidentales, nada convencionales.
Si digo que pretenden, es porque las dimensiones en las que se manifiesta el gusto, van más allá de las formas superficiales e implican cuestiones puntuales de fondo.
Me explico, nuestras apreciaciones hacia la belleza no solo tienen que ver con las formas, sino, también, con las propias apreciaciones.
Al respecto, una breve contextualización de estas cuestiones, me permitirá ser más explícito y claro sobre este asunto.
Con anterioridad a la implantación de la sociedad de consumo capitalista, los patrones de belleza (que de por si varían de una sociedad y cultura a otra) eran detentados por las élites dominantes o hegemónicas, es decir, que eran las élites de cada sociedad y cultura, las que imponían, en menor o mayor medida, los criterios sobre quién y que es bello o no.
Más en la sociedad de consumo capitalista, la élite ya no decide, directamente, cuales son los patrones de belleza, sino que dichos patrones son establecidos, por las instancias encargadas de administrar el consumismo imperante.
Un ejemplo de ello nos lo daría una comparación de la belleza femenina en el medioevo y en la época actual. En el medioevo, las pinturas de las vírgenes eran el vivo retrato de lo que se consideraba belleza femenina en aquella época. Las vírgenes eran la imagen del espejo de las mujeres aristocráticas (con la languidez y palidez mortecina que las caracterizaba). Por su parte, en la época actual, las bellezas del cine, la televisión o las revistas, no son, para nada, la imagen de las señoras burguesas, sino, más bien, de las jovencitas blancas desclasadas en general (más aún, artificiales a punta de cirugías).


Pero allí no termina este asunto. Si bien la sociedad de consumo capitalista ha condicionado y hasta determinado, las nociones estéticas que rigen y regulan los patrones de belleza y las formas exteriores de lo atractivo, es el patriarcado el que condiciona y hasta determina como apreciamos la belleza y lo atractivo.
En tal sentido, el patriarcado, a través del género, socializa a las personas de diferente manera, algo que se extiende hacia nuestras apreciaciones estéticas en general. Así, en occidente, la distinta socialización llevó a que las mujeres apreciaran la belleza en forma focalizada, mientras que los varones aprecian la belleza en forma periférica. Esto quiere decir, que mientras las mujeres apreciaban la belleza de las parte, los varones aprecian la belleza en su conjunto (en términos más simples, las mujeres embellecen a partir de características particulares, mientras que los varones afean si una característica “desentona”).
Sin embargo, la dilución de los roles de género y el fortalecimiento de la sociedad de consumo (desde mediados de los 80’s), han llevado a que el modo masculino de apreciación estética se imponga, en detrimento de otros modos de apreciación ya sean femeninos o culturales.
La imposición, en la sociedad de consumo capitalista, del modo masculino de apreciación de la belleza, se manifiesta a través de la fijación exclusiva y excluyente de tipos físicos específicos, algo que llega, incluso, a niveles de especialización.
Así, en nuestros días, se encuentra, sin ningún problema, a muchas gentes que, por gustar, hacen dietas martirizantes, se ejercitan hasta desfallecer y se operan infinidad de veces, con tal de aproximarse al modelo ideal de belleza dictaminado por el consumismo capitalista. Igualmente, sin ningún problema se encuentran gentes, que se parametran (se especializan) en gustar únicamente, de aquellas personas que se vean como dicta el consumismo capitalista.
Lamentablemente, este modo masculino de apreciación estética se ha extendido notablemente, sobre diversas comunidades que pretende romper con los patrones de belleza predominantes en occidente.
Al respecto, se encuentra como en ciertos grupos contestatarios, como el de las personas que practican las modificaciones corporales (tatuajes, piercing, etc.), o en ciertas subculturas alternativas, como la de los bears (osos) entre las poblaciones gueis, se fijan fenotipos físicos, casi exclusivos, casi excluyentes, en los que luego buscan especializar sus gustos estéticos.


Cabe reconocer que romper con los patrones estéticos patriarcales y consumistas no es tarea fácil, más aún cuando dichos patrones estéticos son parte de la socialización en la que estamos inmersos cotidianamente.
Sin embargo, si es necesario abrirnos a nuevas formas de belleza, a nuevos modos de apreciación estética, que no sean tan exclusivos ni excluyentes, como lo son los que predominan en occidente.
Abrirnos a nuevas formas de belleza, a nuevos modos de apreciación estética, contribuye, indudablemente, los niveles de discriminación y marginación que existen en nuestras sociedades.
Quizás el ideal romántico según el cual, las personas deben valer más por sus cualidades éticas antes que las estéticas, no sea del todo desproporcionado.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Virgen y niño entronizados con seis angeles (siglo XIV). Pintura de Allegretto Nuzi. Tomada de: 1st-art-gallery.com
2. Bears marchando en el dia del Orgullo Gay, San Francisco, 2004. Foto tomada de: en.wikipedia.org

lunes, 15 de marzo de 2010

DIVERSIDADES DE GÉNERO.


Amistades mías:
Reciban mis saludos y mis mejores deseos.

A una década de haberse iniciado el siglo XXI, la ignorancia y el prejuicio que existe sobre la diversidad de géneros, parece no ser patrimonio exclusivo del común de los mortales, sino que se extiende sobre aquellas personas e instancias que se pretenden vanguardistas, tolerantes y sapientes.
Así, se encuentra que diversas instancias, diversas y diversos estudiosos, que van desde la OMS a innumerables investigadores supuestamente científicos, degradan, medicalizan y patologizan las variedades genéricas que existen en el mundo (por el ejemplo, la OMS todavía considera la transgeneridad como un problema psicológico, denominado “disforia de género”).

Lo más curioso es que dichas personas e instancias, que desacreditan, medicalizan y patologizan las diversidades genéricas, han eliminado ciertas diversidades sexuales (como la homosexualidad o el fetichismo) de sus listas de anormalidades, enfermedades y trastornos mentales, aún cuando el origen del rechazo y estigmatización hacia las diversidades sexuales y genéricas, es, prácticamente, el mismo: la tradición cristiana.
Por ejemplo, en la biblia, al lado de los anatemas hacia las prácticas sexuales no reproductivas (como el onanismo, el homoerotismo, etc.), se encuentran otros tantos anatemas hacia los amaneramientos (afeminamientos y amasculinamientos) y el travestismo.
Más la tradición cristiana heredó su repudio hacia las diversidades genéricas de los antiguos hebreos. Estos últimos, dado el monoteísmo y “nacionalismo” de su religión (los hebreos se consideraban el pueblo elegido del que creían era el único dios verdadero), rechazaron no solo las deidades y religiones de sus vecinos, sino, también, los usos y costumbres religiosas de cananeos, anatolios, mesopotámicos, egipcios, etc., cuyos cleros practicaban diversos tipos de afeminamientos, amasculinamientos y travestismos.
Se encuentra, además, que el cristianismo, igualmente recibió influencias de la sociedad romana en relación a las diversidades genéricas.
Si bien es cierto que los romanos repudiaron los afeminamientos y el travestismo por considerarlos muestras de debilidad (debilidad según los criterios de la mentalidad romana), es también cierto que sus roles de género no se limitaban a lo masculino para el varón y lo femenino para la mujer. Para los romanos, el clero tenía su propio género distinto al masculino y al femenino, hecho que explica, por ejemplo, la aceptación del culto a la diosa Cibeles, cuyos seguidores, los gallis, se castraban para su servicio religioso y llevaban una vida alterna a la masculinidad.
Los cristianos tomaron de los romanos, esta visión de un género propio para el clero y es que en la mayoría de las sociedades religiosas, el clero poseía un género particular y propio, situación que denota un componente muy importante del género, el rol social.
En todas las sociedades premodernas, el género siempre implicó un rol social específico y un estilo de vida particular, algo que en la sociedad occidental se ha perdido, pues el género dejó de implicar un rol social y está siendo reducido, únicamente, a gestos e indumentarias.
Para la mentalidad occidental, el género ha sido relacionado, casi indisolublemente, con la tenencia de genitales, razón por la cual es asignado al momento del nacimiento (si se nace con vagina se es socializada como fémina y se nace con pene se es socializado como masculado).
Sin embargo, en otras sociedades y culturas, la asignación de un rol de género no solo depende de los genitales, sino, también, de otros caracteres corporales e incluso de las actitudes y comportamientos de los sujetos. Así, en diversos pueblos de los cinco continentes, el género de una persona no se asigna como fijo al nacer (tras reconocerse sus genitales), sino que, en la medida en que las personas se hacen adultas, son “ubicadas”, por su grupo social, en el rol genérico que, aparentemente, les sea más apropiado.
Bajo estos criterios, en diversas sociedades y culturas no solo existen dos géneros, sino que hay tres, cuatro, cinco o más géneros. Se puede decir que, en aquellas sociedades y culturas, hay un rol femenino para las mujeres y un rol femenino para los varones, un rol masculino para los varones y un rol masculino para las mujeres y hasta hay roles “mixtos” con características de ambos géneros (desde el punto de vista etnocéntrico occidental, todos ellos son afeminamientos, amasculinamientos o travestismos).

Ejemplos de esta diversidad genérica son: a) como varones femeninos o transgéneros: los mashogas del pueblo swahili (Kenia), los winyanktehcas del pueblo lakota (EE.UU.), los fa’afafines de las islas Samoa, etc. b) como mujeres masculinas o transgéneros: las vigjineshas del norte de Albania, las calalais de las isla Celebes (Indonesia), las salzikrums de la antigua Mesopotamia, etc.
De vuelta a la sociedad occidental, a través de su historia, específicamente tras la implantación del cristianismo como religión oficial del imperio romano, ha habido periodos de mayor o menor tolerancia hacia los amaneramientos y el travestismo. Así, durante la época de la ilustración (siglo XVIII), se observo una notable tolerancia hacia los afeminamientos, amasculinamientos y travestismos (se destacan aquí, las mujeres transgéneros conocidas como sapphists y los varones transgéneros conocidos como mollys, de la Inglaterra de los primeros Hannover, aproximadamente de 1714 a 1790).
Más con la llegada del régimen burgués capitalista (iniciado tras las revoluciones americana de 1776 y francesa de 1789), se dio un nuevo periodo de intolerancia hacia las diversidades genéricas.
Las causas de este nuevo periodo de intolerancia son diversas: a) el reavivamiento de la prejuiciosa herencia judeocristiana (traducida en lo que se conoce como la moral burguesa de la época victoriana); b) el rechazo burgués a los usos y costumbres del antiguo régimen aristocrático feudal (usos y costumbres que incluían amaneramientos y travestismos); c) la influencia del militarismo en la mentalidad burguesa (concretizada en gobiernos como el napoleónico en Francia, el militarismo Hohenzollern en Prusia, los ministerios del duque de Wellington en Inglaterra, etc.); d) la constitución forzosa de un orden heterosexista (según el cual las personas solo podían ser varones heterosexuales o mujeres heterosexuales y, consecuentemente, solo podían asumirse como varones masculinos o mujeres femeninas).
Estas y otras razones coadyuvaron al rechazo y estigmatización del afeminamiento y el travestismo en los varones, mientras que el rechazo y estigmatización del amasculinamiento y el travestismo en las mujeres fue un reflejo consecuente de lo anterior (ello se debió a que en una sociedad machista, lo masculino en la mujer era mejor visto que lo femenino en el varón).
Por lo tanto, las causas que conllevaron al repudio y a la satanización de las diversidades genéricas son de un inocultable origen social y solo desde el punto de vista de un saber pseudo científico, que solo refrende prejuicios y arbitrariedades, es que se degradan, medicalizan y patologizan los afeminamientos, amasculinamientos, travestismo y transgeneridades, tildándolas, entre otras cosas, de alienaciones mentales, disfunciones hormonales, trastornos psicológicos, etc.
Solamente para la sociedad occidental contemporánea, el género ha quedado reducido a actitudes y comportamientos, a gestos e indumentarias y ya no implica, como en sociedades premodernas, roles sociales. Al no haber más los roles sociales femenino o masculino (tal como se les concebía en el pasado), las personas, las mujeres y los varones, pueden asumir, libremente, los roles que los hagan sentirse realizadas y realizados (una mujer puede ser política o empresaria y un varón amo de casa o secretario; una mujer puede ser profesionista o intelectual y un varón artesano o modisto; una mujer puede ser obrera o boxeadora y un varón padre soltero o estriptisero; etc.).
Siendo así, resulta bastante inexplicable que todavía se desacredite, medicalize y patologize a aquellas personas que, no habiendo rígidos roles sociales femenino o masculino, tampoco se identifiquen con las actitudes y los comportamientos, los gestos y la indumentaria, de un determinado género (los varones con lo masculino y las mujeres con lo femenino).
Solo desde los sectores más conservadores de la sociedad y de la ciencia se sigue considerando que los géneros, son inherentes a un cuerpo definido a partir de los genitales.
Sin embargo, ninguna de esas actitudes y comportamientos de género (que implican gestos e indumentarias), son inherentes a varones o mujeres. Innumerables ejemplos de ello se encuentran en todos lados. La falda que, se supones, es patrimonio mujeril en occidente, es usada por varones escoceses, griegos, árabes, chinos, japoneses, etc. La rudeza y la delicadeza son más atributos clasistas que de género, pues una mujer de la clase más baja será considerada ruda por las y los miembros de la clase mas encumbrada, mientras que un varón de la clase más encumbrada será considerado como delicado por las y los miembros de las clase más baja. Ni siquiera el timbre de voz es determinante, pues hay mujeres roncas y varones chillones.
Actualmente no hay características de género que no varíen a través de la historia, de unas sociedades y culturas a otras, entre unas clases sociales y otras, razón demás para considerar al género como producto de la socialización y no de la naturaleza.

Entonces el género, al no ser inherente al cuerpo, depende, únicamente, de la identificación sensible que cada quien haga, con los patrones de género en los que fue socializado. Esto quiere decir, que, necesariamente, las personas, guiándose por su sensibilidad, se identifican, consciente e inconscientemente, con el género que más los satisfaga, complazca y agrade. En consecuencia, el ser varón afeminado, mujer amasculinada, travesti o transgénero es el resultado válido y legítimo del sentir individual de cada quien.
En suma, no aceptar la validez y legitimidad de afeminados, amasculinadas, travestis y transgéneros, es una patente demostración de ignorancia, prejuicio e intolerancia hacia las diversidades genéricas de la humanidad.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Amaneradísimo y disforzado Jack McFarland (Sean Hayes) en Will and Grace. Foto tomada de: telewatcher.com
2. Fa'afafines de Samoa. Foto tomada de: photographybyjohncorney.com
3. Loren Cameron, activista trans (mujer a varón). Foto tomada de: eurekapride.com

lunes, 8 de marzo de 2010

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER.

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Queridas amistades:
Les hago llegar mis saludos y mis parabienes.

Hoy por la mañana, tomando mi mundano desayuno y viendo un programete de televisión, escuche a la conductora de dicho espacio repetir el sambenito de todas las personas desinformadas, que no saben ni donde están paradas.
Dicha conductora exclamaba, a raíz de un discutible recuento de las mujeres que más habían destacado en su país, que ella no era “ni machista ni feminista”, pero que consideraba que las mujeres eran tan valiosas como los varones.
La susodicha no caía en cuenta, que sus palabras invitaban a suponer, que los machistas y las feministas no consideraban que mujeres y varones fueran igualmente valiosos.


Esta visión de las feministas, como mujeres que aspiran a oponerse a los varones o peor, que aspiran a imponerse a los varones, como un revanchismo frente al machismo, no tiene ningún asidero fáctico y, más bien, es una imagen creada por los machistas para desacreditar a las feministas.
Como alguna vez sostuvo un fallecido amigo de mi universidad, ser feminista no supone creer en la superioridad de la mujer, eso, sin lugar a dudas, seria hembrismo. Contrariamente, el feminismo parte de reconocer que en nuestras sociedades, existe una profunda desigualdad social, económica, cultural y simbólica entre el varón y la mujer. Debido a ello, el feminismo propugna una lucha en pos de acabar con tales desigualdades e igualar social, económica, cultural y simbólicamente a mujeres y varones.
Si hablo de lucha es por que de eso se trata. Es una lucha que supone enfrentarse a la estupidez, a la ignorancia, al prejuicio, a las fobias, a los odios, de quienes han vivido cotidianamente sumidos en esas desigualdades y que, por tanto, las asumen con “naturales” y “normales”. Es una lucha por que hay que enfrentarse, a quienes, alienados por la omnipresencia de aquellas desigualdades, creen que el cambio es contrario y perjudicial para la sociedad.
Sin embargo, las y los feministas no buscan nada distinto a lo que el derecho internacional consagra como derechos humanos y ciudadanos. Las y los feministas no buscan nada que los propios estados democrático liberales, no contemplen en sus ordenamientos jurídico legales. Las y los feministas solo aspiran, legítimamente, a la igualdad proclamada por la formalidad del sistema en el que vivimos.
Entonces, fue el machismo el que tergiversó y estigmatizó esta lucha feminista, protagonizada principal y mayormente por mujeres. Fueron las mujeres y los varones machistas los que pervirtieron y satanizaron la lucha feminista, convirtiéndola en revancha y vendetta.
Semejante tergiversación y estigmatización surge a causa, de que para luchar contra el machismo, es necesario que las personas (tanto las mujeres como los varones) se concienticen, se empoderen y se enfrenten, a todas aquellas personas que por estupidez, ignorancia, prejuicio, fobia u odio se aferraran al statu quo.


Esta lucha, iniciada por las mujeres, tiene en cada 8 de marzo, una fecha de conmemoración, en la que se recuerda la inmolación de 146 trabajadoras, muertas, asesinadas, por luchar por sus derechos.
Más esta lucha de las mujeres, esta lucha de las y los feministas, no solo se limita a cada 8 de marzo. Es una lucha constante, permanente, de todos los días, en la que se aspira a que la igualdad, la autonomía y el desarrollo pleno de todas las mujeres, se erijan en principios rectores de la sociedad, insoslayables para todas y todos los seres humanos.
Solo cuando esto se logre, solo cuando las desigualdades entre mujeres y varones queden abolidas, es que se podrá hablar de una sociedad verdaderamente libre y justa.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Mujeres del mundo. Collage fotografico tomado de: cuadernointercultural.com
1. Acto de celebración del Día Internacional de la Mujer en Managua, Nicaragua (1988). Foto tomada de: es.wikipedia.org

lunes, 1 de marzo de 2010

DEBATE SOBRE EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL.


Queridas amistades:
Les envió mis saludos y mis mejores deseos.

A raíz de un proyecto de ley sobre el patrimonio compartido (proyecto con el que diversas personas, entre ellas las parejas homosexuales, puedan acceder a ciertos derechos mancomunados referidos al patrimonio), promovido por un congresista de la república (Carlos Bruce), se ha planteado, entre otras cosas, la necesidad de realizar un debate, al interior del movimiento LGBT (lésbico, guei, bisexual y transgénero) peruano, acerca de la institución matrimonial (específicamente, sobre el acceso de la población lgbt al matrimonio).

Más no siento que la gente tenga mayor interés en debatir sobre la cuestión y mucho menos hacerlo ateniéndose a todo lo que un debate significa.
Un debate serio requeriría, necesariamente, de que la gente se prepare e informe concienzudamente, implica que los polemistas sean críticos con su propia postura y, sobre todo, que las posturas esgrimidas estén bien sustentadas en argumentaciones con sólidos fundamentos.
Lamentablemente no siento que estas condiciones se estén dando, pues percibo que un sector de la población lgbt que aspira al matrimonio, no se informa debidamente, no formula argumentaciones bien sustentadas, ni siquiera articula sus sentires en elaboradas racionalizaciones, lo que más abundan son pareceres vacuos, opiniones superficiales y clichés, que revelan, claramente, la poca disposición que tienen algunas personas para ir más allá de los lugares comunes (por ejemplo, la visión de que el acceso al matrimonio acabaría con los problemas de discriminación de la población lgbt, sin mediar una mínima explicación de cómo se operaria semejante “milagro”).
Más otro resulta ser el problema más acuciante en la cuestión del debate sobre el matrimonio lgbt y es que la gente no parece prestarse atención, escucharse, leerse con detenimiento.
La impresión que me dejan las discusiones previas, en foros o listas de la internet, es la de que algunas gentes que participarían en el debate sobre el matrimonio lgbt, partirían de opiniones preconcebidas, posturas apriorísticas, según las cuales no importan las argumentaciones que se viertan en contra de dicha opiniones y posturas, la única respuesta que se recibiría seria la reiteración de las opiniones y posturas cuestionadas (claro está, con otras palabras y en frases disímiles, pero manteniendo, siempre, el mismo sentido semántico). Pareciera como si la validez de una opinión o postura dependiera, no de los argumentos que se den para sustentarlas, sino de las veces que se las repita, como si una idea se volviera verdad por el solo hecho de repetirla.
Quizás un ejemplo de esta desatención, este no escuchar/leer lo que sostiene la otra persona, sucedió hace poco, a raíz de unos mails que envié a una lista, sustentando mi postura contra el matrimonio.

A partir de esos mails, se me atribuyó el haber sostenido que: “reivindicar el matrimonio o alguna otra figura alternativa era absolutamente conservador”.
Pueden estar seguros que en ninguno de mis mails sostuve semejante postura, es más, me guarde de hacerlo conscientemente.
El origen de este malentendido se origina, precisamente, en la falta de atención hacia la lectura de mis mails. Lo que, a grandes rasgos, sostuve en ellos, es que las posturas sesgadas y monoargumentales, son las que, a todas luces, revelan el talante conservador de las y los opinantes, pues ellas y ellos (los conservadores) no argumentaban, sino que, prácticamente, repetían un mantra sobre el que no hacían ningún cuestionamiento.
Uno de esos mantras es aquel que sostiene: que la población homosexual no busca derechos particulares, tan solo los mismos derechos que goza la población heterosexual (nótese que escribo población homosexual y no lgbt).
Esta postura parte de una visión que no se corresponde con la realidad. Dicha visión ignora o pretende ignorar que el matrimonio es un derecho particular, establecido para todas aquellas personas que quisieran y pudieran plegarse a un modelo de ortodoxia heterosexual, de origen judeocristiano (en su acepción religiosa) y burgués (en su acepción civil).
En lo que, aparentemente, nadie repara, es que las y los conservadores (que gustan de conservar), buscan no la desaparición de ese privilegio/derecho particular de los heterosexuales, sino mantenerlo, conservarlo, aunque extendido, supuestamente, a la población lgbt.
Si digo supuestamente es porque en el discurso de muchas y muchos activistas, la cuestión parece reducirse a la dicotomía hetero/homo, como si todo la población se redujera a heterosexuales y homosexuales o, peor aún, como si las poblaciones hetero y homo fuesen homogéneas.
Esto queda evidenciado en sus mantras, que suponen que el acceso al matrimonio hará iguales a las poblaciones hetero y lgbt, cuando el matrimonio solo está estructurado para aquellas poblaciones, que quieran y puedan plegarse al modelo heteronormativo del matrimonio.
La falacia se devela en este punto, pues solo las personas que se sujeten al dicho modelo heteronormativo, esto es, las parejas monogámicas heteros y homos (recuérdese que legalmente el matrimonio sanciona las relaciones extramatrimoniales y uno se puede divorciar alegando adulterio), son las que resultaran beneficiadas de esa supuesta igualdad. Así, por ejemplo, el caso de una o un bisexual que quisiera una relación familiar tríadica, conformada por su persona, una mujer y un varón, quedaría completamente al margen.

Aquí el cuentaso de la igualdad matrimonial se hace añicos, trisas.
Que quede claro entonces, que el debatir implica, necesariamente, informarse, cuestionarse y profundizar en nuestras argumentaciones y no solamente repetir hasta las nauseas los cuatro o cinco alegatos de siempre, que además de maniqueos son falaces.
Lamentablemente, tengo la impresión de que si se hiciera un debate acerca del matrimonio lgbt, muchas y muchos si se presentaría con opiniones preconcebidas, con posturas apriorísticas y nada de lo que se argumente tendrá valor, pues dichas opiniones y posturas seran como creencias religiosas, incuestionadas e incuestionables, defendidas no por argumentaciones lógico racionales, sino tan solo por ciega sensibilidad.
Si esto último va a ser lo que guíe el tenor del hasta ahora improbable debate sobre el matrimonio lgbt, mejor ahorrémonos el esfuerzo y sin mayores preámbulos, fundemos la sacrosanta iglesia del matrimonio homosexual.

Se despide su amigo uranista.

Ho.

Imágenes.
1. Foto tomada de: noticias24.com
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